Caprichos de la voluntad y de la intuición
creadora, o necesidad emocional acaso, después de una larga temporada en el
infierno (que dejará sin duda su huella para siempre), que
nunca es fácil sobrellevar la muerte de un padre. Decía que,
inesperadamente, habrían de surgir una suerte de poemas que pueden
situarse entre el divertimiento festivo y la reflexión profunda, y todo ello
aderezado de no poca ironía, humor y reticencia en relación a las capacidades
de entendimiento sobre nuestra propia existencia. Así las cosas, tras redactar
un texto lleno de angustia, tristeza e inclusión desesperación en forma de
hondas reflexiones existenciales (Hermanos en la soledad: de la
soledad y la muerte, publicado en Polibea), habrían de aparecer estos versos, en
franco contraste, pero acaso no menos emparentados en lo esencial, la
estupefacción del sentido de nuestras trayectorias vitales.
Surgieron,
insisto, una serie de poemas, en realidad uno solo, pues conforma (aparte de
los dos sonetos iniciales que aquí reproduzco para quien interesar pudiere) un
largo poema en el que la figura del gato es el protagonista total del mismo. Lo
será porque en su figura se encierra mucho de lo enigmático e incomprensible de este mundo y porque he
sido y soy un declarado amante de los animales en general, y particularmente de
todos los felinos. Es así que en este(os) poema(s) desfilan todos aquellos
félidos que en mi vida han tenido particular incidencia. Cada uno de ellos es,
en estos versos, un extremado filósofo (no en vano el título genérico del poema
es: De feles dignitate: La Gatodicea. O el coloquio de los gatos)
que, con la gracia singular de estos animales unas veces, otras con la
profundidad inspirada en sus gestos y miradas, y en todas con un sincero
respeto y amor hacia el gato, se ha conseguido llevar a término este singular y
a veces extraño –para mí mismo lo es- resultado final poético. No puedo sino
sentirme muy orgulloso de dos de las grandes influencias –paratextuales en
algunos casos- de estos versos, a la sazón dos obras enormes de nuestra
literatura española y universal, a saber, La gatomaquia, de
Lope de Vega, de la cual, no obstante, y como es totalmente razonable, hay una
distancia enorme espacio temporal, temática e inspiradora, aun con su deuda
inevitable, como es la de los dos nombres protagonistas de este poema,
que a posteriori acabarían por dar apelativo y seña de identidad a
dos de mis más amados compañeros felinos: Marramaquiz y Zapaquilda; y el
diálogo de Cipión y Verganza, archiconocido como el Diálogo
de los perros, de Miguel de Cervantes, del que también con grande y
lógica distancia, no puedo, sin embargo, sino reconocer su hipnótico y fascinante influjo
como punto de arranque para una parte de estos versos.
Dejo
aquí esta Gatodicea, por si sirven de inspiración sus pensamientos, anécdotas y
personajes como sirvieron sin duda al modestísimo poeta que suscribe aquí estas
líneas y aquellos versos.
LA GATODICEA: PROTAGONISTAS
[…] por parecerme que el hablar nosotros pasa
de los términos de naturaleza.
Miguel de Cervantes
Cipión y Berganza.
[…] con tiernos singultos relamidos […]
Lope de Vega.
La Gatomaquia
Marramaquiz |
I
MARRAMAQUIZ
A mi mujer, Conchi, y a mi hijo Jorge,
que tanto querían a Marramaquiz
De lamerse después en el tejado,
Marramaquiz
prudente, sabiduría
de lo
celeste y lo profano hacía
en honda
ontología ensimismado.
Abundante y profunda en lo innombrado
agenda
hiciese y diligente guía
de ciencia:
intelectual orfebrería
donde quedó
el saber a su cuidado.
Acuden en tropel, no obstante, dignos,
serios,
disciplinados pensamientos
que hablan
sobre el silencio de los signos
inveterados de sapiencia viva,
que
levantan, diríase, monumentos
de
conciencia felinos reflexiva.
II
ZAPAQUILDA
A Marta
Valsero, que tanto le gustan los gatos
La sabia Zapaquilda, a su cuidado
conyugal,
desde el mismo caballete
del
consorte, después cola y copete
de lamerse,
de un salto hacia su amado
filosofía y ciencia ha conjurado.
De su
sabiduría gabinete,
si fruncida
y mirlada no el bonete
del todo
descuidada acicalado,
hacía de lo más alto del culto
tejado o
cumbre o célico reflejo,
más
sapiente pináculo que oculto
nada de él queda que sabiduría
no fuese, y
en él se veía, que de espejo
su mismo
pensamiento le servía.
Preciosa palabra, nunca mejor expresada. Gracias, Francisco!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Jeniffer Moore