Control totalitario, violencia, coerción, última entrega de Las utopías maquetas, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección de Microensayos del blog Ancile.
CONTROL TOTALITARIO, VIOLENCIA, COERCIÓN, ÚLTIMA ENTRADA DE LAS UTOPÍAS MAQUETAS
LAS
UTOPÍAS MAQUETAS: CONTROL TOTALITARIO, VIOLENCIA, COERCIÓN (10)
Como hemos visto
hasta ahora, las utopías maquetas no
sólo se caracterizan por establecer gobiernos más o menos despóticos o
tiránicos, sino por llevar a cabo una
estricta planificación
político-institucional de la
sociedad, mediante la cual no sólo
suprimen la propiedad privada y eliminan el dinero y la libertad económica (de
adquisición y de venta, de producción y de empresa) sino que promueven y prescriben la abolición de la familia, el
control asfixiante de la educación y de la sexualidad e incluso del ocio, de la
vida cotidiana y de las costumbres, llegando a controlar y amordazar -con una legislación ad hoc- la libertad moral, artística y
científica y a instituir incluso la inquisición de las conciencias.
Este carácter extremadamente planificador, controlador, autoritario y
dirigista[1]
es, sin duda, uno de los rasgos más sobresalientes de las sociedades utópicas
descritas en las utopías literarias que hemos ido analizando. Desde el pensamiento liberal J. A. Rivera ha denunciado, siguiendo
a Karl Popper, que esa pretensión planificadora, colectivista y
reglamentista es el principal error de la fantasía utópica de Platón y de las
ficciones utópicas renacentistas y
socialistas utópicas que le constructivistas
y de ingeniería social global que
pretendiesen implementarse actualmente o en el futuro. Y es que, en su opinión:
“Una sociedad no se planea ni se construye
como un edificio, sino que es, en lo fundamental aunque no exclusivamente, un
orden detrás del cual no hay una mente ordenadora, ningún plan intelectual. […]
No todo lo que consiguen los hombres lo logran porque previamente se hayan
trazado un plan explícito para hacerlo […]. A veces los objetivos de una
persona se obtienen mejor por una vía indirecta, no persiguiéndolos a través de
un plan premeditado. Tampoco una sociedad se hace de este modo “planificado”;
es más, creo que una sociedad no “se hace” en absoluto: no se debe dejar a
nadie que dirija su factura, sino permitir que se vaya ensamblando poco a poco
y por sí sola”[2].
En efecto, al analizar el enfoque
“integrador” u “holístico” del comportamiento humano efectuado por quien
planifica -un sumo legislador individual o colectivo- estas comunidades, K. Popper hace notar que un “control
científico” así de la naturaleza humana conduce irremisiblemente al suicidio
social y al totalitarismo[3].
Lo mismo opina Thomas Molnar al considerar que un sistema social e
institucional trazado con criterio “holístico”, que busca, ostensiblemente, la
igualación total, lleva a la igualación de las mentes humanas y así al final
del progreso[4].
Aunque es cierto que, como ha sostenido M. A. Ramiro[5],
no todos los tratadistas del género utópico (sobre todo el referido a las primeras formulaciones del
modelo: las utopías renacentistas, en concreto) desde M. Eliav-Feldon hasta Lyman T. Sargent o Barbara Goodwin,
identifiquen sin más utopía y totalitarismo, ni vean en ella la muestra o el
retrato de una sociedad cerrada-infernal o totalitaria, sino más bien el de un
cierto autoritarismo político -porque en ellas estaba presente un incipiente concepto de libertad negativa y porque “los
reformadores sociales del Renacimiento felizmente ignoraban la experiencia de
la civilización del siglo veinte con los regímenes totalitarios”
(Eliav-Feldon)-, en alguna de esas descripciones
de sociedades utópicas hemos podemos observar la anticipación más asombrosa de
los regímenes totalitarios que asolaron Europa en el siglo XX[6].
En ellas hemos constatado su obsesiva pretensión no ya de modificar las imperfecciones de la
naturaleza humana -a través de la educación, la exhortación moral, y las
reformas sociales,
institucionales y económico-estructurales pertinentes o adecuadas- para facilitar su mejora y compensar así el altruismo limitado y la escasez de bienes, lo que es plausible y admirable a todas luces, sino de tratar por todos los medios -lo que ya es no es tan plausible ni encomiable- de cambiarla y transformarla radicalmente, confiando en la posibilidad de crear una nueva naturaleza humana, un “Hombre Nuevo”[7].
