Retomamos con un nuevo post la sección De juicios, paradojas y apotegmas del blog Ancile, esta vez en dos entregas breves sobre la contemplación científica en relación a la posibilidad de vida e inteligencia fuera de nuestra frontera planetaria. Podrá constatarse que no es un tema de frivolidad propia de tiempos en los que se buscan sucedáneos religiosos de la más diversa estirpe, aunque tengamos que reconocer movimientos sociales, seudociéntificos, ideológicos y religiosos que buscan amparo en unos presupuestos que desde luego no se enmarcan en el rigor debido al método científico. En cualquier caso los traemos a colación porque, efectivamente, muestran un claro panorama de contradicciones tan propio de los tiempos que nos ha tocado en suerte vivir y compartir.
VIDA, CIENCIA Y CONCIENCIA ALIENÍGENAS
Tantas veces he gustado de
reflexionar a mi sabor sobre estas o aquellas cuestiones que de la ciencia han
quedado (y aún muéstranse) marginales a su método riguroso, que no puedo sino
reconocer mi inclinación depravada a trasgredir su casi siempre recomendada
severidad. Es claro (a mí así me lo parece) que esta actitud responde a la
condición entusiasta y acaso poco pensativa de quien les habla(más propia de
quien escribe versos, que reconozco que esta índole y propiedad pueden ser un
defecto para el análisis de cualquiera cosa digna de atención meritoria); ruego
por todo ello acepten mis más sinceras disculpas, no obstante, también es
verdad que no todo es negativo en este comportamiento, pues cuando vierto hacia
esta o aquella alternativa de estudio mi atención, me vuelco siempre sin
prejuicio, incluso ante aquellas cuestiones que muchas veces son tenidas por
cosa altamente extravagante. La excentricidad al saber común de algunas
curiosidades que irrumpen en nuestro mundo no son óbice para mi interés y
curiosidad, y atiendo a ellas con una
mentalidad abierta, pues es condición indispensable para la objeción más
prudente o la aceptación más juiciosa, si así la ocasión lo requiriese. Es por
todo esto que no veo opósito razonable a una cuestión que también ha interesado
a la ciencia en forma de muy diversas conjeturas, a saber: la vida y la
inteligencia extraterrestres.
Cuando hablamos de materia y
energía oscura (cuya existencia objetiva y empírica todavía no ha sido constatada,
acaso deducida de diversas manifestaciones fenomenológicas concretas y descritas
teóricamente), tanto en física como en cosmología, el científico avisado es
consciente de la necesidad de evaluar estadísticamente la potencial o virtual
evidencia de su realidad. Los razonamientos congruentes y exposiciones
matemáticas, así mismo coherentes, imponen altamente la probabilidad de su
existencia.
De forma análoga, y no
precisamente ahora, llevan estableciéndose conjeturas en relación a la
posibilidad de vida inteligente en otros mundos, diversos del nuestro propio.
Los astrónomos Johannes Kepler y Christiaan Huygens en sus obras: Somnium y Cosmothereos, respectivamente, ya especulaban con la existencia de
vida extraterrestre. Célebres son las referencias de Angelo Secchi y Giovanni
Schiaparelli, y más tarde las de Percival Lowell, en relación a la potencial
vida inteligente en Marte, y todo en torno a la observación de supuestos
canales (artificiales) sobre la superficie marciana. Pero, ¿cómo se significa
la ciencia en relación a este tema tan extraordinariamente sugestivo?
El programa SETTI[1]
ideado por Francis Drake, funciona desde hace más de cincuenta años sin que,
hasta la fecha, tengamos conocimiento de novedad en relación a la existencia de
vida inteligente extraterrestre. Pero el hecho de que exista un programa
(amparado, en principio, por la propia NASA), no deja de resultar harto
significativo, además de manifestar en su realidad y en su proyecto unas
exigencias científicas mucho más complejas de lo que en principio, para el no
avisado, cabría pensarse. Ya lo advertía Paul Davies en una publicación[2]
sobre temática tan ¿extraña? para la ciencia, cuando de la habitual (y un tanto
pedestre) deducción de que, en razón de
una innumerable realidad de mundos en el universo, se obtenga la necesaria consecuencia afirmativa de la existencia de
vida en algunos de ellos, olvidando o no contando que esta realidad estadística
no implica de forma necesaria una condición suficiente.
