miércoles, 28 de agosto de 2024

EL BUEN SUELO, DE JOSE LUIS VIDAL CARRERAS

Tenemos el gusto de traer para la sección de Editoriales amigas, del último libro de poemas de nuestro querido amigo y espléndido poeta José Luis Vidal Carreras, que lleva por título: El buen suelo, editado por Renacimiento en su colección en su hermosa colección Calle del Aire, una muestra de su exquisita producción poética. Disfrútenlo y háganse con la totalidad de este estupendo poemario.




EL BUEN SUELO,

DE JOSE LUIS VIDAL CARRERAS








EN EL YUNKE




Pero toco la alegría,

porque aunque todo esté muerto

yo aún estoy vivo y lo sé.

.........

En el principio era el amor.


José Hierro  





SOY uno más entre los muchos

que siempre sueñan con un día

mejor que el que tendrán. Ya sé

que todo es bueno porque simple-

mente es, y que hay un gran pecado

en mi descuido de la luz.

 

Vuelven las aves con la tarde

en lentas olas obedientes,

sin la resurrección del canto:

van a perderse entre las ramas

para sentir sus hojas como

plumas, su savia como sangre.

 

Pero también vuelven los hombres,

que arrojarán sus tristes cuerpos

sobre las sábanas urgidas.

Cuánto dolor quieren ceder…,

todo el afán de no sentirse

en paz ni querer marcharse.

 

Soy un perplejo estar callado

entre cuantos sufren inermes

el sinsentido de lo atroz,

pues este escalofrío nunca

se termina. La débil fe

que yo levanto con esfuerzo

 

no es una gracia del fervor

ni de la quiebra de certezas,

sino de hincar con saña el pie

sobre la arena, bajo un cielo

que no trasciende la mirada

y que a ninguno discrimina.

 

Quisiera Dios, el sin un rostro,

que no se empañe mi conciencia

y no flaquee mi mansedumbre

ni el fuego de mi poco amor

si me hacen digno de la muerte

y de estar vivo una vez.



José Luis Vidal Carreras






domingo, 25 de agosto de 2024

EN LA FRENTE DEL AGUA, DE ANTONIO CARVAJAL

 Traemos para nuestra sección Editoriales amigas, la primicia editorial intitulada En la frente del agua, libro de poemas recién editado por Alhulia en preciosa colección Syl-laba. Seleccionamos unos pocos poemas para muestra de la selecta totalidad que conforman este título. Libro que recomendamos vivamente porque de de seguro que hará las delicias de los que aman la verdadera poesía.




EN LA FRENTE DEL AGUA, 

DE ANTONIO CARVAJAL







ALHAMBRA,

SOBRE FONDOS A DESTIEMPO



Esta venal ruina que aún inscribe

sus altas torres en el firmamento

albergue es de una historia que describe

cómo borra sus páginas el viento,

dónde la nieve rosa se recibe

dando al agua rumor, al huerto aliento,

cuándo entre los mocárabes percibe

leves los halos del ocaso lento

la mirada perdida en fantasías

y, entre las fantasías, una pena

y, con la pena, el grano de los días

y busca en los jardines su consuelo

mientras recuerda en un reloj de arena

qué breve cae lo que va de vuelo.

 



CALLAR EL NOMBRE AMADO



Para Juan Vellido




Si era ungüento su voz y su sonrisa

bálsamo y daba el toque de su mano

fragancia de azahar en las heridas,

¿no pudo darle plazos el destino

a que todos sus dones se agotaran

como la inerme fuente en el estío,

despacio, despacísimo, tan lenta

el alma en su silencio, en sus vapores

difusos, y pasar a nueva noche

por un trasmine sin dolor ni queja?

¿Tiene que ser espanto al ojo, daño

a los labios la huella de su nombre,

blasfemia la oración que no recibe

sino silencio por respuesta y pena?

Se sabe que es relámpago la vida

fulgurando entre dos oscuridades,

se sabe y cuánto duele

cuando es oscuridad sin esperanza

que nos ciega el amor, nos niega el hilo

que nos ataba al curso de sus días

y que el romperse deja sobre el suelo

las lágrimas caer, las perlas negras

y sin rumor de un llanto que no puede

secarse sin el toque de su mano.

 



 

Antonio Carvajal



CREPÚSCULOS



en la frente del agua

Trina Mercader




Apenas sus dorados pies la Aurora

blandos puso de Flora en los tapices,

por las sienes del agua pulsó el aire

las leves cuerdas de una vaga idea.

¿Cantaba luz en réplica a la alondra?

¿Le dijo gozo en trémolos al mirlo?

¿Pidió paz a los hombres, dio vehemencia

a la mujer en sus demandas justas?