En efecto, una vez separado el niño del círculo familiar y conseguida la desintegración
de la familia y adoctrinado por el sistema educativo convenientemente, puede
darse comienzo a la creación de esa nueva naturaleza humana, de ese Hombre Nuevo. Los diseñadores
intelectuales del Estado ideal (de todos los tiempos) ha pretendido erigirse en
ingenieros de almas y han considerado
preferible para ellos trabajar con “hombres nuevos”, con seres psicológicamente
vírgenes, -como propugnaba Platón-, en los que queden más indeleblemente
troquelados los principios compartidos de la convivencia en colectividad, a la
hora de establecer su Paraíso en la tierra. En este sentido Steven Pinker dice con respecto a los
intentos para establecer en pleno siglo XX macroutopías totalitarias presididas
por esas mismas directrices:
“Los
Estados marxistas del siglo XX no solo eran dictaduras, sino unas dictaduras
totalitarias. Intentaban controlar todos los aspectos de la vida: la educación
de los hijos, el modo de vestir, el ocio, la arquitectura, las artes, hasta la
comida y el sexo. A los autores de la Unión Soviética se les imponía que se
convirtieran en “ingenieros de las almas humanas”. En China y en Camboya, los
comedores comunales obligatorios, los dormitorios para personas adultas del
mismo sexo y la separación de sus padres eran experimentos recurrentes y
odiados”[8].
Tanto Friedrich Hayek como Karl
Popper han señalado a este respecto, que el planificador utopista se ve
obligado a simplificar sus problemas eliminando sus diferencias individuales y
reduciendo todas sus creencias e intereses a una uniformidad absoluta. Y esto
solamente puede ser obtenido no sólo por la educación y la propaganda, sino por
otros medios más expeditivos: dictando nuevas normas y creando
nuevas instituciones legales y conseguir su aplicación efectiva mediante
determinados mecanismos coercitivos legales más expeditivos- hasta llegar a ese momento ideal en el cual los
intereses, los credos y los pensamientos de todo el mundo se hacen idénticos.
En efecto, ese orden político
centralista, absorbente, tiránico, estricto, férreo y minucioso no se produce
espontánea o naturalmente. Los intentos de poner en práctica este tipo de
utopías, con fuertes dosis de planificación, exigen recurrir a la violencia y
conducen a sociedades cerradas donde
es imposible vivir con libertad: unos pocos
iluminados toman el poder -advierte Hermann
Tertsch[9]- y se convierten en la nueva clase social
privilegiada que están convencidos de que para alcanzar la utopía (la pureza, felicidad y perfección definitivas, el paraíso
final,) es necesario eliminar
cualquier tipo de discrepancia, oposición o crítica; no puede tolerarse una
pluralidad de opiniones sobre ella, y en consecuencia la libertad ni existe ni
puede existir. El sino de toda utopía realizada o en vías de realización es
utilizar la violencia como medio y ya se sabe por experiencia que los medios
contaminan los fines. Cuando esos
proyectos utópicos, absolutizados tratan de imponerse por medios violentos o
coercitivos y totalitarios entonces las utopías se metamorfosean en infiernos,
en campos de concentración, en sociedades regimentales. T. Molnar, por todo ello, concluyó que “los utopismos se ven
obligados a emplear la coerción, la violencia”[10].
Es por todo ello por lo que Popper establezaca la identificación del utopismo con la violencia totalitaria[11] y propugne la necesidad de abandonar la ingeniería
social utópica global (de las utopías sociales) y de practicar en su
lugar lo que llama ingeniería social fragmentaria, que opera paso a paso, con
proyectos factibles, realizables, con reformas parciales y progresivas y
conociendo,Como puso de manifiesto Bernard Henrí-Levy, las sociedades
utópicas del pasado anticipan las “sociedades totalitarias” del siglo XX
caracterizadas ambas por ser enemigas de la libertad, estados policíacos como
los denunciados o representados en la ficción por el Orwell, de “1984”, o por
el Panóptico de Bentham, organizados
como “sociedades de transparencia, gobernadas por príncipes insomnes que sueñan
con casas de cristal”[12].
además, qué medios adecuados utilizar para alcanzar los fines anhelados y propuestos.
