viernes, 27 de diciembre de 2024

ENTRE EL SER Y LA NADA EN POESÍA

Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: Entre el ser y la nada en poesía.



 ENTRE EL SER Y LA NADA EN POESÍA




Entre el ser y la nada en poesía. Francisco Acuyo


A través de la poesía fue que supe que aquello que creía que era el ser de las cosas, no era algo evidente. Más bien al contrario. No sabía lo que era ser ni tampoco su significado, no obstante, de no poder separar mi existencia de la experiencia que deviene conciencia personal del mundo, para comprender juntamente que el Daisen (el ser ahí heideggeriano) era en verdad el silencio de la nada, pero que, a diferencia de lo que pensaba Heidegger, en realidad es pariente de una conciencia que se sitúa más allá del tiempo y del espacio fenoménicos, que es en donde se ubican todas las potencialidades de ser.

Un intento poético célebre para significar esa intuición de la nada del silencio, pudo traducirse en una suerte de conciencia intemporal, acaso refleja en aquellos versos de Cuatro Cuartetos de cuerda:  //O digamos que el fin precede al principio // y el fin y el principio estuvieron siempre ahí // antes del principio y después del fin// y todo es siempre ahora. 1 

Entre el ser y la nada en poesía. Francisco Acuyo
Atendiendo al fenómeno de la sinestesia en la poesía, puede constatar que aquello que percibimos y creemos real puede no serlo. Se puede perder de vista lo que es o que puede que sea. No podemos afirmar con la percepción una evidencia entre la panoplia de posibilidades que abre (en su silenciosa nanidad) el verso sinestésico, en el que se diluyen o transponen los sentidos, como si ese silencio del vacío escapase a la propia conciencia personal y fuese genuina de una conciencia que personalmente no nos pertenece y que nos trasciende y no podemos siquiera nombrar, donde, en fin la sinestesia poética es satélite del silencio de la nada que disuelve ilusoriamente los lazos que creímos sensibles claramente en la existencia.

A través de la atención al fenómeno sinéstesico, paradójicamente podemos comprobar que las formas y atributos que podemos sensorialmente afirmar no son los que pudieran mostrar realmente lo primordial. Cada forma atribuida por la sensación no es más que un fantasma que impide saber realmente que es el ser que la constituye. No hay pues, constancia de objetos puros, porque lo que contemplamos no es sino un dominio de sombras que nos advierte el lenguaje poético, que indagamos en un territorio de frontera, donde ni siquiera la percepción de los sentidos se puede parcelar y cerrar en divisoria alguna. Pero también, que la diferencia de lo perceptible es la semejanza misma que conforma lo sensible. Por todo ello será que el poeta que acude a la sinestesia pone de relieve que es el silencio de la nada el que en realidad se observa, un vacío en el que se potencia lo que infinitamente puede ser conformado.




Francisco Acuyo



1 Eliot, T. S.: Cuatro cuartetos de cuerda, Rialp, Madrid, 1951.




Entre el ser y la nada en poesía. Francisco Acuyo






martes, 24 de diciembre de 2024

POEMAS DE NAVIDAD: SAN JUAN DE LA CRUZ Y RUBÉN DARÍO

El segundo post con Poemas de Navidad, para la sección de Poesía del blog Ancile, portan sendos poemas de San Juan de la Cruz y Rubén Darío, con los títulos, Romance del Nacimiento y, Nochebuena, respectivamente, con nuestros mejores deseos en estas fechas de tan honda tradición.


POEMAS DE NAVIDAD



Poemas de Navidad



ROMANCE DEL NACIMIENTO 



Ya que era llegado el tiempo

en que de nacer había,

así como desposado

de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,

que en sus brazos la traía,

al cual la graciosa Madre

en su pesebre ponía,

entre unos animales

que a la sazón allí había,

los hombres decían cantares,

los ángeles melodía,

festejando el desposorio

que entre tales dos había,

pero Dios en el pesebre

allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa

al desposorio traía,

y la Madre estaba en pasmo

de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,

y en el hombre la alegría,

lo cual del uno y del otro

tan ajeno ser solía.



