Segunda entrega de El símbolo: más allá
de la razón. Simbología: íntima
historia del corazón y la conciencia, para la sección de De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, en su segunda entrega.
EL SÍMBOLO: MÁS ALLÁ
DE LA RAZÓN.
SIMBOLOGÍA: ÍNTIMA
HISTORIA DEL CORAZÓN Y LA CONCIENCIA. II
QUE el ser humano es especie
imbuida desde la noche de los tiempos en un devenir continuo de símbolos de la
más variada naturaleza, desde los representados en las tallas de bloques de
ocre de hace 75.000 ó 65.000 años, hasta los símbolos que componen la panoplia
complejísima del universo informático –y matemático-, tan afín al trajinar vertiginoso de la tecnolgía en nuestros días (aunque estos símbolos tengan un carácter
eminentemente sígnico o semiológico, que distinguiremos del símbolo al que nos
referimos en este breve opúsculo), debería hacernos reflexionar sobre el hecho de que muy
bien estos no tienen por qué ser herramientas útiles para la consecución de
fines materiales prácticos pues, incluso en este último caso, queda la huella
siempre enigmática de cómo la idea simbólica acaba alcanzando conformación
material, cuestión que, de nuevo, nos lleva incidir en el carácter marcadamente
colectivo (arquetípico, que diría Jung) de los más sustanciales de ellos y, a
su vez, nos enfrenta la humanidad a uno de los misterios más profundos y consustanciales, el de
la conciencia, y el necesariamente vinculado a aquella cual es el de la
creatividad y los procesos vinculados a esta última.
Cuando
el Löwenmensch (hombre león) de la
cueva de Hohlestein-Stadez, de 40.000
años de antigüedad, se descubría al mundo, ponía en evidencia no sólo una labor
técnica y de elaboración encomiable, sino una capacidad creativa de excepción
habilitada para extraer de la naturaleza un animal de su tiempo y, lo que sin
duda es más importante, la creación de una criatura (tal vez la primera
reconocida hasta la fecha) totalmente imaginaria, quizá para su veneración,
motivada por las diversas, complejas y acuciantes preocupaciones ante los misterios de la
existencia. Hecha para la ocasión de ser compartida por sus contemporáneos como
inaudita realidad estremecedora de la imagen (símbolo) que interactúa tanto con
el mundo conocido como con el trasmundo acaso siquiera soñado entonces por el hombre.
Löwenmensch |
Interpretación,
comprensión, contemplación del símbolo han sido las directrices mediante las
que tantos sabios se han interesado desde tiempos, lugares, culturas e incluso
disciplinas del saber harto diferentes y distantes, por la indagación de aquél y
su incidencia en el espíritu humano y en la realidad que al mismo le atañe:
teólogos, filósofos, psicólogos, poetas, artistas…. se han sentido fascinados por la
enorme potencia de lo simbólico.
Se dice que el milagro del
símbolo (verdadero) radica en su singular y paradójica universalidad: lengua
común que integra culturas diversas y distantes en pos de mucho más que el
conocimiento de un determinado saber, si es que en verdad el símbolo está
imbricado en lo más íntimo y vital del individuo humano. Alcanza cotas el
símbolo fuera del tiempo en tanto que sucede en el ámbito donde el espíritu
muestra la trascendencia que nos habla de lo eterno.
El
poder del símbolo marca obstinada y objetivamente sus dominios muchos más allá
de la determinación alegórica, pues radica su fuerza y se hace expreso en los
procesos vitales manifiestos en la conciencia que intuye lo unánime del ser y de los
nexos de este con el mundo.
Aquellas manifestaciones artísticas primitivas a las que aludíamos al principio
ponen en evidencia que el símbolo habría de manifestarse antes incluso de la
historia: pictogramas e ideografías así lo atestiguan y parecen expresar la
sentencia de Dionisio Areopagita (y de Platón) en la que lo sensible es el
reflejo de lo inteligible; el símbolo pone de manifiesto la profunda e
intricada urdimbre de interconexiones de lo físico y lo metafísico. O lo que
es lo mismo, el símbolo como exponente en la cultura del aspecto psicológico
del hombre que está siempre entre dos aguas: lo consciente y lo inconsciente.
Acaso
el símbolo sea la manifestación más patente de aquel instinto (junguiano) de lo
espiritual, y de que el conocimiento científico nos es el único accesible, privativo de la
materia. La proyección simbólica instiga y anima lo más íntimo de cada cual
para vivir la materia como símbolos con los que explicar las relaciones entre
el alma y el mundo.
Francisco Acuyo
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