LA PUERTA DE ARRAYÁN,
DE ANTONIO CARVAJAL
Miguel Rodríguez Acosta en su estudio |
UNA PUERTA PARA DOS ARTES
Miguel Rodríguez-Acosta llamó varias veces al poeta Antonio Carvajal para mostrarle los cuadros de distintas exposiciones y que el poeta se los titulara. Por ahí debe andar un listado de "palíndromos" con variaciones de "Roma-amoR", más el catálogo de "Viento del Sur" con texto bilingüe español y sueco, más las carpetas de serigrafías "Lettere veneziane", con tres poemas, y "Si tú quisieras, Granada", con poemas de Antonio Gala y un porche en prosa de Carvajal quien, además, prologa el maravilloso libro sobre el carmen de la Fundación con texto de Rafael Moneo y magistrales fotografías de Francisco Fernández.
Hay un título bicéfalo, "La puerta de Arrayán", con que el poeta apadrina una pintura de don Miguel y un poema propio, dedicado a don Emilio Lledó, que incluyó en el libro Alma Región Luciente . La de arrayán es una tercera puerta, la de los sueños vividos, opuesta a la de marfil, por donde escapan los sueños falsos, y a la de cuerno, por la que asoman los verdaderos. Fecunda colaboración de dos artistas señeros que ha dado tan bellos frutos.
Dionisio Pérez Venegas
LA PUERTA DE ARRAYÁN
Puerta de arrayán, de Miguel Rodríguez Acosta |
A Emilio Lledó
Y aquí reposa el pensamiento. Vuelan
los tenues verdes de la paz, el agua
con su latido oculto, el varillaje
sutil del seto denso en que titilan
las breves flores blancas donde luce
el candor prometido de los sueños.
No despierta en el pecho el eco largo
sus trompas de marfil, la vana gloria
que hace del hombre esclavo de su imagen,
ni el oro lo perturba con certezas
de un esplendor que, aunque en la luz lo fije,
lo deja desvalido en su desnudo.
Canta la savia y por las venas fluye
su voz y es la palabra innecesaria,
no mentirosa: lábil. No precisa
la calma del instante otros rumores
que no vengan del hondo arroyo fosco
que discurre entre frondas protegido
más allá de la vista y la memoria.
Goza la piel la seda, la clausura
de esta brisa con plumas, no con alas,
suave para los roces de las frentes,
tersa para el susurro de los labios.
Pasa la mano descuidada sobre
los recortados arrayanes, vibra
mínimamente como tibia viola
que no se atreve a responder, avanza
por las sutiles sendas del sosiego
y, apenas toca la madera frágil
que separa las ramas y las frondas,
goza un silencio y un sabor distintos,
un olvido de sí, la verdadera
paz que no tiene ni rumor ni nombre,
la paz del agua, el arrayán, los pájaros
quietos en el remanso de una aurora
perenne y blanda y dulce y hacia dentro.
Antonio Carvajal
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