San Juan de la Cruz

 



NOCHEBUENA



Pastores y pastoras, 

abierto está el edén. 

¿No oís voces sonoras? 

Jesús nació en Belén.

La luz del cielo baja, 

el Cristo nació ya, 

y en un nido de paja 

cual pajarillo está.

El niño está friolento. 

¡Oh noble buey, 

arropa con tu aliento 

al Niño Rey!

Los cantos y los vuelos 

invaden la extensión, 

y están de fiesta cielos 

y tierra... y corazón.

Resuenan voces puras 

que cantan en tropel: 

Hosanna en las alturas 

al Justo de Israel!

¡Pastores, en bandada 

venid, venid, 

a ver la anunciada 

Flor de David!...


Rubén Darío




Poemas de Navidad




jueves, 19 de diciembre de 2024

POEMAS PARA SIERRA NEVADA Y LA ALPUJARRA, DE MANUEL TITOS MARTÍNEZ

Para la sección, Editoriales amigas, del blog Ancile, tengo el el gusto y el privilegio de ofrecer una primicia editorial de gran calado histórico, investigador y sobre todo poético, se trata del título: Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), de Manuel Titos Martínez, en espléndida producción de la editorial de Comares (con la inestimable colaboración de la Diputación Provincial de Granada y la Fundación Unicaja) que, aun en sus más de 800 páginas, ha sabido construir una edición delicada y hermosa. El rigor de esta publicación parte del extraordinario y gigantesco trabajo que ha supuesto no solo reunir a los poetas y su poesía en torno a la temática que incluye Sierra Nevada y La Apujarra, además, por su labor investigadora y de recopilación de datos e información que hacen de esta antología una obra de obligada referencia. Manuel Titos, catedrático de Historia y hombre de una refinada y muy delicada sensibilidad, hace de este trabajo que recomendamos vivamente desde esta plataforma, un libro de maravillosa lectura e ilustración para el que guste de lo más granado en la labor de construcción de un libro que rezuma ingente dedicación, mas, también detallada y precisa que muestra la amorosa entrega a unos parajes de universal belleza que inevitablemente tuvieron que ser motivo de inspiración para escritores, artistas y poetas.

    No dejen de hacerse con esta preciosa edición de Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra, por sus contenidos literarios y poéticos, y por el placer de tener entre las manos una labor de compilación e investigación únicas, que porta con una preciosa reproducción que ilustra la cubierta titulada, Ventisca, del artista Pedro García Arias. Ofrecemos en esta entrada un fragmento del prólogo de Manuel Titos para que les sirva de orientación sobre la maravilla de los contenidos del libro, también tres de los muchos poemas que constituyen tan singular antología. El primero, de Fray Luis de León, su Oda a don Pedro Portocarrero ausente (en alguna ocasión reconocida como Oda a Sierra Nevada), el segundo, del gran Don Luis de Góngora, en su célebre soneto, Al Monte Sacro de Granada y, finalmente, el soneto de Pedro Soto de Rojas, En la partida, hablando con Sierra Nevada.



POEMAS PARA SIERRA NEVADA Y LA ALPUJARRA,

 DE MANUEL TITOS MARTÍNEZ



Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), Manuel Titos Martínez





Este libro es la continuación natural de otro publicado en 2021, Sierra Nevada: testimonios de un milenio[1], en el que se revisó  la bibliografía disponible sobre Sierra Nevada durante los últimos diez siglos, tanto en español como en otras lenguas, para seleccionar un conjunto de 329 textos breves que reflejaran con su propia voz la experiencia de los viajeros, los novelistas, los montañeros, los periodistas, los guías, los investigadores e, incluso, de alguna campesina criada en la sierra, configurando una especie de canto coral y polifónico, de múltiples voces, que pusieron vida, experiencia e historia en el paisaje, tratando de ser consecuentes con el mensaje de Manuel de Falla, cuando decía que “El espectáculo de la naturaleza carece de sentido si no está ligado íntimamente con la historia, es decir, con la huella que las vicisitudes y el destino del hombre deja en la naturaleza. El paisaje sin historia es cosa vacía”[2].

