Para la sección, Narrativa, traemos un fragmento de la primicia de la editorial Poetario, Mis viajes por el caribe, del escritor y poeta Pastor Aguiar, quien nos invita a viajar con el autor desde Cuba a Estados Unidos, montado en un bote de fiberglass, es la historia de un médico cubano en la travesía oscura y peligrosa por alcanzar la libertad. Desde aquí vivamente recomendamos lectura, testimonio fiel y crudo de la vida de su autor.
FRAGMENTO DE,
MIS
VIAJES POR EL CARIBE,
DE PASTOR AGUIAR
El oleaje era moderado, quizás tres o cuatro pies,
pero eran olas rápidas pues ya íbamos por la corriente del Golfo, que nos
desviaba hacia el oeste. El mar, hermoso en su inmensidad, nos trasmitía su
poder, ajeno a nuestra mínima
expedición. Era de color añil y lo mirábamos sin ver a los feroces tiburones devoradores
de balseros. No niego que por momentos pensaba en el riesgo de caer y ser
rozado por las bestias. Me veía flotando a la deriva, tratando de no atraerlos,
economizando energías y dándome algún pequeño trago de agua salada, pero
siempre prevalecía el optimismo de ser rescatado después de muchas horas.
Como a las diez de la mañana, con un mar soportable
pero movido, al que ya nos íbamos acostumbrando, el motor se detuvo de repente.
Juano trató de bombear gasolina con un
dedo, a la vez que abría las válvulas al máximo; pero no tuvo éxito y nos
quedamos a la deriva, empujados por la corriente hacia el seno del Golfo de
México, sin saber hasta dónde y por cuánto tiempo.
Entonces me pregunté si repetiríamos la suerte de
otros tantos perdidos en el océano, a merced de las tormentas, o en el mejor de
los casos, de algún buque que nos recogiera y quién sabe si a Cuba de regreso.
¿Daría gracias por la vida en tales circunstancias? Creo que sí, porque ello
significaba nuevos intentos.
Unas algas flotantes nos dieron la idea de la
velocidad a la que éramos impulsados. De no solucionar el problema en pocos
minutos iba a ser muy difícil recuperar el rumbo.
A Fico le dio por maldecir mientras Juano iba revisando
las bujías, algunas de las que estaban sucias de hollín. Yo las limpiaba con un
pedazo de lija y un trapo. Entre una cosa y otra, obviando discusiones de
mecánica, quejas de que el jodido motor estaba clueco, pasaron unos cuarenta
minutos, hasta que logró arrancar como si tuviera asma, pues desde este momento
trabajó con un solo pistón durante la mayor parte de la travesía.
Fico no abandonaba el timón, tratando de mantener la
proa frente al oleaje. Yo palpaba las cámaras para comprobar que no perdían aire.
Cada cual lidiaba con sus miedos, pero con una especie
de tranquilidad hasta entonces desconocida, una anestesia dada por el instinto
de conservación, de forma que nadie se quejó.
Yo trataba de mantener el tabaco de turno encendido,
cubriéndolo de vez en cuando con el hueco de la mano para que las salpicaduras
no me lo apagaran. La botellita de café iba por la mitad. Suerte que no tenía
azúcar; de lo contrario se hubiera avinagrado.
_ No he podido ver un tiburón todavía_ Comentó Juano
inclinándose sobre la borda.
_ Déjate caer y ya los verás, cabrón_ Le sentenció
Fico soldado al timón.
Así marchamos pendientes del ruido del bote, de las
cámaras, mojándolas a cada rato para que el recalentamiento no fuera a
explotarlas, y achicando cada diez o quince minutos con las vasijas
plásticas. Esta primera rotura sirvió
para probarnos los nervios.
La costa era
una mancha en la memoria y el faro había quedado detrás y a la derecha,
invisible. Hubo quien propuso hacer señales al primer barco que pasara.
Mientras, racionamos líquidos y alimentos por si no había rescate, por si la
primera tormenta no nos tragaba.
Fueron horas de angustia. Juano terminó mareado a
causa de fijar la vista en el motor. Yo le di un diminhidrimato y le aconsejé
que respirara profundo, mirando al horizonte. También el Curro tuvo náuseas y
más tarde vomitó unos buches de líquido verdoso. Ahora nadie bromeaba. El bote
avanzaba jadeante y Fico hacía lo imposible, dando quince o veinte grados a la
derecha del Norte, para recuperar el rumbo.
Ya andábamos por el mediodía cuando vimos un gran
barco por delante, casi paralelo a nosotros, de colores grises. Al principio
pensamos en un guardacostas.
_ Tienen que matarnos; pero yo no subo con ellos_
Aseguró Fico_ Estamos en aguas internacionales.
Así vimos pasar tres durante en el resto de la tarde,
y en una ocasión, Santos se puso a hacerles señas con el pulóver, pues la
máquina se había detenido por segunda vez.
Juano iba ganando experiencia y cambiaba bujías y
bombeaba gasolina con un dedo que se fue hinchando, adquiriendo un color
negruzco. Rellenábamos el tanque a cada rato, aún sin necesidad, para
mantenernos ocupados mientras perdíamos tiempo y dirección.
Al caer la tarde, Fico confesó que habíamos pasado muy
lejos de Cayo Sal y que no había otra alternativa que seguir directo al Norte.
Pastor Aguiar
Gracias, amigo, por tu apoyo a mis intentos de narrar una realidad que sobrepasa la ficción. Fueron meses de vivencias que ahora me parecen soñadas. tal realidad no necesitaba recreación ficcional; solo que muchos detalles han quedado en el olvido, y la obra pudiera haber sido mucho más extensa. Un gran abrazo.
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