miércoles, 21 de enero de 2015

CONTROL TOTALITARIO, VIOLENCIA, COERCIÓN, ÚLTIMA ENTRADA DE LAS UTOPÍAS MAQUETAS

Control totalitario, violencia, coerción, última entrega de Las utopías maquetas, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección de Microensayos del blog Ancile.


Las utopías maquetas 10, Tomás Moreno, Ancile




CONTROL TOTALITARIO, VIOLENCIA, COERCIÓN, ÚLTIMA ENTRADA DE LAS UTOPÍAS MAQUETAS




Las utopías maquetas 10, Tomás Moreno, Ancile


LAS UTOPÍAS MAQUETAS: CONTROL TOTALITARIO, VIOLENCIA, COERCIÓN (10)
Las utopías maquetas 5, Tomás Moreno, AncileComo hemos visto hasta ahora, las utopías maquetas no sólo se caracterizan por establecer gobiernos más o menos despóticos o tiránicos, sino por  llevar a cabo una estricta planificación político-institucional de la sociedad, mediante la cual no sólo suprimen la propiedad privada y eliminan el dinero y la libertad económica (de adquisición y de venta, de producción y de empresa) sino que promueven y prescriben la abolición de la familia, el control asfixiante de la educación y de la sexualidad e incluso del ocio, de la vida cotidiana y de las costumbres, llegando a controlar  y amordazar -con una legislación ad hoc- la libertad moral, artística y científica y a instituir incluso la inquisición de las conciencias.
Este carácter extremadamente planificador, controlador, autoritario y dirigista[1] es, sin duda, uno de los rasgos más sobresalientes de las sociedades utópicas descritas en las utopías literarias que hemos ido analizando.  Desde el pensamiento liberal J. A. Rivera ha denunciado, siguiendo a Karl Popper, que esa pretensión planificadora, colectivista y reglamentista es el principal error de la fantasía utópica de Platón y de las ficciones utópicas renacentistas  y socialistas utópicas que le constructivistas y de ingeniería social global que pretendiesen implementarse actualmente o en el futuro. Y es que, en su opinión:


 “Una sociedad no se planea ni se construye como un edificio, sino que es, en lo fundamental aunque no exclusivamente, un orden detrás del cual no hay una mente ordenadora, ningún plan intelectual. […] No todo lo que consiguen los hombres lo logran porque previamente se hayan trazado un plan explícito para hacerlo […]. A veces los objetivos de una persona se obtienen mejor por una vía indirecta, no persiguiéndolos a través de un plan premeditado. Tampoco una sociedad se hace de este modo “planificado”; es más, creo que una sociedad no “se hace” en absoluto: no se debe dejar a nadie que dirija su factura, sino permitir que se vaya ensamblando poco a poco y por sí sola”[2].

En efecto, al analizar el enfoque “integrador” u “holístico” del comportamiento humano efectuado por quien planifica -un sumo legislador individual o colectivo- estas comunidades, K. Popper hace notar que un “control científico” así de la naturaleza humana conduce irremisiblemente al suicidio social y al totalitarismo[3]. Lo mismo opina Thomas Molnar al considerar que un sistema social e institucional trazado con criterio “holístico”, que busca, ostensiblemente, la igualación total, lleva a la igualación de las mentes humanas y así al final del progreso[4].
Aunque es cierto que, como ha sostenido M. A. Ramiro[5], no todos los tratadistas del género utópico (sobre todo el referido a las primeras formulaciones del modelo: las utopías renacentistas, en concreto) desde M. Eliav-Feldon hasta Lyman T. Sargent o Barbara Goodwin, identifiquen sin más utopía y totalitarismo, ni vean en ella la muestra o el retrato de una sociedad cerrada-infernal o totalitaria, sino más bien el de un cierto autoritarismo político -porque en ellas estaba presente un incipiente concepto de libertad negativa y porque “los reformadores sociales del Renacimiento felizmente ignoraban la experiencia de la civilización del siglo veinte con los regímenes totalitarios” (Eliav-Feldon)-, en alguna de esas descripciones de sociedades utópicas hemos podemos observar la anticipación más asombrosa de los regímenes totalitarios que asolaron Europa en el siglo XX[6] 
En ellas hemos constatado su obsesiva pretensión no ya de modificar las imperfecciones de la naturaleza humana -a través de la educación, la exhortación moral, y las reformas sociales,