¿En la frente del agua hubo el latido

de una esperanza intensa de alegría?

Y pronto los semblantes plateados

de la fuente movió el opaco soplo

de un mal recuerdo y el dolor turbaba

la percepción de la belleza.

El viento

puede borrar la faz de la esperanza

pero los ojos del dolor no cierra.

 

DOBLE ESTÍO



Dicen que la azucena florida por mayo

tiene limpio el perfil y muy dulce el aroma,

que no hay flor más bella. Dicen que la paloma

es ave de amores y dicen que el desmayo

de amor es el más grato.

Pero yo pregunto

por qué son más duraderos los crisantemos,

por qué emociona el ruiseñor, por qué tenemos

tras la ardiente coyunda cara de difunto,

la carne huidiza a la caricia en el estío,

almas como banderas rotas por el viento,

los labios resecos buscando la lluvia,

y llueve y sentimos un escalofrío

que alivia los ardores y nutre el aliento

del sabroso aroma con mimos de la humuvia

tras las cosechas temerosas del estío.




Antonio Carvajal






viernes, 23 de agosto de 2024

LOS POLLOS, DE PASTOR AGUIAR

Me complace muy gratamente contar con una nueva colaboración para la sección de Narrativa del blog Ancile, de mi amigo y extraordinario narrador, Pastor Aguiar, que me trae el siguiente relato bajo el título singular de Los pollos



LOS POLLOS



Los pollos. Pastor Aguiar


No vayan a preguntar por qué lo hice. Esta pregunta es mucho más tonta que yo. Mejor, por qué lo cuento. Y les diría que por la simple y cabrona necesidad de hacerlo. Puede que sea esta mañana cristalina y caliente que enfrento yo solo en un parque del vecindario.

No soy boxeador, ni ajedrecista, ni navegante que descubriera nuevas ínsulas. Me haría muy feliz cantar ópera, pero cuando abro la boca y pujo, tal parece que mi ano ha cambiado de lugar. No maltrato instrumentos, ni siquiera soy campeón de pulseadas en el barrio ni aquel que se echa un saco de 16 arrobas de azúcar debajo de cada brazo y anda veinte o treinta varas del camión al almacén. A mí la gente no me ve comiéndome cuarenta huevos de avestruz ni tomándome un vaso de leche de ornitorrinco. Para colmo muy pocas mujeres insensatas se atreven conmigo. Entonces escribo, con la razón insólita que falta a todas las otras razones.

Pero, en fin, ya he matado el cuento con tanta bazofia en su inicio, que debió ser para sus garras. Pero si alguien ha logrado llegar a este punto certifico que me ha pasado lo siguiente: se trata de los pollos.

Vivo en una pequeña casa hacia el norte de la ciudad, en su periferia, cerca de los marabuzales. Un patiecito de unos veinte metros de fondo la rodea por tres de sus lados, cercado con cañabrava, dejándole abierta una entrada pegada a la pared. Allí he logrado dos matas de guayabines rojos, más semilla que carne, y un guanábano que se hizo todo tronco, cien varas rumbo al cielo con cuatro o cinco gajillos jorros que dan unas flores enormes, amarillas y con peste a sicote.

Por la situación del patio respecto a la mole de la casa, allí la mañana empieza cerca del mediodía, y el sol se olvida de ponerse muchas veces, enroscándose en los rincones. Todo armonizaba perfectamente con mis días de pesca en los canales a tiro de bicicleta y la repartición de truchas tiesas al oscurecer, a dos pesos cada una, para clientes fijos.

Los pollos. Pastor Aguiar
Hasta que se me llenó el patio de pollos. Eran unos pollos amarillo-mostaza, todos por encima de la libra de peso, funcionando en un sincronismo increíble, un hambre insaciable y un raro vocerío que como andanadas de lamentos de mujer artrítica sonaba a intervalos. Cuando no, comían o lanzaban
pequeños huevecillos turbios en todas direcciones, que más tarde le servirían de alimento.

En realidad, había pensado comenzar la historia con una larga indagación sobre los posibles motivos de la aparición de estas aves en mi patio, aquella tarde de abril, exactamente a la hora que se vieron urgidos de buscar dormitorio sobre los gajos de las guayabas y los bordes de las cercas, mientras otro grupo, una y otra vez, se apilaba contra el tronco del guanábano tratando de escalarlo hasta algún saliente cómodo.

Mi primer impulso fue de calificarlos de intrusos en propiedad ajena y fui derecho a la escoba. Pero mirándolos bien, mudé de gesto y me acerqué al grueso de la tropa. Si bien no hallaba otro calificativo que pollos, de pronto me vi riéndome a solas e inclinándome un poco para ver cada detalle.

