Para la sección Microensayos, del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: El político virtuoso en Maquiavelo, de nuestro colaborador el filósofo Tomás Moreno.
I. El POLITICO VIRTUOSO EN MAQUIAVELO
“Trate, pues, un Príncipe de vencer y conservar su Estado, y los medios siempre serán juzgados honrosos y ensalzados por todos, pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo” (El Príncipe, XVIII, Maquiavelo).
De todos los que se han iniciado en la lectura y el conocimiento de las obras y del pensamiento político de Maquiavelo son conocidas las recomendaciones que dedica a aquellos hombres dedicados a la difícil tarea de gobernar un Estado y cuáles debían ser sus “cualidades” específicas; son tantas y tan enjundiosas, que sería demasiado prolijo detenernos en ellas ahora, en este artículo. Lo que aquí nos interesa -y ello tal vez sea lo más destacable de toda esta serie de crudas advertencias y consejos para el que tiene la misión y responsabilidad de gobernar- es el modo de hacerlo en situaciones críticas y excepcionales, cuando está en juego la misma supervivencia de su reino o comunidad política, cuando trata de salvar o conservar el Poder y su Estado.
Maquiavelo en su obra Il Príncipe no disfrazará hipócritamente tales procedimientos o medidas como “moralmente buenos o justificables”, sino como técnica o políticamente correctos o adecuados. No era el diplomático y pensador florentino un hombre perverso o un sádico moral que postulara “el mal por el mal” o que tratara de presentar “el mal como bien”. Sabía perfectamente lo que aconsejaba. A veces le duele y le llena de amargura que sea así la realidad política, que obliga por necessitá –esto es, cuando se trata de conservar el estado- a los hombres políticos a actuar “contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión", de manera abominable y con un ánimo dispuesto a “no alejarse del bien, si puede, pero, pero a saber entrar en el mal si se ve obligado”. Pero es que en política las cosas son así: existe un abismo infranqueable entre el ser y el deber ser, entre la política y la ética (cap. XVIII)[1].
Por eso cuando en los Discorsi (I, 26)[2] alude a los asesinatos, crímenes, destrucciones, deportaciones de masas o poblaciones enteras, que, por razones de Estado y en momentos de disolución o fundación de un nuevo estado, se ve obligado a ordenar un Gobernante (Hitler, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, responsables de: limpiezas étnicas, deportaciones, genocidios, aniquilación del enemigo y de los disidentes, por todos conocidas) expresa, confiesa sinceramente, sus escrúpulos morales, pero considera ineludible actuar así y recomienda al que tenga sensibilidad, principios o escrúpulos morales “que se quede en casa” y no se meta en política. Entre estos consejos y recomendaciones de Maquiavelo y Auschwitz o el Gulag no hay solución de continuidad. Habría en ellos, sin duda, un intento de legitimación y justificación teórica de prácticas inhumanas y totalitarias: en la política se ventilan intereses tan supremos que todo debe subordinarse a ellos. Leamos con atención. "Las manos sucias" de Jean Paul Sartre, "Calígula" y "Los Justos" de Albert Camus o las tragedias políticas de Shakespeare etc. para darnos cuento de ello. Habría que responder a todos esos consejos y recomendaciones que no hay fines buenos con medios perversos, que lo fines se pervierten si los medios son perversos.
La Virtú es la segunda noción, articuladora de su antropología y de su concepción de la Política. La Virtú se manifiesta en la actividad política como expresión de la voluntad humana del gobernante/príncipe en su lucha contra las fuerzas ciegas de la necesidad. La "virtú" maquiaveliana nada tiene que ver: ni con la "virtu" clásica de Aristóteles (en el sentido de "moderación" o "término medio entre dos extremos"), ni con la ataraxia de los estoicos; tampoco se identifica con la noción cristiana de virtud, como control, dominio o represión de las pasiones, apetitos o impulsos desordenados irascibles o concupiscibles. Tiene que ver o, más bien, estaría relacionada con el original significado etimológico del vocablo latino "virtus-virtutis", procedente de la raíz vir (= varón), con el significado de fuerza, fortaleza viril; cercana también al significado griego clásico de virtud como areté (excelencia humana) y como techné: capacidad y conocimiento en algún arte u oficio.
Se trata, efectivamente, de la misma noción que usaron los clásicos latinos, como Cicerón en sus "Tusculanas" y que fue asumida por los humanistas del Renacimiento, Petrarca, Alberti, para exaltar la dignidad, la fuerza y el poder del hombre en su lucha contra la Fortuna. La Virtú maquiaveliana no tiene, pues, un sentido ético/moral o religioso/espiritual, sino pragmático/político y técnico/instrumental, aunque también "psicológico". Combina y sintetiza los rasgos señalados de: "fuerza", energía, "fortaleza" de ánimo, audacia, carácter; excelencia humana, intuición, sagacidad, don de la oportunidad y eficacia; y "saber hacer", habilidad, destreza o capacidad en algún oficio, conocimiento técnico-instrumental.
Se trata de un personaje prototípico del Renacimiento, un hombre superior en capacidad y en cualidades humanas al resto de los mortales, de una noción cercana al héroe de Carlyle (pensador antiprogresista británico de XIX... autor de "Los Héroes": Cromwell, Napoleón, Federico II de Prusia) y al "Superhombre" de Nietzsche, quien, dotado de una "voluntad de poder" por encima de toda ética convencional: a) es capaz, con su virtú, de transformar el curso de la historia o de imprimirle un nuevo rumbo, utilizando en su provecho y al servicio del bien del Estado - como la "astucia de la razón" hegeliana- las debilidades y pasiones de los hombres sobre los que gobierna; b) que es puede moldear o modelar, a partir de una situación de corrupción y caos, un nuevo Estado a su imagen y semejanza, a la manera de como un gran escultor-artista es capaz de sacar una “bella statua d'un marmo rozzo”; c) que sabe, en fin, domeñar a la Fortuna y “sacar bien del mal”, o hacer de “la necesidad virtud”.
Ello explica la admiración que siente Maquiavelo por los “grandes hombres de acción”, de acusada personalidad, audaces, enérgicos, crueles, que trataron de hacer del Estado su/una “obra de Arte”, en expresión de Jacob Burkhardt. Entre ellos incluye a políticos y fundadores de Estados como Cesar Borgia, F. Sforza, Fernando el Católico, Alejandro VI, Teodorico, Lorenzo de Médicis, Castruccio Castracani (“la victoria es lo que importa no el modo como la obtengas”); también a destructores de Estados, antihéroes o "héroes en negativo", "scelerati", como Agatocles de Sicilia, Ligurio, o el propio César Borgia, y, finalmente, a personajes legendarios legisladores de Estados y de Religiones: Teseo, Moisés, Rómulo, Numa etc.
Pero no se crea que la Virtú maquiaveliana es una cualidad exclusiva de esas personalidades individuales; cabe también atribuirla al cuerpo social, al Pueblo, como un todo. Así si la virtú del Príncipe es esencial para la instauración y fundación de un nuevo Estado; la virtú del Pueblo es indispensable para la “conservación” y “perdurabilidad” del mismo. En Il Príncipe se ocupa de la primera, en sus Discorsi de la segunda (Continuará).
TOMÁS MORENO
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