Para la sección, Editoriales amigas, del blog Ancile, tengo el el gusto y el privilegio de ofrecer una primicia editorial de gran calado histórico, investigador y sobre todo poético, se trata del título: Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra (siglos XI al XXI), de Manuel Titos Martínez, en espléndida producción de la editorial de Comares (con la inestimable colaboración de la Diputación Provincial de Granada y la Fundación Unicaja) que, aun en sus más de 800 páginas, ha sabido construir una edición delicada y hermosa. El rigor de esta publicación parte del extraordinario y gigantesco trabajo que ha supuesto no solo reunir a los poetas y su poesía en torno a la temática que incluye Sierra Nevada y La Apujarra, además, por su labor investigadora y de recopilación de datos e información que hacen de esta antología una obra de obligada referencia. Manuel Titos, catedrático de Historia y hombre de una refinada y muy delicada sensibilidad, hace de este trabajo que recomendamos vivamente desde esta plataforma, un libro de maravillosa lectura e ilustración para el que guste de lo más granado en la labor de construcción de un libro que rezuma ingente dedicación, mas, también detallada y precisa que muestra la amorosa entrega a unos parajes de universal belleza que inevitablemente tuvieron que ser motivo de inspiración para escritores, artistas y poetas.
No dejen de hacerse con esta preciosa edición de Poemas para Sierra Nevada y La Alpujarra, por sus contenidos literarios y poéticos, y por el placer de tener entre las manos una labor de compilación e investigación únicas, que porta con una preciosa reproducción que ilustra la cubierta titulada, Ventisca, del artista Pedro García Arias. Ofrecemos en esta entrada un fragmento del prólogo de Manuel Titos para que les sirva de orientación sobre la maravilla de los contenidos del libro, también tres de los muchos poemas que constituyen tan singular antología. El primero, de Fray Luis de León, su Oda a don Pedro Portocarrero ausente (en alguna ocasión reconocida como Oda a Sierra Nevada), el segundo, del gran Don Luis de Góngora, en su célebre soneto, Al Monte Sacro de Granada y, finalmente, el soneto de Pedro Soto de Rojas, En la partida, hablando con Sierra Nevada.
POEMAS PARA SIERRA NEVADA Y LA ALPUJARRA,
DE MANUEL TITOS MARTÍNEZ
Este libro es la continuación natural de otro publicado en 2021, Sierra Nevada: testimonios de un milenio[1], en el que se revisó la bibliografía disponible sobre Sierra Nevada durante los últimos diez siglos, tanto en español como en otras lenguas, para seleccionar un conjunto de 329 textos breves que reflejaran con su propia voz la experiencia de los viajeros, los novelistas, los montañeros, los periodistas, los guías, los investigadores e, incluso, de alguna campesina criada en la sierra, configurando una especie de canto coral y polifónico, de múltiples voces, que pusieron vida, experiencia e historia en el paisaje, tratando de ser consecuentes con el mensaje de Manuel de Falla, cuando decía que “El espectáculo de la naturaleza carece de sentido si no está ligado íntimamente con la historia, es decir, con la huella que las vicisitudes y el destino del hombre deja en la naturaleza. El paisaje sin historia es cosa vacía”[2].
En ese complejo mosaico hubo pronto que caer en
la cuenta de que había una voz que no cabía porque por su sentido y dimensión
desbordaba el marco elegido, por muy anchos que fueran sus márgenes: era la voz
de los poetas, que sienten el paisaje sin la obligación de justificarlo, que se
estremecen por la insignificancia del ser humano frente a la grandeza de las
montañas y que se envuelven en la
soledad recurrente que surge del silencio manso de la nieve o del torbellino
del viento, en las leyendas que nacen de las vivencias de los pastores, de los
neveros o de los manzanilleros y en el inmenso caudal de vida que se esconde
prodigiosamente entre las rocas de un paisaje frecuentemente desolado pero
nunca vacío, en la medida en que hay alguien que lo siente, lo vive y lo ama,
alguien que lo puede percibir; como dijo García Lorca en las palabras con las
que, como epígrafe, se abre este libro: “hay en la verdadera poesía un perfume,
un acento, un rasgo luminoso que todas las criaturas pueden percibir”. Pero hay
algo más, y es que cuando Federico pide en ese texto que los asistentes oigan
con atención a al gran poeta Pablo Neruda, aconseja también “tratar de
conmoveros con él cada uno a su manera”, porque ni todos ni siempre pueden
percibir la poesía de la misma forma[3].
Y ahí está el objetivo: la búsqueda de ese rasgo luminoso –afortunada expresión
lorquiana- que desde las cumbres de Sierra Nevada se enciende para todos los
que quieran dejarse deslumbrar por él,
que busquen envolverse en el perfume místico o infernal que se
desparrama por sus valles, que queden atrapados por el acento bronco o
celestial que asciende de sus aguas, o por el eco que se encajona por los
desfiladeros, ese eco que a Beethoven, declarándose el primer amante de la
naturaleza, únicamente los bosques, los árboles y las montañas eran capaces de
devolver; su sexta sinfonía es buen ejemplo de cuán atento estuvo el músico de
Bonn a aquel mensaje. Mensaje que recientemente reivindicaba también Eduardo
Martínez de Pisón al referirse a la grandeza de los espacios libres que
permiten una relación directa con el universo al que pertenecemos, para no
olvidar que la naturaleza habla a quien la escucha y que el territorio también
es poesía[4].
