De la conferencia (y lectura) celebrada en la sede de el Centro artístico. literario y científico de Granada, traemos para una nueva sección del blog Ancile intitulada, Lecturas y conferencias, la intervención en este emblemático lugar de Granada llevaba por título: Del elogio de la decepción.
DEL
ELOGIO DE LA DECEPCIÓN
(Conferencia)
Hablar de la faceta reflexiva, intelectual o humildemente
filosófica de este poeta que suscribe estas aproximaciones a, Elogio de la decepción, no puede
entenderse en modo alguno desarraigada de la vocación que conforma e inunda su
entendimiento del mundo y de sí mismo fuera del ámbito de la poesía. Acaso
porque fundamentalmente mi concepto, idea, entendimiento de la poesía es mucho
más que literario. La poesía imbuye el mundo de la creación (artística o no) y
se circunscribe en mi tránsito existencial como una forma de vida y de
discernimiento, penetración o comprensión del mundo y de la conciencia, si es
que ambos conforman la realidad de lo que percibimos así como lo que no
alcanzamos a advertir mediante los sentidos. A partir de esta premisa singular
podremos hablar de este Elogio de la
decepción.[1]
La amistad, el amor, la verdad, la trascendencia y la
belleza serían los pilares temáticos sobre los cuales se construye el edificio
reflexivo de este libro, mas tengan muy presente que el material sobre el que
se edificó fue, es y será el de la poesía, sea cual fuere el material del que
están hechos los sueños que propician o aspira a obtener consistencia en virtud
de la belleza.
Desde
el pórtico iniciático del libro se expone de manera capital el vigor, la fuerza,
la pujanza, la energía que puede aportar el sufrimiento, y en este caso en
forma de decepción, desengaño o desenmascaramiento del embeleco, del engaño, de
la mentira de la falsa apariencia, y todo para advertir la verdad, no solo de
los hechos, de las personas, sobre todo la verdad de lo que en esta vida es
auténtico. Por eso decía:
Ya sabes que la base que vertebra el concepto
y sustancia misma de la amistad es, sin duda para mí, la memoria y entendimiento
de la decepción. Reclamo, pues, no más que la acepción (sentido) no vulgar del
término, en el cual se eximirá referencia al embargo de amargura y desengaño,
si en este concepto veo ajustada la etimología de aquel significado al que me
acojo sin objeciones ni reparos: la deceptio (el engaño), el cual nos lleva al
pleno reconocimiento de lo que, con falsedad, tenemos por verdadero, y la
disposición genuina de cualquiera compromiso ético (y aún estético) que aspire
a la verdad. Así, la decepción trae, una vez dilucidada en su engaño, aún con
el dolor que muchas veces comporta, el grato encuentro con lo que, taimada o
pertinazmente, cegaba nuestra capacidad de entendimiento, para así, con la
claridad debida, atender y entender lo que se estima (y nos estima) liberal y
justa y solidariamente.[2]
Así
las cosas, veremos desfilar aquellos presupuestos temáticos en estas páginas
bajo el signo creativo que supone cada uno de ellos al abrigo de la poesía como
impulso creativo, lo que es decir de vida. Así la amistad, por ejemplo, es
traída en este título de diversas formas; dice en la página 16:
No hará falta incidir sobre mi claro
convencimiento y fe (muy razonable, no obstante), de lo vital e imprescindible
de aquella alteridad sublime que el amigo verdadero representa, si a su vez
este inspira el sentimiento de solidaridad universal que a todos, en el fondo,
nos convoca. Esta comunidad (despierta como Epicuro señalaría con tanto
acierto), es la única que garantiza algún futuro (nada utópico, a mi juicio) al
linaje comprometido de hombres que aspiran, con esfuerzo, a porfiar
pacíficamente en pos de este impulso, profundamente vivo y necesario para el
proyecto (y realización) de aquella ecuménica integridad a la que aspira
inevitablemente la humanidad.[3]
Pero
como adelantaba al principio, toda esta inflexión discursiva bebe sin duda de
las fuentes inmarcesibles de la poesía, por eso esto que aquí indico torpemente
con razonamientos y juicios más o menos cabales, tiene su origen en la poesía,
por eso yo mismo y con la voz de poeta decía de la amistad en otra ocasión lo
siguiente[4]:
AMIGOS EN LA NOCHE I
A José Ignacio
Fernández Dougnac
Sobre la noche
extiende constelada
el silencio su
túnica celeste.
Sólo la luz de su
divina veste
en las entrañas
tengo dibujada,
y el número
amistoso que en la esfera
frugal totalidad de
su fragmento
ofrece, y la
quietud en un momento,
si eternamente
expande su carrera.