Los más grandes rebasaban las diez libras, y todos encajaban en la sombrilla del amarillo. De lomos redondeados y cortos, sin cola alguna, repartiendo cagadas verdiblancas por doquier. Eran de largo cuello, como de cisne, sí, elegante y rematado con una cabeza casi redonda, de cresta trilobulada, blanca como la leche y a cada lado unos ojos con largas pestañas de mujer, lustrosas y negras. Cada ojo se movía en diferentes direcciones sin relación alguna con el otro. Un pequeño moco de guanajo sobre la nariz y un insólito hocipico de pollo-ratón que no hallo forma de describir. Vestían un gozoso plumero, largo, sedoso, fino como cabellera, y de todo aquello brotaba un fuerte olor a marisco.

No me atreví a avanzar más, y entonces me fijé en sus patas espectaculares, tan gruesas, escamadas en rojo con las rodillas hacia adelante como en los hombres, y todos los que detallé eran cinqueños, con membranas interdigitales como los patos.

Allí me quedé varado, cual un tronco al borde del patio y fui, después de larga meditación, retirándome hacia la butaca del portalito donde, hasta muy tarde fui dando cuerpo a lo que hoy día es mi “Tratado Sobre la Funcionalidad Comparada de Distintos Modelos de Rodillas de Pollo y el Papel de la Selección Natural en la Escogencia del Mismo”.

Los pollos. Pastor Aguiar

Esta obra junto con el proyecto del aparato para tomarse el agua de los cocos sin tener que subir a la palma o tumbar la fruta y la reciente indagación sobre tres maneras de enlatar el guarapo de caña sin que pierda su frescura, cerró la trilogía que amenaza con hacerme millonario cuando más anhelo la tranquilidad de mis truchas.

Pero sin disgregarme más, esa noche apenas dormí imaginando el patio hirviendo con aquella abundancia. Y cuando alrededor de las diez de la mañana, mordisqueando aún mi ración de trucha en escabeche, me acerqué en puntas de pie al lugar, ya la pollería insaciable se había comido todos los garbancillos, cuanta piedra merodeaba por el suelo, los comejenes que deterioraban las cañabravas, las lombrices de tierra del lado de la toma de agua y hasta la mierda propia. Para colmo se empecinaban en tragarse la tierra cercana al guanábano, descubriéndole unas raíces carnosas como enormes yucas, que picoteaban insistentemente.

En un gesto de defensa involuntaria, recogí un pedrusco en las afueras del cercado y lo lancé en suave parábola sobre el grueso de los animales. De pronto todos dejaron de comer, se estiraron hacia arriba, miraron en derredor asombrados y al verme en el portón comenzaron una interminable gritería de furia y reproche.

En aquel momento, un avión pasó rasante, sobre nosotros, con gran estridencia. Brillaba a la luz tempranera como un gran huso de plata, casi como una trucha enfilando al techo del mundo. Entonces los pollos se arremolinaron, sus cuellos ondularon como serpientes buscando altura. Sus alas de desplegaron y desdoblaron en una gran aparición de vuelo y empezaron a despegar torpemente, con un ajetreo que parecía aplausos rozando el borde superior de la cerca y subiendo cada cual más rápidamente detrás de la nave aérea, que ya trasponía el otro extremo de la ciudad.

Un sólo pollo enorme, viejo, que hasta entonces no había diferenciado, se acercó a mí con una ligera arritmia en su lento andar y el ala derecha sangrante y quebrada por el guijarro que yo había lanzado minutos antes. Se me acercaba con la expresión de una mujer anciana, más de compasión que de reproche, más de amor que de condena. Llegó junto a mis pies, me miró directamente, ahora con gesto de ligera impaciencia, y después me señaló el ala herida.



Pastor Aguiar

 

Los pollos. Pastor Aguiar

martes, 20 de agosto de 2024

BREVE MUESTRA Y NOCIONES VARIAS DE INDIGNIDAD EN EL EJERCICIO DEL ARTE POÉTICA

 Seguimos argumentado, aun con premura, algunas nociones básicas para reconocer la indignidad en la vida y sobre todo en el arte, para la sección de Pensamiento, del blog Ancile, y todo bajo el título: Breve muestra de nociones varias de indignidad en el ejercicio del arte poética.


