Para la sección de Ciencia del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: Arte: La vida en busca de sentido.
ARTE: LA VIDA EN BUSCA DE SENTIDO
Si bien es cierto que la
corriente reduccionista de la ciencia puede considerarse como una vertiente
poco sensible a lo que hoy consideramos como humanismo, no es menos verdad que el
arte se ha hundido hasta las trancas en el humanismo más profundo, si su sustento
es fundamentalmente el ámbito de lo subjetivo. La ciencia, no obstante, está
cambiando en muchos de sus dominios esta visión encorsetada de la realidad,
tomando presupuestos que pueden considerarse en no pocos casos como netamente
humanísticos, en tanto que el valor del sujeto que observa, que siente, que
busca lo real tiene un valor acaso como nunca antes lo ha tenido en el método
científico (ejemplo claro y más espectacular lo encontramos en los dominios
nada menos que de la física, como puede ser la teoría de la relatividad o la
mecánica cuántica).
Más
allá de la eterna cuestión de si la vida tiene o no sentido, o si merece la
pena vivirla en virtud del significado que encontremos en ella, subyace un
impulso arrollador que no debe y acaso no puede reprimirse, pues, es paralelo a
la dinámica de la vida misma que se resuelve creativamente: debemos
realizarnos, conformarnos, en definitiva, ser, y la senda del crecimiento
creativo es esencial. Cuántas veces no me pregunto si el nihilismo y la
angustia existencial que nos consume en la posmodernidad no se debe a una serie
de inhibiciones que arraigan en la vertiente positivo materialista de nuestros
días que incide en reprimir lo ancestral espiritual, por un lado, por otro, la
negación de la búsqueda esencial de sentido y, finalmente, el olvido o la
represión inconsciente de la necesidad de crecer y desarrollarse a través de
los procesos dinámico creativos,que son, digo, consustanciales a la dinámica de
la misma vida.
No
se trata de liberar sólo la voluntad de sentido[1]
de todo hombre, ya que no solo es el desarrollo de esa voluntad de sentido lo
que lacera y tortura al mismo, es la represión de la capacidad creativa que
todo ser viviente y consciente tiene para realizarse. El arte es el excepcional
aglutinador para saciar la sed espiritual, de significado y de realización
creativa, de aquí su extraordinario valor terapéutico.
La
infelicidad proviene no solo de la persecución constante e irracional de ser
feliz, sobre todo, en no ver que, aun en el sufrimiento, hay sentido,
trascendencia y resolución creativa para reponerse y ser en el cambio pues, todo
dolor produce una fuerza natural de creación que nos modifica y modifica el
mundo.
El
arte es la manifestación más extraordinaria del homo patiens (del hombre que
sufre) y, no obstante, observa y crea
belleza. Es una vía de libertad y de realización que nos ayuda incluso a
desprendernos de nosotros mismos como conciencia personal herida, para
trascender esa misma conciencia personal del dolor para ser en la belleza[2],
que es creación. Es, en fin, el modo de superar la cosificación a la que nos
vemos sometidos en una sociedad donde se niega la propia autotrascendencia,
pues el ser no es más que una mera cosa.
Por
todo esto ahora sería momento idóneo para recordar al Goethe del Fausto cuando
decía:
Extrae primero el alma con firme
persistencia.
Ya en su mano las partes, las clasifica.
Mas el espíritu —que mantenía unidas
dichas partes— por siempre habrá perdido.
Es
por todo esto que el arte pone de manifiesto la idea pascaliana de que el corazón tiene razones conoce que la razón
desconoce, porque su pulsión creativa va más allá de una visión
reduccionista del mundo y de nosotros mismos, si su misión es precisamente la autotrascendencia.
Francisco Acuyo