Para la sección de Pensamiento traemos un nuevo post que lleva por título: La dialéctica sociedad-individuo: entre la sintiencia consciente y la insintencia material.
LA DIALÉCTICA SOCIEDAD-INDIVIDUO:
ENTRE LA SINTIENCIA CONSCIENTE
Y LA INSINTIENCIA MATERIAL
El legein del lenguaje[1] como representación identitaria de lo social no es nada sin la persona que lo produce, y cuya lógica (logos) se sitúa más allá de una representación social, si realmente aspira a ser profundamente creativo. Esto puede constatarse en la expresión poética, que supera el teukhein[2] instrumental (comunicativo) del lenguaje (poético) para ser creación, conocimiento y expresión de lo más íntimo del individuo, que ha de despertar el corazón sin que la tiranía del pensamiento robe todo simulacro de verdadera vida.
La dialéctica sociedad-individuo está marcada en lo más profundo por el misterio de la existencia como fundamento de la experiencia humana, la cual intenta la indagación de la llamada de una verdad más primordial, vasta, intensa y recóndita (Heidegger) y que atañe al ser consciente de su individualidad, o lo que acaso sea lo mismo que consciente de la misma consciencia. La poesía nos enseña revivir y convivir con un animismo (que tuvo sus ecos en occidente a través de Spinoza, Leibniz y, ya en pleno siglo XX, por Alfred North Whitehead, donde la sintiencia se ponía en duda como origen de lo insintiente material arcano, y que ha sido inhibido durante siglos y que, sin embargo, aspira a entender el impulso que hace viva a la misma materia.
Mucho se ha hablado de la necesidad de una revolución del uso del lenguaje. Se ha preferido el reproche por el silencio antes que por el abuso de las palabras. Pero, ¿qué modo de expresión sería este? Tanto valdría aspirar a articular un verbo estelar para comprensión de todos los astros que hallar un lenguaje suficiente satisfactorio para cualquiera logomaquia de razón que no pudiese mentir o ser falseada. No obstante, hay un lenguaje singular que pasó inadvertido por apercibirse (tanto al moderno como al posmoderno intelectual) adulterado, por no ir conducido siempre por juicios de razón, y la pobre sabiduría de este lenguaje, desde Platón, puesta al servicio de la opulenta ignorancia que no esté a la razón sujeta.
En la observación del lenguaje poético y el individuo a través de su verbo trasgresor de la norma, observamos nosotros el salto anhelado que lleva la peculiaridad de su expresión, enunciado y testimonio de profundo calado, y que supone la superación de la lengua en su sistemática formal para hablarnos como lo hace la misma naturaleza a través de los árboles, los manantiales, las montañas, las estrellas… pues todos ellos forman parte del anima mundi que activa el pulso orgánico del universo, y el no menos vital de la poesía, puesto que los símbolos, metáforas, analogías verdaderamente poéticos no son en modo alguno lineales y mecánicos, forman parte de la organicidad del cosmos que llega a nosotros por la experiencia individual y ontológica de la existencia del ser en el mundo. El poeta verdadero sabe que: El mundo es de hecho un ser viviente dotado de alma e inteligencia.[3]
La lógica poética
diside de aquella otra dialéctica del método controlador de la naturaleza (y
que reconocemos en lenguaje formalista de las matemáticas aplicadas) y de la concepción
racional del lenguaje deductivo racional, y la que nada deja a la pasión honda
del espíritu sino reliquias inhibidas a las que inconscientemente adorar. Trata
el verbo poético de redimirnos de la crisis de percepción (por otra parte, tan
característica de la modernidad) que ve el mundo tras la óptica mecánica y
hondamente materialista de la tecnología y el dígito informático, los cuales
impide ver la realidad profunda de la organicidad de la república de la
Naturaleza, y que la poesía entiende como algo vivo inseparable del individuo
que lo expresa y lo contempla. El árbol, la fuente, el astro… se están
expresando a través de la conciencia poética más allá de cualquier
reduccionismo, de hecho, es la clara oposición a cualquier análisis lógico: la
integración. Es una lógica de sistemas que atiende más que a los objetos como entidades
contables, a las relaciones y jerarquías de los mismos, y desde cuya óptica
constatamos que la totalidad en modo alguno puede ser la suma de las partes, lo
cual es un bonito interés, sin que el capital sufra por ello ningún quebranto.
Francisco Acuyo
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