martes, 20 de agosto de 2024

BREVE MUESTRA Y NOCIONES VARIAS DE INDIGNIDAD EN EL EJERCICIO DEL ARTE POÉTICA

 Seguimos argumentado, aun con premura, algunas nociones básicas para reconocer la indignidad en la vida y sobre todo en el arte, para la sección de Pensamiento, del blog Ancile, y todo bajo el título: Breve muestra de nociones varias de indignidad en el ejercicio del arte poética.


BREVE MUESTRA Y NOCIONES VARIAS

DE INDIGNIDAD EN EL EJERCICIO DEL ARTE POÉTICA

 



¿Qué mayor muestra de indignidad será negar y jurar lo contrario, y llamar a la mentira verdad con tal exceso de furor para ornar con más ridículo sus vergüenzas? Pues bien, es harto frecuente encontrar entre los políticos a estos confederados del descaro y la insolencia, mas no serán los únicos, pues otros muchos que se dicen artistas o poetas mantienen consagrada a la mentira y a la vanidad sin límites su desfachatez e indecencia. Sus muestras son de tal grado indignas que las tengo del todo por espantables además de irrisorias y grotescas. Muchas podrían servir de ejemplos para el lector interesado en este asunto, porque el grado de soberbia y nefanda villanía podrá llevar (no sé si algún caso habrá descrito para una casuística de la imbecilidad, pero no me extrañaría que así fuese), que al tal poeta le diese, en su afán de perniciosa vanidad y tontería, por ilustrar la portada de su primicia poética con un retrato propio retocado de necedad de sí mesmo, en arrogante o tortuosa pose, ya que los indignos no saben verse manchados de estupidez y por ello son detestados y abominables.

                De estas pobres almas en ridículo delirio no cabría decir gran cosa sino fuese para la cruel y poco cristiana mofa, pero al menos han de servirnos para aviso de propincuos y audaces navegantes que ya estuviesen rozando las orillas de la indignidad más cierta. En cualquier caso, la hipócrita presencia del ya situado en tales ignominias de perdida indecencia, encuentra caracterización perfecta en derredor de cualquier pesebre, del cual extraer el pábulo para sustento de su narcisista desvergüenza. Así, no es raro que la política o la ideología acomodaticia suelan ser el abrigo perfecto del indigno que, a través de ellas encuentran consuelo para su falta de talento, y en pos de los muchos y apetitosos premios creados a la sazón de la ausencia de cualquier atisbo de perspicacia poética y artística, donde encuentran el trampolín para mostrar impúdicamente su estólida vanidad y enfermizo narcisismo.

                Acaso no debe olvidársenos que aquel narcisismo enunciado es un trastorno de la personalidad que hoy parece gozar de una preminencia nunca lo suficientemente documentada (seguramente porque no es menester hacerle algún caso), que jamás se siente satisfecho su apetito de sí mismo, necesidades propias que se ven hartas siempre a expensas de las ajenas. No es extraño que estos comportamientos erráticos, dramáticos, trágicos, cuyos desordenes han de dar cuenta de megalomaníacos y pretenciosos comportamientos, se manifiestan tantas veces en el mayor de los casos en estrafalarias conductas propias del memo que suele encerrar su egocentrismo. Explotador nato de las relaciones interpersonales, no tiene el menor empacho en alcanzar notoriedad a través de cualquier ignominia, pero la insensibilidad del que carece de dignidad responde, como a los asnos (con todo el respeto hacia el noble animal rucio), a los golpes que la vida les da, como a tantos.

                Por todo lo ya dicho, cabe interrogarse muy razonablemente, si el que no se respeta a sí mismo con indigno comportamiento, estará en su cabal juicio, o es imbécil de remate, que además no debería ser admisible en una sociedad de hombres honrados. Sin querer cebarme sobre tanta estulticia, recomendaría acudir a las Premáticas y aranceles generales, centradas en el desengaño contra los poetas güeros,[1] del genial Francisco de Quevedo, para reconocer la secta de los poetas chirles y hebenes, de cuyo género de sabandijas, aunque sean nuestros prójimos y cristianos, deberíamos prevenirnos por ventura de nuestra salud mental y aún física.

                Decía el genio de Quevedo  sus poetas contemporáneos  que estaban condenados a perpetuo concepto; triste era aquella semblanza, pero, ¿y hoy, se llega si quiera a rumiar lo que exige un buen concepto en apunte de poema? Si casa con aquella otra acepción: despedazadores y tahúres de vocablos, por ver cómo no todo es nuevo en la indignidad a la que puede aspirar el quiere llegar a ser poeta.

                Para terminar este brevísimo tratado sobre la indignidad, indagaremos sobre aquellas divertidas premáticas poéticas quevedianas, por ver cuáles de ellas son antiguas y cuales puedan incorporarse como novedosas, pero eso será ya en un próximo capítulo de este blog Ancile.

 

 

Francisco Acuyo



[1] Ibidem. Pág. 237.





1 comentario:

  1. Francisco que valiente eres. Estoy de acuerdo con tu tesis sobre los poetas actuales, salen como hongos, algunos no se le entiende lo que dicen pero ahí queda lo dicho. Enhorabuena por tu valentía. Un abrazo

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