En ese complejo mosaico hubo pronto que caer en la cuenta de que había una voz que no cabía porque por su sentido y dimensión desbordaba el marco elegido, por muy anchos que fueran sus márgenes: era la voz de los poetas, que sienten el paisaje sin la obligación de justificarlo, que se estremecen por la insignificancia del ser humano frente a la grandeza de las montañas y que se envuelven en  la soledad recurrente que surge del silencio manso de la nieve o del torbellino del viento, en las leyendas que nacen de las vivencias de los pastores, de los neveros o de los manzanilleros y en el inmenso caudal de vida que se esconde prodigiosamente entre las rocas de un paisaje frecuentemente desolado pero nunca vacío, en la medida en que hay alguien que lo siente, lo vive y lo ama, alguien que lo puede percibir; como dijo García Lorca en las palabras con las que, como epígrafe, se abre este libro: “hay en la verdadera poesía un perfume, un acento, un rasgo luminoso que todas las criaturas pueden percibir”. Pero hay algo más, y es que cuando Federico pide en ese texto que los asistentes oigan con atención a al gran poeta Pablo Neruda, aconseja también “tratar de conmoveros con él cada uno a su manera”, porque ni todos ni siempre pueden percibir la poesía de la misma forma[3].

Y ahí está el objetivo: la búsqueda de ese rasgo luminoso –afortunada expresión lorquiana- que desde las cumbres de Sierra Nevada se enciende para todos los que quieran dejarse deslumbrar por él,  que busquen envolverse en el perfume místico o infernal que se desparrama por sus valles, que queden atrapados por el acento bronco o celestial que asciende de sus aguas, o por el eco que se encajona por los desfiladeros, ese eco que a Beethoven, declarándose el primer amante de la naturaleza, únicamente los bosques, los árboles y las montañas eran capaces de devolver; su sexta sinfonía es buen ejemplo de cuán atento estuvo el músico de Bonn a aquel mensaje. Mensaje que recientemente reivindicaba también Eduardo Martínez de Pisón al referirse a la grandeza de los espacios libres que permiten una relación directa con el universo al que pertenecemos, para no olvidar que la naturaleza habla a quien la escucha y que el territorio también es poesía[4]. Ese es el objetivo de este libro, volcán de emociones más que almacén de datos para, de nuevo con Lorca, tratar de conmovernos con él cada uno a su manera y nutrir ese grano de locura que todos llevamos dentro, sin el cual es imprudente vivir.



Manuel Titos Martínez



[1]Manuel Titos Martínez, Sierra Nevada: Testimonios de un milenio, Granada, Editorial Comares y Fundación Agua Granada, 2021, 342 pp.

[2] Luis Jiménez, Mi recuerdo humano de Manuel de Falla, Granada, Universidad de Granada, 1980, p. 34

[3] Presentación de Pablo Neruda realizada por Federico García Lorca en el recital que el poeta chileno efectuó  en la Universidad de Madrid el 6 de diciembre de 1934. Pablo Neruda, Poesías Completas, Buenos Aires, Losada, 1951, Apéndice, pp. 439-440.

[4] Eduardo Martínez de Pisón, “El futuro premio”, El Heraldo de Aragón, 8-6-2023.




Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), Manuel Titos Martínez
J. Sorolla



ODA A DON PEDRO PORTOCARRERO AUSENTE



La cana y alta cumbre
de Ilíberi, clarísimo Carrero,
contiene en sí tu lumbre
ya casi un siglo entero,
y mucho en demasía
detiene nuestro gozo y alegría;

los gozos, que el deseo
figura ya en tu vuelta y determina,
a do vendrá el Lyeo
y de la Cabalina
fuente la moradora
y Apolo con la cítara cantora.

