martes, 18 de agosto de 2020

SOLITO Y EL GALLO, DE PASTOR AGUIAR

Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos un nuevo relato de nuestro muy querido colaborador y excelente escritor, Pastor Aguiar; esta vez bajo el título de Solito y el gallo.


Solito y el gallo.Pastor Aguiar

 SOLITO Y EL GALLO



La Nona salió rumbo al gallinero para recoger los huevos de la jornada. Debajo de un cobertizo estaban los cajones donde las ponedoras venían a parir óvalos de color rojo ladrillo. La distancia desde el fondo de la cocina no sobrepasaba los cincuenta metros.
En la puerta entornada de la cocina había quedado Solito, el perro medio enano con su cuerpo de mortadela y la cabeza grandota con ojos negros que lo hacían parecer un capo de la mafia. Pero Solito no se movía de su posición estatuaria si no lo llamaban.

La Nona avanzó a pasos cortos y rápidos, pues tenía mucho que hacer dentro de la casa. En dos horas iba a llegar el Nono muerto de hambre y cansancio. A medio camino y debajo de un ciruelo enorme, el gallo Remigio observaba, diríase que temerosamente, pues la Nona lo mantenía a raya con su voz de tigresa “¡gallooo!”. Le gritaba así y el animal se frizaba durante un buen rato, hasta más tarde, cuando descubría a Anita, la niña de unos siete años, y se vengaba con ella haciéndola correr puertas adentro.

La Nona pudo reunir doce huevos aquel día. Los fue colocando cuidadosamente en su delantal de tela gris, se le dibujaba la contentura en el rostro de matrona italiana. Entonces se dispuso a desandar el camino guiándose por los ojazos de Solito.

Solito y el gallo.Pastor AguiarQué se iba a imaginar la Nona que Remigio comenzaba a engrifar las plumas al darse cuenta, pienso yo, de que le estaban robando las posturas de su amado harén, y que tal insulto lo hacía olvidar el miedo acumulado.

No había dado quince pasos la Nona cuando sintió el primer picotazo en una pierna, después otro y otro. Pero ella no se detuvo, sabía que si soltaba el delantal iba a perder su docena de huevos rojitos y tibios, y se concentró en ello a como diera lugar.

_ ¡Gallooo!_ Murmuró como para sí misma, masticando cada sílaba. Pero Remigio no escuchó esta vez y continuó picoteando las pantorrillas de la mujer, que ya sangraban por algunos sitios.

Al acercarse a Solito y percibir un gruñido agudo, el gallo se retiró al fin, ofuscado.

La Nona, en silencio absoluto, depositó cada huevo en la canasta de mimbre, eran hermosos. De inmediato agarró la olla grande y la repletó de agua, para, al final, encender el quemador de gas al máximo.
La mujer no dijo palabra alguna hasta que pasó junto al perro, avanzó un poco más rumbo al ciruelo y por fin ordenó.

_ ¡Solito, tráeme al gallo!

No necesitó esperar mucho, las cortas patas de Solito se movieron como aspas de molino dejando una estela de polvo cárdeno detrás, era como un proyectil apuntando a Remigio, quien trató de subir al árbol demasiado tarde.

Vino un reguero de plumas, una especie de canto operático mezcla de Barbero de Sevilla y Rigoletto, y el infeliz gallo a los pies de la Nona, tratando de liberarse de las mandíbulas de Solito.

La gran madre italiana atrapó al reo por ambas patas, escogió el machete más afilado del galpón y de un tajazo limpio separó la cabeza con su cresta rojísima del cuerpo enemigo.

Al poco raro el sopón estaba listo para cuando llegara el Nono desde los campos de trigo.


Pastor Aguiar


Solito y el gallo.Pastor Aguiar



1 comentario:

  1. Muchas gracias, mi querido amigo, por tu gentileza. Esta historia fue inspirada escuchando ciertas anécdotas escuchadas a mi suegra. Así que la recreé y modifiqué a mi antojo. Un gran abrazo.

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