La entrega cuarta de nuestra serie traída para la ocasión por nuestro amigo y profesor de filosofía, Manuel Vergara, para la sección de Pensamiento del blog Ancile, lleva por título: La pesadilla de Jean Paul Richter.
LA PESADILLA DE JEAN PAUL RICHTER,
POR MANUEL VERGARA
Si el maestro Platón te ha
aplatanado un poco, esta otra postal (La abadía en el robledal, de C.D.
Friedrich), va a resultarte muchísimo más dura. El texto es de un poeta
romántico alemán; y, aunque su publicación (últimos del S. XVIII) pasó
desapercibida; vertida al francés y, con muy malafollá -ahora te explico-, mutilada,
ha alimentado el imaginario ateo los últimos dos siglos. Un buen ejemplo de vergonzosa
manipulación.
Me apresuro a desmontar esa expresión tan malsonante: Viene de fuelle. Parece ser que los gitanos herreros del Sacromonte granadino llamaban así al aprendiz incapaz de mantener vivo el fuego de la fragua: ese tal era un “malafollá”. Juan Ramón Jiménez, -al fin y al cabo “animal con fondo de aire”- hubiera entendido la analogía, tanto como José Mercé cuando canta aquello de:
Abre la
ventana, que avive la mañana
el cuarto y la
cocina. Aire, aire,
aire pasa, aire
nuevo, aire fresco
“pa” la casa, aire,
aire, pasa, pasa
que tenga la
puerta abierta
la alegría de mi casa.
Pues
bien: esa mutilación que decíamos cortó en seco el aire al “Sueño” de Richter
cuyo propósito inicial era meter el miedo
en el cuerpo -dice-, a una caterva de “leídos profesorzuelos” (…entre ellos Goethe, que aborreció
ese cuadro); que, comprometidos con la
causa del ateísmo, terminarían por helar el corazón de Europa.
El autor, que había afrancesado su nombre como homenaje a Rousseau, aborrece más tarde los excesos del Siglo de las Luces: le había visto las orejas al lobo. El caso es que su poema en prosa, con la amputación de introducción y conclusión, perdió su carácter aleccionador (La osadía de esta ficción queda disculpada por el objetivo que persigue…), pasando a los lectores como lo que no era: El llamado Discurso de Cristo muerto desde lo alto del cosmos diciendo que no hay Dios –“cuyo propósito inicial era mostrar el vapor ponzoñoso que emana del sistema del ateísmo”-, fue convertido en magnífica pieza de propaganda atea.
La versión original de “El sueño…” comienza así:
Jean Paul Ritchter |
¡Jesús ¿es que no tenemos padre? Todos nosotros somos
huérfanos, ni Yo ni vosotros tenemos padre. Él mismo, el Gran Huérfano, decía:
Oh
Padre ¿Dónde está tu infinito pecho? Pero no hay Dios.
Con lo cual:
¡Qué sólo se encuentra uno en esta vasta cripta de universo!
Es decir: no sólo la Nada, rígida y muda, se ha adueñado de universo -desde ahora un caos, naturaleza caída, tempestad que nadie gobierna-, sino que la malafollá, en el sentido más literalmente granadino- cartesiano y horrorosamente solipsista, ha encapsulado al hombre:
Lo único que está a mi lado soy yo
¿Habrá formulado alguien mejor el horror
nihilista -en la soledad de su zulo particular- de la desdoblada conciencia
moderna? ¿Te explicas ahora por qué hay tanto “malditismo”? (Y no hablemos del
diván del psicoanalista)
Y, la consecuencia lógica:
Ay, ya que
cada uno es su propio padre y su propio creador ¡por qué no su propio ángel
exterminador! La
lógica…, lúcidamente autodestructiva.
Si quedan algunos que aún continúan creyendo,
les advierte el poeta:
Tal vez en este preciso instante está poniéndose vuestro Sol
La pesadilla: el ocaso de Dios: “El Sol” (resonancia platónica y copernicana) que se avecina.
De este ocaso -la “muerte de Dios”, convertida
en aurora radiante de la modernidad-,
partirá Nietzsche: ¡Por fin el hombre es creador de su propio destino! Y, en
este punto retrocede J. P. Richter, horrorizado por la orfandad. Un paso atrás
que va a ser interpretado (¡cómo no!) por la crítica moderna, como el repliegue
romántico en busca de la inocencia perdida; precio a pagar… por el avance de la
modernidad.
Esto es lo que han querido hacernos creer;
que:
Ningún Dios sobrevive a la sonrisa del ingenio (Ciorán)
Sonrisa que, desde Voltaire al último, se torna
mueca a ojos del que vive la pesadilla de un mundo asfixiado por los anillos de
la gigantesca serpiente de la Nada… “moderna”:
…y todo se volvía angosto, sombrío y medroso…Y fue en
ese instante cuando me desperté. Mi alma
lloró de alegría al poder adorar a Dios y, cuando me puse en pie, el Sol brillaba
a baja altura en el horizonte. Y entre el Cielo y la Tierra desplegaba sus
cortas alas un mundo perecedero pero alegre, que, igual que yo, vivía en
presencia del Padre infinito.
Final de la
pesadilla. Vuelve el aire.
Manuel Vergara
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