BREVE MUESTRA Y NOCIONES VARIAS

DE INDIGNIDAD EN EL EJERCICIO DEL ARTE POÉTICA

 



¿Qué mayor muestra de indignidad será negar y jurar lo contrario, y llamar a la mentira verdad con tal exceso de furor para ornar con más ridículo sus vergüenzas? Pues bien, es harto frecuente encontrar entre los políticos a estos confederados del descaro y la insolencia, mas no serán los únicos, pues otros muchos que se dicen artistas o poetas mantienen consagrada a la mentira y a la vanidad sin límites su desfachatez e indecencia. Sus muestras son de tal grado indignas que las tengo del todo por espantables además de irrisorias y grotescas. Muchas podrían servir de ejemplos para el lector interesado en este asunto, porque el grado de soberbia y nefanda villanía podrá llevar (no sé si algún caso habrá descrito para una casuística de la imbecilidad, pero no me extrañaría que así fuese), que al tal poeta le diese, en su afán de perniciosa vanidad y tontería, por ilustrar la portada de su primicia poética con un retrato propio retocado de necedad de sí mesmo, en arrogante o tortuosa pose, ya que los indignos no saben verse manchados de estupidez y por ello son detestados y abominables.

                De estas pobres almas en ridículo delirio no cabría decir gran cosa sino fuese para la cruel y poco cristiana mofa, pero al menos han de servirnos para aviso de propincuos y audaces navegantes que ya estuviesen rozando las orillas de la indignidad más cierta. En cualquier caso, la hipócrita presencia del ya situado en tales ignominias de perdida indecencia, encuentra caracterización perfecta en derredor de cualquier pesebre, del cual extraer el pábulo para sustento de su narcisista desvergüenza. Así, no es raro que la política o la ideología acomodaticia suelan ser el abrigo perfecto del indigno que, a través de ellas encuentran consuelo para su falta de talento, y en pos de los muchos y apetitosos premios creados a la sazón de la ausencia de cualquier atisbo de perspicacia poética y artística, donde encuentran el trampolín para mostrar impúdicamente su estólida vanidad y enfermizo narcisismo.

                Acaso no debe olvidársenos que aquel narcisismo enunciado es un trastorno de la personalidad que hoy parece gozar de una preminencia nunca lo suficientemente documentada (seguramente porque no es menester hacerle algún caso), que jamás se siente satisfecho su apetito de sí mismo, necesidades propias que se ven hartas siempre a expensas de las ajenas. No es extraño que estos comportamientos erráticos, dramáticos, trágicos, cuyos desordenes han de dar cuenta de megalomaníacos y pretenciosos comportamientos, se manifiestan tantas veces en el mayor de los casos en estrafalarias conductas propias del memo que suele encerrar su egocentrismo. Explotador nato de las relaciones interpersonales, no tiene el menor empacho en alcanzar notoriedad a través de cualquier ignominia, pero la insensibilidad del que carece de dignidad responde, como a los asnos (con todo el respeto hacia el noble animal rucio), a los golpes que la vida les da, como a tantos.

                Por todo lo ya dicho, cabe interrogarse muy razonablemente, si el que no se respeta a sí mismo con indigno comportamiento, estará en su cabal juicio, o es imbécil de remate, que además no debería ser admisible en una sociedad de hombres honrados. Sin querer cebarme sobre tanta estulticia, recomendaría acudir a las Premáticas y aranceles generales, centradas en el desengaño contra los poetas güeros,[1] del genial Francisco de Quevedo, para reconocer la secta de los poetas chirles y hebenes, de cuyo género de sabandijas, aunque sean nuestros prójimos y cristianos, deberíamos prevenirnos por ventura de nuestra salud mental y aún física.

                Decía el genio de Quevedo  sus poetas contemporáneos  que estaban condenados a perpetuo concepto; triste era aquella semblanza, pero, ¿y hoy, se llega si quiera a rumiar lo que exige un buen concepto en apunte de poema? Si casa con aquella otra acepción: despedazadores y tahúres de vocablos, por ver cómo no todo es nuevo en la indignidad a la que puede aspirar el quiere llegar a ser poeta.

                Para terminar este brevísimo tratado sobre la indignidad, indagaremos sobre aquellas divertidas premáticas poéticas quevedianas, por ver cuáles de ellas son antiguas y cuales puedan incorporarse como novedosas, pero eso será ya en un próximo capítulo de este blog Ancile.

 

 

Francisco Acuyo



[1] Ibidem. Pág. 237.





viernes, 16 de agosto de 2024

DE LA DIGNIDAD A LO RIDÍCULO DE PERDERLA

 Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, siguiendo con la temática de la dignidad, el post titulado: De la dignidad a lo ridículo de perderla.



DE LA DIGNIDAD A LO RIDÍCULO DE PERDERLA



 



Debo de poner en duda, no obstante, antes de adherirme teóricamente al nivel ontológico de la virtud de la dignidad, que las acciones sí que pueden hacer perder toda suerte de dignidad. Si la dignidad es consustancial al ser humano, puede perderla en virtud de su estupidez, necedad, ignorancia, fatuidad o huero narcisismo.  Esta pérdida crucial y estúpida de aquella sustancial virtud, es una de las muestras más palmarias de la dinamicidad del hombre, bien en pos de ser digno, o simplemente un majadero. El homo viator[1] de Gabriel Marcel, toma tintes cómicos, muchas veces, en el ámbito artístico.  La pérdida de la dignidad en el comportamiento, cuando pretende hacer arte, el inepto olvida el necesario decoro que se requiere para llevarla a cabo, olvidando la dignidad y las dimensiones que se deducen de ella como: la razón y el entendimiento de lo que debe ser el ejercicio libre de la creación artística.

