Entrega tercera del trabajo, Necesidad de la filosofía, titulada, La filosofía como formalización cultural, del profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección Microensayos del blog Ancile.
LA FILOSOFÍA COMO FORMALIZACIÓN CULTURAL
NECESIDAD DE LA FILOSOFÍA (3)
IV. La Filosofía como
formalización cultural
Las aportaciones que este nuevo
nivel de conocimiento o de formalización cultural del mundo –no otra cosa es la
filosofía- traerá consigo, pueden sintetizarse en las siguientes:
1ª
Una desmitificación y desacralización del Cosmos, de la Naturaleza:
La Naturaleza se desacraliza; el
cosmos natural y las cosas del mundo no están ya gobernadas por fuerzas
mágicas, numinosas, sagradas; ni por seres divinos sobrenaturales, sino por causas,
leyes, normas, principios, regularidades de carácter físico‑natural e impersonales.
Ya no se hablará, pues, de entidades divinas, sobrehumanas, impersonales que
rijan nuestro destino (Hado, Moira, Ananké) sino de causas y efectos; sustancias y accidentes; de “arjés”:
principios físico‑naturales constitutivos de la realidad (materia, energía,
espacio, tiempo; átomos, vacío, etc.). Precisamente es la búsqueda de esos
principios constitutivos de lo real (“arjés”) lo que separa el pensamiento
filosófico del pensamiento mítico, y a lo que Ortega y Gasset y otros muchos filósofos, darán en llamar Racionalidad
crítica.
Los
fenómenos físicos no dependen ya, pues, de la arbitraria voluntad de los
dioses, sino de principios o mecanismos intrínsecos a la naturaleza, de
determinaciones fijas rectoras de los fenómenos. Y en consecuencia, los hombres
mismos podrán “controlar” esos fenómenos mediante el conocimiento de las
determinaciones, regularidades o leyes que los rigen. En lugar de acudir a
actos‑ritos
mágico‑apotropáicos propiciadores del bien, conjuradores del mal,
para ganarse la benevolencia de esas entidades sobrenaturales, confiarán, si
están enfermos, en la Medicina (saber empírico‑natural) y no en esos conjuros,
rituales mágicos; ni en sacrificios propiciatorios ni algún tipo de oraciones.
2ª
El descubrimiento de una Normatividad Ético‑política:
El hombre abandona el sentido
mágico‑totalitario de la vida. Se siente ya responsable de su propia vida y de
su conducta. Es libre. Su logos puede
dar sentido y dirección ético‑política a su existencia individual y a su
existencia político‑comunitaria.
Desde
una cultura catártico‑soteriológica
(típicamente oriental), en la que el hombre está apesadumbrado por normas y fuerzas
cósmicas trascendentes al hombre (Moira,
Ananké, Némesis), se pasa a otra de carácter Ético‑lógico‑secular en la que se siente urgido por la
responsabilidad de su elección libre y racional.
En
efecto, en las ‘sociedades cerradas’, sacralizadas, como la griega de los
siglos anteriores, prevalece la acción prescriptiva: el individuo no elige su
destino, sino que es elegido por los dioses o la tradición; en las ‘sociedades
abiertas’ ‑ como la que contempla la aparición de la filosofía ‑ ocurre lo
contrario: es el individuo quien tiene que elegir ante una amplia gama de
alternativas y de dudas; la acción electiva se impone, entonces, a la prescriptiva.
3ª Descubrimiento de la Estructura racional
de la realidad (o de la “Naturaleza” como “Kosmos”):
Ahora ya la Naturaleza se
concibe como un Kosmos (orden); el
mundo puede comprenderse; todo acontece “katá logos”, según la razón. Todo es “catalogable”,
ordenable, lógico, comprensible. A través de la experiencia y la observación
controladas, el hombre puede descubrir y explicar las propiedades de cada ser a
partir de sus manifestaciones observables (los
fenómenos). La ciencia es posible: los Presocráticos
serán los encargados de expresar sus “Modelos explicativos de la Physis”,
inaugurando, de esta manera, el procedimiento propio de la ciencia, consistente
en: a) formulación de hipótesis‑conjeturas; b) críticas y refutaciones y c) propuesta
de nuevas hipótesis‑conjeturas y así indefinidamente.
4ª
Progresiva Formalización y Racionalización del Lenguaje: El lenguaje va elevándose progresivamente desde
lo concreto y perceptual a lo más abstracto y conceptual. La concepción mágico ritual del lenguaje (“nómina sunt
númina”), en el que la verdad depende de la fidelidad de la palabra‑discurso al
rito o al mythos originario y de la autoridad del agente del discurso, es
desplazada por una concepción semántica del mismo, en el que la “verdad” (“alétheia”)
se fundamenta por su adecuación o referencia a la cosa misma. La verdad no
residiría ya más en lo que era el
discurso o en la fiabilidad de quien
lo emitía, sino en lo que éste decía.