En ellas, como
en el en el caso de los totalitarismos comunista estaliniano o nazi-fascista,
el poder delimita un ámbito de racionalidad estricto y el que no esté de
acuerdo con ella: o es arrojado al exilio,
o es enviado al mundo de lo irracional o al hospital psiquiátrico,
cuando no eliminado convenientemente. Utopismo
y totalitarismo adolecen de una especial racionalidad instrumental,
hipertrofiada, pervertida pero eficiente: el Gulag y Auschwitz, “los campos de
concentración soviéticos, nazis, fascistas se organizaron según un modelo
racional de eficacia. No es extraño que el Leviatán
de Hobbes termine con un himno a la claridad y a la luz universal”[13].
Paul Watzlawick psicoterapeuta y epistemólogo y teórico de la comunicación de
Palo Alto[14]
reconoce asimismo cómo "las más espléndidas utopías desembocan en la más
cruel opresión" y que así ocurre es algo de lo cual la historia
proporciona pruebas incontestables desde los días de Platón hasta los tiempos
más recientes. Por otro lado, señala que “es digno de tenerse en cuenta el
hecho de que la mayor parte de las utopías clásicas no salieron de las cabezas
de sus inventores ni del papel de sus tratados y que, ello no obstante, a pesar
de no haberse realizado de forma práctica llevan todas el sello de inhumana
opresión". En este sentido Wolfgang
Kraus decía al respecto en Die
verratene Anbetung:
"Si
examinamos las utopías sociales clásicas en las que sus autores cifraban los
máximos valores, llegamos a un resultado sorprendente. Desde la República y las Leyes de Platón pasando por el capítulo sobre Licurgo de Plutarco,
por la Utopía de Tomás Moro y Heliópolis de Campanella, hasta la Atlántida de Francis Bacon y otras
muchas obras, se manifiesta un rasgo aterrador: todas son órdenes establecidos
violentamente. Las dictaduras políticas que hoy conocemos parecen poéticos
campos de libertad comparadas con estos llamados estados ideales"[15].
Pero
incluso mucho antes de realizarse, en su camino hacia el Paraíso, las utopías
dejan en el borde del mismo multitud de víctimas, cadáveres, individuos
masacrados, para los cuales la busca de utopía ha sido un infierno sin
posibilidad de vuelta atrás, sin posibilidad de redención alguna. Milan Kundera en una famosa entrevista
ya nos lo advertía al declarar: “Toda utopía comienza siendo un enorme paraíso que tiene como anexo
un pequeño campo de concentración para rebeldes a tanta felicidad; con el
tiempo, el paraíso mengua en bienaventuranzas y la prisión se abarrota de
descontentos, hasta que las magnitudes se invierten”[16].
“La utopía es hermosa para soñada, terrible cuando realizada”: esa es la conclusión a la que llega José Luis Aranguren, para quien las
utopías son en realidad imágenes, cristalización en el reino de las ideas de
esas ficciones fabricadas, pero no tanto obra de la imaginación, cuanto de la
“Esta pretensión
intrínseca de realización de las imaginerías fijas y cerradas es lo que, por
paradójico que parezca, convierte en terribles a las utopías. Las utopías, no
siempre, pero a veces sí, se cumplen. Mas cuando se cumplen, se cumplen por
modo no eutópico sino distópico, es decir a la manera rígida, uniforme,
sofocante, fanática, estrecha, ritualizada y coactiva que les es propia. Es el
sino de las utopías más generalmente denominadas así: no ser tan hermosas en su
fabricación o ficción como piensan sus autores y ser, en cambio, en contra de
lo que estos desearían terribles cuando realizadas”[17].
fantasía meramente combinatoria:
Y es que las sociedades humanas no admiten una
planificación “more geométrico”, ni una estructuración tipo hormiguero o colmena -tan caras a los utopistas en general y a la mayoría de sus
sueños, ficciones o proyectos utópicos por realizar- como la historia,
trágicamente, nos ha demostrado. Contra estos modelos de pensamiento utópico
escribirá el poeta Hölderlin en su Hyperion:
“Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno
sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso”[18].
