sábado, 22 de octubre de 2022

SILBOS DE SELVAS, POR ANTONIO CARVAJAL

 Celebramos con gozo la nueva entrada para la sección de Extractos críticos del blog Ancile, se trata de otra bellísima aportación y espléndido hallazgo del poeta y profesor (y muy querido amigo) Antonio Carvajal, esta vez bajo el título de Silbo de Selvas.


SILBOS DE SELVAS



 




Querido Francisco Acuyo, extasiado leía Flores y jardines en la poesía del Siglo de Oro, tanto por su elegante decir como por la erudición fertilísima con que nuestro admirado Antonio Carreira nos instruye y deleita, cuando en la segunda línea de la página 14 me asaltó una duda: qué pinta aquí esta selva que me estropea el cuadro? Enumera Lope de Vega frutos, colma con ellos tres estrofas, lujosos azafates que por el oído engolosinan la vista, el tacto, el paladar y el olfato, y en los tres versos últimos, se lee:

                                    y crece sin honor la higuera incierta,

el prudente moral, la selva enjuta,

pálida oliva, ya licor, ya fruta. 

    

Frutos del sorbus aucuparia
Sospeché que fuera errata, que donde pone selva sea serba; busqué las ediciones de 1621 y 1776 que cita Carreira: ganas de perder el tiempo sabiendo lo pulcro y minucioso que es en todo. Pero me quedaba un regomeyo (que me sigue) y me fui al Diccionario de autoridades, no del todo en vano pues me ahorré el salto al Covarrubias. Y me puse a brujulear por la Biblioteca Digital Hispana y, oh maravilla, encontré el Diccionario castellano : con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas, francesa, latina é italiana, por Esteban de Terreros y Pando (jesuita expulso) donde la selva, que no me parece metáfora adecuada para un olivar (ni siquiera en aposición, y aún me
perturba verla calificada de enjuta) se me hacía toda luz:  SELVA, llaman en algunas partes al serbal, árbol, y á su fruta. V. Serbal, y Serba. Ahora, si don Antonio Carreira me da su aprobación, podré ufanarme de haber aportado una menudencia al mejor entendimiento de Lope de Vega.

Mi brujuleo por la biblioteca me hizo mirar bastantes diccionarios y algunas ortografías. De estas ya he dado aviso sobre la Ortografía racional, al alcance de quien curiosee en la Biblioteca Digital Hispánica. Y del huroneo por los diccionarios traigo esta perla doble, peregrina donde las haya, ensartada en el hilo de mis frutas:

SERBA. s. f. Especie de pera sylvestre, de color pardo, que tira a roxo, sumamente aspera al gusto, hasta que se suavizan, y mudan después de cortadas del árbol con el mucho tiempo. Viene del Latino Sorbum, que significa lo mismo; aunque algunos con Covarr[ubias]. quieren venga del Latino Servare, porque se guarda para comer, y en este caso debía escribirse con v. Lat. Sorbum. LAG[UNA] Diosc[orides]. lib. I. cap. 46. Son constrictivas las serbas, y quasi tienen la misma virtud que las nésperas. B. ARGENS[OLA]. Rim. pl.z66.

 

Las serbas imitadas de varones,

que en sus patrias son ásperos, y rudos, 

hasta que a luengas tierras los traspones.  

 

SERBAL. s. m. Arbol especie de peral sylvestre, cuyo tronco es derecho, y largo , y sus ramas tiran a lo alto: sus hojas son parecidas a las del fresno ; aunque algo mas estrechas, y recortadas al rededor. Su corteza es áspera, y blanquecina: la raíz es gruessa, dura, y que profundiza mucho : su flor es blanca, arroja en unos como racimos el fruto, que llaman serba. Hai macho, y hembra, los que se diferencian en la figura del fruto; aunque no en la substancia dél. Suelen cultivarlos, con lo que se hace el fruto mas crecido; pero siempre áspero, hasta que le madúra el tiempo largo, y entonces tiene el sabor de vino. En algunas partes le llaman Serbo. Lat. Serbus. 

Serbal de los cazadores
Qué lejano tengo el sabor de las serbas. Un serbo (nunca dijimos serbal) plantó mi padre en la huerta de la calle Tínar y así aprendí a esperar la madurez de los frutos. A mi tío Miguel Rivera, que vivía en Peligros, se le pegó el habla de allí y decía selba. Luego alguna vez las compré en la plaza del Campillo, el día de la Virgen (pronúnciese vīĕ˜; se celebra aún el último domingo de setiembre), llevadas de Beas de Granada y no me supieron lo mismo. Cada día menos estimadas y, por ende, más desconocidas, tienen la gloria de figurar en el zurrón de Polifemo, puestas por don Luis de Góngora, algo así pero más como si las hubiera pregonado fray Luis de Granada y pintado Zurbarán. Oh feliz fruto, antes paladeado y dicho que cultamente ilustrado si leído.

No puedo caer en la petulancia academicista de llamar serendipias a las chiripas por las que encontré más de un libro con que alegro los ocios de mi senectud. Fortunate senex, saludó Melibeo a Títiro en la primera pastoral de Virgilio. Así quiero que me llamen de hoy más en los años venturos.

 

Antonio Carvajal    

 




 


 

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