Prosiguiendo con la anterior entrada dedicada al mundo de los felinos y el pensamiento y la literatura y la poesía, y para nuestra sección de Microensayos, traemos el post de nuestro filósofo y amigo Tomás Moreno que lleva por título: Poetas y gatos.
POETAS Y GATOS,
POR TOMAS MORENO
Si de los literatos y cuentista,
novelistas y dramaturgos pasamos a los poetas, la fascinación que este animal
enigmático y sigiloso predador ha ejercido, y ejerce, sobre muchos de ellos
queda evidenciada por los magníficos poemas que les ha inspirado a lo largo de
todos los tiempos y lugares. Víctor Hugo,
el sin par novelista y poeta francés, autor de Odas y baladas (1826) y de Los
Miserables (1862), llegó a escribir algo tan verosímil y plausible como que “Dios hizo el gato para ofrecer al
hombre el placer de acariciar un tigre”. Verosímil, porque efectivamente, Dios
--o la Naturaleza, sin entrar en disquisiciones teológico/metafísicas--, ha
hecho al tigre y al gato doméstico
familiares cercanos por su filogénesis y por su genoma (ADN), pues comparten un
95,6 % de mismo. Al parecer ambas especies se diferenciaron hace
aproximadamente 10, 8 millones de años (según la revista Nature Comunications del 19 sept. 2003). Plausible, porque ambos
son bellísimos ejemplares de la naturaleza (el de mayor y menor tamaño
respectivamente entre los felinos existentes, unas 40 especies) y ocasión para
que Baudelaire o Borges despierten su “vis” creadora ante la presencia de
cualquier miembro de esa distinguida y elegante familia biológica félida (felidae: de mamíferos placentarios del
orden Carnívora). Concluyamos este
introito acordando que el gato -----al
igual que el tigre--- se ha convertido, por otra parte, en un tópico, en un
referente literario tratado por infinidad de escritores, pensadores y poetas:
“Ven acércate más”, apercibe poéticamente el escritor mexicano José Emilio
Pacheco a su gato, “eres mi oportunidad, de acariciar al tigre y de citar a Baudelaire“.
John Keats, el gran poeta romántico
inglés de Endymión (1818) es el
primero de los convocados en esta reunión o tenida antológica sobre las
relaciones amistosas entre los poetas y los félidos domésticos. Es autor de una
oda llena de un intenso y melancólico humor inglés dedicada al gato de la
señora Reynolds (madre de su gran amigo, también poeta, J. H. Reynolds, que solía
asimismo escribir odas).El poema pleno de conocimiento y empatía tanto por el
gato, como por la señora, se publicó por vez aproximadamente unos diez años
después de su muerte. Se dice ---y no es una leyenda urbana, las fotografías lo
atestiguan--- que desde entonces gatos del cementerio romano guardan la tumba
del joven autor de Hyperión (1819),
fallecido en Roma de tuberculosis el 23 de Febrero de 1821, con solo 26 años. El poema dice así:
ODA AL GATO
¡Gato! Tú que has dejado atrás el gran climaterio,
¿a cuántos
ratones y ratas habrás destruido
en tus días?
¿Cuántos bocados habrás robado? Contempla
con esos lánguidos y brillantes
segmentos
verdes, aguza
esos oídos
aterciopelados
pero te ruego
que no me claves
esas uñas
latentes, y enaltece
tu suave
maullido para contarme todas tus refriegas
de peces y
ratones, y ratas y tiernos polluelos.
---No, no bajes
la mirada, no te lamas
las delicadas
muñecas---
pues a pesar de
tu resuello asmático,
y de que hayas
perdido
la punta de tu
cola, y que los puños
de numerosas
criadas te hayan
asestado
numerosos golpes,
tu pelo sigue
tan suave como el día
que penetraste de joven el muro defensivo armado
de trozos de
vidrio.
Charles Baudelaire, deslumbrante poeta
francés, romántico y simbolista, autor de Les
fleurs du mal (1857), dedicó
numerosos poemas a los gatos, tal vez por una inconsciente identificación con
la voluptuosidad y belleza de la especie felina, aureolada por una sensualidad
estetizante e inmersa en una soledad inmensa e hierática, que le llevará a
afirmar que “cuando los gatos sueñan, adoptan actitudes augustas de esfinges
reclinadas contra la soledad, y parecen dormidos en un sueño sin fin”. Ellos
representan símbolos exactos y aterradores de la condición existencial de un
hombre, como el propio poeta, asido a la vida y que, sin embargo, no quiso ni
pudo sustraerse a la certeza de ser como el gato, un ser extravagante y
marginado, un inadaptado, objeto de animadversión y escarnio. De él seleccionamos
dos poemas el primero, un soneto, tiene como título Los gatos, en plural, el segundo y singular se titula El gato, y en ambos el poeta con el
pincel de sus palabras nos entrega un retrato sumamente fidedigno de los rasgos
psicológicos y comportamentales que los caracteriza, sin obviar su enigmática
complejidad interior.
LOS
GATOS (LXVI)
Los amantes fervientes, los sabios
venerables,
Sienten, cuando maduros, igual
predilección
Por los gatos, orgullo de la casa, que
son
Como ellos sedentarios y al frío
vulnerables.
Amigos de la ciencia y la sensualidad,
Prefieren el silencio y las tinieblas
crueles.
