DE LA APOCOLOCINTOSIS
Y LA OCUPACIÓN ROMANA EN LA HISPANIA DEL
SIGLO III A. DE C. HASTA EL AÑO 154 DE NUESTRA ERA
Aun emboscado entre jarales, malezas, tenebrosas peñas, fuera singular
testigo de aquel fementido proceso depredador de Roma, y pudimos constatar que
fue eminentemente claro, que así se confirma en los anales -andando finales el
siglo III a. C. hasta el año 154 de nuestra era- (al margen y pausa de la
gloriosa y justa pax Sempronia[1], tan
acorde con la intención humanista y pacífica de Publio Cornelio Escipión).[2]
Largo y muy duro proceso, decíamos, que en sus desemejanzas, pudo contar con la
ironía y mordacidad en la Hispania romana de genios de la tierra, por lo que
muy bien pudiera haberse obtenido de cualquiera de ellos el mejor de los
proemios a cualquier historia, incluyendo esta misma, y que de auténtica
veracidad se precie; así recuerdo del genio estoico de Corduba, con aquello de:
“Quiero transmitir a la posteridad lo que ocurrió en el cielo el día tercero
antes de los idus de octubre” […][3] En
cualquier caso, fue la doctrina de expolio, despojo y explotación de Marco
Porcio Catón la que acabó por imponerse y, a la sazón, acabaría, para injuria
de nuestros ojos, con la caída y el exterminio de la valiente Numancia y con el
arrojado lusitano Viriato (nada menos que por el Africano),[4] y
que habría de suponer, al fin, una
guerra abierta de Hispania contra Roma. [Sic]
El
relato de la mayor ignominia que alcanzó su punto culminante con el genocida
exterminio de Numancia, según relataba nuestro singular testigo del cerco y la
feroz y audaz resistencia numantina, supuso un grande enigma, por cuyos ocho
mil habitantes (niños y mujeres incluidos) hubieron de resistir durante
dieciocho meses el asedio de veinticinco mil romanos excelentemente preparados
y pertrechados.
Hubo
entonces, tras sobrevenir estos y otros aconteceres de enfrentamiento que la
Hispania entró en la historia de la misma Roma, y de hecho se acentuó esta
integración al albur de las guerras civiles romanas (entre plebeyos o populares
y patricios o aristócratas), agudizado el proceso tras la muerte de Tiberio
Sempronio Graco. La primera gran contienda hubo de tener lugar en esta tierra
hispánica con el enfrentamiento entre Mario y Sila y Julio César y Pompeyo,
respectivamente.[5]
[…]
Qué eminente episodio, sin ningún género
de comparación o equiparable diligencia, para mayor gloria de la incipiente
Hispania romana, hubo de inscribir el notable prófugo, insigne proscrito Quinto
Sertorio, que habría de trascender allende nuestras fronteras, si fue desde
estas desde donde inicia su rebelión contra Sila,[6] y
por la que, tras extraordinarias victorias contra la dictadura aristocrática de
Roma, acabaría por transformarse en el pujante caudillo capaz de concitar la
unidad hispana bajo una excepcional empresa común: hacer frente a la tiranía de
la Roma patricia. Así las cosas, ora hubo de configurar un ejército de
verdadero cuño hispano con legiones, insignias, entrenamiento táctico romano (bajo
mandos de celtíberos, lusitanos y otros pueblos de la Hispania); ora hubo de
crear magistraturas, ora instituyó instrumentos para la verdadera difusión de
una genuina educación romana y ora sembraba la semilla de la que una vez habría
de florecer en la preclara y deseada ciudadanía romana. Aun después de su
asesinato,[7]
quedó franca la romanización para Pompeyo y Julio César en el cuento y
cronología de nuestra gran Hispania. [Sic]
De
linaje, noble; de espíritu, crecido; de desventura, tanta, que aún lo lloran desde entonces hasta ahora seguirán
los siglos venideros. Así muy bien pudiera quedar resumida la semblanza que
hizo en estos y otros escritos venturosamente recuperados nuestros autor y
testigo del prócer Sertorio, que no pudimos sino sentirnos profundamente
conmovidos por la grandeza de su figura y del conspicuo proceder que habría de
incidir capitalmente en la que era nuestra incipiente historia, y que no nos
dejó más remedio que guardarla en lo más señalado de nuestros anales, y aun en
el corazón de aquellos que supieron apreciar su ínclita personalidad y bizarra
eminencia. De todo ello y más cosas daremos cuenta en próximas entradas en este
medio singular.
[1] Periodo
ocupado por el gran pretor Tiberio Sempronio, 179 al 154 a. C.)
[2] Marco
Poncio Catón quien asumió este carácter invasivo y predador y de sometimiento
para el expolio y beneficio de Roma.
[3] Se
refiere a Séneca, en su
célebre Apocolocintosis
[4] Publio Cornelio Escipión
Emiliano.
[5] 88-82 a.
C. y 49-45 a. C.
[6] Año 83
a. C.
[7] Para la
historia de la ignominia quedó su ejecutor Perpenna, quien habría de sucumbir a
la máxima de Roma no paga a traidores, siendo finalmente ejecutado.
Gracias, amigo, por esta rica historia. Un abrazo.
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