Ofrecemos para la sección de Extractos críticos del blog Ancile, la segunda entrega de: Ética y estética de la poesía, a la sazón de: Estudios sobre literatura contemporánea.
ÉTICA Y ESTÉTICA DE LA POESÍA, A LA
SAZÓN DE:
ESTUDIOS SOBRE LITERATURA CONTEMPORÁNEA,
DE ANTONIO CARREIRA (II)
Parte nuestro autor de una
premisa de grande interés que no siempre se tiene en cuenta a la hora de
establecer unos fundamentos serios de acercamiento al propio fenómeno poético,
a saber: que el poema es, al margen de una cosa de dos (poeta y lector),
un constructo cuya componenda adquiere consistencia en dos fundamentos
imprescindibles: el musical –rítmico y eufónico- y el racional (este último,
con todas las prevenciones que conllevan los factores irracionales de la
semántica de la lengua). Sin entrar en las complejas relaciones que puede
conllevar la música como lenguaje universal, y el poema como lenguaje que no lo
es, lo que Carreira plantea, y a mí me hizo pensar detenidamente, es la
racionalidad como fundamento gozoso y gustoso del poema, basado, en principio,
en su necesaria comprensión (Eliot). Ahora bien, dicho goce (estético) debe
cimentarse en determinadas razones. Nada sabemos de dichas razones (avisa Carreira)
y nada dice de ellas el ilustre poeta de San Luis, todo lo cual hizo que mi
curiosidad al respecto aumentara exponencialmente.
La
sensibilidad de cada cual, la formación, los valores estéticos y otros
criterios subjetivos, que suponemos deben comprender aquellas razones del buen
gusto, son materia de segura controversia, en cuanto que deben estar
relacionados con diferentes aspectos no menos controvertidos como la
comprensión o no del poema, y las interpretaciones variadas que se pudieren
hacer del mismo. En cualquier caso, es claro que aquellos ya señalados valores
estéticos tienen mucho que decir al respecto de lo bueno, malo o caótico del
poema, que advertía Eliot, sobre todo en relación con la ambigüedad o claridad
que pudieren ofrecernos sus versos, estableciendo como criterio esencial el
ritmo y como pilar básico de todo buen poema, ya que, el ritmo, no es solo medida, sino visión del mundo (Octavio
Paz).
Todo
este asunto del ritmo del lenguaje poético no es en modo alguno cosa baladí. Por
eso, Carreira, insiste en este aspecto añadiendo, además, otros criterios de
distinción entre las artes, centrados en la potencial racionalidad de las
mismas; así, la música, se dice, tiene un carácter irracional, y el lenguaje (sobre
todo en prosa) carácter racional; de ambos principios se deduce que la poesía
ocupe
un estadio intermedio (Pessoa) que, para muchos puede resultar poco
cómodo y que, acaso irremediablemente, puede añadir confusión en la práctica y
en la teoría del verso. Hablamos, claro está, de la proverbial confrontación
teórica (y práctica) entre verso medido y verso libre, que me remito a la
magistral referencia que hace nuestro autor en su texto.
La
cuestión es que las artes se han rebelado contra tantas cosas, nos avisa
Carreira, que es extremadamente complicado, a luz de estos cambios y del
aparato teórico derivado de los mismos, aprehender criterios de valoración
apreciables a lo bueno o nefasto de esta o aquella obra artística. Esta
situación, llevada al ámbito de la poesía, pone, inevitablemente, la duda o la
evidencia de si no estamos ante un verdadero ocaso de la poesía. O si ya no
encontramos diferencias entre la prosa (mala), exhibida como poesía, poniendo
(textualmente) en peligro la sensibilidad de los jóvenes que se acerquen
a ella.
La
indiscutible necesidad de renovación de las artes no justifica la clara
inclinación actual por el camino de lo fácil para verter el objeto artístico
como una mercancía asequible y de consumo rápido, alentado todo ello por una
propaganda perfectamente engrasada para tal fin. Una de las expresiones que más
me gustan de Carreira ante el panorama del arte y la literatura (y que se
deriva a la música), es que estas nuevas generaciones caminan irremediablemente
a la sordera, amén de decidir hablar en necio para dar gusto al vulgo.
La reflexión pertinente y que viene muy apropósito en la panorámica actual
quizá sea: ¿si no hay grandes compositores, poetas o pintores es porque no
tienen cabida en la escala de valores de nuestra sociedad actual?
Lo que sí
parece del todo evidente es que nuestra sociedad está manifiestamente entregada
al hedonismo de la belleza fácil y digerible. Rechaza cualquier dolor o
sacrificio y expone con claridad que estamos entregados a la dogmática doctrina
del consumo o de la ideología (im)pertinente. La herida que exigía
Gadamer ante la contemplación de la obra de arte verdadera, es hoy rechazada
por una producción supuestamente destinada a agradar de forma exclusiva, y no a
convulsionar, sorprender, despertar. La sedación de la sensibilidad expone que
los presupuestos de consumo triunfan resueltamente. Exponen de manera obvia,
además, que acaso hoy, de manera ostensible, sea imposible la percepción de la
maestría y destreza que exige y reside en la resolución de lo genuinamente bello.
El disfrute
plano, literal, liso del formato de consumo, no oculta que, además, vivimos en
la era de la producción de datos, cuya impudicia de lo literal expone un mundo
que no admite la profundidad velada de lo íntimo, y por tanto no admite
ambigüedad mediante la que enfrentarse con el lenguaje, cuestión especialmente
grave en relación al lenguaje poético, que no puede perder el pudor de su
intimidad y su manifestación analógica, emancipada y libre. La obscenidad de la
era de la información acaso tiene que ver también bastante con este serio
declive, porque este procaz exhibicionismo de literalidad está despojando a la
poesía de su fundamento: la singularidad abierta, viva, profunda y dinámica de
su lenguaje.
Francisco Acuyo
2ª entrega
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