Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, editamos un nuevo post bajo el título: La página en blanco. Se trata de un fragmento de un capítulo del mismo título que integrará una nueva publicación de quien las suscribe, y de la que daremos buena cuenta en su momento.
LA PÁGINA EN BLANCO
nada... y nada no más se ha convertido;
¿y quién la nada en
algo convirtiera?
Rosalía de
Castro
A
la luna y el sol: ¡no hay nada adentro!
José Martí
De
la nada, Señor, me habéis sacado
a nuevo ser, […]
Lope
de Vega
Nada. La página en blanco. Y palabras
virtuales pueblan, no obstante, insistentemente de la nada sobre el papel no
escrito lo nunca visto y antes sustanciado. ¿Qué nos dice el dios de los
filósofos de la nada? ¿Qué el Dios, de cuyo concepto formal adquieren fundamento
las perplejidades del don de la fe viva y
su ortodoxia doctrinal? ¿Qué el hombre estricto, riguroso de la ciencia
positiva ante la infinitud que ahuecan los espacios siderales y aún los
entresijos más íntimos del
microcosmos? ¿No infiere un
agravio profundo a la razón y a la experiencia material misma esa página en
blanco en el mundo que es la nada?
La
nada es de desconocido linaje, de
acreditada oscuridad y rareza reconocida, y todo esto no siendo más que nada;
causa ha sido de no pocas controversias
y muchas y profundas reflexiones que, todavía ahora se suceden no siendo vista
ni oída aquella, la nada insisto, jamás. Es pues el vacío de la nada el dominio
donde las explicaciones suelen quebrar de sutiles, pero no por eso dejaremos
nosotros de indagar y averiguar, si fuere posible, otros aspectos y sutilezas
pertenecientes a la explanación de este extravagante relato.
Sé muy bien, y las posteriores páginas de la crónica informe de que constan los venideros capítulos sobre la nada darán cuenta de ello, que su estudio y cavilación fue por momentos mal agradecido y peor pagado para cualquiera lógica que propusiese en razón de ser coherente con ella misma. Hablar de la nada es el inquirir imposible con la paradoja, cuando no atender con juicios cabales a la discordancia continua. Entrar en su territorio es dar la razón al filósofo en cuanto que el algo no existe con mayor medida que la nada,[1] y la contradicción es cosa hecha. Todo juicio, toda razón, toda
lógica será impedimento para su penetración e inteligencia. El veneno de su incoherencia no parece probable que pueda la razón aderezarlo. ¿De dónde proviene el ultraje a cualquiera juicio testimoniable que quiera con el uso del mismo aprehenderlo? La infidelidad a la lógica aparecerá tan manifiesta, que se la sospecha de su realidad se tornará en incertidumbre, y todos los preparativos de coherencia, trastornados.
Es
el caso que cuando la ciencia quiere indagar el hondo vacío de la nada, es
donde se manifiesta acaso con más contundencia la denuncia de que la ciencia, como
empresa humana, está (o debiera estar) al servicio de algo más que de la
ciencia misma, pues admite (más tácita que expresamente) la necesidad de una
óptica de la vacuidad para dar coherencia a presupuestos fundamentales de sectores
de la ciencia importantísimos,[2]
para dar sentido al constructo metodológico de la propia ciencia. Son en los
límites de la disciplina científica donde la incertidumbre nos muestra y habla
de una necesidad extra-científica, en tanto que los fundamentos positivos de la
ciencia parecen perder aquí su necesidad, utilidad y significado.
El
mundo y la conciencia ante la nada parecen exigir para su comprensión la imagen
de un banquete legendario y mitológico donde solo son posibles los platos más
raros e inauditos. Pero, he aquí, exótica sorpresa, que la nada a la intuición
ofrece un nunca visto y oído propósito para prestar más curiosidad a su armonía,
y todo aunque de la razón fuese tantas veces seguro desconcierto, que parece no
cederá nunca un ápice en su dinámica de contradicción.
Francisco Acuyo
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