Bajo el título de: La educación no ilustrada de la mujer en Kant, del filósofo Tomás Moreno, traemos una nueva entrada para la sección, Microensayos, del Blog Ancile.
LA EDUCACIÓN NO ILUSTRADA DE LA MUJER EN KANT
Desde el seno mismo de la Ilustración alemana (die Aufklarüng), Kant (1724-1804) seguirá, aunque con forma más refinada, la misma
argumentación que Rousseau. Al igual que para el filósofo ginebrino, también
para Kant la educación de las mujeres debía ser diferente, distinta de la del
varón. La razón de ello tal vez
fuera que la inteligencia femenina era para Kant –como afirmaba en sus Observaciones acerca del sentimiento de lo
bello y lo sublime (1764)- una “inteligencia bella” en contraste con la
“inteligencia profunda” o “sublime”, propia y característica de la del varón.
La diferencia entre ambas es suficientemente clara, como ya vimos. El tipo de
conocimientos que las mujeres, en cuanto tales, pueden y deben adquirir con más
facilidad es aquel que está relacionado con el ser humano “y, entre los seres
humanos”, con el varón.
Luisa Posada Kubissa ha puesto de
manifiesto[1]
la contradicción en la que cae Kant al defender, por una parte, los ideales de
la Ilustración para todos los seres humanos (hombres y mujeres), cuyo lema es
“¡Sapere aude!”, “¡ten valor de servirte de tu propio entendimiento”!, y, por
la otra, la prohibición para la mujer de los medios o instrumentos para
alcanzarlo, el cultivo del entendimiento a través de la educación y la lectura,
impidiendo así su instrucción y cultivo. Pareciera
como si las mujeres nunca
pudieran –al contrario de los hombres- salir de su autoculpable minoría de edad, ni fuesen capaces de
“servirse de su propio entendimiento sin la guía del otro”, hasta el punto de
parecerle a Kant monstruosa una mujer
con dedicación e inquietudes científicas y culturales, una especie de
“espíritus masculinos en cuerpos femeninos”. Estas son sus conocidas palabras al respecto:
Aprender con trabajo o cavilar con
esfuerzo, aun cuanto una mujer debiera progresar en ello, hacen desaparecer los
primores que son propios de su sexo, y pueden convertirse en objeto de una fría
admiración a causa de su rareza, pero debilitan al mismo tiempo los encantos
mediante los cuales ejercen ellas su gran poder sobre el otro sexo. Una mujer
que tenga la cabeza llena de griego, como la Sra. Dacier, o que mantenga
discusiones profundas sobre mecánica como la Marquesa de Chatelet, únicamente
puede en todo caso tener además barba; pues éste sería tal vez el semblante
para expresar más ostensiblemente el pensamiento profundo, para el que ellas se
promocionan (OBS, 229-230).
En la obra de
Kant puede descubrirse además –sostiene Posada Kubissa- una especie de subtexto de género que estaría en el
punto de unión o bisagra entre la sensibilidad (pasiva, femenina) y el
entendimiento (activo, masculino). En efecto, la imaginación aparece en la
primera edición de la Crítica de la razón
pura como capaz de unir esa diversidad, representada por la sensibilidad y
el entendimiento, porque participa de ambas (o tiene cualidades de ambas): la
pasividad de la sensibilidad y la actividad del entendimiento. En la segunda
edición, será el entendimiento, puesto que Kant trataría de eliminar de su
gnoseología una instancia como la imaginación habitualmente asociada en su
época con lo irracional y lo ilusorio. Esto es: con lo femenino[2].
(Cont.)
TOMÁS MORENO
[1] Luisa Posada Kubissa, “Cuando la razón práctica no es
tan pura. (Aportaciones e implicaciones de la hermenéutica feminista alemana
actual: a propósito de Kant)”; Isegoría,
6, 1992, pp. 17–73). Véase también su libro Razón
y conocimiento en Kant. Sobre los sentidos de lo inteligible y lo sensible,
Biblioteca Nueva, Madrid, 2008.
[2] Luisa Posada Kubissa, “Cuando la razón práctica no es
tan pura. (Aportaciones e implicaciones de la hermenéutica feminista alemana
actual: a propósito de Kant)”, op. cit.
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