Para la sección de Extractos críticos del blog Ancile, traigo en varias entregas el post titulado: Sobre la individualidad poética 1.
SOBRE LA INDIVIDUALIDAD POÉTICA 1
PERMITIDME
licencia para comenzar mi exposición trayendo el poema bellísimo y de largo
aliento, Criaturas en la aurora, de Vicente Aleixandre, pero que creo
que merece su lectura. Y esto porque fue que, tras su contemplación tuvieron
lugar estas y otras reflexiones que propongo en mi trabajo y en esta exposición. Me pareció este poema, entre otras muy variadas
consideraciones, un canto a la individualidad universal de las criaturas, que
es, por mor de su interrelación, una suerte de anima mundi que, desde
luego, estremece a través de la lectura de sus versos.
CRIATURAS EN LA AURORA
Vosotros conocisteis la
generosa luz de la inocencia.
Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
Bebisteis ese cristalino fulgor,
que con una mano purísima
dice adiós a los hombres detrás de la fantástica
presencia montañosa.
Bajo el azul naciente,
entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,
que vencían a fuerza de —candor a la noche,
amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi húmeda
se desgarraba virginalmente para amaros,
desnuda, pura, inviolada.
Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,
donde la hierba apacible ha recibido eternamente
el beso instantáneo de la
luna.
Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido
que se siente inefable más allá de su misma apariencia.
La música de los ríos, la quietud de las alas,
esas plumas que todavía con el recuerdo del día
se plegaron para el amor
como para el sueño,
entonaban su quietísimo éxtasis
bajo el mágico soplo de la luz,
luna ferviente que aparecida en el cielo
parece ignorar su efímero destino transparente.
La melancólica inclinación de los montes
no significaba el arrepentimiento terreno
ante la inevitable mutación de las horas:
era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo
que ofrecía su curva como un seno hechizado.
Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,
la luz, el calor, el sondear lentísimo
de los rayos celestes que adivinaban las formas,
que palpaban tiernamente las laderas, los valles,
los ríos con su ya casi brillante espada solar,
acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez tan íntima,
la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.
Allí nacían cada mañana los pájaros,
sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.
Las lenguas de la inocencia no decían palabras:
entre las ramas de los altos álamos blancos
sonaban casi también vegetales, como el soplo en las frondas.
¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!
Las flores salpicadas, las apenas brillantes florcillas del soto,
eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.
Yo os vi, os presentí, cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies, insensibles al beso.
¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas
brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.
Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos
dorados, recientes, de la vida,
del sol, del amor, del silencio bellísimo.
No había lluvia, pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cabellos sentían su hechicera presencia,
mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba magia de plumas.
No, no es ahora, cuando la noche va cayendo,
también con la misma dulzura pero con un levísimo
vapor de ceniza,
cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.
Lejos están las inmarchitas horas matinales,
imagen feliz de la aurora impaciente,
tierno nacimiento de la dicha en los labios,
en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.
El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.
Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.
Vicente Aleixandre
Bajo el título general: La poesía en el espejo posmoderno: Poesía, carne del
mundo, el valor del individuo en los estudios culturales en la actualidad,
quise hacer una semblanza del individuo en el ámbito de los estudios culturales
bajo el signo de la modernidad y sobre todo del criticismo posmodernidad; así
lo hice en una doble vertiente: por un lado, a través de una visión o manera
genérica, abarcando este pensamiento y su ideología, y por otro, de manera más
singular, centrándome en la poesía como plataforma de expresión personal,
subjetiva, por excelencia. En cualquier caso, es bien cierto que siempre vi en
el denominado posmodernismo una suerte de peculiar espejo deformante de la
misma modernidad, cuyo reflejo se me ofrecía con las imágenes desproporcionadas,
desfiguradas de aquello mismo que pretendía reflejar con parcialidad y
proporción. Donde los valores incondicionales y determinantes de nuestra
filosofía y ciencia que alcanzan lo duradero, lo incondicionado y verdadero, se
ponen en tela de juicio negando el mismo espíritu en que se revelan ligados al
individuo,[1] y donde
la gran poesía tuvo un papel harto relevante, desde Hesíodo, Eurípides, hasta
el Virgilio de las Églogas, donde tuvo a bien transformarse el mundo griego en
el europeo.
Seguiremos indagando en próximo post sobre este asunto inspirado en aquellos versos.
Francisco Acuyo
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