Esta línea de cuya
idea arcano
esbozo se figura y
tan secreta,
ya desde el astro enlaza
a vuestra mano
una razón que
inscribe semejanza,
o un corazón, si
traza en la silueta
del amor fraternal,
celeste alianza.
AMIGOS EN LA NOCHE II
(Observando un círculo de estrellas)
A Antonio Carvajal
A mi mismo sentido
no creyera,
si de cerca no
viese semejanza
entre esa y esta
estrella, cuya alianza
transcurre
eternamente duradera.
Ni la celeste
métrica siquiera
a explicar su
dinámica le alcanza
a quien, luego de
verlas, sin confianza,
su razón examina
verdadera.
Mas cuanto de este
cielo se desea,
o en las entrañas
de la tierra abrigo
busca, una nunca
vista al mundo idea
de ti sólo conforma
su natura,
pues conforta
saberme en ti testigo
de
lo que el cielo en la amistad procura.
De
igual manera, al amor puede llegarse a través de la decepción, así lo aseveraba
quien os habla en el título del que nos convoca aquí para su dilucidación y
análisis, por eso cuando Garcilaso decía: “Escrito
está en mi alma vuestro gesto”, no era en vano, y advierto yo en la sección
dedicada al amor lo siguiente:
Sensatamente
algunos, y no de vulgar juicio, negaron que el amor fuese sentimental
reminiscencia de este o aquel idilio arrebatado y, en el que encuentran siempre
lacrimógeno e impresionable alegato las éticas enternecidas del sentimiento.
Nunca, por cierto, abundan en la fuente acaso más depurada y viva donde, al
fin, mana el testimonio y prueba verdaderos en los que se destila el elixir de
amor más cierto, así: la decepción, a todas luces, se nos muestra como
tentativa, examen, contraste y verificación certeros. Si la vivencia del
afecto, cuando profunda y muy sinceramente uncida al corazón amante puede, no
sin singular y acerbo extrañamiento, ocasionar dolor y aun provocar, en un
conato de confusión, la angustia del abandono y de la soledad, será en virtud
de la deceptio que, aprehendamos la naturaleza del verdadero amor, pues, ella
sabiamente nos desengaña, nos revela y nos avisa.[5]
Pero
la poesía siempre, para quien les habla, fue primero, y el entendimiento del
amor sin ella es imposible, por eso ya avisaba del amor, en el dolor de la
distancia o la ausencia de aquél o en la misma decepción amorosa, en otro
momento en verso, cuando decía ver el[6]:
EL
ROSTRO DEL AMOR
“ Si en esos tus
semblantes plateados “
S.JUAN DE LA CRUZ: “
Cántico espiritual “
¿A qué espejo miraste
verdadera
aquella imagen tuya
tan opuesta?
¿A qué destino sombra
está dispuesta,
sobre qué luz a
deshacer sendero?
¿A qué golpe de amor
nuestro velero,
qué brisa de la mar
dará respuesta?
¿Qué constelado guía
manifiesta
el rumbo de este amor
y su reguero?
Tomé de tu regazo la
azucena,
y en su espíritu el
pulso del camino
pues, libre el
corazón nos encadena.
Miré entonces del
tiempo aquel semblante,
y encontraron mis
ojos el destino
de la luz que hace eterno
cada instante.
DISTANCIA
DE AMOR
«Sus pasos desiguales
y en proporción
concorde tan iguales»
FRAY LUIS DE LEÓN:
«Noche serena»
SI tu mano se alarga
hasta mi mano,
no soy sino aquel
temblor perdido
en la distancia, y si
me miras, vano
aliento de azucenas
perseguido.
Si acaso fue soñado
lo vivido
la verdad no tendría
tan lejano
cuerpo, ni nombre, ni
aire, ni sonido,
ni luz en infinito
meridiano.
La cima del amor no
tiene hallazgo
ni resistencia a separar
instantes
de eternidad, acaso
aspira el rasgo
con esas manos
quietas en la herida,
a tener con las mías,
tan distantes,
la nada que conforta en su
medida.
