jueves, 9 de enero de 2025

LA PUERTA DE ARRAYÁN, DE ANTONIO CARVAJAL

Para la sección de Poesía del blog Ancile, traemos un poema de Antonio Carvajal, acompañado de un texto a manera de introducción, de Dioniso Pérez Venegas. Los versos llevan por título: La puerta de arrayan, y la introducción:  Una puerta para dos artes, acompañados con una reproducción de un cuadro que porta el mismo título que el poema, del artista Miguel Rodriguez Acosta. Vaya todo el conjunto en recuerdo y homenaje del gran artista.  


LA PUERTA DE ARRAYÁN,

DE ANTONIO CARVAJAL



Miguel Rodríguez Acosta en su estudio


UNA PUERTA PARA DOS ARTES



Miguel Rodríguez-Acosta llamó varias veces al poeta  Antonio Carvajal para mostrarle los cuadros de distintas exposiciones y que el poeta se los titulara. Por ahí debe andar un listado de "palíndromos" con variaciones de "Roma-amoR", más el catálogo de "Viento del Sur" con texto bilingüe español y sueco, más las carpetas de serigrafías "Lettere veneziane", con tres poemas, y "Si tú quisieras, Granada", con poemas de Antonio Gala y un porche en prosa de Carvajal quien, además, prologa el maravilloso libro sobre el carmen de la Fundación con texto de Rafael Moneo y magistrales fotografías de Francisco Fernández. 

Hay un título bicéfalo, "La puerta de Arrayán", con que el poeta apadrina una pintura de don Miguel y un poema propio, dedicado a don Emilio Lledó, que incluyó en el libro Alma Región Luciente . La de arrayán es una tercera puerta, la de los sueños vividos, opuesta a la de marfil, por donde escapan los sueños falsos, y a la de cuerno, por la que asoman los verdaderos. Fecunda colaboración de dos artistas señeros que ha dado tan bellos frutos.


Dionisio Pérez Venegas



LA PUERTA DE ARRAYÁN



Puerta de arrayán, de Miguel Rodríguez Acosta



A Emilio Lledó


Y aquí reposa el pensamiento. Vuelan

los tenues verdes de la paz, el agua

con su latido oculto, el varillaje

sutil del seto denso en que titilan

las breves flores blancas donde luce

el candor prometido de los sueños.

No despierta en el pecho el eco largo

sus trompas de marfil, la vana gloria

que hace del hombre esclavo de su imagen,

ni el oro lo perturba con certezas

de un esplendor que, aunque en la luz lo fije,

lo deja desvalido en su desnudo.


Canta la savia y por las venas fluye

su voz y es la palabra innecesaria,

no mentirosa: lábil. No precisa

la calma del instante otros rumores

que no vengan del hondo arroyo fosco

que discurre entre frondas protegido

más allá de la vista y la memoria.

Goza la piel la seda, la clausura

de esta brisa con plumas, no con alas,

suave para los roces de las frentes,

tersa para el susurro de los labios.


Pasa la mano descuidada sobre

los recortados arrayanes, vibra

mínimamente como tibia viola

que no se atreve a responder, avanza

por las sutiles sendas del sosiego

y, apenas toca la madera frágil

que separa las ramas y las frondas,

goza un silencio y un sabor distintos,

un olvido de sí, la verdadera

paz que no tiene ni rumor ni nombre,

la paz del agua, el arrayán, los pájaros

quietos en el remanso de una aurora

perenne y blanda y dulce y hacia dentro.



Antonio Carvajal






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