Bien eres generoso
pimpollo de ilustrísimos mayores;
mas esto, aunque glorioso,
son títulos menores,
que tú, por ti venciendo,
a par de las estrellas vas luciendo,

y juntas en tu pecho
una suma de bienes peregrinos,
por donde con derecho
nos colmas de divinos
gozos con tu presencia,
y de cuidados tristes con tu ausencia;

porque te ha salteado
en medio de la paz la cruda guerra,
que agora el Marte airado
despierta en la alta sierra,
lanzando rabia y sañas
en las infieles bárbaras entrañas;

do mete a sangre y fuego
mil pueblos el Morisco descreído,
a quien ya perdón ciego
hubimos concedido,
a quien en santo baño
teñimos para nuestro mayor daño,

para que el nombre amigo
(¡ay, piedad cruel!) desconociese
el ánimo enemigo
y ansí más ofendiese:
mas tal es la fortuna,
que no sabe durar en cosa alguna.

Ansí la luz, que agora
serena relucía, con nublados
veréis negra a deshora,
y los vientos alados
amontonando luego
nubes, lluvias, horrores, trueno y fuego.

Mas tú que solamente
temes al claro Alfonso que, inducido
de la virtud ardiente
del pecho no vencido,
por lo más peligroso
se lanza discurriendo vitorioso:

Como en la ardiente arena
el líbico león las cabras sigue,
las haces desordena
y rompe y las persigue
armado relumbrando,
la vida por la gloria aventurando.

Testigo es la fragosa
Poqueira, cuando él solo, y traspasado
con flecha ponzoñosa,
sostuvo denodado,
y convirtió en huida
mil banderas de gente descreída;

mas sobre todo cuando,
los dientes de la muerte agudos fiera
apenas declinando,
alzó nueva bandera,
mostró bien claramente
de valor no vencible lo excelente.

Él pues relumbre claro
sobre sus claros padres; mas tú en tanto,
dechado de bien raro,
abraza el ocio santo;
que mucho son mejores
los frutos de la paz, y muy mayores.



Fray Luis de León



 

Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), Manuel Titos Martínez
J. Sorolla




AL MONTE SACRO DE GRANADA


 

Este monte de cruces coronado,

cuya siempre dichosa excelsa cumbre

espira luz y no vomita lumbre,

Etna glorioso, Mongibel sagrado,


Trofeo es dulcemente levantado,

no ponderosa grave pesadumbre,

para oprimir sacrílega costumbre

de bando contra el cielo conjurado.


Gigantes miden sus ocultas faldas,

que a los cielos hicieron fuerza, aquella

que los cielos padecen fuerza santa.


Sus miembros cubre y sus reliquias sella

la bien pasada tierra. Veneradlas

con tiernos ojos, con devota planta.



Luis de Góngora






Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), Manuel Titos Martínez
J. Sorolla




EN LA PARTIDA, HABLANDO CON SIERRA NEVADA




Huyo de ti, porque eres poderosa,

sierra, de helar al sol cuando te ofende

y no de hacer la llama que me enciende

o más voraz, o menos rigurosa.


Huyo, porque entre nieves y entre rosa

sobre tus faldas sus venenos tiende

sierpe, si no se ve, que bien se entiende,

sierpe a mi voz de oreja cautelosa.


Quizá el puerto tendrá de Guadarrama

o sierpes no, u orejas a mi ruego,

quizá su nieve aplacará mi llama,


y ya que no la aplaque en tanto fuego,

pues llegaré difunto mar de fama,

puerto será de mi mortal sosiego.




Pedro Soto de Rojas





Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), Manuel Titos Martínez


martes, 17 de diciembre de 2024

POEMAS NAVIDEÑOS, DE GERARDO DIEGO Y LOPE DE VEGA

Para la sección de Poesía del blog Ancile, ofrecemos un par de post con poemas de navidad, deseando a nuestros lectores unas entrañables y Felices Fiestas. Para la ocasión ofrecemos dos maravillas poéticas de la mano de Gerardo Diego y de Lope De Vega bajo el título de Poemas Navideños.


POEMAS NAVIDEÑOS:

GERARDO DIEGO Y LOPE DE VEGA



Poemas navideños




Si la palmera pudiera

volverse tan niña, niña

como cuando era una niña

con cintura de pulsera.

Para que el Niño la viera…

 

Si la palmera tuviera

las patas de borriquillo,

las alas de Gabrielillo.

