Siguiendo con el post intitulado Sobre la individualidad poética, ofrecemos su segunda entrada, y todo para la sección Extractos críticos, del blog Ancile.
SOBRE LA INDIVIDUALIDAD POÉTICA 2
Si es cierto que uno capta lo que es
absurdo antes de conocer aquello que no lo es[1], acaso
no podemos dar por sentado en el discurso posmoderno, que se dice persigue con
claridad el fin de lo social alienante sobre lo necesario individual; cuestionamos
nosotros los principios sobre los que pretenden asentar su crítica, por eso
decía al inicio de este tratado: Cuando hablo y pongo en cuestión a la
persona, al individuo, no hago sino invocar, no tanto el recuerdo, sino la
realidad propios del relato (que no metarrelato) de lo que sea el ser mismo.
¿Es con esta precisión e intención ontológica como plantea y vindica la
individualidad el juicio posmoderno? Más más adelante añadía: No sé, si en su
afán de emancipación de la humanidad se pierden en exquisiteces intelectuales e
ideológicas, de las que pudieren ser versados y hábiles tejedores
(tergiversadores), pero, a mi juicio, olvidaron en el fondo que aquella
humanidad está conformada por la inquietud existencial de sus individuos en
cualquier época.
Así las cosas, verán que en esta exposición no
hago sino cuestionar posicionamientos que acaso, en el devenir cultural de la
posmodernidad, encuentran mi personal y humilde duda y objeción, aunque, como
expresaba en el anterior trabajo mencionado: No es esta exposición un
combate teórico a ultranza contra la conjetura posmoderna, sea más bien, acaso,
un simple encuentro, en modo alguno aborrecible diatriba. Así, digo que, en lo
que el ideólogo posmoderno quizá no pone énfasis suficiente será en el valor de verdad que reside en todo individuo. La
noción pues, de individuo, es fundamental (pues ella encierra la dignitas) para
el consecuente respeto hacia cada ser humano, cuya idiosincrática humana
individualidad, supone una verdad incuestionable.
El ethos o valor moral innegociable de aquel dignus que es propio de cada uno, se dice que es siempre inestimable. La acción de dignificar (dignificare) equitativamente a cualquier persona es fundamento básico de cualquier reconocimiento a todo hombre, el cual, a su vez, será dignatario de ese principio básico de reconocimiento, por lo que nos parece franca y extraña contradicción que, de la doctrina posmoderna, se extraiga una verdad que pueda pasar por una excrecencia especulativa, y l
a quieran echar con las cosas sobrantes (si toda verdad es cuestionada) y que no pasan de formar parte de un detrito informe solo digno del olvido. Y terminaría añadiendo una nueva interrogante: ¿dónde quedó aquel concepto de la filosofía y la ciencia griegos que tiende hacia valores incondicionales que aprehenden y pretenden la verdad?
El exilio sometido a conceptos como el de espíritu,
basado y ligado al individuo, decíamos, es algo a día de hoy, parece que
insostenible, ante todo porque este espíritu individual se manifiesta por el
hecho de ser en el devenir histórico del mundo. Pero es evidente que este
examen de lo histórico no es y no puede suponer una relativización de los
valores. No podemos ni debemos rechazar la conquista del espíritu (individual),
aunque sea solo como bien cultural, que desde luego no es poco.
Continuaba considerando que: Si todo lo que atenta
contra la dignidad humana es intolerable por indigno, cabría reflexionar, si en
la actualidad, más allá del pensamiento moderno y posmoderno,
aquella Oratio de hominis dignitate[2]
de Pico de la Mirandola, tiene alguna vigencia, sobre todo ante las continuas y
grandilocuentes referencias a la Declaración Universal de Derechos
Humanos. Lo que resulta más chocante es que, desde estas doctrinas críticas
hacia la modernidad ni siquiera se haya planteado con contundencia, que es el
individuo quien pone esta cuestión de la dignidad desde la perspectiva personal
más básica: todo se fía a una virtual humanidad que parece dejar de serlo por
culpa de los evidentes excesos tecnológicos de la modernidad, y cuando
deberíamos saber, recordando la sentencia de Shakespeare, que “el fin corona
todo, y ese viejo arbitro común del universo, el Tiempo, acabará con todo un
día”.[3]
Creo, en fin, observar, no obstante, de sus críticas, una
cierta falta de respeto a lo más hondo de la humanidad individual, que es su
ser más íntimo, y que esta irrespetuosidad tiene un influjo realmente nocivo, cuando
proviene del centro mismo de la vida pública y de sus responsables ejecutores
en cargos de la vida política. Sin embargo, estos políticos buscan albergue en
lo relativo de cualquier verdad, para justificar así mismo cualquier extravío y
desvarío de los que estamos acostumbrados a ver que acometen sin ningún pudor
hacia la vida pública y personal.
Vierten aquella insidiosa sugestión (Glusckman) que
cuestiona la misma verdad para ofrecerla como un sin sentido o una quimera
irrealizable.[4]
Por eso también decía que, en forma de interrogante: ¿cómo es que se falta
el respeto de manera tan evidente a sí mismo el ser humano en la actualidad, si
ni siquiera se tiene en cuenta la primordial individualidad y no se lee con
atenta detención su ser existencial?
Acaso deberíamos afrontar esta interrogante dirigiendo
nuestra mirada hacia aquellos hombres ejemplares que debieran ser modelo para
cualquiera que pretenda respetarse a sí mismo, y plantearse si hay alguno en lo
más prominente de la vida pública entre nosotros. Parece, a primera vista, que
no es nada fácil de encontrar un sujeto con esas características en este ámbito
social de responsabilidad política, y por tanto pública. Si, pongamos que los
mandatarios, modernos y posmodernos, no se respetan a sí mismos poniendo en
contradicción continua el valor de su misma palabra (es tristemente constatable
que nuestros próceres políticos mienten más que respiran con todo desparpajo y
sin vergüenza alguna), ¿dónde hemos de mirarnos, no ya como sociedad, sino como
individuo particular para ser coherente con aquella dignitas latina, y no
digamos con el ethos griego?
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