martes, 28 de noviembre de 2017

INTRODUCCIÓN. PARA UNA HISTORIA DE LA MISOGINIA

Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, que redacta y confecciona el profesor y filósofo Tomás Moreno, traemos una nueva relación de trabajos que llevan el título general de: La misoginia como construcción ideológica: La supuesta triple inferioridad del mujer. Esta primera entrada está presentada bajo el título: Introducción. Para una historia de la misoginia.




Introducción. Para una historia de la misoginia. Tomás Moreno,





INTRODUCCIÓN. 

PARA UNA HISTORIA DE  LA MISOGINIA  



   
Introducción. Para una historia de la misoginia. Tomás Moreno,




                Tras las exaltadas y entusiastas visiones acerca de la negatividad femenina encontraremos
                agazapada la silueta sombría y monstruosa de lo no humano
                (Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la filosofía   contemporánea, Alicia H. Puleo).



Al recorrer la tradición filosófica occidental desde la perspectiva temática de la diferencia sexual, dos hechos saltan a la vista, según Wanda Tommasi. En primer lugar, el hecho de que los filósofos, al afrontar esta cuestión, no han tratado realmente de la diferencia de los dos sexos, sino solamente de uno de ellos: el femenino. En segundo lugar, el hecho de que casi siempre han hablado de éste último en términos de desvalorización y de desprecio. Ambos hechos están, sin duda, relacionados entre sí. Si tenemos en cuenta las explícitas y reiteradas alusiones de los textos de los filósofos de nuestra tradición intelectual a las mujeres o al peyorativamente denominado sexo débil, por lo general encontramos esa evidente disparidad. Casi nunca ha habido en la historia un auténtico libre juego entre los dos sexos sobre la base común de la identidad humana. El predominio de un único punto de vista androcéntrico, cuando no crasamente misógino, tan arraigado en nuestra cultura patriarcal, ha hecho que se pusiese simbólicamente en el centro al hombre, al macho -esto es precisamente  lo que significa androcentrismo- y que, inevitablemente, se pensase que la mujer era un ser inferior, defectuoso, imperfecto respecto al modelo ideal más alto de humanidad: el varón[1].

