lunes, 28 de diciembre de 2020

PREGÓN NAVIDEÑO 2020, POR ALFREDO ARREBOLA

Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos el pregón de Navidad que nuestro colaborador y querido amigo Alfredo Arrebola, llevó a cabo en la Casa de Jaén de Granada, que viene muy apropósito en estas fechas.



                           

Pregón Navideño, Alfredo Arrebola

          

 

PREGÓN NAVIDEÑO


Señoras  y Señores, amigos todos.

 

          Volveremos, un año más, a celebrar la Navidad. Pero una Navidad cargada de muchas  e inquietantes preocupaciones: llevamos ya muchos meses padeciendo la epidemia más cruenta que ha experimentado la débil y frágil humanidad en un siglo.  Sin embargo, siempre se viene cumpliendo aquello de… ¡Dios aprieta, pero no ahoga!.

Deseo manifestar públicamente mi más profunda gratitud a la CASA DE JAÉN EN GRANADA por haber tenido a bien invitarnos – María Sillero, Ángel Alonso, Toñi Barroso y quien os habla – para celebrar en este recoleto y artístico Salón el “PREGÓN DE NAVIDAD 2020”. Y como es natural, quiero ofrecerles una breve y sencilla reflexión de un Cantaor que, por fortuna y “con la ayuda de Dios”, ha logrado una mediana formación filosófica, teológica y flamenca – como intérprete y estudioso – puesta siempre al servicio de las personas interesadas en estas materias: ARTE y RELIGIÓN.

   Pues bien, una de las más preclaras inteligencia de la   Filosofía, Hegel (1770 -1831), dijo: “Toda la historia tiende a Cristo y viene de Él; la aparición del Hijo del Hombre es el eje de la historia humana”. No cabe, a mi juicio, mayor profundidad reflexiva, ya que se adapta totalmente a la verdad histórica y teológica. La teofanía de Cristo, hecha carne humana, es un  misterio que  escapa a la capacidad intelectual del ser humano. Por eso es misterio. Ahora bien, ¿qué papel juega el Arte flamenco – trilogía de Cante, Baile y Toque -, podríamos preguntar, en una fiesta tan  específicamente  cristiana y, al mismo tiempo, tan andaluza?. Es precisamente la pregunta de un Cantaor y humilde aficionado a “escribidor”.

   No olvidemos, amigos míos, que fue en esta tierra andaluza donde se instaló el  primer belén artificial para recordar el hecho más trascendental en la historia de la humanidad: El Nacimiento del Mesías, anunciado por los profetas del Antiguo  Testamento y tan esperado por el pueblo Israel. Es decir, DIOS HECHO HOMBRE. Lo repetimos, una vez más, misterio y nada  más, aunque se estudie incluso  “a la luz de la razón natural”.

Pregón Navideño, Alfredo Arrebola
Es cierto que Navidad es sinónimo de alborozo, de besos, de luces de colores, de fiestas luminosas, de regalos y más regalos…, pero no es menos cierto que el carpintero José, con María su esposa, subió  “a la ciudad de David, que se llama Belén” (Lc 2,4). Esta noche, amigos-hermanos todos, también queremos subir a Belén para descubrir el misterio de la Navidad. Me gusta recordar  que Belén, etimológicamente analizado, significa “casa del pan”. Y en esta casa – nos dirá el Papa  Francisco – el Señor convoca a la humanidad. El sabe que necesitamos alimentarnos para poder vivir. Pero  sabe también  que los alimentos del mundo no sacian el corazón humano; ese triste corazón que siempre “estará inquieto hasta no descansar en en Él” (San Agustín).

  Belén es, sin duda, el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre, en un auténtico establo, no en ese alegre y ágil portal – nos dirá Govanni Papini (“Historia de Cristo”) - que los pintores cristianos han diseñado para el Hijo de      David, como si se avergonzaran de que hubiera nacido Dios en la miseria y la suciedad.

