PALABRAS LIMINARES
Extremadamente difícil será exponer
lo que significan estos textos de, Hermanos
en la soledad, fuera de ellos
mismos. Tan honda es su inspiración, tan estrechamente unida a lo más íntimo de
mi persona están pero, al tiempo, tan
universalmente compartido todo lo que en ellos se debate pues, hay aquí algo
universalmente común: la soledad (bien lo saben aquellos que han vivido algo
semejante), por lo que insisto, es algo muy
complicado hablar de estos contenidos sin sujetarme a la literalidad de los
textos mismos. No obstante, tengo que deciros que ha sido doblemente
inesperado poder ver impreso esta
preciosa edición de, Hermanos en la soledad.
Primero, porque nunca pude imaginar que algo escrito con un carácter tan
personal, tan íntimo, tan intransferible por lo carga emocional y también
intelectual que conlleva, pudiera, decía, interesar a nadie, menos aún a una
editorial como la que ha tenido a bien editar este libro, eso sí, regida por un
espíritu sensible, excepcionalmente empático e inteligente, cual es el de Juan
José Martín Ramos, su responsable editorial en Polibea, para su colección La
espada en el ágata, en la que me siento tan a gusto como halagado de estar,
y no menos feliz por la confianza otorgada a texto tan singular como este que
hoy presentamos. En segundo lugar, porque una temática tan incorrecta, siempre
inconveniente en una sociedad en la que esa suerte de policía del pensamiento
que nos (des)gobierna, no sólo rechaza, sino que ignora sistemáticamente asuntos
de este calado tan trascendental, en tanto que, precisamente porque encierra la
medida que definitivamente nos iguala a
todos, me refiero, claro está, a la muerte. Palabra proscrita del vocabulario
del interés público, más que nada, porque nos obliga a reflexionar, a ponderar
el ritmo de nuestras vidas, de nuestras decisiones, de nuestros pensamientos y
anhelos más profundos.
En
cualquier caso debo decir que, lo que aquí, en este libro se debate, es algo
mucho más profundo que el incomprensible e inevitable hecho de morir. Sobre
todo se trata de una meditación sobre la vida misma y a los imponderables a los
que todos estamos sujetos, a saber: el sufrimiento, la soledad, la muerte. No
tienen los párrafos que contienen este texto vocación funeraria en modo alguno,
más bien al contrario; su elegía es vitalista aunque esté llena de dolor; si la
pérdida es
a sus muertos. El más allá trascendente
creído por algunos e ignorado por otros pero sustituido siempre por la
memoria del difunto, adquiere siempre carta de singular naturaleza. No podía yo
bajo ningún concepto sustraerme a algo tan hondo y tan atávico como aquella
nihilidad, nanidad, vacío, soledad o como quiera llamársele. Así estos textos
conllevan el eco de la humanidad resonando ante el hecho nada trivial de la
vida y de la muerte, humanidad refleja en estas y aquellas lecturas de otros
hombres que reflexionaron y sintieron esta misma soledad, esta misma
incomprensible indiferencia de los dioses, de la naturaleza y de los mismos
hombres ante el hecho inaudito y a la vez ordinario de la muerte.
Extraje
sin duda consecuencias vitales para mi vida en este enfrentamiento. Es claro
que nunca sería la misma persona. Era evidente que el rumbo de mis anhelos no
sería el mismo, si acaso habrían de permanecer aquellos, o por el contrario, se
diluirían por ser insignificantes ante la dimensión ciclópea de la realidad del
sufrimiento, de la soledad y de la muerte. No obstante, hube de constatar algo
extraordinario de toda esta sucesión de desdicha. La noche estrellada seguía
siendo bella. Las frondas del bosque con el aire entre sus copas seguía
estremeciéndome, incluso más ahora que antes. El rostro y la compañía de los
seres queridos que conmigo permanecen son mucho más necesarios, mucho más
queridos, mucho más entrañables. La nada que conlleva la pérdida me desnudó
para siempre y, ya sin asidero, supe que la única entrega posible es la de la
admisión de lo irreparable, sujeta ésta a la incertidumbre, a lo incomprensible
muchas veces de buena parte de lo que acontece en nuestras vidas, pero, todo
esto, me hace mucho más que antes admirar lo hermoso que de manera no menos incompresible
acompaña al dolor en nuestras vidas. ¿Hay en este texto esperanza? Hay más que
esperanza: está la visión del ser sin los ropajes de la convención, sin la defensa ni la seguridad
de nada, la sincera convicción de que en este caer en la cuenta de lo inconstante
de nuestras vidas, hay una vía de entendimiento que nos trasciende, y en esta
nanidad, pues de ella, al fin y al cabo, se asientan todas la cosas, proviene y
se crea todo aquello que ahora (y después) nos culmina y nos asombra, pues,
acaso es ahora, sumidos en la duda, cuando atendemos a nuestro yo verdadero. Es
aquí y ahora cuando contactamos la semilla, el germen de una conciencia nueva
que solo se siente satisfecha en la plenitud que avoca en la nada al mundo del
ser verdadero, que no es otro que el vivir en el morir y morir en el vivir, que
será donde resida la profundidad de lo que es real, de lo que es genuino y,
cotidianamente, nos hace entender que la comprensión de la vida y de la muerte
no puede realizarse, entenderse, fuera de lo más íntimo y trascendente de
nosotros mismos.
Francisco Acuyo
Amigo, la subjetividad de sentirse acompañado se desvanece ante la soledad del ser ante eventos como la muerte, portal que atravesamos solos. Se ama lo que se deja ir en su libertad inherente. Me acerco a la muerte con curiosidad y miedo. Se nace entre dolores de parto, y se muere dolorosamente la mayoría de las veces. Pero como dice en ese libro de Salomón, en los afanes de esta vida, todo es vanidad...en fin, todo para decirte que me identifico plenamente con este profundo análisis que nos regalas a propósito de tu hermoso libro. Un abrazo.
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