Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: La contextualidad del silencio de la nada, cuyo paradójico título nos lleva de nuevo al ámbito de la filosofía y acaso también de la ciencia en relación con el concepto de la nada.
LA CONTEXTUALIDAD
DEL SILENCIO DE LA NADA
Muchas veces, tentado por las excelencias intelectuales de la más alta filosofía, quise indagar en el ámbito del silencio, su vacío y su supuesta contextualidad, de la que se imbuyen los filósofos de la nada. Tengo que reconocer que, como humilde poeta, nunca llegué a sentirme plenamente concernido. De lo que no se puede hablar hay que callar,[1] sentenciaba gravemente el más avisado filósofo del lenguaje, pero no acaba de sentirme afectado con tal sentencia, aun reconociendo el dominio de lo innombrable que subyace en cualquier silencio, quizá consciente de que la poesía se sitúa en los confines mismos del lenguaje, y de que el lenguaje poético se sitúa muchas veces fuera del orden de la convenciones formalísticas (de la gramática y de la sintaxis), y que en este ámbito simbólico poético será donde mejor se observe la palabra frente a la imposibilidad de dar cuenta de su genealogía, aunque como afirman muchos, la palabra no haga sino hablar de sí misma,[2] y aunque en la palabra poética se rastreen claramente las huellas de lo que no se puede hablar, y donde podemos reconocer el inmenso poder de aquella, pero también del silencio de lo supuestamente innombrable, y donde podemos sondear lo que se dice y lo que se calla en la búsqueda del sentido poético singular que nada entre dos aguas: la del texto que se diluye (en el sentido que trasciende la literalidad del mismo), reconociendo que aquello que no se dice expresamente y se guarda en el silencio, en la nada de lo innombrable, es también ser de su peculiar lenguaje.
En poesía, aquel nombrar no es mostrar, adquiere tintes verdaderamente fascinantes porque, si bien se precisa nombrar las cosas, se pone de relieve que el referente no se establece necesariamente en virtud de lo que es perceptible (sensorialmente reconocible), sino que la palabra poética (véase la sinestesia) lo que hace es poner en evidencia la realidad de la conciencia del que nombra, y que la realidad de lo nombrado, de la cosa, no es tan clara, pues llega a mezclarse o a intercambiar unos sentidos por otros en su denominación. Nos parece bastante claro que en atención al fenómeno poético de la lengua se hace preciso una óptica que supere la formal y lógica convencional.
Así las cosas, infería con no poco entusiasmo inicial, que la nada del silencio, al menos en poesía, en realidad tenía mucho que decir, o al menos que insinuar o sugerir. Enlazaba esta consideración con aquel valor estético neoplatónico (Plotino sobre todo),[3] y donde del silencio creativo de la nada, en el caso de la poesía, solo podemos decir (apofática o negativamente mente) lo que no es, y el proverbial llamamiento a vaciarse, a volver a la infancia impecable, no es más que llenarse del no saber decir qué es el silencio, y este advertido como una nada profundamente fecunda.
Francisco Acuyo
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