Traemos para la sección, Narrativa, del blog Ancile una primicia literaria que bajo el nuevo sello editorial Poetario (este enlace te llavará a su página), ha publicado el libro de relatos titulado Cuentos en la Isla, del escritor cubano estadounidense Pastor Aguiar. Reproducimos en este post uno de los extraordinarios relatos que conforman dicho título. Así, bajo la cabecera, Bailar con la pelona, damos una muestra singular de este libro que desde aquí recomendamos encarecidamente.
BAILAR
CON LA PELONA
Aquella
vez sí que la tuve cerca, me refiero a la pelona, y me tocó bailar con ella en
más de una ocasión.
Los
milicianos habían intervenido la tienda del moro, que ocupaba un área de cien
metros de lado en la periferia de la finca de mis abuelos, que ya estaba a
punto de ser tomada igualmente.
Junto
a los disturbios en varias zonas rurales en oposición al despojo de propiedades
y otras medidas revolucionarias, se inflaban las noticias sobre amenazas de
invasiones imperialistas.
_ Hay
que estar preparados para matar o morir. Cada uno de nosotros tiene que
llevarse por lo menos a diez por delante antes de estirar la pata. En tiempos
como estos, al borde de ser pasto del imperio brutal, al que levante la cabeza
aquí adentro se la cortamos de un tajo. Los pelotones de fusilamiento ya
trabajan día y noche. Van a recoger la ceniza de esta tierra empapada en
sangre_ Gritaba el miliciano chorreando sudores alcanforados.
Se
trataba de un grupo de ocho o diez uniformados al fondo del patio de la tienda,
muy cerca el pozo de bomba que guardaba silencio detrás del grupo. Por la
derecha el huerto en ruinas y por la izquierda la pared de lo que fuera cocina.
Yo
observaba un poco alejado de la decena de curiosos que rodeaba a los intrusos,
aunque estos últimos parecían los dueños hasta del aire que respirábamos.
_ A
ver, quién se atreve a sacrificarse por la patria_ Volvió a alzar la voz el
mismo hombre, quien dijo llamarse Marciano_ Les advierto que estoy tomando nota
de quien no levante la mano. Estoy loco por estrenar este juguete_ Y esgrimió
su metralleta checoslovaca de un gris sepulcral.
Es
obvio decir que todos levantamos ambos brazos, pero pude escuchar a Remigio
masticando.
_
Maldita la idea que tuve de acercarme a estos locos de mierda.
_ ¿Qué
acaba de decir?, sí, el de la camisa a rayas_ Era Marciano con un dedo acusador
sobre Remigio.
_ Dije
que maldito enemigo del norte.
_ Ah,
pues vas a ser el primero en probarlo, acércate, compa.
Remi,
como le llamábamos, no tuvo otro remedio que avanzar. Iba dando saltitos de
mono que nos hicieron reír tímidamente.
_
¡Cabo Lucio, deme su revólver!
Marciano
agarro el arma al vuelo y acto seguido le dejó un solo proyectil en la masa,
que hizo girar antes de volverla a su sitio con un clic tenebroso.
_ Aquí
tienes, compañerito, para que demuestres el tamaño de tus cojones, la patria te
mira.
_ Esto
es jugando, ¿no? _ Musitó Remi entrecortando las palabras a punto de esfumarse,
intento que ya impedían par de guardias a su lado.
_ Aquí
lo que se juega es la vida, hombre, digo, si así se le puede llamar a quien
tiembla. ¿No conocías la ruleta rusa? Pues vayan acostumbrándose a los rusos_ Remató
el gendarme dirigiéndose a todos nosotros.
Tal
parece que Remigio acopió un valor de generaciones mambisas y se quitó el
sombrero. Después tomó el revólver y se colocó la boca del cañón arrente a la
oreja que le quedó a mano. El silencio pesaba quintales.
_ A
ver si tengo la misma suerte que con la lotería, que nunca me he sacado ni un
billete_ Y apretó el gatillo.
Pero
el infeliz se sacó el premio gordo. Yo no pude ver, porque había cerrado los
ojos al momento del estampido. El olor a pólvora se podía palpar. Cuando al fin
miré, las estatuas de quienes me antecedían no me permitieron recoger la
imagen. Me agaché y entre las piernas temblorosas recompuse el cuerpo tendido
sobre el polvo encharcándose en sangre. Había caído boca abajo y todavía convulsionaba.
_
Tendrá sus honores de mártir a su debido tiempo. Que pase el siguiente
voluntario.
Hubo
un movimiento general de huida, pero ya los guardias nos rodeaban a punta de
metralletas.
_
Quien intente escapar será considerado traidor a la revolución y pasado por las
armas ahora mismo. El cementerio tiene hambre.
_
¿Será una pesadilla?_ Me dije palpándome los costados.
_
Usted mismo, el muchachón que acaba de sacudirse los pantalones_ Se refería a
mí.
No
puedo descifrar mi reacción, fue algo así como si hubiera tocado un cable de
alto voltaje sobre el piso mojado. Pero mientras ensayaba el primer paso tuve
una idea que ahora me parece surrealista.
_
Gracias por escogerme, comandante; pero le pido un último favor.
_ Lo
de comandante pertenece a un solo elegido en este país. ¿Cuál es su deseo?