Son no menos célebres los
rechazos a este respecto de Francis Crick y Jaques Monod, negando la existencia de vida fuera de nuestro
planeta, estableciendo el azar como conditio
sine qua non de su aparición en entorno tan singular y, desde luego, como
accidente monstruoso no extrapolable a lugar alguno que no sea la misma Tierra;
afirmaciones estas que, no obstante, no dejarán de resultar significativas,
sobre todo cuando en realidad no sabemos con total certeza que la vida, tal y
como la conocemos, se originara en nuestro propio planeta. Además, no debe
obviarse el hecho de que la química de
la vida sea aleatoria no implica en modo alguno que sea inespecífica y
arbitraria. La organización de la vida como evolución nos habla ya de un
principio que parece romper con la visión deprimente del azar como bastión
fundamental que sostiene la realización de la vida, sin contar con la
posibilidad de que esta haya aparecido y desaparecido varias veces en nuestro
mismo planeta, condición que, de demostrarse, ya pondría en entredicho la
monstruosidad de la vida como hecho absolutamente excepcional; cuestión esta
última que colocaría sobre la mesa la más que segura probabilidad de su
existencia en otros lugares del universo, e incluso manifestando tal vez un
origen común.
Paradójicamente, no es menos
legítimo conjeturar que, si la vida en la tierra bien puede tener un origen
extraterrestre, ¿por qué no ha de mantener esta una deuda con la vida
inteligente que en ella habita, compartiendo la misma impronta que dio lugar a
la vida tal y como la conocemos en la tierra, siendo esta inteligencia
igualmente de origen estraterrestre? Es inevitable colegir (sin necesidad de
hacer un ejercicio singular de imaginación) que estas características de diseño
inteligente, que nos hace portadores de tan peculiar rasgo de conciencia,
puedan ser también provenientes del exterior de nuestro mundo. Por lo menos nos
parece igualmente razonable poner en cuestionamiento (por razones obvias de
inclinación excesiva antropológica) que la inteligencia sea exclusivamente un
rasgo de nuestra humanidad.
Parece que, cuando una mente como
la de Gauss[3] sugería
la creación de formas en el bosque siberiano para llamar la atención de
supuestos extraterrestres para convencerles de nuestra inteligencia, tales
conjeturas no sean del todo cosa baladí (de hecho se ha especulado con mayor o
menor éxito de señales y balizas construidas en muchas partes de nuestro
planeta para algo parecido, véase las pistas de Nazca como singular ejemplo).
En conclusión, parece que la ciencia, aun en su rigor y exigencia metodológica
no desiste ante cuestión siempre delicada, sobre todo para quien no quiera
pasar por perturbado proclive a los cuentos de ovnis e invasiones alienígenas.
Así, de todo lo dicho, aunque no
me desdigo un punto, confirmo la demanda de atención hecha por la propia
ciencia hacia tales cuestiones, sin querer por otra parte más recompensa del
lector sino que se tengan por verdaderas y honestas estas reflexiones
inspiradas por la propia ciencia, conciencia inigualable para cualquier
aspiración a la verdad.
Francisco
Acuyo
[1] Search for ExtraTerrestrial Intelligence, o Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre tratan de encontrar vida extraterrestre inteligente, ya sea por medio del análisis de señales electromagnéticas capturadas en distintos radiotelescopios, o bien enviando mensajes de distintas naturalezas al espacio con la esperanza de que alguno de ellos sea contestado.
[2] Davies, P.: Un silencio inquietante, Crítica, Barcelona, 2011, pp. 41.
[3] Nos referimos nada menos que el insigne matemático Johann Carl Friedrich Gauss (1777-1855)
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