0. 1. La diferencia sexual y la génesis de la alteridad

Introducción. Para una historia de la misoginia. Tomás Moreno,Lo masculino y lo femenino emergerán así, desde su inicio, como polos contrapuestos e irreductibles: lo masculino como criterio de juicio y como medida de valor para juzgar al otro sexo y éste otro, lo femenino, como lo injustamente  medido y valorado. Lo masculino se vinculará con la cultura, la razón, la fuerza, la acción, el poder, la autonomía, la vida pública, la lógica, mientras que lo femenino se asociará con la naturaleza, la irracionalidad, la debilidad, la pasión, la dependencia, la sumisión, la vida doméstica, la intuición etc. Precisamente por ello, como ha probado F. Hèritier[2], operando de forma tan dispar con estos dos estereotipos antitéticos -elaborados por el Patriarcado y que tan grabados están en nuestro imaginario social y cultural-  la diferencia sexual ha actuado profundamente como significante, que no sólo ha servido para constituir la estructura diferencial profunda de una sociedad determinada -desde la cual organizar las distintas formas sociales, diferencias culturales, jerarquías e instituciones sociales con sus complejas articulaciones-, sino también para configurar en profundidad todo el pensamiento de un autor o de una doctrina filosófica, incluso cuando sus explícitas opiniones e ideas relativas a la diferencia de ser hombre o mujer, estén arrinconadas en lugares marginales o recónditos de su pensamiento.
            Explorando la tradición filosófica occidental a la luz de esta cuestión (la diferencia de los sexos), Genevieve Fraisse[3]  observa que en los distintos filósofos la reiteración de este filosofema está caracterizada por la confusión de planos y niveles y, con frecuencia, por la marginalidad de esta temática, sobre todo en la época moderna. Pese a ello -y dado que la diferencia sexual actúa en el lenguaje y en el saber, no sólo como significado que se tiene ante la vista, sino a un nivel más profundo como significante- será posible descubrir sus huellas en la base conceptual de un pensamiento y de un autor, aun cuando los lugares en que brote explícitamente esta cuestión  sean relativamente marginales o aparentemente secundarios.
            De ahí que Jacques Derrida haya caracterizado nuestra tradición metafísica filosófica -muy marcada sexualmente, en su opinión- como falogocéntrica (hegemonía de la racionalidad y de los significantes masculinos) conectando así dos de los rasgos por los que dialécticamente ha transitado el pensamiento occidental: logocentrismo (referido al predominio de la lógica identificadora, ordenadora e instrumental del Logos,  de la Razón occidental) y falocentrismo (alusivo al dominio de lo masculino y a la  preponderancia del falo como significante en la filosofía occidental), “uniendo así la crítica al logos y al falo como denuncia de la tradición androcéntrica que ha identificado como femenino el lugar de la diferencia”, en expresión de R. M. Rodríguez Magda [4].
            Fue, sin duda, Simone de Beauvoir, en El segundo sexo (1949) quien por primera vez trató seriamente de analizar este proceso –llevado a cabo por el poder masculino-patriarcal- de subordinación, marginación e insignificancia de la mujer, conceptualizada como lo Otro, excluida a la alteridad como un ser ciertamente diferente, extraño, periférico, inferior: “La mujer se determina y diferencia con relación al hombre, y no éste con relación a ella, ésta es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto: ella es lo Otro” [5].
Introducción. Para una historia de la misoginia. Tomás Moreno,            Este Poder, como instancia represiva, no sólo ha negado y excluido lo femenino como lo otro, y lo ha confinado, unas veces, en el encierro ideológico o simbólico (del eterno femenino o del misterio femenino) y, otras veces, en el encierro real (del harén, la casa, la familia, el convento) -nos recuerda R. M. Rodríguez Magda- sino que, también, en su dimensión normativa, le ha impuesto unas normas de conducta precisas, unos roles determinados, unas formas específicas de acción.  “De este modo la mujer pasa de ser lo definido como ‘lo otro’, a convertirse en ‘lo definido por el otro’ (el hombre)”. Ha sido, pues, “el discurso masculino quien le ha dicho a la mujer lo que ella era, no porque lo descubriera, sino porque inventó y forjó ese ‘su ser’ en sus discursos, y eran los únicos donde ella pudo y hubo de reconocerse. Concluyendo nuestra autora que “la mujer como ‘objeto’ es una ‘invención’ de los discursos masculinos”[6].
            No otra es la conclusión a la que llega a este respecto Celia Amorós, cuando sostiene que “el discurso filosófico es un discurso patriarcal, elaborado desde la perspectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón, y que toma al varón como su destinatario en la medida en que es identificado como género en su capacidad de elevarse a la autoconciencia”[7]. En efecto, así heterodesignada la mujer, en el marco del pensamiento occidental, el discurso dominante masculino, radicalmente misógino, ha tratado sistemáticamente de marginarla y excluirla de la auténtica humanidad, por el simple hecho de su diferencia sexual, y de expulsarla al ámbito de la alteridad. (Continuará)



TOMÁS MORENO





1 Wanda Tommasi,  Filósofos y mujeres. La diferencia sexual en la Historia de la Filosofía, Narcea, Madrid 2002, pp. 15-16.
2 F. Hèritier, Masculino, femenino: el pensamiento de la diferencia, Ariel, Barcelona, 2002.
3 Gènevieve Fraisse, La differenza tra e sessi, Turín, 1996, p. 48.
[4] Rosa María Rodríguez Magda, El placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, Icaria, Barcelona, 2003, p. 45.
[5] Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, Buenos Aires, Siglo veinte, 1977, t. I, pp. 12-13.
[6] Rosa María Rodríguez Magda, El placer del simulacro, op. cit., pp. 16-17 passim.
[7] C. Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Anthropos, Barcelona, 1985, p. 23.



Introducción. Para una historia de la misoginia. Tomás Moreno,

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