Para cuando el Niño quiera

correr, volar a su vera…

 

Si la palmera supiera

que sus palmas algún día…

Si la palmera supiera

por qué la Virgen María

la mira… Si ella tuviera…

 

Si la palmera pudiera…

… la palmera…



Gerardo Diego


Zagalejo de perlas,

hijo del Alba,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana?.

Como sois lucero

del alma mía,

al traer el día

nacéis primero;

pastor y cordero

sin choza y lana,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana?

Perlas en los ojos,

risa en la boca,

las almas provoca

a placer y enojos;

cabellitos rojos,

boca de grana,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana?

Que tenéis que hacer,

pastorcito santo,

madrugando tanto

lo dais a entender;

aunque vais a ver

disfrazado el alma,

¿dónde vais que hace frío

tan de mañana.



Lope de Vega




Poemas navideños



viernes, 13 de diciembre de 2024

CIRCUNCISIÓN, JUAN DE ARAGÓN , ÓLEO SOBRE TABLA PARROQUIA DE GABIA CHICA (GR.), POEMA DE ROSAURA ALVAREZ

Para la sección de Poesía del blog Ancile, y a cuenta de las fechas Navideñas, traemos un precioso soneto de la poeta Rosaura Álvarez, titulado Circuncisión, inspirado en el óleo sobre tabla de Juan Aragón que está en la Parroquia de la localidad de Gabia Chica, en Granada.




De Juan de Aragón






 CIRCUNCISIÓN

JUAN DE ARAGÓN

ÓLEO SOBRE TABLA

PARROQUIA DE GABIA CHICA (GR.)






Austeros rostros en solemne escena:

Duele la daga en manos del anciano

si el Niño tan sumiso, tan humano,

su carne muestra, si su sangre estrena


ya el dolor; y es memoria de otra pena

que, aun futura, la historia trae al plano

del momento, y un revivir lejano

acontece de aquella Santa Cena,


de aquella sangre que, en desasimiento,

vertiera el Redentor al dar su vida;

ahora en parva zafa se derrama


por no perder respeto al cumplimiento.

Le impusieron el nombre con herida,

que asido va el sufrir a quien más ama.






Rosaura Álvarez


(Del libro SACRO MISTERIO DE LA NATIVIDAD






Circuncisión, Rosaura Álvarez


martes, 10 de diciembre de 2024

LA PALABRA, VERDAD EN EL SUFRIMIENTO

 Indagando en el orden (o en el caos) de lo sufrido, sondeamos la verdad que reside en el silencio, surge este post para la sección de Pensamiento del blog Ancile, y todo bajo el título de: La palabra, la verdad en el sufrimiento.

LA PALABRA, 

VERDAD EN EL SUFRIMIENTO


La palabra, la verdad en el sufrimiento. Francisco Acuyo



Recordaba en este punto la frase de Juan de Gante moribundo, en el Ricardo II de Shakespeare, cuando decía: Cuando las palabras son raras, raramente se gastan en vano, porque aquellos que exhalan sus palabras en el sufrimiento, exhalan la verdad. 1   En cierto modo, escuchar el silencio de la nada, al umbral mismo de la muerte, era entrever la dimensión de lo que otrora me pareció un misterio, y del que Leopardi, pensador y sobre todo excelso poeta, hacía admoniciones varias cuando hablaba de que, en la nada tiene el origen y el principio todas las cosas. 2 Considerar la nada como matriz fecunda, no menos me hizo reflexionar sobre la consideración del mundo como voluntad y representación,3  sobre todo al situar el silencio de la nada fuera de este ámbito secular, y siendo esta lo único que permanece, para determinar, al fin, la creación manifiesta en el arte como vía salvación y de contemplación desinteresada con la que superar el nihilismo angustioso de una nada que es lo que al fin prevalece, y por tanto su nativa residencia. Pero también advertí una contradicción: si el mundo es voluntad y representación, no será posible ni este ni aquella sin la advertencia de una conciencia que haga posibles a ambos. Y, seguía, coligiendo que aquella nada no podría ser sin ser a través de la misma conciencia; conciencia, no obstante, que no es ni puede ser egóica. Más adelante aclararé esta deducción que puede parecer cuando menos extraña.