institucionales y económico-estructurales pertinentes o adecuadas- para facilitar su mejora y compensar así el altruismo limitado y la escasez de bienes, lo que es plausible y admirable a todas luces, sino de tratar por todos los medios -lo que ya es no es tan plausible ni encomiable- de cambiarla y transformarla radicalmente, confiando en la posibilidad de crear una nueva naturaleza humana, un “Hombre Nuevo”[7].
Las utopías maquetas 10, Tomás Moreno, AncileEn efecto, una vez separado el niño del círculo familiar y conseguida la desintegración de la familia y adoctrinado por el sistema educativo convenientemente, puede darse comienzo a la creación de esa nueva naturaleza humana, de ese Hombre Nuevo. Los diseñadores intelectuales del Estado ideal (de todos los tiempos) ha pretendido erigirse en ingenieros de almas y han considerado preferible para ellos trabajar con “hombres nuevos”, con seres psicológicamente vírgenes, -como propugnaba Platón-, en los que queden más indeleblemente troquelados los principios compartidos de la convivencia en colectividad, a la hora de establecer su Paraíso en la tierra. En este sentido Steven Pinker dice con respecto a los intentos para establecer en pleno siglo XX macroutopías totalitarias presididas por esas mismas directrices:

“Los Estados marxistas del siglo XX no solo eran dictaduras, sino unas dictaduras totalitarias. Intentaban controlar todos los aspectos de la vida: la educación de los hijos, el modo de vestir, el ocio, la arquitectura, las artes, hasta la comida y el sexo. A los autores de la Unión Soviética se les imponía que se convirtieran en “ingenieros de las almas humanas”. En China y en Camboya, los comedores comunales obligatorios, los dormitorios para personas adultas del mismo sexo y la separación de sus padres eran experimentos recurrentes y odiados”[8].

Tanto Friedrich Hayek como Karl Popper han señalado a este respecto, que el planificador utopista se ve obligado a simplificar sus problemas eliminando sus diferencias individuales y reduciendo todas sus creencias e intereses a una uniformidad absoluta. Y esto solamente puede ser obtenido no sólo por la educación y la propaganda, sino por otros medios más expeditivos: dictando nuevas normas y creando nuevas instituciones legales y conseguir su aplicación efectiva mediante determinados mecanismos coercitivos legales más expeditivos- hasta llegar a ese momento ideal en el cual los intereses, los credos y los pensamientos de todo el mundo se hacen idénticos.
En efecto, ese orden político centralista, absorbente, tiránico, estricto, férreo y minucioso no se produce espontánea o naturalmente. Los intentos de poner en práctica este tipo de utopías, con fuertes dosis de planificación, exigen recurrir a la violencia y conducen a sociedades cerradas donde es imposible vivir con libertad: unos pocos iluminados toman el poder -advierte Hermann Tertsch[9]-  y se convierten en la nueva clase social privilegiada que están convencidos de que para alcanzar la utopía (la pureza, felicidad y perfección definitivas, el paraíso final,) es necesario eliminar cualquier tipo de discrepancia, oposición o crítica; no puede tolerarse una pluralidad de opiniones sobre ella, y en consecuencia la libertad ni existe ni puede existir. El sino de toda utopía realizada o en vías de realización es utilizar la violencia como medio y ya se sabe por experiencia que los medios contaminan los fines. Cuando esos proyectos utópicos, absolutizados tratan de imponerse por medios violentos o coercitivos y totalitarios entonces las utopías se metamorfosean en infiernos, en campos de concentración, en sociedades regimentales. T. Molnar, por todo ello, concluyó que “los utopismos se ven obligados a emplear la coerción, la violencia”[10].
Las utopías maquetas 10, Tomás Moreno, AncileEs por todo ello por lo que Popper establezaca la identificación del utopismo con la violencia totalitaria[11]  y propugne la necesidad de abandonar la ingeniería social utópica global (de las utopías sociales) y de practicar en su lugar lo que llama ingeniería social fragmentaria, que opera paso a paso, con proyectos factibles, realizables, con reformas parciales y progresivas y conociendo,Como puso de manifiesto Bernard Henrí-Levy, las sociedades utópicas del pasado anticipan las “sociedades totalitarias” del siglo XX caracterizadas ambas por ser enemigas de la libertad, estados policíacos como los denunciados o representados en la ficción por el Orwell, de “1984”, o por el Panóptico de Bentham, organizados como “sociedades de transparencia, gobernadas por príncipes insomnes que sueñan con casas de cristal”[12].