No queremos con todo ello abdicar de la lucha por la
justicia y por la igualdad, ni renunciar a la utopía (con minúscula), ni
proclamar su Requiem. Todo lo
contrario. Nuestro rechazo no es el rechazo de los ideales utópicos concretos, ni de los anhelos éticos de perfección siempre progresivos y siempre
inalcanzados y asintóticos. Nuestra respuesta no es en absoluto el conformismo
y la resignación ante los males que agobian a la humanidad, no es la renuncia
escéptica a los ideales regulativos, ni a las microutopías
concretas, fragmentarias y posibles o a los
proyectos parciales de ingeniería
social. Todos esos proyectos son los nuestros: programas parciales en y por
la lucha por los Derechos Humanos; nuestra verdadera utopía a alcanzar.
Rechazamos, por el contrario, las Utopías globales
(con mayúsculas), absolutas, abstractas, irrealizables. Denunciamos todas esas
macroutopías revolucionarias que tantos millones de muertos han causado a lo
largo de nuestro trágico siglo XX y que, tratando de realizar el Bien Absoluto
y de establecer de una vez por todas, mágica y violentamente, el Paraíso en la
tierra, sólo han logrado establecer un nuevo Infierno en nuestro mundo o
incrementar el ya existente.
El método que proponemos, el camino a seguir para ir
haciendo de nuestro Mundo otro Mundo más
humano posible y habitable, es el que Maquiavelo e Italo Calvino nos ofrecían y aconsejaban en
sendos ejemplares textos: luchar contra el mal allí donde estuviese,
enfrentarnos al infierno allí donde se nos manifieste o donde lo descubramos.
El primero es de Nícolás Maquiavelo,
quien en una carta a su amigo Guicciardini le advertía: “Creo que el verdadero modo de conocer el
camino al paraíso es conocer
el que lleva al infierno, para poder evitarlo”[19].
El sabio y sagaz florentino sabía por experiencia que los intentos de instaurar
imperios salvíficos en nombre de algún tipo de Bien Absoluto, sólo ha hecho
correr ríos de sangre sobre la tierra.
Algo muy semejante a lo propugnado por Italo Calvino en Las ciudades invisibles con esta ejemplar historia: el anciano
Khan, impaciente por los relatos de Marco Polo, que le enfrentan una y otra vez
al sufrimiento y la injusticia, le pregunta a éste por las ciudades de la utopía, donde reina la concordia y todos los
hombres son hermanos. Marco Polo le dice que jamás encontró una ciudad así.
Entonces, insiste dolorido el Khan: ¿Sólo
cabe la ciudad infernal? Marco Polo lo niega con la cabeza. Él sabe que ése
infierno existe, pero también que hay una alternativa mejor que “aceptar el
infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo”. La misión
del viajero, le dice entonces Marco Polo al anciano, es “buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y
hacer que dure y darle espacio”[20].
Tomás Moreno
[1] M. A. Ramiro Avilés señala acertadamente
que a excepción del
reducidísimo número de utopías de tipo anárquico existentes, la ausencia de normas y leyes
(anomia) característica de ese tipo de comunidades también crea sus propias
reglas y sanciones pero menos desarrolladas que las legales de tal manera que
pueden permitir un uso irracional e injusto del poder. La anomia crea normalmente
una situación de miedo e invita a la tiranía del gobierno personal. Aunque ha
habido ejemplos históricos de sociedades anómicas, sus resultados fueron
desastrosos pues se convirtieron en infiernos terrenales. Además, una vez
puestos en marcha, necesitaron controlar de algún modo el comportamiento de los
miembros de la comunidad con prescripciones normativas (“La utopía de Derecho”,
op. cit.).
[2] Constructivismo social: postura que
sostiene que la sociedad perfecta no puede derivar del espontáneo juego de las
fuerzas sociales o del ejercicio de la libertad individual. Una sociedad
perfecta es un organismo o todo sustantivo que debe ser construido por
ingenieros sociales de acuerdo con un modelo racional. Los hombres deben
integrarse en ella mediante la educación y la imposición coactiva de las
normas.
[3] K. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, op. cit.. Popper lo ve como el
defensor de una sociedad cerrada, clasista e inmovilista. La calificación
popperiana de la utopía platónica como totalitaria no es exclusiva del filósofo
austríaco. En un artículo famoso Walter Kaufmann (Philosophical Review, 1951, pp 465-466) menciona que el filósofo nazi
oficial, Alfred Rosenberg, se refiere al Régimen Político de la Republica de
Platón en términos entusiastas. Algunas ediciones especiales de pasajes de
Platón, cuidadosísimamente seleccionados, fueron utilizados en las escuelas
alemanas durante el periodo nazi como ejemplares. R. H. Grossman, Plato Today, (Londres, George Allen und
Unwin, 1959, p. 92): llegará a escribir: “La filosofía de Platón es el ataque
más salvaje y más profundo a las ideas liberales que puede mostrar la historia.