                La huella de su ser (del ser digno) desaparece mancillando los mismos instrumentos de su arte (el lenguaje, si es literatura), manifiesto en la renuncia a cualquier valor simbólico que puede hacer subir o trascender su ejercicio creativo, elevación que debe manifestarse en el espíritu del verdadero creador. Cuando anunciaba[2] que lo bello plantea una cuestión no solo estética, sino también ética, quería decir que es claro que los valores incidirán de una u otra manera en lo que se considere bello, aunque el deleite, el asombro, la fascinación o lo inquietante, debieran ser contemplativos, por lo que podemos decir (con Kant) que trascienden el placer estético para fondear en lo ético. Pues bien, la pérdida de la dignidad lleva al traste cualquiera intencionalidad artística para acabar rallando en lo grotesco y ridículo. Daremos cuenta de esta conclusión con algunos ejemplos más adelante.

                Me interrogaba[3] igualmente, hasta qué punto tiene en nuestros días sentido esa belleza de lo moral o moral de lo bello, y añado ahora está ética y estética de la dignidad en el arte, que deriva directamente de la poca o mucha dignidad del humano que la pretende. El utilitarismo consumista ha hecho grave mella en la conciencia no sólo del artista, del poeta, también en los que debieran velar críticamente porque se entienda que la ética y estética (y la dignidad) son un fin en sí mismas y no un
instrumento polarizador ideológico o de consumo. No sé si exagero cuando digo que hemos llegado a una política de lo bello que hace descarrilar cualquier intento de alcanzar dignidad en cualquier arte.

                Esta situación de candente actualidad hace muy necesario reflexionar sobre los valores estéticos y sus vínculos éticos de dignidad. En poesía es especialmente grave cuando esta no se puede reconocer, porque ignora la importancia de lo que es consustancial a su discurso: el ritmo, o su fundamento musical y eufónico, añadido al racional, que no es irracionalidad vanguardista hoy, sino puro desvarío de necedad e ignorancia rampantes. La manifiesta sordera de nuestros poetas combina a la perfección con la supina ceguera conceptual (olvidando que este no aspira al significado sino al ser -Octavio Paz-), simbólica y, al tiempo, de negación a cualquier subida inspiración que los eleve más allá de sus estrechas miras narcisistas. Dicho lo cual viene muy a propósito la reflexión del gran filólogo Antonio Carreira, cuando se pregunta, si la razón por la que no hay grandes pintores, músicos y poetas será porque no tienen cabida los valores éticos y estéticos (y de dignidad, añado) en la actualidad.

                El disfrute plano, liso del formato de consumo (e ideológico) es el que nos lleva a la indignidad  del discurso literario y, sobre todo, del poético, donde la ambigüedad, la analogía que alimentan el misterio emancipado y libre de la misma poesía han desaparecido por completo. Además,  advertía, que la obscenidad de nuestra era de la información nos lleva a la perdida de la dignidad, alimentados por aquel procaz exhibicionismo de lo literal, que reniega de la poesía en sus mismos fundamentos, despojándola de la dignidad en sus más básicos principios: su singularidad abierta, viva, profunda y dinámica sustentada por la singularidad de su lenguaje.

                El otro interpelador (Levinas) que debiera exigir dignidad en la expresión de su arte, acaso padece la letargia mortal de nuestro tiempo, la indiferencia (acompañada de la ignorancia y la pulsión de lo modorro[4] en dosis suficientes como para hacer sestear al más digno interesado en acceder a un mínimo de dignidad artística). Podremos observar, por ejemplo, las más inauditas formas de perder la dignidad en un poeta. Esto, en realidad no es nada nuevo. Así, daremos de todo ello cuenta en la siguiente entrada de este blog Ancile.

 

 

Francisco Acuyo



[1] El hombre como ser en movimiento.
[2] Acuyo, F.: Sobre Estudios de Literatura Contemporánea, de Antonio Carreira, en la revista Entorno Literario, nº 2, págs. 57 a 59, Granada, 2024.
[3] Ibidem.
[4] Véase la genealogía de los modorros en Francisco de Quevedo en sus obras satíricas y festivas.






martes, 13 de agosto de 2024

LA FLOR DE EDELWEISS*

 Para la sección de Poesía del blog Ancile, traemos un nuevo post con el poema intitulado: La flor de Edelweiss.