La palabra, la verdad en el sufrimiento. Francisco Acuyo
Es muy cierto que, cuando en ocasiones expresa el poeta sus emociones, anhelos, indagaciones íntimas…, aquello que denominamos soledad adquiere una fuerza pujante que se manifiesta necesidad mucho más que considerable, imprescindible, si es que el ejercicio creativo normalmente se realiza en una ausencia (¿de saber conceptual y lógico?) preponderante. De aquí, que me amonestaba muchas veces pensando en las relaciones de la soledad con la ausencia, con el silencio, con el vacío, con la nada. También que todas estas aproximaciones no perdían el norte de la subjetividad (que no es otra cosa que reflejo de la conciencia) y que en ella basaba sus límites y grandeza el propio ejercicio poético. Es más, el límite de lo decible poético es la certeza de un dominio inabordable que, no obstante, pertenece a la conciencia como algo que no es sino silencio, lo que es lo mismo, nada de lo que inútilmente tratamos de dialogar, y no es posible porque esa conciencia que creemos de nuestro yo, en realidad lo trasciende, con lo que la poesía, en ocasiones, excepcionalmente, nos pone en contacto. Pone aquella en evidencia que lo considerado en su realidad no son más que sombras de lo que no existe. La poesía es la negación de nuestro yo racional (sujeto al mundo de la distinción del que contempla y es contemplado, del objeto y del sujeto), pues nos sumerge en un fondo de conciencia mucho más profundo que aquel al que suponemos acceder con nuestro yo racional, porque será conciencia fuera de todo tiempo y de todo espacio.


Francisco Acuyo




  Shakesperare, W.: Obras completas, Volumen VI, Ricardo II, acto segundo, Aguilar, Madrid, 1982, pág.21.
  Leopardi, G.: Zibaldone de pensamientos, Tusquet, Barcelona, 1990.
  Schopenhauer, A.: El mundo como voluntad y representación, Alianza Editorial, Madrid, 2010.




La palabra, la verdad en el sufrimiento. Francisco Acuyo


viernes, 6 de diciembre de 2024

LA CONTEXTUALIDAD DEL SILENCIO DE LA NADA

 Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: La contextualidad del silencio de la nada, cuyo paradójico título nos lleva de nuevo al ámbito de la filosofía y acaso también de la ciencia en relación con el concepto de la nada.



 LA CONTEXTUALIDAD 

DEL SILENCIO DE LA NADA



La contextualidad del silencio de la nada, Francisco Acuyo



Muchas veces, tentado por las excelencias intelectuales de la más alta filosofía, quise indagar en el ámbito del silencio, su vacío y su supuesta contextualidad, de la que se imbuyen los filósofos de la nada. Tengo que reconocer que, como humilde poeta, nunca llegué a sentirme plenamente concernido. De lo que no se puede hablar hay que callar,[1] sentenciaba gravemente el más avisado filósofo del lenguaje, pero no acaba de sentirme afectado con tal sentencia, aun reconociendo el dominio de lo innombrable que subyace en cualquier silencio, quizá consciente de que la poesía se sitúa en los confines mismos del lenguaje, y de que el lenguaje poético se sitúa muchas veces fuera del orden de la convenciones formalísticas (de la gramática y de la sintaxis), y que en este ámbito simbólico poético será donde mejor se observe la palabra frente a la imposibilidad de dar cuenta de su genealogía, aunque como afirman muchos, la palabra no haga sino hablar de sí misma,[2] y aunque en la palabra poética se rastreen claramente las huellas de lo que no se puede hablar, y donde podemos reconocer el inmenso poder de aquella, pero también del silencio de lo supuestamente  innombrable, y donde podemos sondear lo que se dice y lo que se calla en la búsqueda del sentido poético singular que nada entre dos aguas: la del texto que se diluye (en el sentido que trasciende la literalidad del mismo), reconociendo que aquello que no se dice expresamente y se guarda en el silencio, en la nada de lo innombrable, es también ser de su peculiar lenguaje.