además, qué medios adecuados utilizar para alcanzar los fines anhelados y propuestos.
En ellas, como en el en el caso de los totalitarismos comunista estaliniano o nazi-fascista, el poder delimita un ámbito de racionalidad estricto y el que no esté de acuerdo con ella: o es arrojado al exilio,  o es enviado al mundo de lo irracional o al hospital psiquiátrico, cuando no eliminado convenientemente. Utopismo  y totalitarismo adolecen de una especial racionalidad instrumental, hipertrofiada, pervertida pero eficiente: el Gulag y Auschwitz, “los campos de concentración soviéticos, nazis, fascistas se organizaron según un modelo racional de eficacia. No es extraño que el Leviatán de Hobbes termine con un himno a la claridad y a la luz universal”[13].
Paul Watzlawick psicoterapeuta y epistemólogo y teórico de la comunicación de Palo Alto[14] reconoce asimismo cómo "las más espléndidas utopías desembocan en la más cruel opresión" y que así ocurre es algo de lo cual la historia proporciona pruebas incontestables desde los días de Platón hasta los tiempos más recientes. Por otro lado, señala que “es digno de tenerse en cuenta el hecho de que la mayor parte de las utopías clásicas no salieron de las cabezas de sus inventores ni del papel de sus tratados y que, ello no obstante, a pesar de no haberse realizado de forma práctica llevan todas el sello de inhumana opresión". En este sentido Wolfgang Kraus decía al respecto en Die verratene Anbetung:

"Si examinamos las utopías sociales clásicas en las que sus autores cifraban los máximos valores, llegamos a un resultado sorprendente. Desde la República y las Leyes de Platón pasando por el capítulo sobre Licurgo de Plutarco, por la Utopía de Tomás Moro y Heliópolis de Campanella, hasta la Atlántida de Francis Bacon y otras muchas obras, se manifiesta un rasgo aterrador: todas son órdenes establecidos violentamente. Las dictaduras políticas que hoy conocemos parecen poéticos campos de libertad comparadas con estos llamados estados ideales"[15].
           
            Pero incluso mucho antes de realizarse, en su camino hacia el Paraíso, las utopías dejan en el borde del mismo multitud de víctimas, cadáveres, individuos masacrados, para los cuales la busca de utopía ha sido un infierno sin posibilidad de vuelta atrás, sin posibilidad de redención alguna. Milan Kundera en una famosa entrevista ya nos lo advertía al declarar: “Toda utopía comienza siendo un enorme paraíso que tiene como anexo un pequeño campo de concentración para rebeldes a tanta felicidad; con el tiempo, el paraíso mengua en bienaventuranzas y la prisión se abarrota de descontentos, hasta que las magnitudes se invierten[16].
            “La utopía es hermosa para soñada, terrible cuando realizada”: esa es la conclusión a la que llega José Luis Aranguren, para quien las utopías son en realidad imágenes, cristalización en el reino de las ideas de esas ficciones fabricadas, pero no tanto obra de la imaginación, cuanto de la “Esta pretensión intrínseca de realización de las imaginerías fijas y cerradas es lo que, por paradójico que parezca, convierte en terribles a las utopías. Las utopías, no siempre, pero a veces sí, se cumplen. Mas cuando se cumplen, se cumplen por modo no eutópico sino distópico, es decir a la manera rígida, uniforme, sofocante, fanática, estrecha, ritualizada y coactiva que les es propia. Es el sino de las utopías más generalmente denominadas así: no ser tan hermosas en su fabricación o ficción como piensan sus autores y ser, en cambio, en contra de lo que estos desearían terribles cuando realizadas”[17].