En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: “Tomad, comed: esto es  mi cuerpo” (Mt 26,26). El Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar: signo específico y distintivo del cristiano creyente.

      Ante el pesebre, deberíamos comprender que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el AMOR; no es la voracidad, sino la CARIDAD; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar. En Navidad recibimos a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca. Al subir a Belén, casa del pan, podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir? ¿es el Señor o es otro?.

 Y como creyente real y practicante, entrando en la gruta y viendo la tierna pobreza del Niño, cabría preguntarse: ¿Sería  yo  capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús, preguntémonos, amigos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene? El apóstol y evangelista Juan nos lo dice bien claro: DIOS ES AMOR, y quien permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en él” (1Jn 4,16). Este sería, pues, el verdadero, auténtico y teológico sentido de la Navidad.

Todos sabemos de memoria que la Navidad es tiempo de pastorales callejeros con su zambombas, panderetas, botellas de anís, villancicos, ¡y tantas y tantas otras cosas más!.

Pero, Señoras/Señores, la Navidad son días, para muchas personas, de copiosas heladas y nevadas sin fin sobre el alma; días de establos abandonados, de frío, de hambre, de soledad, de dolor… Y hoy, de letal pandemia.

   José y María sufrieron en sus almas y en sus cuerpos la desolación y la amargura de verse rechazados, por insolventes, de los lugares donde palpitaba el fuego, alrededor del cual comían, bebían y reían los considerados pudientes, los teóricamente dichosos.

Pregón Navideño, Alfredo Arrebola

Asimismo, la Navidad es tiempo de zozobra para quien le calcina su soledad no deseada; para quien en fecha no lejana perdió para siempre a un ser  querido; para quien ve crecer en su jardín, descuidado por falta de ilusiones, la planta amarga del desamor; para quien tiene su nave envarada bajo las blancas sábanas de una cama hospitalaria; para quien eligió con valentía la soledad silenciosa al desterrar de su alma, de su sangre y de sus días a un corazón indiferente; para quien no tienen nada qué comer ni qué beber o no tiene ganas ni gusto en ello; para quienes, como dijo un viejo poeta andaluz, desearían que los dejasen comer un huevo duro y un yogour, de pie, mirando a ningún sitio, con los ojos demasiado secos para ver, o demasiado arrasados en lágrimas…

  Para ellos, esta efemérides religiosa es una fiesta de gozo y de gloria, precisamente para ellos, los no dichosos, porque la Navidad y el “pequeño Dios” vienen a despertarlos de tantos y tantos sueños de tristezas, soledades, amarguras y miserias, y a enseñarles a mirar la vida y a vivirla con la  sonrisa abierta y la mirada inmaculada de un niño. Cada una de estas personas tiene un lugar privilegiado en mi corazón y en mi cante:

 

Porque Dios es mi destino,

son estrellitas del cielo

las piedras de mi camino

 


(Soleá:“Mi cante es una oración”. 

A. Arrebola, Málaga, 1986).

 

  A ellos, para endulzarles, en lo posible, no sólo estos días de la fe cristiana, sino todos los días de cada año; para ayudarles a transportar sus cargamentos de soporíferas montañas, y para darles luz de ilusiones y trigo de esperanza en el trayecto tortuoso del camino por donde van, yo les ofrezco esta breve y sencilla reflexión, portadora de mi “fraternidad franciscana” con todos los  “hombres de buena  voluntad”.

