sábado, 1 de agosto de 2020

EL SUFRIMIENTO A LA LUZ DE LA FE (II), POR ALFREDO ARREBOLA

 Traemos un nuevo post para la sección Apuntes histórico teológicos, de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, bajo el título El sufrimiento a la luz de la fe (II).


El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola



EL   SUFRIMIENTO  A  LA  LUZ  DE  LA  FE  (II)



     



Si San Agustín (354 – 430), Doctor de la Iglesia y una de las figuras más representativas de la Filosofía, no pudo dar respuesta satisfactoria a la eterna pregunta “¿Por qué  sufre tanto el  ser humano  en su cotidiano vivir  y, además, padecer tantas desgracias, siendo Dios Todopoderoso?”, ¿cómo yo me atrevo a escribir, de nuevo,  sobre el sufrimiento?. Solo a la luz de mi fe  puedo  poner mis manos sobre el ordenador y decir lo que mi experiencia ha recogido desde el campo filosófico, teológico y, sobre todo, de la Sagrada Escritura.

     Es cierto, analizado desde cualquier perspectiva, que el ser humano está llamado a ser feliz. La felicidad, según el filósofo  Boecio ( 480 – 525)  es el “Estado perfecto  con la congregación de todos los bienes”, algo que, por desgracia, no se encuentra en la vida terrenal. En este sentido, San Agustín, desde sus primeras inquisiciones filosóficas, buscó no sólo una verdad que pudiera satisfacer a su mente, sino una que colmara su corazón. No hay, pues, error afirmando que el Obispo de Hipona fue un eudemonista. Pero este eudemonismo no consiste en alcanzar alguna clase de bienes temporales o en satisfacer las pasiones: conceptos que, por desgracia, han corrompido a la humanidad. No consiste, por otra parte, ni siquiera en un placer o contento estable, moderado, razonable, al modo de los epicúreos.

   Todas ésas son felicidades efímeras, incapaces de apaciguar al hombre. La verdadera felicidad se encuentra únicamente en la posesión de la verdad completa : verdad que debe trascender todas las verdades particulares, pues de lo contrario no sería, propiamente hablando, una verdad, cfr. “Diccionario de Filosofía”, Tomo I,  pág. 76, de José  Ferrater  Mora. La verdad que perseguía San Agustín, como debiera ser de todo cristiano creyente, es la medida absoluta de todas las verdades  posibles. Esta Suprema Medida es, y sólo puede ser, Dios. Ahora bien, esa  búsqueda de la Verdad no es, así, sólo contemplativa, sino también eminentemente “activa”; no implica sólo conocimiento, sino fe y amor. De ahí que la vida del hombre sea – dirá Job - “una verdadera milicia”.
El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola


   Es cierto, teológicamente hablando,  que los creyentes “caminamos en la fe y no en la visión (2Co 5,7), y conocemos a Dios “como en un espejo en enigma, de una manera confusa,… imperfecta” (1Co 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. Cualquier creyente sabe que la fe puede ser puesta a prueba, como tampoco ignora que el mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal, de  las  pandemias, de la  peste, del sufrimiento, de las injusticias y, sobre todo, de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. Esta triste experiencia la he vivido en personas muy cercanas a mí.
  
    Es, entonces, cuando el  creyente tiene que acudir a los “testigos de la fe”: “ Abraham, el cual, fuera de toda esperanza, creyó que sería padre de numerosas naciones” (Rm 4, 18); la Virgen María que, “en la peregrinación de la fe” (LG 58), llegó hasta la noche de la fe” participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; como  también la Iglesia, fundada por Cristo, nos  puede ofrecer a tantos otros testigos de la fe.  Así pues, ante los perennes y terribles sufrimientos, el creyente cristiano debe sacudir todo lastre y  miserias, soportando con fortaleza las pruebas cotidianas, fijos sus ojos en Jesús de Nazaret, iniciador y consumidor de la fe, el cual, en vez del gozo  que se le ponía delante, sobrellevó la cruz, sin tener cuenta de la confusión, y está sentado a la diestra del trono de Dios, tal como leemos en la “Epístola a los Hebreros” 12, 1-2.

