Para la sección de Extractos críticos del blog Ancile, traemos una nueva entrada que no tiene desperdicio del poeta y profesor (y amigo entrañable), Antonio Carvajal. En esta ocasión nos ilustra con un texto que firma con el título de Ortografías.
ORTOGRAFÍAS
Mi buen Francisco Acuyo, mal debe andar de dineros la
Academia Española cuando está preparando una reforma, ¡otra!, de la ortografía
que nos impone. Aprovecha que hace tres siglos que casi nadie le chista y,
hale, cada vez que se le antoja a la culta corporación, sin que se le de un
figo ni se le importe un pito, nos atiza una reforma parcial muy sensata en
apariencia, con aparato logorreico y a bajo precio, eso sí, contando con que a
euro por cabeza de familia hablante de nuestra martirizada lengua podrá henchir
sus arcas. Una peseta nos pidió doña Lola Flores a todos los españoles cuando
se vio perseguida por la justicia y no me consta que nadie se la diera.
Pobrecilla, con el arte que tenía y carecer de poderes coactivos. La Academia
tiene uno terrible, castiga nuestras faltas a sus dictados por persona
interpuesta, como un sanedrín que pone sus víctimas en manos de Pilatos
descerebrados. Nótese que desde que Nietzsche anunció la muerte de Dios, más de
una iglesia ha eliminado el purgatorio y hasta el infierno, que ya no es una
barbacoa como me enseñaron de niño; pero la Academia, constituida
mayoritariamente por “mulos de reata”, con la inestimable colaboración de sus
moscardas porculeras, dice que poner tilde sobre la i de ti es una falta de
ortografía, lo que sus secuaces toman al pie de la letra y aplican con
tenacidad de bestias estériles a la corrección de la infancia, la mocedad, la juventud
y cuantos habitan los arrabales de la senectud, hasta el punto de que más de un
becario ha perdido por rasgo tan inútil la ayuda que disfrutaba y algún
opositor ha padecido el cintarazo de lápiz rojo en pleno rostro. Estoy harto de
explicar que en tal caso no cabe hablar de falta sino de sobra de ortografía
pues, siguiendo las pautas que para sus caprichos nos endilga la Academia, no
es económica una excepción en un conjunto cerrado de tres elementos afines (mí,
ti, sí). Quienes me oyen suelen mirarme con aire de lástima y un desprecio se les
dibuja en el entrecejo como una nueva Atenea parida de la testa de Zeus:
“Chocho”, les leo.
No tan chocho. De chiripa acabo de encontrar en internet una
joya servida por la Biblioteca Nacional de España, que todos los que estamos
hasta el último pelo del curuto de las truhanerías académicas debemos lucir en
nuestra frente, el breve y divertidísimo libro titulado Ortografía racional,
de cuya portada te adjunto fotografía. No tiene desperdicio. Desfila por sus
líneas la reata de mulos, desmiente etimologías, clama por recuperar la
ortografía sonora que la doctora Santa Teresa de Jesús usó para escribir sus
maravillas y que don Miguel de Cerbantes y Saavedra aplicó a la
escritura de sus apellidos. Por cierto que me autoriza a decir mal de la
Academia el hecho de que en 1882 premió un libro sobre el lenguaje de Santa
Teresa, escrito por don Antonio Sánchez Moguel, quien aboga por la ortografía
racional, obra que no se publicó hasta 1919, con su autor muerto hacía seis
años: era peligrosa, don Antonio se anticipaba varios años a don Marcelino
Menéndez Pelayo y le echaba a cara descubierta todos los uebos que el asunto
requería (esta etimología sí es cierta, opus>uebos, y no hay faltas).
Hablando no
se cometen faltas de ortografía.
Recibe mi
afectuosísimo saludo.
Antonio
Carvajal
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