_ Me
estoy haciendo caca, permítame ir hasta aquellos matojos, será un minuto_ Yo
rogaba a todos los santos.
_
Tienes suerte, porque lo menos que quiero es la peste a mierda. Tienes dos
minutos exactos, si no vuelves serás cazado a tiros como un venado; ah, y te
advierto que al otro lado de la finca el ejército está peinando la sitiería en
busca de alzados, ya sabes.
_ No
fallaré, no fallaré…_ Fui repitiendo en un hilo de voz, alejándome hacia mis
espaldas donde había unas zarzas de mi tamaño, antes de llegar al terraplén que
delimitaba la finca por el oeste. De inmediato me incliné para no ser visto y
corrí emulando a una manga de viento. Cuando atravesé el terraplén y hacía
zigzags entre los marabusales del potrero de los Pérez, iba a punto de volar,
ingrávido diría, presa de un éxtasis semejante a mis sueños, aquellos en los
que planeaba sorteando nubes y fieras voladoras.
Ya
debía estar a dos kilómetros del lugar de las ejecuciones y me sentí a salvo.
El problema era hacia dónde continuar, hasta cuándo vivir a escondidas. Sin
embargo, por el momento decidí enrumbar hacia la ciénaga distante más de
cuarenta kilómetros al sur.
Al
rato, después del potrero, vino una zona descubierta, malamente salpicada por
montones de yerba de guinea que me darían por la cintura. Me persigné y anduve
a trote suave, mirando a la redonda, después enfocando la meta al frente, que
consistía en matorrales precediendo al río San Lorenzo.
A cien
pasos de los primeros árboles quedé petrificado. Desde la maleza surgió una
hilera de soldados peinando cada pulgada, separando las primeras yerbas con los
cañones de sus fusiles.
El
terror me indujo a echarme a tierra, a enroscarme alrededor de un plantón de
yerba de guinea que malamente cubría mi estómago.
La
columna se fue acercando y yo queriendo achicarme, ser un montón de hojas más.
Pero
un soldado apenas par de años mayor que yo me había visto, sus ojos se clavaron
en mí rayanos al susto, instante que aproveché para hacerle señas con un índice
sobre mis labios. El muy tonto no atinó a otra cosa que ponerse a asentir con
la cabeza como si sufriera de un ataque epiléptico, de tal suerte que un
oficial lo vio.
_
Soldado Gutiérrez, qué carajo le pasa, ¿lo ha picado una araña peluda?
_ ¡No,
para nada, no he visto lo que acabo de ver, no hay nadie diferente!
_ ¡Qué
coño está mirando ahí! Ah, conque un insurrecto_ Se estaba dirigiendo a mí.
Me fui
incorporando como si llevara montañas, sin dejar de mirar con ojos de suplicio
al tipo de las charreteras.
_ No,
señor, no soy enemigo. Yo vivo por acá cerca y me asusté al verlos, pensé que
era una invasión imperialista, como acababan de anunciar los milicianos allá en
la tienda del moro. Ellos nos estaban obligando a la ruleta rusa para probar
nuestro valor, ya había un muerto, ya sabe, eso no me pareció de patriotas.
_ Qué
dice, ciudadano, cómo que a la ruleta rusa.
_ Sí,
un cabo de la milicia nos tenía como presos para hacernos héroes de la patria
antes de la guerra, eso dijo y nos quería ver con el revólver en la cabeza
apretando el gatillo.
_ No
lo puedo creer. ¡Gutiérrez!, quédese custodiando a este desquiciado hasta que
verifiquemos lo que acaba de decir, su vida depende de que no mienta. Síganme
los demás.
La
tropa se alejó a marcha forzada y Gutiérrez y yo quedamos solos.
_
¿Cómo es que estás en el ejército, si apenas tendrás par de años más que yo?_
Le pregunté al muchacho.
_ No
me digas nada, que mis padres me obligaron. Ellos son del gobierno y dicen que
si no tengo cabeza para los estudios, debo llegar a coronel por lo menos. Para
mí todo esto es pura mierda.
_ Te
entiendo, no tienes otra salida.
_
Bueno, la tendría si llegara a decidirme.
_ ¿Por
qué no te decides ahora y me acompañas a la ciénaga? Que se jodan estos locos.
Ya vamos a sobrevivir en el monte firme, allí sobran animales que comer,
seremos libres, como en las novelas de aventuras.
_ ¿Tú
crees?
_
¡Claro que lo creo, estoy acostumbrado a la sobrevivencia!
_ Pues
te sigo, por lo menos llevamos un arma, por si las moscas.
Y nos
fuimos alegremente hacia la manigua que minutos antes habían abandonado,
mientras, comenzamos a contarnos nuestras vidas.
Pastor Aguiar
Me atrapó en un momento inusual para la lectura. El valor que lleva la narración es la deseada por quienes apostamos a la desobediencia en nombre de la paz.
ResponderEliminarGracias, querido amigo, por la gentileza de publicarme una vez más en esta página tan prestigiosa y frecuentada por los que aún aman la literatura y el conocimiento en general. Un abrazo.
ResponderEliminarSus cuentos son muy buenos.Siempre lo he admirado.Felicitaciones!!!
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