Se incluyen además en el lenguaje filosófico términos, palabras propias o específicas
de la jerga tecnológica: de la ingeniería, de la arquitectura, de la construcción
naval etc.
Pero
incluso hubo algo más: hubo una nueva conceptualización del saber. Con esta
transformación mental y cultural dejaba de creerse en la posibilidad de un tipo
de saber garantizado por una instancia superior al hombre (los dioses) y sólo
accesible a través de oráculos, poetas, adivinos, únicos capacitados para
predecir la voluntad de los mismos. El depositario de este saber regalo de los
dioses es el “sophós”. Por entenderse ahora el saber como una
simple “aspiración” (amor, philia),
como una actividad perpetua de
continua búsqueda y ahondamiento, el “sophós” tiene que dejar paso al “philósophos”; y como a este nadie garantiza
su verdad, su primera pregunta, su primera ocupación, será la pregunta por la
verdad. La filosofía será entonces no la ciencia que se posee sino “la ciencia
que se busca” (en famosa expresión de Aristóteles).
La
conclusión a la que podemos llegar después de todo este excurso es la de que
Grecia, la cultura urbana de la Ciudad‑Estado, es la matriz de la racionalidad
filosófica occidental, una forma de conocimiento que, originariamente, sólo se
da en Grecia.
V. El origen conjunto de la Filosofía, de la transformación
Urbana y de la revolución
Espiritual
Dice F.
Chatelet, en su “Historia de las
Ideologías”, que “la filosofía
es hija de la ciudad y de la democracia”; que la filosofía es un fenómeno
específicamente urbano, que no puede explicarse al margen de lo que significa
este fenómeno cultural (podría decirse, incluso, que ambas se auto-exigen y
retroalimentan). Esta misma correspondencia ha sido destacada por J.P.Vernant, en un capítulo (“La
Formación del pensamiento positivo en la Grecia arcaica”) de su obra “Mito y pensamiento en la Grecia antigua”
en el que escribe:
“La solidaridad que constatamos entre el nacimiento del filósofo y el
advenimiento del ciudadano no es para sorprendernos. La ciudad realiza, en
efecto, sobre el plan de las formas sociales, esta separación de la naturaleza
y de la sociedad que implica, en el plano de las formas mentales, el ejercicio
de un pensamiento racional. Con la ciudad, el orden político se ha desligado de
la organización cósmica; aparece como una institución humana que constituye el
objeto de una búsqueda inquieta, de una discusión apasionada”.
Por
la misma razón que el orden natural, por la existencia de la filosofía, ha
devenido “physis” investigable y comprensible lógicamente, el orden social
deviene humano y se presta a una elaboración racional también por ello mismo.
La transformación mental que introduce la filosofía no se marca menos en el
pensamiento político griego que en el pensamiento cosmológico. Subraya así J. P. Vernant la
concordancia
sorprendente entre estos dos modelos de pensamiento: el modelo cosmológico, que
regula la ordenación del universo físico entre los primeros filósofos de Jonia ‑siendo
en Anaximandro donde aparece con mayor claridad ‑ y el modelo político, que
preside la organización de la ciudad y que encuentra en la “politeia clisténica”
su expresión más acabada.
Gordon
Childe, por su parte, en su obra “Los orígenes de la Civilización”, destaca el hecho, sorprendente y
significativo, de que la aparición de los más grandes movimientos culturales y
espirituales de la historia de la Humanidad va a tener lugar en el momento de
consolidación y madurez de las culturas urbanas -tanto occidentales como
orientales-, proceso que se iniciará en
el Mediterráneo oriental hacia el 4.000 a. C. En efecto, entre los siglos VII y
V a. C. (entre los años 630 al 500 a de C.) se produce una extraordinaria revolución
o conmoción cultural y espiritual de enorme trascendencia para posterior
historia de las civilizaciones; una revolución Cultural que, como hemos
señalado, no se circunscribe únicamente a la cuenca del Mediterráneo Oriental
(Grecia) sino que se extiende por todo el próximo y lejano Oriente. Durante ese
período van a surgir, casi simultáneamente:
En
Grecia la Tragedia y la Filosofía (con Tales
de Mileto en el 630 a. C.); en China,
Lao‑Tse y Confucio (551‑479) quienes
predican sus caminos de liberación, ya sea a través del Taoísmo, doctrina antirritualista, espiritualista, personalizadora
que trata de alcanzar la identificación o unión mística con el Tao, eliminando
el “desorden cósmico”, ya mediante el Confucianismo
(510), que tratará de alcanzar una armonía ética‑social y política, superadora
del “desorden socio‑político” en el que el homre chino vive inmerso.
