Ponemos punto y final a la serie de post intitulados Sobre la individualidad poética, con su tercera entrega, para la sección de Extractos críticos del blog Ancile.
SOBRE LA INDIVIDUALIDAD POÉTICA 3
Aquel reflejo moral del mundo sustentado por el logos para
llegar al ethos requiere un propósito justo para sí, que sólo puede
alcanzarse mediante la dignidad de ser individuo digno de respeto.
Reflexionaba, insisto, en aquella exposición, que la
aspiración de aquel ethos era (y es), sin duda, el impedimento
de la destrucción personal (y por ende social), por lo que sigue pareciéndonos
igual de indiscutible ahora que entonces, y que esa ética ha de estar basada en
la excelencia humana (areté) que indaga en la justicia, en la verdad y
el bien, y que precisa de la aspiración sincera a la bondad, pero, ¿dónde ha
quedado en nuestros días aciagos esta fundamental aspiración?
Pero lo cierto es que vivimos la era de la postverdad
(posmodernidad), que lo pone todo crudamente en entredicho, y la socialización
de aquellas obras que deben ser verdad para todos pierden la esperanza de su
autenticidad, que no es otra que la que aspira la anthrópeia
philosophía (filosofía de las cosas humanas) y que atañe, insisto,
inevitablemente a cada individuo.
No hace falta mucha imaginación para percibir hasta
qué punto es disparatado el mundo de los conceptos y del lenguaje en nuestra
época, y lo imposible que puede ser desarrollar un proyecto ético genuino, si
se pretende recusar los antiguos e indispensables parámetros ético-filosóficos,
y cómo, incluso, una de las manifestaciones del arte (literario) más antiguo y
genuino, cual es la poesía, acaba diluyendo sus principios más básicos de
construcción, expresión y entendimiento en la nanidad de nuestros días,
si hemos de dar la razón a los censores cínicos, inclinados al rechazo irreflexivo
de la indagación e invectiva de lo auténtico.
Debemos, pues, reconocer que el antidualismo característico del pensamiento
posmoderno llevó, sin embargo, a los otros que querían rescatar de la
postergación y la inadvertencia, al olvido de su ser individual, donde los
marginados y oprimidos son también producto descuidado de su ser común, que no
es otro que el individuo.
Su atención obsesiva al cuestionamiento
textual y el giro lingüístico exacerbado, me pregunto, si no les hace obviar
las manifestaciones más genuinas del lenguaje como es la poesía, donde se
enfrenta singularmente la realidad de dicho lenguaje común, con otra más
profunda y conectada con lo que muy bien pudiese considerarse como lo más
universal de todo individuo: su ser como algo que pudiera o, al menos debiera
ser duradero, verdadero y manifiesto en su personalidad en cualquier hora y
lugar.
Es así que el poema, cada poema es una realidad sujeta al poeta y, por supuesto, a quien lo lee, saborea y suscribe en su personal exégesis, pues uno y otro no son sino un individuo, acaso el mismo. Puede una verdad cuestionarse, pero no la universalidad de esta anclada en la diversidad de cada persona individual, máxime si está rememorando que la totalidad de lo que somos como humanidad es algo gracias a esa individualidad que persigue la verdad del ethos y la inviste de dignidad (dignitas, decíamos) para cada ser humano.
Cabe preguntarse si otra de las
singulares características, acaso más perniciosas de esta intelectualidad
posmoderna, ha sido su apego al materialismo más irracional, a veces,
recalcitrante (así lo dejaron manifiesto algunas de las mentes críticas de dicha
posmodernidad). No deja de resultar curioso que esto suceda cuando, a través de
los descubrimientos y reflexiones extraídos de la misma ciencia (física
cuántica, relatividad, teoría del caos…) se muestra que dichas presunciones
absolutas (como lo fue el tiempo y el espacio, por ejemplo) no han servido de
gran cosa para acercarse a la realidad, ya que se ofrecen como principios y
patrones positivos materialistas, cuyo dogma de fe generalmente admitido, ¡es una realidad científicamente indemostrable!
que ha impedido e impide ir un paso si quiera más allá con el que mostrar sus
inevitables límites, y con ellos, que en realidad, no sabemos todavía con
certeza cosas fundamentales que presumíamos sabidas, sirva como ejemplo: qué es
y de dónde viene la misma materia.
Si hacemos una reflexión breve sobre los
principios básicos de la intelectualidad posmoderna, no dejamos de recabar una
vez tras otra información básica de sus evidentes deficiencias ; sirva de
ejemplo: el escepticismo hacia las teorías universalizadoras (Lyotard) se
centra en la supuesta alienación tecnológica, pero nunca sobre lo esencial de
esa enajenación, si impuesta en el ser y en la existencia de cada individuo, y
aunque se critique el lenguaje impuesto como realidad por la modernidad, para
esclavización colectiva, y puesta a punto para el utilitarismo y la
efectividad, no se pone tampoco suficiente énfasis en el lenguaje subjetivo,
¿inútil? y creativo por excelencia cual es el de la poesía, y que no puede ser
un juego del lenguaje, pues nos habla de una verdad más profunda por ser profundamente
individual.