Pero
fijaos que incluso ante cosa tan severa y trascendente como aquello que se ha
denominado el silencio de Dios,
habría de encontrar sentido en virtud del sufrimiento o la decepción de los
dones que se han de esperar de su alta bondad y omnipotencia y que, sin
embargo, tantas veces no llegan. Decía al inicio del silencio de Dios de este
Elogio de la decepción[7],
lo siguiente:
Antes,
en modo alguno de cejar cualquiera más que legítimo intento por encontrar
respuesta a su (divino y solemne y entonces incomprensible) silencio, llevé sin
ceremonia a término nuevas preguntas e insistentes prédicas, y todo porque
tanto dolor, severa aflicción y tortuosa angustia, al fin, de manera definitiva
concluyesen y, porque, a mi juicio, de haber Dios, era todo aquel desfile de
sufrimiento harto injusto en su prolijo, recalcitrante e insistente
padecimiento. Respondió la soledad con otras tantas pausas de silente y
desdichado desconsuelo. De todo lo cual, ahora, recibe mi conciencia, en su
reminiscencia oscura, no obstante, grandes dosis de alborozado contento. Pero,
¿cómo ha de ser posible encontrar gozo ante la desdicha sufrida inopinadamente
durante tanto tiempo, prácticamente una vida de enfermedad, cabría
juiciosamente preguntarse; y sin hallar al menos una señal, un vestigio, un
argumento mínimo de justificación que pudiere testimoniarse como paliativo
signo para alguna alentadora respuesta?
Interrogante a
la que daba respuesta concluyendo[8]:
Es aquella
voluntad, decía, que no porta ninguna intención, que no alberga ningún
resultado porque, de mantener un propósito, una pretensión, no sería verdad ni
belleza creativa, sino realización grosera de un deseo, y en modo alguno sería
poesía, sino el intento de verificación de una fábula, de una ficción, un
apólogo a la verdadera realización del acto culmen creativo que es la poesía,
si es fuente, como digo, de verdad y de belleza. El entendimiento, la
comprensión última de lo ilusorio, del deseo, de la fatua reclamación de
permanencia de nosotros y de lo nuestro, es el engaño que desvela la decepción
hasta en su más alta instancia de ilusión humana y que se eleva hasta la idea
de Dios mismo, un Dios a propósito de esto o aquello y que pervive en la dualidad
jactanciosa de nosotros y Él. La decepción, en fin, es la vigilancia, la
atención, el cuidado alerta del engaño, de la apariencia de verdad, del ardid
de lo prosaico en pos de verter una imagen verdadera de lo sublime y único y
nunca visto creativo que no tiene objeto ni sujeto porque simplemente es en el
éxtasis de sí mismo. La decepción, hijo mío, es ese escepticismo atemperado que
nos ayuda a ver nuestra falta de atención, nuestra carencia de presteza al
embaucamiento de nuestra mente y, eso, querido mío, es algo que no puede
aprenderse sino por uno mismo, por eso la decepción (total, como en este caso
es la de Dios mismo) será la herramienta, el útil propio intransferible por
excelencia para la contemplación de la verdad encadenada por toda suerte de
engaño que imposibilita para la vida, la plenitud y la belleza.
Pero esta
desazón por lo trascendente no proviene sino de la poesía, es ella de nuevo la
que sirve de vehículo metafísico para su aprehensión, ved si no estos versos
que nos viene a decir que somos sino:
CAUCE DEL TIEMPO
ARDE la luz
temporal,
la sombra yela en
lo eterno.
Se comba cenit
invierno,
se estira el alba
estival.
No sabemos del
umbral
si tiene final o
asomos:
La puerta de
etéreos pomos
abre la carne
vivida,
sangre celeste es su
herida:
¿Es cierto incluso
que somos?
LA SOLEDAD Y EL TIEMPO
Heidegger y Sartre: A
Emilio Peregrina
(entre los cuadros de
una exposición)
EL mismo tiempo corre
que solía,
la misma soledad
perdido el lienzo
de estos días azules,
al comienzo
de ese sol de la
infancia todavía.
Ceñida superficie de
armonía
que el color en la
forma tienes tenso,
medida soledad, fugaz
consenso
donde el trazo la
música sería
fi gura a esbozar en
la conciencia.
Irá el pincel al
cáliz del olvido
a beber luz y sombra en
transparencia,
y a bosquejar su
espíritu constante,
la eterna soledad de
aquel sonido
que escucha en el
silencio cada instante.