LA FLOR DE EDELWEISS*



La flor de Edelweiss. Francisco Acuyo


 

(Flor fuera de tiempo)

 

Para Amal Haddad

 

 

   Cuando la luz desliza con musical conjuro

el pasado, el presente: el misterio de la nieve

sonó fanal de brisa que recuerda el futuro,

deleite de las cumbres donde eleva el relieve

el alma dulce dentro de un espíritu puro.

 

    Es aroma de amor, si la estrella fue que quiso

sobre la tierra florecer, y aunque su luz ya no gaste

en el tránsito del entrañable compromiso,

el sitio quedará a quien entienda, que dejaste

un jardín para muchos, para pocos paraíso.

 

En cada cofradía de las cumbres razona,

cada cual diferente, de mí algún pensamiento,

para mí solo soy y solo para mí anfitriona

de aquella luz que aroma sobre la cumbre el viento,

y entre la nieve el alma cáliz blanco corona.

 

   La luz sonaba sobre el brillo voz ilusoria:

la luna nueva a llena, la luna llena a nueva,

flor de una estrella para el alma sucesoria

de las más altas cimas donde evidencia la prueba

que el amor es eterno e indeleble su memoria.

 

 

 

Francisco Acuyo

 

 

 

*Cuenta la leyenda que una estrella quiso arraigar en la Tierra,

concediéndole la Luna su deseo para convertirse en la flor de Edelweiss.



La flor de Edelweiss. Francisco Acuyo

viernes, 9 de agosto de 2024

EL ARTE DE LA ÉTICA Y LA ESTÉTICA DE LA DIGNIDAD

 Abundamos sobre la cuestión de la dignidad en este nuevo post del blog Ancile, para la sección de Pensamiento; esta vez bajo el título de: El arte de la ética y la estética de la dignidad.



EL ARTE DE LA ÉTICA Y LA

 ESTÉTICA DE LA DIGNIDAD





 

SI el reconocimiento de la dignidad como derecho humano primordial tiene una fundamental importancia, será primordialmente porque la aventura ignominiosa del hombre por el poder no tiene límites. Esto es tan cierto que serán innumerables los momentos y casos en los que será el ansia de poder lo que ponga en peligro tantas vertientes de los valores éticos fundamentales, y entre ellos, especialmente la virtud[1] de la dignidad. No obstante, también es rigurosamente cierto que, si bien la libertad es el fundamento de la dignidad, no es menos verdad, que el hombre puede renunciar a esa libertad con una actitud de floja o nula resistencia hacia lo que puede atentar contra su dignidad. Mas, ¿Qué puede llevar al individuo a esa situación de anómala indolencia y haraganería moral?

                Me remitiré a algunos casos de flagrante holgazanería ética en el arte, y sobre todo en el mundo del arte poética, acaso por ser el más familiar a quien suscribe. Es claro que los usos y costumbres tienen que ver mucho en este caso, aunque aquellos no sean en modo alguno modelo moral a seguir consecuentemente a lo que la dignidad supone. Es claro también que el poder es uno de los sustratos a los que acomodar dichos usos y costumbres, pues, al pairo de aquél, puede vivirse con grande comodidad y compartir las ventajas que el dominio y jurisdicción del lo posee puede favorecernos, olvidando la más mínima noción de respeto hacia nosotros mismos, procediendo, en la mayoría de las ocasiones, con gran aparato de necedad y, sobre todo, de hipocresía. No son pocos los autores que medrando al cobijo del poder político han conseguido ventaja y notoriedad no siempre compatibles con sus méritos artísticos, resultando mucho más política su labor que creativa.

                No debe resultar extraño que la producción poética en aquellos casos esté sujeta a pautas genéricas y fungibles que den lugar a objetos supuestamente artísticos en serie, cuya clonación les hace ideal como objetos de consumo en patente proceso de impersonalización artística. La decadencia de estos objetos son una muestra de la decadencia moral que elude la dignidad como forma clave para una estética verdaderamente comprometida con lo genuino creativo.

                Queremos resaltar que, más allá de los imperativos jurídicos que defienden la dignidad humana, debemos resaltar los imperativos no menos importantes de la dignidad personal y del respeto al sí mismo que parecen disolverse en pos de un afán de protagonismo narcisista que olvida el fundamento de toda acción creativa: el valor de lo estético como producto de la libre imaginación y el amor a lo bello, sea propio o extraño. Olvidan que la obra de arte es un fin en sí misma, para ponerla en valor como objeto utilitario con el que obtener ventajas, protagonismo o disolver complejos de inferioridad irresolubles, lejos del valor agapéico del espíritu.

