Bajo el título: Dormir, traemos para la sección de Narrativa del blog Ancile, un nuevo post de nuestro querido amigo y colaborador Pastor Aguiar.
DORMIR
Uno necesita dormir. No sé si Adán y Eva habrán dormido antes de pecar.
Puedo imaginar que si no fuera imprescindible dormir, dispondríamos de treinta
años más de vigilia. Al menos yo, creo que no me aburriría. Pero el caso es que
si uno no duerme, de seguro estira la pata.
En mi caso, que trabajo de noche en un laboratorio de sueño, el reloj
biológico se me ha jodido. Hay semanas en que descanso un solo día. Cuando
llego a casa después de la jornada nocturna, voy a la cama y duermo apenas
cuatro horas.
Hoy he descansado, así que me propongo dormir ocho o nueve horas. Es
imprescindible que lo haga si no quiero terminar como muchos de esos pacientes
que atiendo, con un rosario de achaques y una lista interminable de drogas.
Son las diez de la noche, la oscuridad es maciza. No tengo sueño, ya que a
esta hora habitualmente estoy colocando sensores en alguna cabeza, o tomando
notas mientras observo los monitores por donde corren las gráficas.
No importa, cierro los ojos para encarcelar una porción de oscuridad, nadar
en ella hasta el fondo y quién sabe si asomarme a otros mundos, gente de la
universidad, la finca, yo mismo a caballo.
Me recuesto sobre el lado derecho, con dos almohadas para que la cabeza
quede al hilo con la columna vertebral. Esta es mi posición preferida, en la
que respiro mejor por eso del tabique nasal desviado. Del otro lado respiro con
la boca abierta y se me reseca hasta el esófago, sin contarles las pesadillas,
casi siempre precipicios, alguien estrangulándome, y a veces un grito interminable
que alarma al vecindario. Pensarán en orgasmos despampanantes ¡qué descaro!
Trato de acompasar la respiración, un rato después de haber estado pensando
en aquella laguna donde pescaba jicoteas a prima noche, y la escuelita primaria
que antes fue casa de mis abuelos… cada mata de la arboleda, más allá la finca
de Ernesto Pérez.
Para armonizar la respiración acudo a la técnica del so-ham, que aprendí en
un libro de yoga. Sooo prolongado hacia adentro, hamm hacia afuera, así me
aburro y se supone que me duerma. Lo malo es que no puedo evitar una especie de
curiosidad asustadiza por el instante de pasar al otro lado, ese momento
brumoso de la conciencia, como apretar un interruptor para crear la sombra en
el mismo corazón de estas sombras.
Llevo un buen rato así, pero la noche es larga. No habrá pasado una hora.
Dentro del arco que forma el brazo derecho (El otro está a lo largo sobre mi
esqueleto) cabe el terraplén por donde pedaleaba hasta la represa que
llamábamos Trinidad. Por allí ando, ya cerca de sus aguas invisibles. Dejo la
bicicleta oculta en un cañaveral, atravieso cercas de potreros, recojo unas
guayabas y abro la mochila para preparar los anzuelos. Un pájaro grandísimo sale
de no sé dónde y al rato picotea en la luna; pero no me duermo, y el hombro
comienza a dolerme, claro, deben haber pasado dos horas y se supone que debo
voltearme sobre el lado izquierdo, el de abrir la boca, ahora sí que me va a
ser difícil.
Coño, la vejiga, no debí haber tomado tanta leche. Mi abuela decía que un
vaso de leche tibia ayudaba a dormir. Me tomé medio litro, fría para colmo,
estaba tan sabrosa, buena contra la acidez: carne asada, vino rojo. ¿Qué hora
será? Bueno, no tengo otro remedio que ir al baño. No encenderé la luz para que
la melatonina no se altere. La melatonina dicen que es fundamental en el
proceso del sueño. Ya me sé los recovecos del viaje al inodoro.
Ya regresé del baño, total, apenas unas gotas de orina en candela, los
nervios, la próstata, ahora el lado izquierdo y esas pesadillas. Vamos a ver si
no me entran a tiros o me patean atado sobre el diente de perro a orillas del
mar. Mi mujer ni se enteró. Entre ella y mi cuerpo hay una gata que se
entretiene lamiéndose. Escucho los lengüetazos, debe estar regando pelos hasta
mi nariz… abro la boca.
arroz. No me gusta fajarme, me da miedo, así que le apunté bien a la barbilla para que acabara pronto, aplausos.
María la loca pasa encuera al galope. Mira tú, qué ridiculez, con sus
noventa años y más de doscientas libras, y el cura detrás… padre nuestro que
estás en los cielos. Rezar podría ayudarme, pero habitualmente rezo en la
mañana; mejor imagino que voy cantando aquellos corridos mejicanos. Miguel
Aceves Mejías, el corsario negro; digo, el charro. Lo del corsario se me
atraviesa desde las novelas de Salgari. Voy recontando novelas que leí, Los
Miserables, el dédalo de los desagües de París.
Ya es hora de que vuelva a la derecha, menos mal. ¿Y si fuera a mirar
alguna serie en la computadora? Quién iba a imaginarse una computadora allá en
el batey, donde había apenas par de radios enormes y escuchábamos novelas a la
una de la tarde, Leonardo Moncada, Los Tres Villalobos, ja ja.
¿Cómo se atraviesa una noche así? ¿Dónde se logra atrapar un sueñecito? Me
va a suceder como casi siempre, que al amanecer, cuando quisiera levantarme
para disfrutar las primeras luces, me quedo al fin dormido, igual que cuando
paso las noches trabajando en el laboratorio.
Pastor Aguiar
Muchas gracias querido amigo y maestro. Hay mucho de realidaad vivida en esa narración, esa lucha casi catastrófica contra el desvelo. La imagen que pones hasta se parece al que lleva mi nombre. Abrazos siempre.
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