Proseguimos con nuevas indagaciones sobre la palabra poética y su intromisión en el ámbito de la nada silenciosa, y todo para la sección de Pensamiento del blog Ancile, y bajo el título de: La palabra poética y el silencio creativo.
LA PALABRA POÉTICA Y EL SILENCIO CREATIVO
Nos interesa la impronta creativa (y en no pocas ocasiones soteriológica) que se infiere de esa intuición de la nada que se manifiesta en muchas culturas y filosofías. En este aspecto, la poesía me pareció desde siempre una plataforma de indagación, investigación y reflexión de interés para un acercamiento al silencio de la nada. Se ha dicho que la nada es el espacio propicio para las potencias, los inicios, la creatividad, insistimos.
Las analogías son también numerosas, diversas y en muchos casos harto controvertidas (silencio, vacío, ausencia, el cero…), incluso la ciencia en sus vertientes más duras (la física o la matemática) se la contempla en una clara dialéctica con el ser (véase la mecánica cuántica, teniendo muy presente al imprescindible observador), y donde la conciencia es un elemento fundamental de explanación de esta noción que se mueve entre el ser y la nada.
La nada, como lo que no es cognoscible, tiene que trascender cualquier intento de explicación fenomenológica y lingüística, por lo que aquella interacción entre el ser y la nada que denominamos conciencia, adquiere un sentido que se sustrae a la vez de cualquier fenomenología al uso, y de la que tenemos, no obstante, una intuición más o menos remota.
En la historia de la filosofía el glorioso empuje racionalista griego, rechaza o al menos eso se ha deducido, el vacío y la nada, con su consiguiente influjo en la cultura occidental conllevando un olvido ¿consentido? considerable hacia ella.
La palabra poética parece nadar entre dos aguas: el ser unívoco del universo y la rara posibilidad de ser no siendo (en la nada). La presencia que puede ser nombrada con un significado, invoca en poesía la ruptura del significante. En poesía el lenguaje singular que la caracteriza quiere desplegarse en su singularidad como la diferencia entre el mundo y la cosa que en su advenimiento nos hace olvidar el ser, sirviendo además, de instrumento de ocultación donde aquella diferencia es en realidad el silencio mismo, donde por fin, en ese tránsito, la palabra poética, entre la presencia y la ausencia, da profundo sentido a las palabras.
La palabra poética es el origen donde el silencio (creativo) es posible como fundamento potencial donde han de darse las cosas, y que en su nanidad silenciosa se sostiene todo, donde a través de su condición metafórica se acerca a lo innombrable y ofrece su espejo (poético), el cual refleja el concepto del espacio y del tiempo en el que, al fin, nos recocemos reflejados. En la palabra poética se advierte memorablemente la búsqueda del nombrar aquello que no es evidente, pero sólo perpetúa la diferencia entre lo que es efectivamente nombrable y lo que escapa a la palabra.
La poesía, en fin, fue el vasto dominio donde se puso en cuestión en aquellos momentos de singular reflexión, el lenguaje como un sistema cerrado a la significación, y que supuso pensar en la poesía como una peculiar ciencia de la paradoja, si nos remite, en su limítrofe posición, al territorio enigmático y potencial del silencio o de la nada, que aspira a romper y trascender el círculo hermenéutico del sentido, un paso más allá de la estructuración sintáctica y fonética del lenguaje, si es que en verdad el lenguaje quiere tomar cuerpo en signos visibles e indelebles que, no obstante, ha dejado la marca del signo de su presencia, y, sin embargo nos habla en trasfondo de una silenciosa ausencia. A través del lenguaje poético, el propio lenguaje toma conciencia de su propio silencioso vacío básico. Es la palabra creativa, necesariamente nueva que pretende trascender su propio devenir discursivo.
Por todo lo antecedido es por lo que la palabra poética quiere, necesita separase de todos los imperativos utilitarios, prácticos que convienen al lenguaje común, ordinario, si quiere aspirar a un valor de verdad que no se esfume en aquellos preceptivos categóricos del lenguaje al uso, y que a través del discurso poético nos muestra, de forma paradójica, la ciencia y arte del silencio en la didáctica poética del callar con palabras.
La poesía es una suerte de singular dialéctica entre el ser y el no ser, donde el lenguaje poético quiere trascender el mundo platónico de las representaciones anómalas que nos ofrecen los sentidos y la misma palabra, quizá para pensar o soñar los arquetipos de perfección que potencialmente hacen posible cada una de las turbias proyecciones que apenas acotamos. Este no ser con el que dialoga el poeta no es solo lo no perceptible, será sobre todo lo que pueda significar, y es mundo de potencia infinito que no es otro que el de la misma nada del silencio que, no obstante, resuena, en lo más íntimo de nuestra intuición como causa primera.
No obstante, el poeta verdaderamente creativo, sabe, mediante el instrumento de la palabra (poética), que hablar de aquella silenciosa potencia será acabar desvirtuándola, es reconocer en la humanidad de nuestra palabra la trascendencia de la nada que se hace posible en el ser que nombra. Sabe o intuye el que aquella silenciosa nada no sólo es el límite, es la posibilidad creativa en la que se describe el origen y el fin de lo que existe y es reflejo de algo que se mueve sin estar en movimiento y que es eterno, entidad y acto.
Francisco Acuyo
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