Proseguimos con la temática del posmodernismo, esta vez con un nuevo post que lleva por título: Escepticismo universalizador y la individualidad, y todo para la sección de Pensamiento del blog Ancile.
ESCEPTICISMO UNIVERSALIZADOR
Y LA INDIVIDUALIDAD
El escepticismo de las teorías universalizadoras
(Lyotard) se centran en la alienación tecnológica, pero nunca sobre lo esencial
de esa enajenación, si impuesta en el ser y en la existencia de cada individuo,
y aunque se critique el lenguaje impuesto como realidad por la modernidad, para
esclavización colectiva, y puesta a punto para el utilitarismo y la
efectividad, no se pone énfasis en el lenguaje subjetivo, ¿inútil? y creativo
por excelencia cual es el de la poesía, y que nos habla de una verdad más
profunda por ser individual. Y aunque: : Los seres humanos que pensaban que podían usar el lenguaje como
instrumento de comunicación, aprenden a través del sentimiento de dolor que
acompaña al silencio (y del placer que acompaña a la invención de un nuevo
idioma)[1],
mas
sin caer en la cuenta que ese nuevo lenguaje es ya muy, muy viejo, y que,
desde luego, no es en modo alguno silencioso: la poesía, y, además, donde el básico
referente de la lengua común puede desaparecer en su totalidad, por cierto, sin
que el lenguaje -poético- pierda un ápice de expresividad y profundidad en su
discurso.
El
simulacro de los modelos virtuales de la modernidad son los modelos evidentes
de la alienación, no tanto social como del individuo, que observa cómo
socialmente se construye el artefacto de una realidad (hiperrealidad según
Baudillard)[1]
desvirtuada, que olvida lo sustancial del individuo y que en el fondo de su ser
quiere pasar del pensamiento netamente discursivo a otro, articulado, mediante
un lenguaje que revalorice el ser a través de la acción vital y creativa, que
rebase la automatización del razonamiento y análisis lógico para optar por una
vía de reafirmación de la persona que quiere contemplar activamente el mundo y
así misma.
La
Babel informativa de la modernidad (Vattimo) se produce en masa para las masas,
nunca para la formación y el crecimiento del individuo, pero ¿atendemos al
origen del acto que hace ser al individuo? ¿Nos preocupamos por aquel nous
aristotélico mediante el que nos contemplamos inteligentemente en lo más íntimo
de nosotros mismos? ¿Hasta dónde llegó el impulso posmoderno en cuestiones de
tan profundo calado?
Si
bien es el individuo quien, en algún momento de su existencia, quiere entender
el sentido y el propósito de su vida, ¿por qué, si todos los periodos de la
historia poseen ciertas condiciones fundamentales de verdad que constituyen lo
que es aceptable, o no (Foucault),[1]
no hemos insistido, no obstante, en reconocer la capacidad de inspección, de
contemplación del lenguaje más genuino del individuo y que reconocen las
tradiciones de sabiduría, y que en su capacidad creativa encontramos un antes y
un después de una inteligencia que ilumina personalmente para proyectarse fuera
del mismo individuo?
¿Si
hemos perdió toda conexión con las raíces más profundas del ser individual por
el implacable avance de la inhumana tecnología, ya no somos capaces de escuchar
el logos cósmico que, sin duda, todavía reside más o menos secretamente
en las conciencias de cada individuo? Si la Era del vacío (Lipovetsky)[1]
de nuestra sociedad posmoderna impone su ley, ¿a qué responde que esa crítica
posmoderna no acabe de calar en el alma del individuo actual si no es porque
dicho individuo no está ahí, en el Da- sein (Heidegger), en el
presente individual de las cosas, que no es sino el misterio de la existencia,
y cuyo enigma trasciende cualquier marco de referencia instrumental o
tecnológico?
Todas
estas interrogantes han de servirnos para descifrar y evaluar las ausencias y
silencios ontológicos, fenomenológicos y epistemológicos ante determinados
acaeceres y realidades que afectan plenamente al individuo que siente,
reflexiona y que trata de entender y a su vez entenderse en el mundo. Para
entender el célebre imaginario (de Castoriadis)[1]
en el origen mismo del pensamiento y del lenguaje, más allá de cualquier
logicismo e incardinado en las relaciones simbólicas de las que es capaz, no
pueden entenderse ni las analogías, ni las
sensaciones ni las metáforas, es muy difícil justificar su realidad sin atender
al sujeto, cuya conciencia es y debe ser individual, y con él establecer
parámetros creíbles sobre la creación humana. Insistimos que la poesía, en su
subjetivismo es una muestra palmaria de este necesario e importantísimo
reconocimiento de la individualidad. El imaginario colectivo no es sino el
sincretismo de la actividad y hacer del individuo
[1] Castoriadis,
C.: La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Barcelona, 1977.
[1] Lipovestky, G:: La era del vacío, Anagrama, Madrid, 1998.
[1] Foucault, M.: Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Madrid, 1999.
[1] Baudillard, J.: Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 2007.
[1] Lyotard, F.: La diferencia, Gedisa, Madrid, 2009, Pág. 37.
[1] Lipovestky, G:: La era del vacío, Anagrama, Madrid, 1998.
[1] Foucault, M.: Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Madrid, 1999.
[1] Baudillard, J.: Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 2007.
[1] Lyotard, F.: La diferencia, Gedisa, Madrid, 2009, Pág. 37.
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