Rechaza todos los axiomas del pensamiento progresista y desafía a todos sus
ideales. La igualdad, la libertad y el autogobierno se condenan como si fueran
ilusiones que sólo pueden sostener idealistas cuyas simpatías son más fuertes
que su buen sentido”. Otros enfatizarán sus paralelismos con el otro
totalitarismo, el comunismo soviético bolchevique, como B. Russell en su Teoría y práctica del Bolchevismo,(Barcelona,
Ariel, 1994) o Friedrich A. Hayeck en Camino
de servidumbre (Alianza, Madrid,. 1976)
[6] Frente a la opinión de Karl
Popper que explícitamente equiparó la
utopía con la fuerza, la violencia y el totalitarismo, Barbara Goodwin
argumentará en este sentido que «aunque
una minoría de utopistas hayan visto a la coerción e incluso a la violencia
como un instrumento lamentable pero necesario de cambio, un examen de la
literatura utópica no establece nada aproximado a una asociación necesaria y
universal del utopismo con los mecanismos coercitivos» (B. Goodwin, Utopía Defended Against the Liberals,
Political Studies, 28: 3, 1980, p. 395). Cit. en M. A. Ramiro Avilés, “La
utopia de Derecho”, op. cit., pp. 456-457.
[7] Noción de “Hombre Nuevo” que, más allá de
sus reminiscencias paulinas y cristiano-evangélicas o nietzscheanas -como la
representada por la línea de los bolcheviques
nietzscheanos Anatoly Lunacharski, Alexandr Bogadanov o Nickolai Bujarin- ,
será asumido por la escatología marxista más dogmática, criptorreligiosa y
deificadora del homo sapiens, hasta
hacerle escribir a León Trotski en 1923 al profetizar (en su famoso ensayo Literatura y revolución, Buenos Aires,
El Yunke, 1974) cómo sería el futuro “hombre
nuevo comunista”, cosas como esta: “El hombre será incomparablemente más
fuerte, más sabio y más sutil. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos,
más rítmicos y su voz, más musical. Sus modos de vida pasarán a ser
dinámicamente dramáticos. El tipo humano medio se elevará hasta alcanzar las
cimas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx. Y sobre esas cumbres, otras
nuevas se erigirán” (Cit. en John Gray, Misa
Negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Barcelona, Paidós,
2007, p. 62.
[13] Bernard Henrí-Levy, La Barbarie con rostro humano, op. cit. pp. 145-146. Es destacable la
equiparación que hace Martin Amis, al respecto, entre utopismo, socialismo
estaliniano y totalitarismo en su Koba el
temible, trad. de A. Prometeo Moya, Anagrama, Barcelona, 2004.
[14] "Componentes de 'realidades'
ideológicas”, pp. 167-199 en Paul Watzlawick La
Realidad Inventada. ¿Cómo sabemos lo que creemos saber?, Gedisa editorial, Buenos Aires, 1988, p.
173.
[16] Otro escritor disidente soviético, Andrei
Siniaski en Sobre el realismo socialista
(1965), describía así su dramática denuncia de similar utopía: “Así, para que
las prisiones se desvanezcan para siempre, construimos nuevas prisiones. Para
que todas las fronteras caigan, nos rodeamos con una Muralla China. Para que el
trabajo se convierta en reposo y placer, introducimos los trabajos forzados.
Para que nadie vuelva a derramar una gota de sangre, matamos, matamos y
matamos. En nombre del proscrito recurrimos a los medios empleados por nuestros
enemigos”.
[17] José Luis Aranguren, “Utopía y libertad”,
en Revista de Occidente, Núms. 33-34, Febrero-Marzo, Madrid,1984, pp. 19 y 32.
[18] Citado en Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre, cap. 2, “La gran
utopía”, Alianza editorial, Madrid, 1976, p. 51.
[19] Carta a G., 17 de mayo de 1521, en Lettere di Niccolò Machiavelli, Milán,
Bompiani, s. f., p. 14.
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