Abundando con una nueva entrega sobre Como te iba diciendo (Cartas a cielo abierto), de nuestro amigo y profesor Manuel Vergara, para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: Baco Cabalgando un tigre. que seguro será de muy grato recibimiento.
BACO CABALGANDO UN TIGRE,
DE MANUEL VERGARA
Esta otra carta es del viajero
Nietzsche: Lo suyo es el dios griego de la ebriedad, Dionisos, el Baco de los
romanos, cabalgando un tigre. Hay preciosas versiones de este tema (mosaicos de
Delos; o de Pella: en éste cabalga un guepardo). Pero he preferido que conozcas
uno mucho más nuestro: “El don del vino”, del Museo Histórico Municipal de
Écija (gracias, Director).
En un formato enorme (¿doce metros?),
contiene -elegantísimos, como podrás ver-, todos los tópicos del tema; pero
hay, además (ángulo inferior derecho), unas tinajas idénticas a las que, -hasta
bien mediado el S.XX- hemos estado usando en nuestros lagares: no ya de barro
(aunque aún hay “vino de tinaja”), desde luego, sino de hormigón, hechas por
especialistas de Aguilar de la Frontera. Te parecerá un detalle menor, que por
lo demás, no vendría muy a cuento; pero no he podido resistirme ¡qué mundo nuestro,
la Bética!
En todo caso, lo “dionisíaco”
original del mito griego quedó muy atenuado, nos dicen, con este Baco de uso
puramente suntuario. En los salones de estas grandes casas romanas nunca se
viviría, probablemente, una salvaje bacanal de sexo y sangre como aquellas que
Roma -horrorizada-, tuvo que reprimir eliminando a centenares de “brujas”
alucinadas. Es Nietzsche el que se llevará el agua a su molino:
Si hemos de creer a Robert Graves: La guía principal de la fábula mística de
Dionisos es la difusión del cultivo de la viña por Europa, Asia, y el norte de
África (…) El triunfo de Dionisos consistió en que el vino sustituyó en todas
partes a las otras bebidas alcohólicas (“Los mitos griegos”).
Visto así, como un bello motivo
bucólico exento de dramatismo (caso de Écija), el triunfo báquico no tenía nada
de salvaje. Con todo, en el prólogo a la segunda edición, Graves matiza lo del “vino”:
La ambrosía del banquete de los dioses (en realidad reyes y reinas antiguos
mitificados, dice), sería algo mucho más fuerte: La amanita muscaria, el hongo
alucinógeno es lo que en realidad usarían para “colocarse” en los ritos de
Orfeo y Dionisos.
Con estas mimbres se teje la fábula mística -que rescata Nietzsche, ya hemos dicho-, de una divinidad premoral que con su ejército de sátiros y ménades renace ritualmente cada primavera con frenesí salvaje. Tanto que su antiquísimo culto no fue aceptado en muchas ciudades griegas hasta muy tarde, y no sin la oposición de ciertas divinidades -digamos “de orden” (Apolo, Hera, Perseo)-, que siguieron prefiriendo “sacrificios sobrios” (Ob. cit).
¿Lo sobrio o lo ebrio; en qué quedamos?
Esta es la cuestión: La reflexión de Nietzsche
viene a traducir toda tendencia al orden y a la moralidad de nuestra
civilización (el sobrio ideal ascético)…,
como síntoma de incapacidad para aceptar las cosas de la vida en su brutal e
inocente realidad: Esa moral es la respuesta vengativa -la impotencia resentida
de los débiles, viene a decir-, ante el horror y el dolor de la existencia.
Venganza: aversión de la voluntad contra el tiempo y su “fue” (Así habló Zaratustra) De ahí que los débiles quieran decretar
(corrompiendo así a los “pobres” fuertes), que esta existencia nuestra -pasajera-,
es un valle de lágrimas…, hasta la Vida eterna.
Pero, el hombre del futuro, el
superhombre, dice nuestro autor, pasará del horror a la alegría (La gran salud, la llama) cuando
comprenda que la vida no tiene por qué dar explicaciones. No hay respuestas para
ningún ¿por qué?: La Vida -unidad pletórica en su acopio salvaje
de poder-, se quiere y se perpetúa eternamente como es. Y el (super)-hombre tendrá
incluso que aprender a…querer hacia atrás,
amando hasta el fue del tiempo.
Nietzsche profetiza un hombre sin
horizonte en Dios (hasta ahora: su “Mar”, su “Sol”). Y no obstante -en la indiferencia de su inocencia-… pendiente
en sus sueños del lomo de un tigre. He aquí el invento contemporáneo: la “salvación”
conquistada. ¿Cómo? ¿Al precio de una conducta
intachable, a imagen de Sócrates? No, más fácil (es un decir): ¡No
poniéndole pegas a la Vida-Muerte!
Se quita de encima el más pesado fardo, quien ya está lo
bastante transformado por dentro (esa es la transvaloración,
que decía él) para atreverse a vivir
-¡sin nada a cambio!- el enorme instante
de la vida:
… ¿cómo tendrías que estar a bien contigo mismo y con la vida para no aspirar a nada más que a esta última, eterna confirmación y sanción? ("La gaya Ciencia").
Ese peculiar estar en un abrazo con el imperativo de la Vida es lo que, en ese preciso momento de su trayectoria poética, canta (imperativo), el muy nietzscheano-existencialismo de Rilke:
Quiere la transformación. Oh, entusiásmate por la
llama, (…)
Adelántate a toda despedida, como si la hubieras
dejado
atrás, como el invierno que se está marchando.
Pues bajo los inviernos hay uno tan infinitamente
invierno que, si lo pasas, tu corazón se sobrepondrá.
(…)
Sé, y sabe al mismo tiempo la condición del no-ser
el infinito fondo de tu íntima vibración
para que la lleves a cabo del todo, esta única vez.
(Sonetos a Orfeo II. 12 y 13)
¿Te das cuenta?: Se ha quitado un peso de encima quien haya trascendido -sobreponerse; eso es todo, decía Nietzsche-, el miedo a la condición del no-ser (el infinito invierno) y ya, feliz…, como una fuente se derrama (S. II, 12)
La inocencia de esta “santidad” atea contemporánea dice dormir tranquila porque, al parecer, contiene ya la muerte toda entera:
(…) Pero esto: contener tan
suavemente la muerte
la muerte entera, aun antes que
la vida
y no ser malo
es indescriptible.
(Rilke, Elegía IV)
¿Ha quedado claro lo que era cabalgar un tigre? Desde luego, no es celebrar honestamente las alegrías de la vida desde el lujo de tu casa romana de Écija (gente, seguro, de sacrificios sobrios). Sino llevar hasta el final el ideario ateo (prometeico), de la modernidad.
Toma ahora las ventajas materiales de la modernidad…, y sácate los excesos de exaltación y pose ideológica (el tigre): Caerás suavemente en la pos-modernidad (“nihilismo sin tragedia”); capaz de contener la muerte//y no ser malo…Pero, eso sí; puede que un poco más aburrido. Volveremos.
Manuel Vergara
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