Otro ejemplo lo podemos ver en el simulacro de los modelos virtuales de la modernidad, que, si bien son los modelos evidentes de la alienación, no lo son tanto social como del individuo que observa cómo socialmente se construye el artefacto de una realidad (hiperrealidad según Baudillard)[1] desvirtuada, que olvida lo sustancial del individuo y que en el fondo de su ser quiere pasar del pensamiento netamente discursivo a otro, articulado, mediante un lenguaje que revalorice el ser a través de la acción vital y creativa, que rebase la automatización del razonamiento y análisis lógico para optar por una vía de reafirmación de la persona que quiere contemplar activamente el mundo y así misma. O si, atendemos a aquella Babel informativa de la modernidad (Vattimo) que se produce en masa para las masas, nunca para la formación y el crecimiento del individuo, pero, ¿atendemos al origen del acto que hace ser al individuo? ¿Nos preocupamos por aquel nous aristotélico mediante el que nos contemplamos inteligentemente en lo más íntimo de nosotros mismos? ¿Hasta dónde llegó el impulso posmoderno en cuestiones de tan profundo calado? Ahora bien, ¿si hemos perdió toda conexión con las raíces más profundas del ser individual por el implacable avance de la inhumana tecnología, ya no somos capaces de escuchar el logos cósmico que, sin duda, todavía reside más o menos secretamente en las conciencias de cada individuo? Por eso lo del poema de Aleixandre que nos integra como criaturas únicas en el mundo. Si la Era del vacío (Lipovetsky)[2] de nuestra sociedad posmoderna impone su ley, ¿a qué responde que esa crítica posmoderna no acabe de calar en el alma del individuo actual si no es porque dicho individuo no está ahí, en el Da- sein (Heidegger), en el presente individual de las cosas, que no es sino el misterio de la existencia, y cuyo enigma trasciende cualquier marco de referencia instrumental o tecnológico?
Todas estas interrogantes han de servirnos para descifrar y evaluar las ausencias y silencios ontológicos, fenomenológicos y epistemológicos ante determinados acaeceres y realidades que afectan plenamente al individuo que siente, reflexiona y que trata de entender y a su vez entenderse en el mundo. Para comprender el célebre imaginario (de Castoriadis)[3] en donde se dice que subyace el origen mismo del pensamiento y del lenguaje que está más allá de cualquier logicismo, si está incardinado en las relaciones simbólicas de las que es capaz, y si no pueden entenderse ni las analogías, ni las sensaciones ni las metáforas, es muy difícil justificar su realidad, que se aviene al sujeto, cuya conciencia es y debe ser individual, y con él establecer parámetros creíbles sobre la creación humana
Insistimos que la poesía, en su subjetivismo es una muestra palmaria
de este necesario e importantísimo reconocimiento de la individualidad. El
imaginario colectivo no es sino el sincretismo de la actividad y hacer del
individuo.
El legein del lenguaje[4]
como representación identitaria de lo social no es nada sin la persona que lo
produce, y cuya lógica (logos) se sitúa más allá de una representación
social, si realmente aspira a ser profundamente creativo. Esto puede
constatarse en la expresión poética, que supera el teukhein[5]
instrumental (comunicativo) del lenguaje para ser creación viva, conocimiento y
expresión de lo más íntimo del individuo, que ha de despertar el corazón sin
que la tiranía del pensamiento robe, todo simulacro, la verdadera vida.
Mucho se ha hablado de la necesidad de una revolución del uso del
lenguaje. Se ha preferido el reproche por el silencio antes que perecer por el
abuso de las palabras. Pero, ¿qué modo de expresión sería este? Tanto valdría
aspirar a articular un verbo estelar para comprensión de todos los astros que
hallar un lenguaje suficiente satisfactorio para cualquiera logomaquia de razón
que no pudiese mentir o ser falseada. No obstante, hay un lenguaje singular, el
poético, que pasó inadvertido por apercibirse adulterado al calificarse como literario
(tanto al moderno como al posmoderno intelectual), ¿No será en el fondo por no
ir conducido siempre por juicios de razón?
En la observación del lenguaje poético contemplamos al individuo a
través de un verbo trasgresor de la norma lógica, que supone la superación de la lengua en su sistemática
formal, y lo hace para hablarnos como lo hace la misma naturaleza a través de
los árboles, los manantiales, las montañas, las estrellas… pues todos ellos
forman parte del anima mundi que activa el pulso orgánico del universo,
y el no menos vital de la poesía, puesto que los símbolos, metáforas, analogías
verdaderamente poéticos no son en modo alguno lineales y mecánicos, forman
parte de la organicidad del cosmos que llega a nosotros por la experiencia
individual y ontológica de la existencia del ser en el mundo. El poeta
verdadero sabe que: El mundo es de hecho un ser viviente dotado de alma e
inteligencia,[6]
son las criaturas en la aurora del poeta que, en fin, nos hablan como:
inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.
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