  La lengua juega con los términos Navidad, Natividad, Nacimiento… pero de  Dios, hecho “Hombre” misteriosa y milagrosamente en las purísimas entrañas de una mujer, a la que llamamos con admiración todos los cristianos la “Virgen María”. Declaro, libre y espontáneamente, que soy “hombre de fe”, pero a nadie obligo – lógicamente – a aceptar lo que yo siento y practico. Sin embargo, también manifiesto, sin miedo alguno, que hablo desde mi propio testimonio de español, andaluz y cristiano, lo que me lleva a pensar qué nos puede decir el Arte flamenco en la Navidad.                                                                                                                                        

¿Qué expresa el flamenco? Todo: lo que pensamos, sentimos y creemos. El Flamenco es la voz  universal de Andalucía – hoy “PATRIMONIO HISTÓRICO DE LA HUMANIDAD (2010) – y en esa alma está presente el sentimiento religioso, reflejado en sus coplas. Ahora bien, una forma de manifestar el pueblo andaluz “su religiosidad” - que está muy arraigada – la encontramos exactamente en la Navidad, aparte de  que muchos cantes hunden  sus raíces en los llamados “Cantos religiosos de la Iglesia cristiana”.

  No se olvide que ni la Ciencia, ni la Literatura, ni el Arte pueden prescindir de las realizaciones que el pueblo ha logrado, no colectivamente, sino sirviéndose de guiones creadores especialmente aptos para las faenas científicas, literarias o artísticas que, precisamente por responder a las necesidades simbolizadoras  del “Alma popular”, cayeron en el anonimato.


Algo, pues, parecido les ha sucedido también a los cantes flamencos por Villancicos, aunque los “villancicos navideños” marquen la plenitud de la inspiración  religiosa en la breve historia del Arte flamenco. En este sentido, mi inolvidable y llorado amigo José Luís Buendía López, ilustre Profesor Universitario y Flamencólogo, nos dejó dicho  que en casi toda la lírica primitiva se dan dos  fenómenos:

1.- Letras que no se han concebido con un contenido religioso, sino como mero canto laico dedicado a la  mujer, se carguen de espiritualismo “a lo divino” y con ellas se cante a la  Virgen María o a cualquier otra advocación religiosa y,

2.- Utilizar como tema profano algunos de los concebidos como materia religiosa.

  Resulta, por tanto, difícil saber cuándo estamos en presencia del  villancico propiamente navideño. Se admite que ya en el siglo XIII afloran gran cantidad de villancicos y la fusión de lo profano y  religioso. Ambas formas, a través del tiempo, se adaptaron perfectamente en Andalucía. Y tal es así, que el andaluz se acerca al Misterio  con una gracia y sentimiento especiales:

 

María se está poniendo

un  vestidito de novia,

que va  a parir  esta noche

un niño como una  rosa.

 

  Ahora bien, si otros aspectos religiosos representan residuos ancestrales y bastardos de panteísmo o formas corrompidas de cristianismo, los villancicos se caracterizan por “su pureza cristalina y por la ternura de su inspiración”. Todo es en ellos alada gracia y cálida humanidad. Los villancicos flamencos, por su parte, desbordan alegría y esperanza ante el suceso sublime y generoso del Nacimiento del   Señor. Sus letras están entre las más bellas y conmovedoras; se nutren de los  Evangelios, incluso los  Apócrifos y añaden, por su cuenta, episodios y circunstancias de extraordinaria  fuerza poética.

 La Navidad invita a contemplar lo que Dios ha hecho por nosotros: AMARNOS en la persona de  Jesús de Nazaret. Por eso es una fiesta de alegría, aunque para muchos sea triste. No obstante, el espíritu de la Navidad siempre debe producir una alegría y un gozo que nada ni nadie nos  debe quitar. Porque la Navidad es la  celebración, la toma de conciencia del  amor que Dios tiene a los  hombres manifestado en Jesús, el cual acepta nuestra condición humana y anuncia un  mensaje de  liberación que entraña gran gozo, y no menor esperanza en esta complicada realidad existencial y psicoantropológica de todo ser humano.