En
la India, coinciden la iluminación
de Buda (560) -que apesadumbrado por
la existencia del dolor y de la ignorancia, trata de liberar al hombre de la
cadena de la existencia, rompiendo con la tradición Brahmánica, ritualista, de
los Vedas- con las reflexiones sapienciales de los Upanishads (una especie de comentarios filosóficos a los Vedas) y
también con el mensaje de renuncia ascética y de no violencia de Vardhamana Mahavira (Jina), el Jainismo, una doctrina que predica la interiorización, el ascetismo
más radical y una extrema no violencia (sólo existen dos sustancias: la
sustancia viva, las almas, que son activas, y la sustancia inerte, la materia, que penetra en plantas,
animales y hombres).
Asimismo,
en la Persia de Zoroastro (latinizado en Zaratustra), hacia el 600 a. C., el
profeta de la verdad enuncia su revelación en su libro sagrado, el Zend‑Avesta,:
un mensaje ético‑soteriológico de
Ahura Mazda que trata de superar el mal, la
materia, la mentira; de carácter también antirritualista. Para Zoroastro la
historia de la humanidad es el centro de una historia cósmica en donde luchan dos
grandes fuerzas, las del del Bien y las del Mal. En Israel (587, la cautividad de Babilonia) surgen por entonces una
importante Literatura Sapiencial
(Job, Eclesiastés o Qohelet), en donde el hombre hebreo reflexiona sobre el
dolor, el trabajo, la injusticia, el mal y el destino, esto es acerca de la “condición
humana”; y una implacable y liberadora Literatura
Profética (Josías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Miqueas, Isaías), con una
profunda carga moralizante, que predica un Dios justo, remunerador y universalista
(no particularista), sin magias sacrificiales sino con una moralización del
sacrificio, interiorizándolo. En Roma,
finalmente (hacia el 500 a. C) Numa Pompilio instituirá la religión
oficial Romana. .
Esta
homotaxialidad temporal, esta
simultaneidad o coincidencia[1],
en la eclosión de semejante revolución filosófica, política, cultural y
espiritual dio pie a Karl Jaspers, en
su profunda y singular obra “Origen y meta de la Historia”, para
acuñar la expresión de “Tiempo‑Eje”,
para referirse a una especie de periodo vertebrador y cenital en la historia del espíritu humano. Con esta expresión el filósofo
germano quiso significar esa enorme mutación o metamorfosis cultural que
acabamos de referir y que comportó: 1º) una radical conversión ética hacia la interiorización
y moralización del hombre; 2º) la emergencia de la individualidad y de la personalidad
humana, de la responsabilidad personal; 3º) el autodescubrimiento en el hombre,
de su autoconciencia.
Las
categorías culturales, espirituales, que en ese momento se crean siguen siendo
válidas para el hombre de nuestro tiempo; categorías que se resumen y concretan
en estas tres grandes corrientes de pensamiento y espiritualidad: a) el
Racionalismo filosófico‑científico griego; b) la Liberación ultrarracional y mística
Oriental (hindú, taoísta, budista); c) y el Mensaje de salvación mesiánico-religioso
y soteriológico‑profético judío. Filósofos,
ascetas‑místicos, reformadores religiosos, profetas etc. Protagonizarán desde
entonces la historia del humano espíritu.
Pues
bien, no es gratuito ni inoportuno formularnos la siguiente pregunta: ¿Por qué
la Filosofía ‑ese tipo especial de saber ‑ sólo surge en Grecia y no en China,
India, Persia o en el Méjico de Moctezuma II?, ¿qué factores o circunstancias
hicieron posible que la Filosofía naciese en Grecia y no en cualquier otra
Civilización? A responder a estos interrogantes ello dedicaremos algunos
micro-ensayos más (Continuará).
Tomás Moreno
[1] Esta simultaneidad
puede explicarse por un mecanismo de difusión cultural que avanzó en dirección
Oeste‑Este, tal vez siguiendo la ruta de expansión de la utilización del hierro
forjado (según la tesis de Gordon Childe, en “Los orígenes de la Civilización”). Según J.D. Bernal, en su “Historia social de la Ciencia”, ésta
coincidencia fue consecuencia de una transformación económica motivada por el
tránsito de una civilización basada en el bronce a otra basada en el hierro.
Representaría la superestructura ideológica legitimadora y justificadora de un
nuevo modo de producción social, de un cambio en la infraestructura económica.
Examinar todas estas interpretaciones además de otras de índole menos
sociológica o materialista, nos llevaría más tiempo y espacio del que
disponemos. Quede para otro momento.
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