Del Erebo serían los fúnebres corceles
Si su altivez cediese ante la majestad.
Cuando sueñan, adoptan las nobles
actitudes
De las grandes esfinges que en vastas
latitudes
Solitarias se pierden en un sueño
inmutable.
Mágicas chispas arden en sus grupas
tranquilas
Y partículas de oro, como arena
impalpable,
Alumbran vagamente sus místicas pupilas.
EL
GATO
Por mi cerebro se pasea
Como en su departamento
Un bello gato, fuerte y opulento.
Cuando maúlla se oye apenas,
su timbre es tierno y discreto,
Por más que su voz se calme o gruña
Es siempre rica y profunda.
He aquí su encanto y su secreto.
Wislaba Szymborska, la insigne poeta polaca, Premio Nobel de Literatura en
1996, en su Cracovia vital (no natal, pues nació en Prowent, cerca de Poznan en
1923), atenta como pocos al misterio y la magia de la cotidianidad, supo
describirnos con desenfado, humor y ternura las andanzas de un inquieto gato en
un piso vacío. La poeta polaca describe en este caso, de una manera sumamente
original e innovadora, los avatares a los que hubo de enfrentarse el gatito al fallecer
su dueño, mostrando no sólo la desorientación sentida por el minino ante la
ausencia del mismo, sino, sobre todo, la vinculación afectiva existente entre ambos y los sentimientos gatunos
–y también humanos-- de extrañamiento, dolor, tristeza y soledad que nos
invaden cuando alguien cercano no se encuentra ya con nosotros. Este es su
poema-relato del gatito doméstico y, repentinamente, huérfano.
UN
GATO EN UN PISO VACÍO
Morir, eso no se le hace a un gato
Porque qué puede hacer un gato
En un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
Y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
Pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se
enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
Pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el palto
Tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
Como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y
se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
Y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
Ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
De que eso no se le puede hacer a un
gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al
principio.
El
siguiente ejemplo pertenece a Natsume
Soseki escritor japonés y profesor de literatura inglesa, fallecido en
1916, a los 49 años, autor de la conocida novela satírica “Soy un gato”,
escrita entre 1905 y 1906, cuyo protagonista y narrador es un gato anónimo
convertido en sabio y perspicaz observador y crítico de la sociedad japonesa
conservadora de la época o de la Era Meiji (1818-1926) en transición hacia la
modernización occidental, a la que fustiga tratando de pasar por el tamiz tradicional modas, costumbres y formas de
pensar importadas de Occidente tratando de conciliar el progreso y modernidad con
el patrimonio cultural ancestral del pueblo y de la civilización nipona. Además
de padre de la literatura japonesa moderna fue un enamorado de los gatos hasta
el punto de llegar a utilizar como inscripción sepulcral de su gato doméstico
este conmovedor haiku, en el que es la ausencia del amado gato familiar la que
hace resaltar el vacío del corazón humano de N. Soseki desolado por su muerte:
YACE
AQUÍ ABAJO…
“Yace aquí abajo
todo un atardecer,
con posible tormenta.”
Seguiríamos,
largo y tendido, ilustrando con bellos poemas a los poetas admiradores de los
gatos --- y autores de reconocidos poemas sobre ellos---, como los
estadounidenses T. S. Eliot, Ezra Pound, Williams Carlos Williams, W. B. Yeats
y Lawrence Ferlinghetti, el francés Apollinaire o el portugués Fernando Pessoa,
autenticas “cimas” de la poesía occidental del siglo XX. Destaquemos sólo dos
de ellos, como ejemplo. En primer lugar, el caso del estadounidense-británico
Thomas Stearns Eliot, (nacido en Saint-Louis, Misuri, pero fallecido en Londres
en 1965), autor de “Tierra baldía” (1922) y de “Cuatro cuartetos” ( entre 1935
y 1942), que publicó en 1939 una colección de poemas, ¡quién lo iba a
imaginar!, sobre los gatos: “El libro de los gatos sensatos de la vieja
comadreja” (“Old Possum’s Book of Practical Cats”), entre los que destaca el
titulado “Ponerle nombre a un gato”,
largo y espléndido poema. Tras su muerte, Andrew Lloyd Weber adaptó la
colección de esa obra poética para el célebre musical “Catts”, estrenado en
Londres en 1981 y en Broadway en el año siguiente (Vid.
En
segundo lugar, nos referiremos al genial, extravagante y bohemio, y desgraciadamente
furibundo antisemita y seguidor de Mussolini, Ezra Pound, perteneciente a la
denominada “Generación perdida” y autor
de la inmortal y monumental obra de su vida “Cantos Pisanos” (The Cantos, circa 1917 y 1962). Según su
amigo, otro gran poeta, W. B. Yeats, que coincidió con él en Rapallo, en 1928, era un auténtico apasionado
por los gatos hasta el punto de obsequiar a los mininos que encontraba en los
callejones oscuros de la ciudad vaciando sus bolsillos de carne y de huesos.
Dedicó a los gatos numerosos poemas entre los que destaca su “Gato domesticado”,
que aparece en todas las antologías dedicadas a los gatos. Yeats señala que los
gatos pertenecían a las clases oprimidas y, en cierto modo, Ezra Pound se
comportaba al efecto como un auténtico revolucionario (Vid. Ezra
Pound, Antología, Visor, 1979).
Continuará
Tomás Moreno
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