   A  veces Dios – fenómeno frecuente en el ser humano -  puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, la Teología nos enseña que Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más “misteriosa” en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina – nos dirá el “Apóstol de los gentiles” -  es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. Y en la carta que Pablo dirigió a los Efesios nos dirá   que “...En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre desplegó el vigor de su fuerza y manifestó la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes” (Ef 1, 19-22).

   Asimismo, la Teología nos enseña – y la “Razón” no lo rechaza – que Dios concede a los hombres poder participar “libremente” en su providencia confiándole la responsabilidad de “someter la tierra y dominarla” (Gn 1, 26). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su  armonía para su bien y el de sus prójimos. Por tanto, los hombres – leemos en “Catecismo de la Iglesia Católica”, pág. 77 -, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus  acciones, oraciones y trabajos, sino también por sus sufrimientos (Col 1, 24). Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores de Dios” (1 Co 3, 9; 1Ts 3, 2) y de su Reino (Col 4, 11). Esta doctrina, concebida desde la Ética natural, la aplica el creyente cristiano a toda persona – creyente  o no – que viene realizando su labor en favor de erradicar  el impertinente y  odiado  Coronavirus. Este es, pues, el camino que debe seguir todo creyente cristiano: JESUCRISTO, “Camino, Verdad y  Vida” (Jn 14, 6).

El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola

   Y aprovechando la actual pandemia, debo decir a esos ignorantes y energúmenos enemigos de la Iglesia Católica que ésta sólo trata de cumplir el doble mandato de Jesús: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza – nos dice el Papa Francisco – la Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión. La Iglesia los encuentra continuamente en su camino, y considera a las personas enfermas una vía privilegiada para encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un  enfermo – en el pensamiento cristiano -, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo. Así lo entiendo yo, leyendo a San Mateo: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitar muertos, limpiad  leprosos, arrojad demonios; de balde lo recibisteis, de balde dadlo” (Mt. 10,7).

   Este largo confinamiento me ha servido para reflexionar lo más objetivamente posible: seguir pensando – con razonamientos morales y argumentos apodícticos -  que Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. No obstante, nadie – absolutamente nadie – escapa a la  experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza – que aparecen como ligados a los  límites propios de las criaturas -, y - ¡cómo no! -  a la cuestión del mal moral. Terrible problema que ha venido atormentando – siglo tras siglo – al ser humano.

   Y, como siempre, sigo recurriendo a mi “Maestro espiritual”, San Agustín, quien escribe: “… yo seguía buscando el origen del mal, y no hallaba salida; pero no permitisteis que las olas de mis   pensamientos me apartasen de aquella fe con que creía  que Vos existís” (Conf. 7, 7.11), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Camino que debe seguir toda persona que dude de la existencia de Dios y el mal. Pero el creyente cristiano no debe olvidar que el  “Misterio de la iniquidad” (2Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del “Misterio de la piedad”, como le escribía San Pablo  a  Timoteo, (1Tm 3, 16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal – pandemias, guerras, pestes, muerte… - y la sobreabundancia de la gracia; textualmente podemos leer: “… Pero la  ley se  atravesó  para que aumentase el delito; mas donde aumentó el delito,  sobrerrebosó  la gracia” (Rm 5, 20).

 Sólo me atrevo  a decir, desde estas humildes reflexiones, que examinemos “nuestros sufrimientos” fijando la mirada de nuestra fe en el que es el único Vencedor: CRISTO, nuestro Hermano Mayor.




                                          Alfredo Arrebola

                        Villanueva Mesía -Granada, Julio de 2020.




El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola

























                                                                                                                                                                               

  




















 

No hay comentarios:

Publicar un comentario