Por último, la verdad, que se erige plenamente creativa
en la belleza. Eje vertebrador de la poesía, impulso creativo e identificador
de lo que es verdaderamente genuino, plataforma salvífica del espíritu y de la
razón pura, de lo más granado de la sensibilidad y de la conciencia humanas, y
muchas veces la vía de su consecución es la del sufrimiento y la decepción, por
eso decía al final de este Elogio de la
decepción lo que sigue[9]:
El
sufrimiento y las catástrofes existenciales (en el budismo y en la percepción
de lo bello no son nihilistas, autodestructivas y finalistas en sí mismas)
ofrecen un camino de redención a través de la atención hacia la totalidad que,
en definitiva, es la percepción de lo bello y la creación liberadora de la
poesía (lo creativo) que refleja todo arte verdadero. Es la muestra de que es
posible la superación de las contradicciones y de las antítesis conceptuales y
de la lógica, pues se coloca siempre más allá de ellas, se sitúa en pugna con
la ley general de la vida moral, y en esto radica la verdad y la vida de la
percepción de lo bello y de la creación artística; de forma análoga se sitúa el
entendimiento budista (Zen) respecto al sufrimiento existencial y la superación
del mismo para la penetración de la realidad última sin desviación posible, pues, se muestra claramente, libre
de convenciones, huellas, marcas o rastros de algún límite, y esto, partiendo
de la paradójica pero diferente visión intuitiva interior del que aprecia la
belleza o la construye, pero siempre partiendo del vacío en el que se pierde lo
cognoscitivo y donde la actividad psíquica queda limpia y sin reserva para
constatar lo bello, que siempre estuvo ahí, o crear desde ese vacío perfecto lo
nuevo hermoso conseguido para mejor gloria de la superación de toda
contradicción y sufrimiento que es la belleza.
Mas, nuevamente, primero fue la poesía, así lo constatan estos dos
poemas[10]
que inician mi carrera como poeta y con los que cerraré mi intervención, y que
resueltamente hablan de la ciencia de la poesía como el fin último de cualquier
vida que hubiera de consumir existencialmente:
LA
TRANSFIGURACIÓN DE LA LIRA
EL verso y la
ribera
en par de las
corolas se respira:
estrella, dulce
esfera
del río que suspira
los lirios blandos
de su blanca lira:
ESTA luz reflexiva
está midiendo al
sueño la armonía:
la yerba pensativa
trazó geometría,
y enlazaba su luz
la poesía;
E indemne suscitaba
murmurando:
«Deshace candileja
mi voz, si en luz
acaba
la cárcel que
refleja
tu lira grave entre
mi suave reja».
LA fronda la paloma
nívea percutió del
coro y lira
al canto del aroma:
Sonido le suspira
la cuerda leve que
su vuelo inspira.
Y la yerba pagana
del místico reflejo
se examina:
Toda invención
hermana,
toda imagen divina
robada de su espejo
y cristalina.
SOBRE enhiesta e
inerme,
no se alza con su
nombre, si ora gime,
ni irisa, si se
aduerme,
certeza donde
imprime,
líneas de agua que
efímeras redime.
SIEMPRE deidad
narcisa,
inmóvil si
sensible, mariposa
retorna a dar en
risa
la cristalina rosa,
claroscuro de plata
decorosa.
¡BEBE amor, la
primera
nieve de tu reflejo
apenas, bebe
nieve de aquella
esfera
sol de la misma
nieve,
sol del espejo en
su reflejo leve!
NOMBRADOR se
realiza,
belleza que sin
nombre se recrea;
diamante de ceniza,
cendal que
musiquea:
¡Hágase la poesía, torne, sea!
FINALE
DEL ángel soy
naufragio de la ciencia
que a luz de mi reflejo
suspendido
–aunque poeta,
referidlo os pido–
tendrá matiz espejo
toda esencia.
¡Cuánta los dulces
términos ausencia
demuestra tanto
coro trascendido!
desmayo abajo
viendo que han subido
la luz y el alma,
el aire y la conciencia.
A la luz donde duermo
no escondida,
un ramo me recuerda
destilado
en el vaso profundo
de la vida.
Concentro en él mi
ardor, y en él me
[inspiro:
y de la esencia
púrpura turbado
se elevan los
aromas, y suspiro.
Muchas gracias.
[1] Sobre el
que ha tenido a bien invitarme a disertar el Centro Artístico, Literario y
científico de Granada, y en su nombre el escritor, académico y amigo Francisco
Gil Craviotto.
[2] Acuyo,
F.: Elogio de la decepción, Jizo ediciones, Colección Origen y destino,
Granada, 2013, p. 13
[3] Acuyo,
F.: Elogio de la decepción, p. 16.
[4] Acuyo,
F.: Centinelas del sueño, Ediciones
de Aquí, Benalmádena, Málaga, 2008, p. 39, 40.
[5] Acuyo,
F.: Elogio de la decepción, p. 27.
[6] Acuyo,
F.: Mal de lujo, Ed. Caroal, Madrid, 1998, p. 109, 135.
[7] Acuyo,
F.: Elogio de la decepción, p. 49.
[8] Ibidem,
p. 71 y 72.
[9]
Ibidem,p. 114, 115.
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