EL TRATADISTA
Para Francisco Acuyo, Dionisio Pérez Venegas
y José Cabrera, desde mi arrabal de senectud.
Antonio Carvajal
Sabía tanto y lo comunicaba con tan agradable facilidad que le pidieron que escribiera un tratado. No, fue su respuesta. Insistieron. Repitió: No. Quisieron saber los motivos. No me apetece, dijo. Por qué, insistieron. Porque no. Casi ofendidos, clamaron aún: Por qué. Casi enfadado susurró: Porque no, y porque
1º) hay uno muy bueno y actualísimo, fácilmente asequible al entendimiento y al bolsillo, escrito por un tratadista del que sigo aprendiendo y, pues sé que no voy a mejorarlo, no lo debo ni intentar;
2º) cuando se escribe un tratado hay que pensar en los posibles lectores. En los que saben, para no aburrirlos y para crecer en su estima. En los que no saben, pero quieren saber, para que tu obra les sea de provecho. En los que oyeron campanas y no saben dónde, para que reconozcan sus carencias, distingan los timbres y los toques y no pontifiquen bachilleramente. Se escribe y publica para interesados, por lo que jamás se debe pensar en los que desprecian cuanto ignoran, porque no te leerán y con los cérrimos, o sea, los tan cerrados de mollera que dan en cerriles, no valen razones y se pierden el temple, el humor y el tiempo;
3º) en un tratado eficaz sobre materia secularmente tratada difícilmente se puede innovar sin visos de pedante o de novelero llamativo o de viejo chocho. Decir un mismo concepto con multitud de cultismos está bien para distraerse con crucigramas o alcanzar renombre como precioso ridículo, pero es tósigo de la claridad y trampantojo de la cultura. Quede el palabrerío para los diccionarios;
4º) tan difícil como innovar es desechar razonadamente lo inútil. Hay gente que toma las nociones de cultura elemental por artículos de fe y los libros de aprendizaje básico por infalibles catecismos; a esa gente, que vende la pobre parcelilla heredada de sus padres al oportuno extranjero, privarla de un viejo concepto erróneo lastímala e irrita tanto que lo siente como un atentado contra la integridad de su Patria, dicha con mayúscula y arrobo agresivo.
5º) me quedaré en medio decálogo para que mis razones no se conviertan en ley suprema. La materia sobre la que me pedís un tratado exige ejemplos para ser bien entendida. Y ese es, para mí, el peor riesgo al que se expone el tratadista. Los ejemplos han de ser excelentes, rápidamente asimilables y sin dificultades de dicción ni de concepto: pocos y memorables. No se puede poner un mal ejemplo sin señalar sus faltas porque quienes te lean para aprender podrían tomar por modelo para imitar el mal que les ofreces, dada la posible autoridad tanto de quien lo cometió como tuya. Y jamás de los jamases debes escoger ejemplos de tus contemporáneos, sean amicísimos tuyos y estimados con general aplauso, sean colegas con los que cabría sospechar intercambio de favores, sea ese autor concreto que dicta modos y modas porque al realzarlo a él puedes errar en la prioridad de sus aportaciones y agraviar a muchos que quizá te estiman pero de los que sabes poco y mal o nada y pueden y tal vez deban, muy justamente, corresponderte con su menosprecio tomándote por un buldero.
‒A todo esto, ¿de qué trataría el tratado?
‒De qué iría a tratar
- ¡De Métrica!
Antonio Carvajal
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