sábado, 2 de abril de 2022

LA PESADILLA DE JEAN PAUL RICHTER, POR MANUEL VERGARA

La entrega cuarta de nuestra serie traída para la ocasión por nuestro amigo y profesor de filosofía, Manuel Vergara, para la sección de Pensamiento del blog Ancile, lleva por título: La pesadilla de Jean Paul Richter.



LA PESADILLA DE JEAN PAUL RICHTER, 

POR MANUEL VERGARA


 




 

 Si el maestro Platón te ha aplatanado un poco, esta otra postal (La abadía en el robledal, de C.D. Friedrich), va a resultarte muchísimo más dura. El texto es de un poeta romántico alemán; y, aunque su publicación (últimos del S. XVIII) pasó desapercibida; vertida al francés y, con muy malafollá -ahora te explico-, mutilada, ha alimentado el imaginario ateo los últimos dos siglos. Un buen ejemplo de vergonzosa manipulación.

  Me apresuro a desmontar esa expresión tan malsonante: Viene de fuelle. Parece ser que los gitanos herreros del Sacromonte granadino llamaban así al aprendiz incapaz de mantener vivo el fuego de la fragua: ese tal era un “malafollá”. Juan Ramón Jiménez, -al fin y al cabo “animal con fondo de aire”- hubiera entendido la analogía, tanto como José  Mercé cuando canta aquello de:

                             Abre la ventana, que avive la mañana

                             el cuarto y la cocina. Aire, aire,

                             aire pasa, aire nuevo, aire fresco

                            “pa” la casa, aire, aire, pasa, pasa

                             que tenga la puerta abierta

                             la alegría de mi casa.

 

Pues bien: esa mutilación que decíamos cortó en seco el aire al “Sueño” de Richter cuyo propósito inicial era meter el miedo en el cuerpo -dice-, a una caterva de “leídos profesorzuelos(…entre ellos Goethe, que aborreció ese cuadro); que, comprometidos con la causa del ateísmo, terminarían por helar el corazón de Europa.


  El autor, que había afrancesado su nombre como homenaje a Rousseau, aborrece más tarde los excesos del Siglo de  las Luces: le había visto las orejas al lobo. El caso es que su poema en prosa, con la amputación de introducción y conclusión, perdió su carácter aleccionador (La osadía de esta ficción queda disculpada por el objetivo que persigue…), pasando a los lectores como lo que no era: El llamado Discurso de Cristo muerto desde lo alto del cosmos diciendo que no hay Dios –“cuyo propósito inicial era mostrar el vapor ponzoñoso que emana del sistema del ateísmo”-, fue convertido en magnífica pieza de propaganda atea.

   La versión original de “El sueño…” comienza así:

Jean Paul Ritchter
  Un atardecer de verano me hallaba yo tendido en un monte de cara al Sol y me quedé dormido. Entonces soñé que me despertaba en un camposanto…En la iglesia del cementerio ve bajar hasta el altar una noble figura en la que se advertía un dolor inextinguible, Y todos los muertos gritaban: Cristo, ¿es que no hay Dios? Y él respondía: No lo hay (…)  Y Cristo continuaba, llorando a lágrima viva, hablándoles de orfandad a los niños muertos, que preguntan:

¡Jesús ¿es que no tenemos padre? Todos nosotros somos huérfanos, ni Yo ni vosotros tenemos padre. Él mismo, el Gran Huérfano, decía:

             Oh Padre ¿Dónde está tu infinito pecho? Pero no hay Dios.

    Con lo cual:

     ¡Qué sólo se encuentra uno en esta vasta cripta de universo!

  Es decir: no sólo la Nada, rígida y muda, se ha adueñado de universo -desde ahora un caos, naturaleza caída, tempestad que nadie gobierna-, sino que la malafollá, en el sentido más literalmente granadino- cartesiano y horrorosamente solipsista, ha encapsulado al hombre:

                 Lo único que está a mi lado soy yo

 ¿Habrá formulado alguien mejor el horror nihilista -en la soledad de su zulo particular- de la desdoblada conciencia moderna? ¿Te explicas ahora por qué hay tanto “malditismo”? (Y no hablemos del diván del psicoanalista)

 Y, la consecuencia lógica:

  Ay, ya que cada uno es su propio padre y su propio creador ¡por qué no su propio ángel exterminador! La lógica…, lúcidamente autodestructiva.

  Si quedan algunos que aún continúan creyendo, les advierte el poeta:

                  Tal vez en este preciso instante está poniéndose vuestro Sol

     La pesadilla: el ocaso de Dios: “El Sol” (resonancia platónica y copernicana) que se avecina.

  De este ocaso -la “muerte de Dios”, convertida en aurora radiante de la modernidad-, partirá Nietzsche: ¡Por fin el hombre es creador de su propio destino! Y, en este punto retrocede J. P. Richter, horrorizado por la orfandad. Un paso atrás que va a ser interpretado (¡cómo no!) por la crítica moderna, como el repliegue romántico en busca de la inocencia perdida; precio a pagar… por el avance de la modernidad.

  Esto es lo que han querido hacernos creer; que:

          Ningún Dios sobrevive a la sonrisa del ingenio (Ciorán)

  Sonrisa que, desde Voltaire al último, se torna mueca a ojos del que vive la pesadilla de un mundo asfixiado por los anillos de la gigantesca serpiente de la Nada… “moderna”:

…y todo se volvía angosto, sombrío y medroso…Y fue en ese instante  cuando me desperté. Mi alma lloró de alegría al poder adorar a Dios y, cuando me puse en pie, el Sol brillaba a baja altura en el horizonte. Y entre el Cielo y la Tierra desplegaba sus cortas alas un mundo perecedero pero alegre, que, igual que yo, vivía en presencia del Padre infinito.

   Final de la pesadilla. Vuelve el aire.



Manuel Vergara





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