Tercera entrega de El
símbolo: más allá de la razón. Simbología:
íntima historia del corazón y la conciencia, para la sección de De juicios paradojas y apotegmas, del blog Ancile.
EL SÍMBOLO: MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN.
SIMBOLOGÍA: ÍNTIMA HISTORIA
DEL CORAZÓN Y LA CONCIENCIA. III
III
La función
integradora del símbolo es insólitamente sistemática y se hace expresa en el
concorde movimiento de los opuestos: su dinámica no se circunscribe en el
tiempo, sino en el flujo común de emociones e ideas que muy bien no acaben por
ser sino el reflejo de la unidad del universo.
Una vez trazados los distingos
del símbolo con las figuras relacionadas
con el signo (emblema, atributo, alegoría, metáfora, síntoma, parábola,
apólogo…), caracterizadas por estar enmarcadas en el ámbito de la representación,
el símbolo se ofrece con la capacidad integradora (tan afín por otra parte al
ejercicio no solo discursivo, sobre todo expresivo e integrador tan genuino cuando
se manifiesta en el ámbito de la poesía), donde el sujeto y el objeto (el
significado o el significante) participan, en virtud del dinamismo organizador[1]
que al símbolo le caracteriza, para interactuar homogéneamente de manera que le
aleja de la convención del signo normalizada, pues el símbolo vierte
estructuras psíquicas que enlazan afectivamente y de manera evocadora y no sólo
de manera intelectiva, y es que el símbolo vincula existencialmente con el ser
y el devenir del espíritu en el mundo.
Los prototipos simbólicos
(arquetipos, según Jung) puede decirse que son patrimonio filogenético de la
humanidad pues, se ofrecen transcritas en estructuras psíquicas (conscientes o
inconscientes) universales que enlazan con lo más genuino y profundo del
individuo. El símbolo manifiesta la potencia y capacidad de vincular lo natural
y lo abstracto sin conflicto en tanto que no pretende explicar sino insinuar,
evocar, sugerir sobre aquello que no podemos hablar mediante el lenguaje
convencional o el del signo. El símbolo
se proyecta como como una vívida entidad en plena realidad o en evidente
transformación que permite la conciencia total remitida a través del dato
simbólico (que diría Elíade), donde el que interpreta no es ya mero espectador
sino actor de lo visible, pero también de lo invisible, por lo que el símbolo
propende a unificar lo real más allá del proceso racional significativo.
La consistencia simbólica es
la manifestación de uno de los procesos más importantes de los que es capaz el
ser humano, sobre todo si lo relacionamos con el que tal vez sea el más genuino
de nuestra especie: el de la creación, ante todo si esta se entiende como una de las capacidades
capitales del progreso espiritual del hombre.
Francisco Acuyo
[1] Chavalier, J. (Gherbranta, A.): Diccionario
de los símbolos, introducción, Herder, Barcelona, 1988, p. 15.
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