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fantasía meramente combinatoria:
 Y es que las sociedades humanas no admiten una planificación “more geométrico”, ni una estructuración tipo hormiguero o colmena -tan caras a los utopistas en general y a la mayoría de sus sueños, ficciones o proyectos utópicos por realizar- como la historia, trágicamente, nos ha demostrado. Contra estos modelos de pensamiento utópico escribirá el poeta Hölderlin en su Hyperion: “Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso[18].      
No queremos con todo ello abdicar de la lucha por la justicia y por la igualdad, ni renunciar a la utopía (con minúscula), ni proclamar su Requiem. Todo lo contrario. Nuestro rechazo no es el rechazo de los ideales utópicos concretos, ni de los anhelos éticos de perfección siempre progresivos y siempre inalcanzados y asintóticos. Nuestra respuesta no es en absoluto el conformismo y la resignación ante los males que agobian a la humanidad, no es la renuncia escéptica a los ideales regulativos,  ni a las microutopías concretas, fragmentarias y posibles o a los  proyectos parciales de ingeniería social. Todos esos proyectos son los nuestros: programas parciales en y por la lucha por los Derechos Humanos; nuestra verdadera utopía a alcanzar.
Rechazamos, por el contrario, las Utopías globales (con mayúsculas), absolutas, abstractas, irrealizables. Denunciamos todas esas macroutopías revolucionarias que tantos millones de muertos han causado a lo largo de nuestro trágico siglo XX y que, tratando de realizar el Bien Absoluto y de establecer de una vez por todas, mágica y violentamente, el Paraíso en la tierra, sólo han logrado establecer un nuevo Infierno en nuestro mundo o incrementar el ya existente.
El método que proponemos, el camino a seguir para ir haciendo de nuestro Mundo otro Mundo más humano posible y habitable, es el que Maquiavelo e  Italo Calvino nos ofrecían y aconsejaban en sendos ejemplares textos: luchar contra el mal allí donde estuviese, enfrentarnos al infierno allí donde se nos manifieste o donde lo descubramos. El primero es de Nícolás Maquiavelo, quien en una carta a su amigo Guicciardini le advertía: “Creo que el verdadero modo de conocer el
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camino al paraíso es conocer el que lleva al infierno, para poder evitarlo[19]. El sabio y sagaz florentino sabía por experiencia que los intentos de instaurar imperios salvíficos en nombre de algún tipo de Bien Absoluto, sólo ha hecho correr ríos de sangre sobre la tierra.
Algo muy semejante a lo propugnado por Italo Calvino en Las ciudades invisibles con esta ejemplar historia: el anciano Khan, impaciente por los relatos de Marco Polo, que le enfrentan una y otra vez al sufrimiento y la injusticia, le pregunta a éste por las ciudades de la utopía, donde reina la concordia y todos los hombres son hermanos. Marco Polo le dice que jamás encontró una ciudad así. Entonces, insiste dolorido el Khan: ¿Sólo cabe la ciudad infernal? Marco Polo lo niega con la cabeza. Él sabe que ése infierno existe, pero también que hay una alternativa mejor que “aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo”. La misión del viajero, le dice entonces Marco Polo al anciano, es “buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure y darle espacio[20].