   Ser conscientes de esta realidad de salvación es el fundamento metafísico de nuestra  alegría navideña. Pues bien, amigos todos, no olvidéis que todos estos sentimientos los sabe expresar perfectamente el Arte flamenco, en sus formas de Cante, Baile y Toque, que supo asimilar todo  el  caudal lírico peninsular que desde lejanas épocas medievales cantaba la Navidad, y formó con él un nuevo y fresco venero de limpias y flamenquísimas manifestaciones andaluzas de ese mismo  sentimiento: Una forma de conocer la esencia  histórica y  distintiva de un pueblo cuya cultura – milenaria y autóctona – era la más antigua de todo el Mediterráneo, en palabras del filósofo y escritor don José Ortega y Gasset (“Teoría de Andalucía”, 1927).

  Y por ello no es raro encontrar por todos los “palos flamencos” las estrofas que venían del  más viejo tronco de nuestra lírica nacional: EL VILLANCICO. Y así, desde siempre, se le ha tenido como “la más rara manifestación lírica europea”. La Real Academia de la Lengua lo define así: “Composición poética popular con estribillo, y especialmente de asunto religioso, que se canta en Navidad y otras festividades”.

En la mente de cualquier andaluz, medianamente culto, está bien presente que Andalucía ha entonado, desde siempre, sus mejores villancicos, nanas, canciones festeras para celebrar la venida del Salvador a la tierra. Como también se sabe que Andalucía ha compuesto una completísima antología de temas navideños no sólo en el folclore, sino también en los más variados  estilos  flamencos.

Por su parte, el flamenco adquiere su dimensión más profunda al impregnarse de emoción religiosa. Andalucía ha cantado siempre a la Navidad – lo repetiré una vez más -: desde Linares a Andújar, donde existe una vieja y rica tradición, hasta Ayamonte, el Flamenco celebra la Navidad con sus  cantes: campanilleros, nanas, bulerías, malagueñas, peteneras o fandangos, etc.; incluso está probado que los villancicos pueden bailarse.

Pregón Navideño, Alfredo Arrebola

La Flamencología viene afirmando que posiblemente hayan sido Sevilla, Cádiz y Jerez los centros más destacados en villancicos. Nombres como Niño Gloria, La Pompi, Manuel Torres, Terremoto, en Jerez de la Frontera; Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Antonio el Sevillano, Pepe Pinto, Antonio Mairena, Bernardo el de los Lobitos, Pepe Marchena…, en Sevilla; y Manolo Vargas, Pericón de Cádiz, Niño Solano, Canalejas de Puerto Real…, en Cádiz, cantaron por Soleares, Cantiñas, Martinetes, Tanguillos, Tientos, Malagueñas, Bulerías … al Niño Dios.

Y -¡cómo no! - Huelva ofreció su rancio y difícil fandango para cantar a Dios hecho Hombre, como lo viene haciendo Granada con sus antiguas Cachuchas, Tangos del Sacromonte, La Mosca, Bulerías, mezclados con sus zambras, para alegrar al Jesús infante de Belén; Córdoba lanzará al Rey de los Cielos los cantes por  Serranas y Fandangos de Lucena. Málaga, “La  cantaora”, despliega sus policromados Verdiales, Cantes del Piyayo  y  Malagueñas a Aquél que, siendo todo, tomó para sí la “nihilidad” humana, como lo harán Jaén, Almería y todo el Levante español cantando a la Navidad por los más diversos palos flamencos: Jaeneras, Cantes de madrugá, Tarantas, Cartageneras, Tarantos, Murcianas, Mineras….

  Y, finalmente, pienso yo que por algo se le ha llamado a nuestra Andalucía “La tierra de María Santísima”, Madre de Jesucristo, Señor de cielos y tierra. Por ello, el pueblo andaluz, de ancestrales raíces culturales, ha querido expresar su más profundo agradecimiento al Dios-Hombre – Jesús de Nazaret, Cristo, el Mesías, Jesucristo – sirviéndose de su rico folclore y arte flamenco.

 

 

Muchas gracias, Alfredo  Arrebola,

 Profesor-Cantaor (Dei gratia).

 

 

 

 

Pregón Navideño, Alfredo Arrebola

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