El que habla, no sabe, el que sabe, no habla, es el título de la nueva entrada que traemos para la sección de Pensamiento del blog Ancile. En ella seguimos indagando sobre consideraciones varias sobre el lenguaje poético.
EL QUE HABLA, NO SABE, EL QUE SABE, NO HABLA
Si para Heidegger la palabra, el lenguaje, es la casa del ser, la palabra poética cobra audacia abriendo una nueva sintonía cuya frecuencia excede en su conventículo el mismo lenguaje, porque se sitúa en un umbral eufónico donde el ser puede escuchar el silencio de la nada.
Mas será ese esfuerzo musical, rítmico, eufónico y expresivo el que nos da una suerte de imagen silenciosa de lo que se encuentra más allá de cualquier representación o de expresión verbal: nos pone una vez tras otra ante el espejo de unas percepciones que nos engañan y muestran el reflejo de una realidad que escapa una vez tras otra a nuestro entendimiento. Es la poesía el ámbito donde lo inconsciente, entendido como ausencia atávica, quiere salir a flote, esta vez estructurado muy singularmente por un silente lenguaje, para que nos hable del silencio del origen. Origen que no es otro que el silencio de la nada.
El lenguaje poético es la evidencia lingüística del vasto dominio del silencio que circunda infinidad de sentidos vinculados a su propio origen silencioso. El sentido parece querer elevarse por encima del propio texto, del mismo signo escrito, como si el sentido o sentidos potenciales del mismo estuvieran en contacto directo con la presencia ausente de la nada del silencio, como sabiendo, desde su solio paradójico, aquello de que: El que habla, no sabe, el que sabe, no habla. *
En fin, pude, en virtud de la praxis poética intuir ese silencio primigenio universal y el vacío a través de ella, intuir una teoría, si es eso es posible, sobre la nada como una conciencia sin contenido que, no obstante, sustenta todo y que escapa a cualquier intento de nominarla y de hacerla objetiva y que, la poesía, en su ejercicio creativo, de algún modo experimenta de ella en los límites mismos del lenguaje.
Sería esta situación continuada la que acabaría ofreciendo la poesía como iatromantis sanadora en los peores momentos, y traspasar el umbral de su cubículo sería sintonizar un nuevo espectro de entendimiento que será como entrar en otro estado de conciencia, donde será posible escuchar los registros inaudibles del silencio.
Francisco Acuyo
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