Ese es el objetivo de este libro, volcán de emociones más que almacén de datos
para, de nuevo con Lorca, tratar de conmovernos con él cada uno a su manera y
nutrir ese grano de locura que todos llevamos dentro, sin el cual es imprudente
vivir.
Manuel Titos Martínez
[1]Manuel
Titos Martínez, Sierra Nevada: Testimonios de un milenio, Granada,
Editorial Comares y Fundación Agua Granada, 2021, 342 pp.
[2] Luis Jiménez, Mi recuerdo
humano de Manuel de Falla, Granada, Universidad de Granada, 1980, p. 34
[3] Presentación
de Pablo Neruda realizada por Federico García Lorca en el recital que el poeta
chileno efectuó en la Universidad de
Madrid el 6 de diciembre de 1934. Pablo Neruda, Poesías Completas, Buenos Aires, Losada, 1951,
Apéndice, pp. 439-440.
J. Sorolla |
ODA A DON PEDRO PORTOCARRERO AUSENTE
La cana y alta cumbre
de Ilíberi, clarísimo Carrero,
contiene en sí tu lumbre
ya casi un siglo entero,
y mucho en demasía
detiene nuestro gozo y alegría;
los gozos, que el deseo
figura ya en tu vuelta y determina,
a do vendrá el Lyeo
y de la Cabalina
fuente la moradora
y Apolo con la cítara cantora.
Bien eres generoso
pimpollo de ilustrísimos mayores;
mas esto, aunque glorioso,
son títulos menores,
que tú, por ti venciendo,
a par de las estrellas vas luciendo,
y juntas en tu pecho
una suma de bienes peregrinos,
por donde con derecho
nos colmas de divinos
gozos con tu presencia,
y de cuidados tristes con tu ausencia;
porque te ha salteado
en medio de la paz la cruda guerra,
que agora el Marte airado
despierta en la alta sierra,
lanzando rabia y sañas
en las infieles bárbaras entrañas;
do mete a sangre y fuego
mil pueblos el Morisco descreído,
a quien ya perdón ciego
hubimos concedido,
a quien en santo baño
teñimos para nuestro mayor daño,
para que el nombre amigo
(¡ay, piedad cruel!) desconociese
el ánimo enemigo
y ansí más ofendiese:
mas tal es la fortuna,
que no sabe durar en cosa alguna.
Ansí la luz, que agora
serena relucía, con nublados
veréis negra a deshora,
y los vientos alados
amontonando luego
nubes, lluvias, horrores, trueno y fuego.
Mas tú que solamente
temes al claro Alfonso que, inducido
de la virtud ardiente
del pecho no vencido,
por lo más peligroso
se lanza discurriendo vitorioso:
Como en la ardiente arena
el líbico león las cabras sigue,
las haces desordena
y rompe y las persigue
armado relumbrando,
la vida por la gloria aventurando.
Testigo es la fragosa
Poqueira, cuando él solo, y traspasado
con flecha ponzoñosa,
sostuvo denodado,
y convirtió en huida
mil banderas de gente descreída;
mas sobre todo cuando,
los dientes de la muerte agudos fiera
apenas declinando,
alzó nueva bandera,
mostró bien claramente
de valor no vencible lo excelente.
Él pues relumbre claro
sobre sus claros padres; mas tú en tanto,
dechado de bien raro,
abraza el ocio santo;
que mucho son mejores
los frutos de la paz, y muy mayores.
Fray Luis de León
J. Sorolla |
Este monte de cruces coronado,
Cuya siempre dichosa excelsa cumbre
Espira luz y no vomita lumbre,
Etna glorioso, Mongibel sagrado,
Trofeo es dulcemente levantado,
No ponderosa grave pesadumbre,
Para oprimir sacrílega costumbre
De bando contra el cielo conjurado.
Gigantes miden sus ocultas faldas,
Que a los cielos hicieron fuerza, aquella
Que los cielos padecen fuerza santa.
Sus miembros cubre y sus reliquias sella
La bien pasada tierra. Veneradlas
Con tiernos ojos, con devota planta.
Luis de Góngora
J. Sorolla |
EN LA PARTIDA, HABLANDO CON SIERRA NEVADA
Huyo de ti, porque eres poderosa,
sierra, de helar al sol cuando te ofende
y no de hacer la llama que me enciende
o más voraz, o menos rigurosa.
Huyo, porque entre nieves y entre rosa
sobre tus faldas sus venenos tiende
sierpe, si no se ve, que bien se entiende,
sierpe a mi voz de oreja cautelosa.
Quizá el puerto tendrá de Guadarrama
o sierpes no, u orejas a mi ruego,
quizá su nieve aplacará mi llama,
y ya que no la aplaque en tanto fuego,
pues llegaré difunto mar de fama,
puerto será de mi mortal sosiego.
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