                Puede deducirse de lo antecedido en este y otros apartados sobre la dignidad, que parto de una visión iusnaturalista en tanto que participo de una óptica de la misma que antecede a la formulación jurídica de cualquier derecho positivo, si es que, como creo, la dignidad es propia y sustancial al ser humano, si bien entiendo que esta dignidad debiera ser extensiva a cualquier ser vivo que tiene su lugar en el mundo de manera singular, aunque muchas veces ponga en tela de juicio, si el homo aeconomicus, como el zoon politikón aspiran a alguna dignidad. En cualquier caso, esta falta de pugna por la dignidad, se trasluce, como decía, en la trayectoria de no pocos artistas de la palabra, incluso de la poética.

                Es clara esta indignidad en el plano ontológico, en tanto que el ser personal y el poético se mancilla sin pudor por poca cosa; no digamos en el ámbito de lo axiológico, donde los valores brillan por su ausencia fundamentadas en jerarquías éticas y estéticas carentes de principios de equidad y respeto a sí mismos y a los demás, si todo, como así parece, es legítimo para alcanzar los fines que, como decía, poco o nada tienen que ver con la estética ni la ética que debe acompañar a cualquier ejercicio creativo decoroso sea o no  artístico.

                Verán en próximas entregas sobre esta particular temática de la dignidad, revestidas de sarcasmo, chanza e incluso pitorreo sobre las muestras actuales de los que se dicen poetas o artistas, en los que la falta de dignidad es sin duda una de sus más sobresalientes e infames características. Eso será, como digo, en próximas entregas de este blog Ancile.

 

 

Francisco Acuyo



[1] Hago referencia a la hexis (virtud) advertida ya por Aristóteles y señalada en anteriores entradas al respecto.






 

martes, 6 de agosto de 2024

LA RUINA DE LA DIGNIDAD ES LA QUIEBRA DE LO MÁS BÁSICO CONSTITUTIVO DE HUMANIDAD

 Seguimos abundando en el valor de la dignidad con esta nueva entrada, para la sección de Pensamiento del blog Ancile, esta vez bajo el título: La ruina de la dignidad, es en lo más básico constitutivo de humanidad.


LA RUINA DE LA DIGNIDAD ES LA QUIEBRA 

DE  LO MÁS BÁSICO

CONSTITUTIVO DE HUMANIDAD



 

La ruina de la dignidad, es en lo más básico constitutivo de humanidad. Francisco Acuyo



Decíamos en el anterior capítulo introductorio, que íbamos a centrarnos en el concepto de dignidad afín al principio de racionalidad que se extrae de la autonomía e idiosincrasia del ser humano que, entre otros, Kant, deducía de normas y juicios propios que la ofrecen como acreedora del respeto de los demás y de uno mismo.

                Muchas me veces me pregunto por qué aquel valor interno de la persona, portadora del mismo por el mero hecho de serlo, mérito atribuido en su reconocimiento fundamentalmente a la era de la modernidad, se ha ido si no poniendo en tela, diluyéndose en muchos de sus fundamentos en la era que se ha denominado posmodernidad. Esta consecuencia no está extraída al antojo o el capricho de una reflexión superficial, sino que podría ir acompañada de una casuística prácticamente infinita de la que poder constatar esta pérdida de dignidad nunca suficientemente ponderada y que pasa inadvertida en muchos casos en la actualidad.

                Que la falta de dignidad es manifiesta en el ámbito de la política, es un hecho incompresiblemente aceptado, y es una tristísima y peligrosa realidad actual. Pero que esta indignidad haya acabado por calar en ámbitos bien distintos de la vida humana, creo que es algo que merece alguna atención, aunque sea sólo por mero y patético divertimento, sobre todo porque nos lleva a extremos no solo infaustos de falta de respeto hacia el sí mismo, sobre todo porque la falta de respeto se trasluce en lo más básico y necesario, incluyendo cualquier valor que se tenga o se haya tenido por excelente, propicio y capital para el bienestar personal y social.

                Diríase que el pilar básico de cualquiera ética, si es que puede considerarse uno de sus fundamentos estructurales, es la dignidad. Se diría que que quieren emularla viva solo en el interés ideológico de aquellos, cuyas aspiraciones de poder, precisan ver justificada la eliminación del justo medio en pos de la obtención del fin, casi siempre ilegitimado por la ambición y la más profunda estupidez, aunque no es raro que ambas vayan de la mano muchas veces. Olvidamos que la dignidad está contemplada como fundamento en la filosofía, por supuesto en la ética, pero también en la antropología, el derecho y, supuestamente, en la política. ¿Pero, qué decir del arte? Veremos que no está exenta de manipulación la imprescindible dignidad del artista, acaso por que se ve permeada por la recurrencia de aquella ambición ideologizada de poder que justifica cualquier medio para obtener sus fines, que, como veremos, nada tiene que ver con el proceso creativo del objeto artístico. La ética y la estética tienen a la libertad y a la dignidad como bastiones singulares de su constructo creativo. Pero, ¿hasta qué punto la entia moralia de la dignidad puede ser considerada categoría ética estrechamente vinculada a lo más genuino de la persona humana?

