En esta ocasión, y para la sección De Juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, ofrecemos el post titulado: La vida del espíritu, un brevísimo apunte al sentido y al significado.
LA VIDA DEL ESPÍRITU:
UN BREVÍSIMO APUNTE AL CONCEPTO
DE SENTIDO Y SIGNIFICADO
TIEMPO atrás[1]
hablábamos de la arrogante presunción de ciertos sectores de un post-positivismo
amparado en las teorías evolucionista radicales y en disciplinas científicas de
nuevo cuño[2]
y grandes dosis de desdén hacia cualquier explicación del concepto, dinámica y
funcionamiento de la mente y su interrelación con el mundo, nos referimos a la
neurociencia, las cuales venían a poner en cuestión, o cuando menos, a sustraer
toda la importancia posible a cualquiera iniciativa para entender la realidad,
no sólo fenomenológica del mundo, también para una correcta comprensión de la
psicología consciente (e inconsciente) fuera del ámbito –fuertemente mecanicista-
de estas corrientes de pensamiento científico harto excluyentes, desdeñosas y
petulantes. Algunos de estos selectos y espetados representantes diferenciaban
radicalmente a las humanidades (frente)
a su casi infalible método científico, estableciendo criterios de
distinción incomparables entre una y otra manera de acceder al conocimiento, colocando
el modus científico como ampliamente
superior y más coherente con la realidad de los hechos objetivos que aspiran a
explicar, ya sean físicos, biológicos o [3]
que, les parece, por no científico, insignificante, cuando en realidad en modo
alguno deberíamos considerar trivial y desdeñable, máxime cuando será, por
cierto, en virtud de éste que habrían de surgir los fundamentos del propio método
científico a través de otras manifestaciones fundamentales mediante las que entender
la naturaleza del ser humano (la filosofía, el arte, las diferentes
pseudociencias: alquimia, astrología, e incluso la misma magia primitiva[4], a través de las que se conformaría, ya lo
adelantábamos, buena parte de la metodología en la que se habrían de basar las
disciplinas científicas de la actualidad. Parece, no obstante, que, por ser
muchas de ellas semillas del conocimiento científico, son despreciables, y si
acaso fueron germen también de otra manera de entender el mundo, no merecen más
atención que la de su curiosidad histórica o arqueológica.
Esta
humanidad a la búsqueda de un sentido existencial o social (para su especie) se
abandona al albur de la lógica, la razón y el método científico, como si la
ciencia pudiese dar discernimiento a las necesidades del espíritu, cuando en
realidad, la aspiración espiritual pretende la liberación de todo significado.
Acaso esta sutil apreciación sí pudiera valorarse bajo los criterios que no
pueden ser nunca científicos (sí filosóficos, artísticos, religiosos,
místicos,…) y cuyos juicios no son en modo alguno dignos de la menor
consideración. ¿Es que la ciencia pueda llenar todas y cada una de las
aspiraciones de la conciencia? Los hechos objetivos y demostrables por la
ciencia, o los valores establecidos (abstraídos) en la búsqueda de necesidades
propias o de especie, de seguridad, protección…. no parecen hacerlo.
Sencillamente porque muy bien pueden no estar al alcance de las convenciones de
la ciencia y de la moral social a la que pretende adherirse eso que llamamos
humanidad.[5]
Los
propósitos que dan sentido a la ciencia (antes al conocimiento religioso,
mágico al primitivo discernimiento filosófico) y a la ética social son sin duda
un rasgo extraordinariamente genuino del ser humano, pues, necesita vitalmente
establecerlo como rutina de integración personal en el mundo, y en la mayoría
de los casos no tanto porque aspire a la contemplación de la realidad (última)
y a la virtud moral altruista, sino por pretender hacer eternos los momentos
que no volverán a repetirse. Creemos que, ahora más que nunca, esta confusión trascendente
es más evidente, por eso establecemos muchas veces un papel dogmático a lo que
jamás puede ser dogma (y puede y debe ser refutado) que es el cualquier
principio de la ciencia, marchando sin fundamento hacia la vertiente que está
más allá del significado, decíamos, que es la vía de la alta filosofía, la
mística o la verdadera religión y sin duda la poesía desasida o desarraigada y
profundamente entregada al proceso creativo. Por eso, insisto, la díscola y
exaltada apreciación de la entrada anteriormente[6]
referida en este post, tiene un especial
sentido, porque siendo un entusiasta de la ciencia, me parece que negar
cualquier otra forma de entendimiento del mundo por muy ancestral, intuitiva o
simbólica, es relegar la potencia de los seres consciente a una visión muy
parcial de lo que el mundo y el espíritu en su interpretación ofrece.
Es
claro que ni la ciencia ni el producto artificial (y abstraído) de una moral
interesada en la supervivencia pueden ofrecer de manera unitaria aquello que
precisa el ser de nuestra conciencia que, no es tanto humana, como universal,
si la identificamos como la capacidad de entendimiento comprometida con la
totalidad del mundo, que nos incluye a nosotros mismos, porque eso aquello que
llamamos conciencia (y que en la acepción que nosotros manejamos incluye la
inconsciencia)
está implicada en la totalidad de todo lo que fue, es y será
mañana. Y esto es así, porque la mera lucha por la supervivencia no precisa de
conocer la verdad, sino subvenir sus necesidades primarias e inmediatas.
También
en otras ocasiones hemos hecho énfasis en el mito del progreso amparado precisamente
en los avances científicos y tecnológicos que, como todos sabemos son un hecho
incontestable, pero que en modo alguno garantizan el progreso social y, aún
menos el individual[7], y si
este último no es efectivo muy difícilmente puede serlo el social. Muy
conveniente sería reflexionar sobre la cuestión de la accesibilidad a la
verdad, a la realidad, y caer en la cuenta de que esta acaso nunca puede ser
enseñada, tan solo verter o reconocer y mostrar los cauces y señales por donde
puede vagamente indagarse, pues en última instancia solo podemos acceder a ella
y verla y reconocerla por nosotros mismos. Al fin y al cabo la razón última por
la que necesitamos un sentido para nuestra vida, en verdad radica en que, eso
que llamamos nuestra conciencia, no sea tan nuestra como pensamos que pudiera
ser y, como entidades imperfectas y mortales, quisiéramos participar de aquello
que nos trasciende y que, en realidad, nunca nos abandona.
Francisco Acuyo
[1]
La libertad del dogma positivo científico: de la ignorancia a la involución
intelectual y creativa, blog Ancile, De juicios, paradojas y apotegmas: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2015/10/la-libertad-del-dogma-positivo.html
[2]
Anterior post de vehemente, desaliñada e impetuosa redacción que, a vuela
pluma, mostraba de manera algo exaltada la torpeza y desconsideración, sino
ignorancia, de ese acervo de profundo e indiscutible interés de todas las
disciplinas, enseñanzas y doctrinas que se pierden en la noche de los tiempos y
que, a nuestro modesto interés, encierran posos de inagotable provecho y
magisterio para quien quiera entender.
[3]
Véase a Claude Levi-Struss en su Pensamiento Salvaje, F.C.E., México, 1990
[4]
Frazer, : La rama dorada, F.C.E. México,
1998.
[5]
Así lo entendía en principio George Santaya y, posteriormente, el filósofo John
Gray.
[6]
Y que a pesar de sus muchísimos defectos expositivos y de expresión, no voy ni
quiero retocar, porque sirva (me sirva) de singular referencia para la
contención y la prudencia.
[7]
De hecho es de todos reconocido que los avances científicos y tecnológicos están
muy por encima del saber del hombre en respuesta a lo que suponen para su
entorno y para él mismo.
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