La contextualidad del silencio de la nada, Francisco Acuyo
            No es raro advertir, si se presta atención que aquello a lo que se refiere la palabra poética y que se supone designa una cosa, puede ser referente prelingüístico, que se sitúa en una condición verdaderamente especial, porque su signo lingüístico no solo expresa y significa, sino que pretender ir más allá del principio  de representación, pues, nos advierte de la ilusión de una presencia, la subjetividad de su conciencia nos hace dudar de alguna objetividad o exterioridad, como si no hubiera otro lugar de realidad que la propia nanidad del silencio del que hubo de nacer en su ejercicio de expresión prelingüístico, tratando de llevarnos al  vasto dominio donde el espacio y el tiempo no tienen el más mínimo sentido. Es, en fin, el lugar sin sitio ni tiempo donde la palabra pone en controversia el principio lógico de referencialidad mediante el que funciona cualquier sistema de signos.

            En poesía, aquel nombrar no es mostrar, adquiere tintes verdaderamente fascinantes porque, si bien se precisa nombrar las cosas, se pone de relieve que el referente no se establece necesariamente en virtud de lo que es perceptible (sensorialmente reconocible), sino que la palabra poética (véase la sinestesia) lo que hace es poner en evidencia la realidad de la conciencia del que nombra, y que la realidad de lo nombrado, de la cosa, no es tan clara, pues llega a mezclarse o a intercambiar unos sentidos por otros en su denominación. Nos parece bastante claro que en atención al fenómeno poético de la lengua se hace preciso una óptica que supere la formal y lógica convencional.

            Así las cosas, infería con no poco entusiasmo inicial, que la nada del silencio, al menos en poesía, en realidad tenía mucho que decir, o al menos que insinuar o sugerir.  Enlazaba esta consideración con aquel valor estético neoplatónico (Plotino sobre todo),[3] y donde del silencio creativo de la nada, en el caso de la poesía, solo podemos decir (apofática o negativamente mente) lo que no es, y el proverbial llamamiento a vaciarse, a volver a la infancia impecable, no es más que llenarse del no saber decir qué es el silencio, y este advertido como una nada profundamente fecunda.


Francisco Acuyo



[1] Wittgenstein. L.: Tractatus Lógico-Philosophicus, Alianza, Madrid, 1991, pág. 183.
[2] Colomo, M.: El silencio en la palabra. Pág. 49.
[3] Plotino: Enéadas, Gredos, Madrid, 2000.





La contextualidad del silencio de la nada, Francisco Acuyo

martes, 3 de diciembre de 2024

HIPÓLITO Y AQUELLO, DE PASTOR AGUIAR

Desde La Florida de los Estados Unidos me envía un nuevo relato mi querido amigo, escritor y poeta, Pastor Aguiar, para la sección de Narrativa del blog Ancile, que les ofrecemos con mucho gusto, y bajo el título de Hipólito y aquello.


HIPÓLITO Y AQUELLO,

DE PASTOR AGUIAR



Hipólito y aquello. Pastor Aguiar




Se trabajaba mucho en Anatomía Patológica, pero a la una de la tarde el almuerzo.

Toda la mañana preparando muestras de tejidos. Láminas transparentes de apenas medio centímetro cuadrado que habían sido pulmón, cerebro, parte de fulano de tal; ahora apenas bulas enfisematosas, infiltrado de leucocitos.

Yo me asomaba al microscopio con la esperanza de ver planetas sin bautizar, y llamarlos Celedonio, Bernardo Calderín, carajo, ya han sido suficientes nombres de rancias alegorías. Y a veces sufría un atisbo de galaxias relampagueantes, quizás fatiga, digo ahora que me curé de magias.

A la una de la tarde el almuerzo era un oasis donde tácitamente se prohibía hablar de trabajo. La jefa del departamento, Luisa, iniciaba algún tema sobre recetas culinarias, de allá cuando pasó tres meses en París por los seminarios.

A Hipólito y a mí nos gustaba hablar de pesca en la ciénaga de zapata sin la preocupación del tiempo, de las biopsias de alguien abierto de arriba abajo en el salón esperando el veredicto, y vaciamiento total en el peor de los casos.

