Es el mundo de la conciencia y la información conforman algo en verdad tan fascinante que me resulta difícil no seguir recabando fuentes y estableciendo nuevas reflexiones en su interrelación. Así, traigo un nuevo post para la sección de Ciencia del blog Ancile, abundando en esta temática, ahora bajo el título de: Metáfora y realidades ¿inertes fuera del mundo de nuestra mente?
METÁFORA Y REALIDADES ¿INERTES
FUERA DEL MUNDO DE NUESTRA MENTE?
LOS argumentos de algunos científicos para justificar coherentemente
una cosmología neurocéntrica buscan amparo, paradójicamente, en argumentos
antropológicos o paideumáticos[1] con los que explicar el funcionamiento y construcción de la realidad del mundo. Así
pues, si las culturas están inspiradas formalmente de manera acaso enigmática, el científico ahora recurre al mito, y mediante su protección y salvaguardia, exponer criterios (científicos) justificados mediante actos de ficción.[2]
El
recurso al símbolo que, ancestralmente, mostraba, por ejemplo, la devoción por el cielo
constelado, se pone en evidencia por sectores de la neurociencia para
establecer una explanación coherente de la realidad, poniendo de relieve la
disociación mítica con el fin de poner en el centro de toda suerte de
interpretación del mundo al hombre, y este como vía única y primordial de
entendimiento del universo. Así se vierte o establece otra manera de superación teológica de la comprensión del
mundo.
La introducción de la escritura y la difusión de esta a través de la imprenta fue de capital importancia para lo que algunos neurocientíficos denominan la sincronización de brainets humanas.[3] Estos cerebros computacionales orgánicos son la causa, según estos neurocientíficos, de la realidad que está ahí fuera. Se busca, además, de nuevo paradójicamente, cobijo en el alberge de la filosofía en sus explicaciones; así las cosas, por ejemplo, acudiendo en algunos casos al genio de Kant: el espacio y el tiempo son formas a priori de la sensibilidad, y todas y cada una de las leyes que se suponen obedecen en verdad al mundo que está dentro de nosotros, siendo el universo un producto que está necesariamente envuelto con nuestra mente.
Las
matemáticas son, para estas perspepectivas neurocientíficas, simples metáforas conceptuales, proyecciones abstractas
de lo inerte tangible. Esta puede ser otra muestra clara de la inexcusable
falta de conocimiento de lo que es una metáfora.[4]
La analogía queda inexplicada: ¿es la mente cerebral la que contiene y compone
el mundo? ¿Con quién se compara el tiempo y el espacio de la realidad en sus aproximaciones trópicas?
Pero
insisto en que no es solo un problema semántico, que lo es, también es una
aceptación, quizá inconsciente de una de las más arraigadas convenciones y prejuicios materialista
del cientifismo mecanicista más recalcitrante: el reduccionismo positivo. De
nuevo tendremos que hacernos la pregunta: ¿Mediante qué proceso algo que no
podemos medir, la mente, puede ejercer un efecto en el mundo físico? Añadiendo
esta otra: ¿De qué manera interactúa la conciencia en la contribución de lo que
sea la realidad?
Es
cierto que con estas preguntas nos situamos en los límites mismos de nuestro
conocimiento del mundo. El traspaso de ese límite lleva a muchos al
dominio muy en boga de la información. A otros nos lleva al ámbito de la conciencia. A
estos últimos nos incita a barajar de manera intuitiva una sospecha: que el
mundo de la conciencia no tiene que ser siempre un fenómeno neurológico o
biológico, y que debe llevarnos a una reconsideración de los organismos vivientes
y, acaso también, de lo que está más allá de ellos en su consideración de inertes.
En
la próxima entrada de este blog trataremos de indagar esta realidad de la
conciencia que, bien puede ser aún más, la gran desconocida de la ciencia.
Francisco Acuyo
[1]
Pedagógicos
[2] Vivimos
y modelamos nuestras vidas a través de actos de ficción, decía el mitólogo
Joseph Campbell.
[3]
Nicolelis, M.: ob. cit. pág247.
[4] Véase,
sin necesidad de ir a compendios de retórica autorizados, la acepción de la
RAE: Traslación del sentido recto de una voz a otro figurado, en virtud de una
comparación tácita.
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