Para la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título, Matemáticas de la fe.
MATEMÁTICAS
DE LA FE
El
problema que siempre supuso para mí la fe (de cualquier índole) radicó (acaso
como a cualquier científico que una probación sistemática y experimental de una
verdad exigiera) en distinguir con claridad lo que se estima como verdad y la
demostración de aquella; acaso envuelto en una vieja filosófica (también
matemática) controversia: la de la semántica y la sintaxis y completitud frente
a su presunta consistencia formal.[1]
Es hoy totalmente reconocida la
imposibilidad de deducir un sistema o método mediante el que comprobar la
seguridad de los números naturales en una forma de representación completa,
teniéndose que descartar un sistema formal para llevarlo a cabo de forma
completa.
Es así que después de esta comprobación
genial[2]
pero frustrante para muchos (entre ellos el mismo Hilbert), hubo de
distinguirse con claridad entre la forma sintáctica de la verdad matemática de
la semántica o de significado para la demostración de un verdad. Así las cosas,
hoy sabiendo esta realidad, antes intuyendo su profunda influencia, puede que
yo también confundiese la verdad de una fe con la trascendencia que supone
intuir al menos su significado.
El reconocimiento de los límites de
cualquier formalización (matemática o no) propone mucho más que la tarea de formalizar
dominios cualesquiera (digo, e insisto en ello, matemáticos o no), para poder
comprobar que el más profundo de los significados colegibles de ese
reconocimiento de los límites de la forma radica nada menos que la potencia más
extraordinaria y a la vez enigmática de la realidad de nuestra conciencia y de
nuestro mundo implicado en ella, a saber: la creación como potencia dinámica y
de significado de una verdad profunda. Esta intuición, reconozco, que es la voz
a Gödel sin duda debida, en tanto que con su ambición lógica y los límites de
ella, comprendí que se pudo acceder a conceptos intuitivos que traspasan las
fronteras a lo que pueda acceder mediante el impulso creativo.
Es bueno aclarar el concepto de
concepto en el párrafo anteriormente traído a colación, en tanto que la idea a
la que apelo es a la de un concepto vivo, objetivo que conmina a un
entendimiento racional del mundo y de nosotros mismos con lo que nos
trasciende. Ahora bien, esa racionalidad no es la que se resuelve en virtud de
lo ya asumido en virtud de su coherencia formal y lógicamente entendida, si que
se explican en virtud de su analogía con lo trascendente y que acaso no pueden explicar formalmente.
Los confines de la mecánica
algorítmica son las fronteras infranqueables que no podrán traspasar sus
métodos, será por tanto un reconocimiento explícito al ser profundo de las cosas
que en modo alguno puede supeditarse a la epistemología, es decir a aquello que
podamos o no tener conocimiento.[3] Reconozcamos con Kant que los objetos de la
ciencia no son las cosas en sí, sino que en realidad forman parte de las mismas
apariencias.
Es por todo esto que intenté indagar
en la cuestión tan rara para mí de la fe en lo trascendente, desde una óptica
lo menos simplista posible amparada sin más en la apreciación sensorial
(limitada) y en la constatación empírica de una verdad sin entrar en las
consecuencias de significado que conllevan, si para acceder a aquellas verdades
trascendentes acaso sea necesario un nuevo estado de conciencia con el que
reconocer que un acercamiento intelectual (de conocimiento) a la verdad de lo
trascendente, ignorando la ontología, el ser, de aquella verdad desconocida y que la negación
e ese ser, puede ser aún una mayor ilusión
que su potencial realidad.
Proseguiremos con nuestras
reflexiones sobre asunto tan peliagudo como sin duda lo es la fe, en una era
donde la constancia de lo experimentado y mal entendido en su experiencia, no
deja si quiera un respiro para pensar lo que no podemos tocar o sentir por ser invisible
y que no obstante se resiste a nuestra
indiferencia, si tenemos al menos un mínimo de curiosidad al respecto.
Francisco Acuyo
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