                                                                                                                     Tomás Moreno
           








[1] M. A. Ramiro Avilés señala acertadamente que a excepción del reducidísimo número de utopías de tipo anárquico existentes, la ausencia de normas y leyes (anomia) característica de ese tipo de comunidades también crea sus propias reglas y sanciones pero menos desarrolladas que las legales de tal manera que pueden permitir un uso irracional e injusto del poder. La anomia crea normalmente una situación de miedo e invita a la tiranía del gobierno personal. Aunque ha habido ejemplos históricos de sociedades anómicas, sus resultados fueron desastrosos pues se convirtieron en infiernos terrenales. Además, una vez puestos en marcha, necesitaron controlar de algún modo el comportamiento de los miembros de la comunidad con prescripciones normativas (“La utopía de Derecho”, op. cit.).
[2] Constructivismo social: postura que sostiene que la sociedad perfecta no puede derivar del espontáneo juego de las fuerzas sociales o del ejercicio de la libertad individual. Una sociedad perfecta es un organismo o todo sustantivo que debe ser construido por ingenieros sociales de acuerdo con un modelo racional. Los hombres deben integrarse en ella mediante la educación y la imposición coactiva de las normas.
[3] K. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, op. cit.. Popper lo ve como el defensor de una sociedad cerrada, clasista e inmovilista. La calificación popperiana de la utopía platónica como totalitaria no es exclusiva del filósofo austríaco. En un artículo famoso Walter Kaufmann  (Philosophical Review, 1951,  pp 465-466) menciona que el filósofo nazi oficial, Alfred Rosenberg, se refiere al Régimen Político de la Republica de Platón en términos entusiastas. Algunas ediciones especiales de pasajes de Platón, cuidadosísimamente seleccionados, fueron utilizados en las escuelas alemanas durante el periodo nazi como ejemplares. R. H. Grossman, Plato Today, (Londres, George Allen und Unwin, 1959, p. 92): llegará a escribir: “La filosofía de Platón es el ataque más salvaje y más profundo a las ideas liberales que puede mostrar la historia. Rechaza todos los axiomas del pensamiento progresista y desafía a todos sus ideales. La igualdad, la libertad y el autogobierno se condenan como si fueran ilusiones que sólo pueden sostener idealistas cuyas simpatías son más fuertes que su buen sentido”. Otros enfatizarán sus paralelismos con el otro totalitarismo, el comunismo soviético bolchevique, como B. Russell en su Teoría y práctica del Bolchevismo,(Barcelona, Ariel, 1994) o Friedrich A. Hayeck en Camino de servidumbre (Alianza, Madrid,. 1976)
[4] Cf. El utopismo. La herejía perenne, EUDEBA, Buenos Aires, 1970.
[5] M. A. Ramiro Avilés, “La utopía de Derecho”, op. cit. pp. 431-460.
[6] Frente a la opinión de Karl Popper que  explícitamente equiparó la utopía con la fuerza, la violencia y el totalitarismo, Barbara Goodwin argumentará  en este sentido que «aunque una minoría de utopistas hayan visto a la coerción e incluso a la violencia como un instrumento lamentable pero necesario de cambio, un examen de la literatura utópica no establece nada aproximado a una asociación necesaria y universal del utopismo con los mecanismos coercitivos» (B. Goodwin, Utopía Defended Against the Liberals, Political Studies, 28: 3, 1980, p. 395). Cit. en M. A. Ramiro Avilés, “La utopia de Derecho”, op. cit., pp. 456-457.
[7] Noción de “Hombre Nuevo” que, más allá de sus reminiscencias paulinas y cristiano-evangélicas o nietzscheanas -como la representada por la línea de los bolcheviques nietzscheanos Anatoly Lunacharski, Alexandr Bogadanov o Nickolai Bujarin- , será asumido por la escatología marxista más dogmática, criptorreligiosa y deificadora del homo sapiens, hasta hacerle escribir a León Trotski en 1923 al profetizar (en su famoso ensayo Literatura y revolución, Buenos Aires, El Yunke, 1974) cómo sería el futuro “hombre nuevo comunista”, cosas como esta: “El hombre será incomparablemente más fuerte, más sabio y más sutil. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos, más rítmicos y su voz, más musical. Sus modos de vida pasarán a ser dinámicamente dramáticos. El tipo humano medio se elevará hasta alcanzar las cimas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx. Y sobre esas cumbres, otras nuevas se erigirán” (Cit. en John Gray, Misa Negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Barcelona, Paidós, 2007, p. 62.
[8] La tabla rasa, Paidós, 2003, p. 237.
[9] Cf. Hermann Tertsch, La Venganza de la Historia, El País-Aguilar, Madrid, 1999.
[10] El Utopismo. La herejía perenne, op.cit..
[11] La sociedad abierta y sus enemigos, op. cit.
[12] Cf. La barbarie con rostro humano, Monte Ávila Editores, Caracas, 1978.
[13] Bernard Henrí-Levy, La Barbarie con rostro humano,  op. cit. pp. 145-146. Es destacable la equiparación que hace Martin Amis, al respecto, entre utopismo, socialismo estaliniano y totalitarismo en su Koba el temible, trad. de A. Prometeo Moya, Anagrama, Barcelona, 2004.
[14] "Componentes de 'realidades' ideológicas”, pp. 167-199 en Paul Watzlawick La Realidad Inventada. ¿Cómo sabemos lo que creemos saber?, Gedisa editorial, Buenos Aires, 1988, p. 173. 
[15] Piper, Munich, 1978.
[16] Otro escritor disidente soviético, Andrei Siniaski en Sobre el realismo socialista (1965), describía así su dramática denuncia de similar utopía: “Así, para que las prisiones se desvanezcan para siempre, construimos nuevas prisiones. Para que todas las fronteras caigan, nos rodeamos con una Muralla China. Para que el trabajo se convierta en reposo y placer, introducimos los trabajos forzados. Para que nadie vuelva a derramar una gota de sangre, matamos, matamos y matamos. En nombre del proscrito recurrimos a los medios empleados por nuestros enemigos”.
[17] José Luis Aranguren, “Utopía y libertad”, en Revista de Occidente, Núms. 33-34, Febrero-Marzo, Madrid,1984, pp. 19 y 32.
[18] Citado en Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre, cap. 2, “La gran utopía”, Alianza editorial, Madrid, 1976, p. 51.
[19] Carta a G., 17 de mayo de 1521, en Lettere di Niccolò Machiavelli, Milán, Bompiani, s. f., p. 14.
[20] Italo Calvino Las ciudades invisibles, Colección Millenium, El Mundo, Madrid, 1999, p. 117.




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