Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, ofrecemos otra nueva entrada que, siguiendo el tema de la misoginia propuesto por el profesor Tomás Moreno, lleva por título. Las raíces culturales de la misoginia y de la violencia contra la mujer.
LAS RAÍCES
CULTURALES DE LA MISOGINIA
Y DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER
Si nos preguntásemos por la razones de la pertinaz, perniciosa y
ominosa violencia ejercida contra las mujeres en nuestras sociedades
posmodernas, desarrolladas y presuntamente civilizadas, tendríamos que acudir a
una serie de textos (míticos, religiosos, filosóficos, éticos, literarios,
jurídicos y seudocientíficos) y de obras artísticas (pictóricas, escultóricas,
cinematográficas, publicitarias) representativos de la tradición ideológica
misógina de nuestra cultura occidental. Enseguida, caeríamos en la cuenta de
que las causas de la misma son de carácter indudablemente socio-cultural,
ideológicas, y también educativas y que
ha de ser combatida, en consecuencia, desde ámbitos y por medios educativos y culturales.
Sus “víctimas” son –han
sido a lo largo de nuestra milenaria historia cultural judeocristiana, romana y
greco helenística-, obviamente, las mujeres, pero sus “victimarios” no han sido
sólo los mitólogos, patriarcas, teólogos, filósofos, juristas y literatos/artistas
misóginos de la Antigüedad o de la Edad Media, ni acaso una turba de monjes
celibatarios, ignorantes y sectarios del Renacimiento y del Barroco, ni tampoco
sádicos inquisidores de antaño, sino también –eso sí, en un nivel simbólico/cultural-
una gran parte de los filósofos, científicos y literatos del máximo nivel y de reconocido prestigio[1]
de la llamada modernidad. Entre todos ellos han infligido a la mujer, como
género y a las mujeres como seres
individuales, generación tras generación y época tras época, toda una serie
interminable de agravios, insultos y ofensas absolutamente injustificados,
configurando, no ya nuestra vieja tradición teológico/cultural de raíz
grecohelenística, romana y judeocristiana, sino incluso nuestra más moderna e
ilustrada tradición occidental (de los últimos tres siglos) como esencial y
profundamente misógina. Una tradición presidida toda ella por un macro-paradigma
que, podríamos afirmar, ha dominado permanentemente la historia de la humanidad
durante al menos los últimos cuatro o cinco mil años, el paradigma patriarcal,
el Patriarcado.
Armelle
Le Bras-Chopard ha demostrado[2]
–de ello algo ya tratamos en la Introducción- cómo la mujer aparece secularmente en el
discurso masculino occidental, y por lo tanto en el discurso dominante, como un
ser esencialmente diferente al varón, como un animal, no-masculino,
perteneciente fundamentalmente al orden de la naturaleza. Sobre ese cañamazo
tripartito una milenaria mentalidad misógina ha bordado sus falaces argumentos
y ha tratado de construir sobre la mujer un discurso animalesco[3].
Filósofos
antiguos y modernos desde Aristóteles a Hobbes, desde Maquiavelo a Rousseau,
pasando por Kant, Hegel, Fichte, Schopenhauer[4],
Nietzsche, y otros epígonos suyos como
Otto Weininger, cayeron en ese
prejuicio, en esa descalificación de la mujer, llegando a naturalizarlas y animalizarlas como
simples “cebos de la naturaleza”,
para asegurar la perpetuación de la especie, al servicio de las necesidades de
la misma, sometidas y asimiladas al orden de la naturaleza...y situadas al
nivel de las demás hembras animales -vacas, gatas-[5].
No se las conceptualizará ya, pues, como personas, ni se las percibirá como
seres humanos con múltiples y variadas formas de realización personal y
existencial, sino única y exclusivamente (desde un insoportable reduccionismo
biologicista) como hembras destinadas a parir, dar a luz, y alimentar a los
hijos: la reproducción sería si no la única sí la función principal de la mujer: “Como las mujeres han sido creadas
únicamente para la propagación de la especie y toda su vocación se centra en
ella, viven más para la especie que para los individuos, y se toman más a pecho
los intereses de la especie que los intereses de los individuos”[6],
viene a decirnos la pensadora francesa Le Bras-Chopard.
Tomás Moreno
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[1] Salvo honrosas excepciones como
Cervantes, Feijóo, Pérez Galdós, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán,
Colombine, Federico García Lorca entre nuestros clásicos literarios españoles,
y Aggripa de Nettesheim, Poullain de la Barre, Condorcet, Von Hippel,
Saint-Simon, Fourier, Engels, Stuart Mill, Simone de Beauvoir, María Zambrano y
Emmanuel Mounier entre los filósofos y pensadores europeos.
[4] Para Schopenhauer las mujeres están incluidas en la
naturaleza como mantenedoras de la trampa de la especie por medio de una
sexualidad que aúna deseo y reproducción
[5] Escribe Proudhon al respecto: “La mujer
es un bello animal, pero es un animal”. El pensador anarquista se refiere “al
genio egoísta y personal, imperioso; el carácter áspero, el corazón brutal, en
una palabra, la ferocidad de la mujer. Ya lo hemos dicho: es una gata” (La Pornocracía). Nietzsche, por su
parte, se refiere en numerosas ocasiones a la mujer –“animal de presa” con
términos animalescos: “Dice
Zaratustra: la mujer no es todavía
capaz de amistad: gatos continúan
siendo siempre las mujeres y pájaros” (Así
habló Zaratustra, Del amigo). “Con su garra de tigre bajo el guante
[…] ese peligroso y bello gato que es la mujer (Más allá del bien y del mal, & 239). Otto Weininger, en fin, afirmará:
“Las mujeres se hallan más próximas a la naturaleza que los hombres. Las flores
son sus hermanas y están más cera de los animales que el hombre” (Sexo
y Carácter)
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