jueves, 27 de octubre de 2022

"DE PAN VIVE EL HOMBRE" Y "LA SANTA", DOS CUENTOS TERESIANOS, DE FRANCISCO SILVERA

 Para nuestra sección del blog Ancile de Narrativa, y deleite de la buena literatura, traemos dos cuentos (teresianos) de nuestro querido amigo y excelente narrador y poeta Francisco Silvera. Llevan por título: ...De pan vive el hombre y la La Santa.



"DE PAN VIVE EL HOMBRE" Y "LA SANTA",

 DOS CUENTOS TERESIANOS, DE FRANCISCO SILVERA


De pan vive el hombre y la La Santa. Francisco Silvera



                                                            DE PAN VIVE EL HOMBRE 

 

A Luis Miguel Godoy

 

 

Guadalberto Román Vicario cogió el manuscrito con sus guantes, temblando por la emoción. Ese trozo de pasta vegetal una vez fue apoyo para la mano de la Santa; en él su estilo labró la celulosa inundando las acanaladuras de tinta, entonces negra y hoy un ocre sanguinolento formando parte ya del papel. Acercó el rostro inundado de incredulidad, no por una falta de la fe sino por lo extraño y singular de poder tocar realmente algo que había sido, casi, la prolongación del cuerpo sagrado de su adorada. Miró la signatura, “Autógrafo 262-210” y bebió su voluptuosa grafía, trazo curveante lleno de circunvoluciones elevando esferas celestes desde las planicies algodonosas, serpentinas líneas desbrozándose en idioma maravilla, y Guadalberto atisbó “el espíritu santo gie / a.v.m. y le de luz y su virgê le aco^pañe yo le / digo q^ creo a de ser menester aprovecharse de los menos culpados” y se sintió santa él mismo hasta el dolor de pecho transverberado, penetradas las palmas y la frente taladrada, percibió el olor craso del manuscrito y sintió su costado abrirse manando sueros, se echó a un lado el hábito y mordió un gran bocado a la esquina del documento, mientras entraba la guarda asombrada y estremecida y descojonada no sólo...


De pan vive el hombre y la La Santa. Francisco Silvera
Carta de Santa Teresa de Jesús




LA SANTA

 

 

“Aquí veo el mal que nos causa el pecado,

pues así nos sujetó a no hacer lo que queremos

de estar siempre ocupados en Dios”

(Teresa de Jesús,

Libro de la Vida, XVII, 5)

 

 

 

 

1


Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: vía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla. Quiso mostrarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no le podía yo encarecer. Eran manos dulces, como de aire los dedos y tan blancas que si los ojos en vez del alma las hubieran visto: habrían de haber muerto quemados. Pero no fue la única esa alba de carne; el ángel mostróme su torso, sus piernas bellas desnudas, su cuerpo entero y, finalmente, su rostro privado para todos, que me anegaba de gloria y de un gusto tan querido como el agua para quien se consume de sed. Al momento, por voluntad de la divinidad, quedé desnuda y mi carne languidecía por la presencia del mensajero. Habría sentido vergüenza de no saber que no habría de pasar nada que no quisiese Dios para mí. El ángel de Dios me atravesó con un dardo que parecía en la punta tener algo de fuego, éste semejaba meter por el corazón algunas veces, y me dejaba toda abrasada de amor en un requiebro tan suave que, suplico yo a su bondad, lo dé a gustar a quien pensare que yo miento. Y el dolor de entraña era solaz del alma, y queriendo evitar el uno se dolía la otra, y queriendo parar suplicio de espíritu crujíame la carne con aquellos quejidos sutiles suspendidos entre el padecer y el descansar. Y ahí me ahogaba entre dulzuras, gustando la más sabrosa paz que lengua ninguna paladeara jamás.


2


Miró por última vez a su hija. Se la llevaban. Y sintió un dolor profundo, porque la hija había dejado todo antes de vivir... tan joven. Miró por última vez su cara y creyó percibir en ella una esquirla de felicidad, un sesgo de alegría que no podía ser. Olía a rosas, olía a dulce, olía como a fruta cogida en sazón, la muchacha dejaba un rastro de flor levantada en la frescura del rocío. No podía llorar. El corazón le palpitaba violento contra el pecho. Sus momentos últimos le habían desconcertado; porque gimió como del placer que no conocía, esbozó una sonrisa leve y después se dejó caer con su peso en el lecho expirando como quien acaba el esfuerzo de... ¿Era posible? No quería pensarlo, pero ¿era posible? “Esto sólo concierne a la divinidad”, se dijo; la habitación quedó en absoluto silencio y transcurrieron unos instantes largos. Alguien dijo: “Ha pasado un ángel”.

 



Francisco Silvera



De pan vive el hombre y la La Santa. Francisco Silvera


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