                Kant nos avisaba de que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad (incluyendo la propia, que nos puede hacer acreedores muchas veces de la más lamentable y ridícula indignidad, se verá algún que otro grotesco e irrisorio ejemplo), mas teniendo muy presente que ese valor de dignidad nos avisa de que es impulso creativo (de cocreación que realiza el mundo, rodeado de otros como yo -Mitdasein que advertía Heidegger-) que pone en evidencia que ser persona es ser relación.

                La cuestión es que la manifestación más clara de pérdida de dignidad radica en que aquella relación, no puede ser sino de encuentro, jamás de dependencia (Levinas). Es así que el grado de egotismo narcisista que embarga al hombre, llega a ser en el artista, que olvida su dignidad, una suerte de necia ignorancia de la esencialidad de lo ético como fundamento (Aristóteles) de la vida social, pero que también es una capacidad que nos trasciende por ser superior a la razón, si es virtud hexis[1] mediante la cual podemos detectar la actitud del sabio. De aquí, que la indignidad, manifiesta, ya de inicio, un grado de necedad incompatible con la sabiduría y de franco peligro de cualquier otro valor moral.

            En próximas entradas daremos cuenta de algunas reflexiones, análisis y, como decía divertimentos, sobre aspectos de la indignidad manifiesta en comportamientos francamente narcisistas, acaso manera más estúpida de mostrar indignidad.

 

 

Francisco Acuyo



[1] Aristóteles: Ética Nicómaco, Alianza Editorial, Madrid 2004.





viernes, 2 de agosto de 2024

SOBRE EL ABISMO UN SOL REPOSA

 Para la sección de Poesía del blog Ancile, el poema inédito que lleva por título: Sobre el abismo un sol reposa.








SOBRE EL ABISMO UN SOL REPOSA

 

 

 

 

Desde un jardín, con el mar al fondo, que evocaba

el sublime Cementerio Marino de Paul Valery

 

 

 

Ce toit tranquile, où marchent des colombes,

Entre le pins palpite, entre les tombes;

 

Este techo tranquilo de palomas,

entre los pinos palpita y entre las tumbas

 

Paul Valery

 

Le cimetière marin

 

 

 

Estos versos para todos los que integran el celeste espejo del libro Luna de abril*

 

  

 

  Esperanza después de este dolor, y sentir

sin fin la calma de los dioses; ¡oh!, sí, poeta,

que al mar hablaste desde el sitio donde el zafir

cintila entre sagrada espuma al instante quieta:

¡ah! sí, inmóvil, al fin, brinda paz el porvenir.

 

   Un jardín en la brisa marino ofrece el blanco

afán de vuestra vela, pues, por un horizonte

cruza ingrávido espíritus en ligero panco:

al templo del sosiego soberano remonte

y deje el paso desde toda infinitud franco.

 

  Nubes azules que en el firmamento son rosa

mística en el rumor de las olas sostenido,

quieto está en su mudanza como eco silenciosa,

y al rumor de la estela canta el tiempo, sentido

calmo en perpetuidad de orilla siempre espumosa.

  

   Tranquilo el mirador en la eternidad otea.

El espacio de cielo al sol será el abandono.

La luz entre los árboles del jardín jalea

la brisa de color que entre sombras sube el tono

de la sonora soledad que soñó la idea.

 

   Los ángeles curiosos, si ebria está de su ausencia

nuestras vidas, harán dulce el amargo, mas claro

nuestro espíritu, y de los ausentes la presencia

sobre el abismo de un sol ya reposa al amparo

del vacío que espera en nosotros ser conciencia.

 

 

   La vida pertenece del ausente a mi vida,

y sé que la impaciencia santa, al fin, también muere:

y porque mi alma esté entre sus almas trascendida

la brisa del jardín azul para siempre quiere

estar, conmigo, del infinito contenida.

 

 

 

 

Francisco Acuyo

 

 

 

 

 

 

 

 

*Antonio Pineda y Lourdes Villegas y Lourdes y Nuria Pineda

David Medina y José María Medina

Esther Huertas y Esther Nievas y Juan Luis Hurtas

Jerónimo Rodríguez y Rosa María Martínez Pintor

Carmen Rodríguez y César, Víctor y Paola Rueda Rodríguez

Mª Jesús de Sande y Juan Vellido

Pepi Esparcia y Bárbara Lázaro Esparcia