Esta vez Hipólito había hervido macarrones en el reverbero del laboratorio, y los trajo en platos de cartón separados. Luisa frente a nosotros desenredando tubos blanquecinos; qué bien hubiera venido una salsa con carne y bastante tomate, pobre Italia, salvada por el hambre de la una y ojalá no llegara una emergencia desde el salón de operaciones.

Entonces descubrí un filamento en mi plato que no era macarrón. Parecía un tallo de hierba, igual de blanquecino, pero macizo y resistente al tenedor. Lo saqué hasta la mano izquierda; y después otro y otro. Había más tallos que pasta, de manera que ya era un mazo de aquellas cosas inclasificables en la zurda.

Hipólito y Luisa parecían comer, hasta que vi que ella también sacaba filamentos y los iba amontonando a un lado, sobre el zinc galvanizado de la mesa de necropsias.

No había comido absolutamente nada, mi tarea era desbrozar la maleza. Se me antojaban lombrices sacadas del formol, quién sabe si enormes áscaris lumbricoides, sí, y sales de piperacina de tratamiento: menos mal que no me fallaba la memoria con tanta hambre, cabrón Hipólito, qué locuras se te ocurren.

Descubrí que me miraba de reojo, con una severidad desconocida.

_ ¿Y qué?

_ Nada; mira lo que estoy sacando de tus macarrones. Parece un zoológico.

Hipólito y aquello. Pastor Aguiar
Luisa había pasado a otra dimensión y nosotros dos girando hasta quedar de frente, sobre nuestras silletas.

_ Lo habrás inventado para joderme, porque yo acabé con mi plato sin problemas.

_ Estarás ciego; o me los pusiste a propósito. A ver, qué coño te debo. Si no te gusta lo que haces vuelve con los de medicina interna, a meterles el dedo en el culo a los viejos.

_ Así que esas tenemos, te crees suficiente para manejarte solo, piensas que te hago sombra, por eso vives adulándole a la jefa.

_ Cállate; sabes que es mentira…

Corté mi discurso cuando le vi las intensiones de abalanzarse sobre mí, los puños apretados y él rojo como un carbón en ascuas.

Lo menos que tenía eran deseos de enredarme a trompadas allí, frente a Luisa, desbaratar el laboratorio y después expulsión deshonrosa, consejo de trabajo, mancha para el resto de la vida.

Así que me levanté buscando a Luisa con el rabillo del ojo, y ella era como una foto antigua en el haz de una vela.

Al minuto la calle solitaria al fondo de anatomía, la pared rojiza por un lado y casas de familia por el otro.

La primera piedra me rozó una oreja.

Era Hipólito veinte pasos detrás y no sé de dónde sacaba piedras; ahora un recipiente metálico, creo que una riñonera.

Fui acelerando la marcha mientras escudriñaba en busca de algún proyectil. Me palpé la cintura pero no llevaba el machete de cuando las zafras, no el rifle de las prácticas militares, e Hipólito acercándose.

Necesitaba acumular una furia al menos igual a la suya. Si lo enfrentaba manso se iba a dar banquete conmigo.

Me exprimí la memoria tratando de recordar alguna ofensa, pero ninguna; él era un guajiro sin tacha, querido por todos hasta ahora.

Entonces lo imaginé Tobías allá en la finca, su risa insultante, la baba ofensiva sobre mi sombra como si me escupiera a mí, y abuelo diciéndome que le rompiera la cara; sin embargo el padre de Tobías llevándoselo por los pelos, muchacho de mierda, que te van a fundir los ojos; no ves que ese guajiro es un animal.

Esta era mi oportunidad, no más Hipólito, sino Tobías indecente, hijo de puta que me las vas a pagar todas juntas.

No fui yo tampoco, digo, el médico de anatomía; era Pepito de trece años apenas, mirando regueros de sangre por las pupilas ensangrentadas.

_ ¡Aquí te espero, mariconsón!

_ ¿Qué dices? A ver, repite eso.

Era Luisa con su bata blanca como una bandera desde las torres de un castillo imaginario.

_ ¿Dónde está Hipólito, doctora?; con él estoy hablando.

_ De qué Hipólito hablas. Ven acá, que acaba de llegar una biopsia.



Pastor Aguiar