Prosiguiendo con las relaciones entre la mente (y sus diferentes acepciones: alma, psique, espíritu) y la materia, esta vez atendiendo a conceptos capitales como es el de la belleza, bajo el título, Belleza, mente y materia, y todo para la sección, Pensamiento, del blog Ancile.
BELLEZA, MENTE Y
MATERIA
CUANDO Heinrich Hertz[1]
reflexionaba sobre su sentimiento (intuición) sobre las fórmulas matemáticas que
describía como entidades vivas (e inteligentes), y cuya sabiduría trasciende la
de los mismos descubridores, planteaba de facto una cuestión nada baladí, sobre todo si inferimos
que de esa abstracción –ideal, al fin y al cabo- se deduce jurisdicción
universal traducida en belleza, y deduciendo el no menos interesante y
sorprendente curioso equilibrio –simetría- que diría ofrecer un cambio sin
cambio,[2]
o lo que es lo mismo, capacidades de transformación que, sin embargo, no acaban
de optar por dicha opción física de cambio.
Podemos
constatar la abstracción e idea de la belleza desde la óptica pitagórico
platónica mediante la que se descubre la belleza de la materia a través del
número[3]
o de la idea pura de la mente (véanse por ejemplo, la representación de los
sólidos platónicos)[4] y de la
intuición de que la estructura material o física es deducible de la simetría y
su realidad ideal y física en íntima relación; también podemos comprobar
aquella belleza más allá de los objetos y las sensaciones sobre los mismos, es
decir de una forma dinámica como la que nos advertía Newton a través de las
leyes físicas y la consideración de las condiciones iniciales que dan lugar a
cualquier sistema físico.
En cualquier caso, aquel dinamismo eficiente
manifiesto en simetría anteriormente enunciado como fuente de belleza, no es
óbice para la consideración de una belleza deducida desde Uno inmutable
que parte de Parménides y que se resuelve admirablemente en la modernidad con las matemáticas de
Hermann Weyl,[5] para
quien el mundo objetivo no ocurre o sucede o se mueve, sino que simplemente es, cuestión deducible en
relación al tiempo y el espacio como realidades primarias y pretendidas en una singular
descripción total, integrada, holística y fundamental de la realidad que, no
obstante, dejaría fuera necesariamente las condiciones iniciales, pero ofrece
una visión que deja de revestir una concepción profundamente bella del mundo.
Puede
deducirse de todo lo antecedido que la belleza puede ser un útil nada
despreciable para la búsqueda y la constatación de la verdad, además de tener
que reconocer el poder real que encierra como vía de entendimiento del
universo. La creatividad –como capacidad generativa- también puede considerarse
como una forma de belleza profundamente importante para la comprensión de la
realidad, si es que en verdad puede acerarnos a los infinitos a los cuales no
tenemos acceso, pero sí capacidad para describirlos, pongamos por ejemplo el
caso de la luz[6], y es
que la manera en la que la percibimos (lo mismo que el sonido) es
cualitativamente diferente a su realidad. En cualquier caso no deja de resultar
fascinante que aquello que contiene la belleza, en su profundidad, es insólita
o, como díría Franz Wilczek, es tan
extraña como bella su extrañeza[7].
Que
los patrones matemático musicales y los que gobiernan el corazón de la materia
sean tan extraordinariamente parecidos y siempre vinculados a la idea de la
belleza es una ¿coincidencia? cuando menos turbadora, pues conectan con la idea
platónica de que los átomos encarnan ideales (así lo deducía de sus sólidos
platónicos), y es que así la geometría de los sólidos ideales están
emparentados con la simetría que se traduce en las ecuaciones de la moderna
física de los cuantos.
Si
la simetría (madre de toda belleza) en las matemáticas mantiene una conexión
inmutable con las leyes físicas cuyas
cantidades no cambian y hace que se conserven y cuya simetría equivale o lleva nada menos que a realidades físicas como las de la
conservación (de la energía)[8],
¿por qué el arte, el pensamiento, la misma poesía no han de beneficiarse de esa
simetría origen de toda belleza? De esa idealización matemática cabe
constatarse un factor capital de la materialidad física del mundo, a saber: que
la energía es la cantidad que aparece en el teorema y permanece constante en el
tiempo. La belleza de sus ecuaciones casan con la verdad de las mismas.
Deducíamos
por vía diferente pero no menos abstracta las relaciones de la materia y su
bello equilibrio en determinadas manifestaciones, nada menos que con el
sufrimiento[9] o
inferida del principio de lo terrible que advirtieran Rilke, Blake –temible
simetría, en relación a la belleza del tigre- o Pascal ante la contemplación de
la bella inmensidad del universo (que puede infringir angustia o ansiedad). La
percepción de lo bello implica un reconocimiento de un constructo modélico
destinado a perdurar,[10]
pues trasciende la apariencia y aspira a una realidad duradera. Más allá de una
vivencia estética, este concepto de belleza que tratamos de exponer conlleva
manifestar que: El impulso creativo y la
percepción (entendimiento, aprehensión, integración) de lo bello participa de
aquella mismidad que, partiendo de una experiencia del yo, en realidad se
aprecia como una vivencia del no yo, pues en aquella liberación del yo se verá
lo que era y permanecerá ahora y siempre[11].
Hablaremos
en próximas entradas sobre la belleza entendida por la poesía como deducción o,
mejor como abstracción y aporte y deuda
hacia (con) la realidad de la materia.
Francisco Acuyo
[1]
Heinrichz Rudolf Hertz (1857-1894), físico nacido en Hamburgo que descubrió los
efectos fotoeléctricos y la propagación del fenómeno del electromagnetismo; la
frecuencia como unidad de medida lleva su nombre, el hercio.
[2]
Wilczek, F.: El mundo como obra de arte, Crítica, Barcelona, 2015, p. 145.
[3]
Es lo que se denomina simetría de traslación temporal mediante la que se dice
que las leyes físicas siguen iguales o son invariantes bajo dicha
transformación y que está conectada con el teorema de Emmy Noether para la conservación
de la energía.
[4]
A través de su famoso teorema deduce las relaciones entre los números y los
tamaños así como con las formas. Si el número es el producto puro de la mente
por excelencia, y el tamaño característica primordial de la materia, puso en
evidencia la estrecha relación (o unidad oculta) entre la mente y la materia.
[5]
Solo para la mirada de mi conciencia, gateando por la línea de vida de mi
cuerpo, una sección de este mundo adquiere vida como una imagen fugaz en el
espacio que cambia en el tiempo, decía Weyl
[6]
N percibimos, por ejemplo las frecuencias de luz infraroja o ultravioleta…
[7]
Wilczek, F.:, nota 2, p. 174.
[8]
El genial teorema de Emmy Nother pone en relación la simetría con la ley de
conservación. De aquí cabe deducirse que las leyes de la física que rigen hoy
debieron y deberán regir igualmente, así, toda simetría de las leyes implica
conservación de alguna clase de cantidad física, para la simetría de traslación
la cantidad conservada será la energía.
[9]
Acuyo, F.: Elogio de la decepción y otras aproximaciones a los fenómenos del
Dolor y la belleza, Ediciones Jizo, Colección Origen y destino, 2013, p.101.
[10]
Ibidem, p. 102.
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