Para la sección de Poesía del blog Ancile, traemos una nueva entrada con los versos del poeta y amigo José Carlos Rosales y su nuevo libro de `poemas, Alguien lleva una piedra escondida en la ropa, primorosamente editado Bartleby ediciones para su colección de Poesía. Seleccionamos un par de poemas del ya selecto conjunto que compone el poemario como muestra del mismo, recomendando vivamente su adquisición y lectura.
ALGUIEN LLEVA UNA PIEDRA ESCONDIDA EN LA ROPA,
DE JOSÉ CARLOS ROSALES
PIES DE VIDRIO
Hay demasiada gente perdida en la parada,
una parada de autobús,
una mañana fría,
gente que calla y mueve la cabeza,
miran al suelo, alzan la vista
para seguir las nubes o los pájaros,
cielo lacrado, niebla móvil,
los brazos que se encogen,
el cuerpo que se mece de un lado para el otro,
vacilan,
titubean,
quisieran
alejarse,
tiritan:
que venga un autobús con plazas libres,
cualquier autobús sirve,
que llegue pronto el autobús vacío:
el movimiento entrecortado
de los brazos, vaivén o balanceo,
no dejan de moverse,
movimientos que son los movimientos
del que no tiene a dónde ir,
aquel que nunca se detuvo,
mecánica imparable, temblor aleatorio,
las manos ateridas,
los pies de vidrio opaco,
los labios que ahora son de madera o de cobre,
la soledad del mundo concentrada en un ángulo,
todo está enrarecido, todo está enrareciéndose,
todo el mundo se va,
nadie regresas a ningún sitio:
hay demasiada gente parada en la parada,
y una nueve de vaho les difumina el rostro,
hace frío, impenetrable frío,
empezará a llover dentro de poco,
no habrá refugio, escondite o defensa,
nada está donde debe, todo empieza a borrarse
y alguien lleva una piedra escondida en la ropa.
Foto de Jose Carlos Rosales por Jesús García Latorre |
DÍA DURADERO
una piedra dormida,
arrinconada al borde de un arroyo
en aquel mundo hueco, sin caminos,
atajos o senderos, cuando el tiempo no era
lo que recoge el calendario:
una piedra recóndita, indolente,
una de tantas, piedra oscura,
no negra, casi negra, piedra pálida,
perdida en la hojarasca donde la luz no llega.
Alguna vez lo fui, lo suelo recordar,
conmemoro ese día duradero,
sigiloso reinado sin conciencia ni asfixia:
las piedras no se cansan,
no respiran, no mueren,
solo están sin estar, solo perduran,
no perciben el tiempo, y lo dejan caer
hacia un final equívoco, y el final nunca viene,
y las piedras se quedan tan quietas como estamos
los que somos ahora materia viva, viento.
José Carlos Rosales
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