viernes, 6 de noviembre de 2020

LAS PLAGAS Y LAS EPIDEMIAS EN LA BIBLIA II

 Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos una nueva entrada de Alfredo Arrebola sobre Las plagas y epidemias en la biblia.



Las plagas y epidemias en egipto, Alfredo Arrebola



                         LAS PLAGAS Y LAS EPIDEMIAS EN LA  BIBLIA

 

 

Pero también enseña la Biblia cómo  el salmista anima al creyente a buscar refugio en  Yahvé. Si así lo hace, el Señor lo librará de la red del cazador, de la peste funesta, que se desliza en las tinieblas y de la epidemia que devasta a mediodía, cfr. salmo 91,3.6.  Un oráculo del Señor, una vez descubierta la responsabilidad personal, asegura que si él enviara la peste a un país, se salvarían los  justos, pero su justicia no sería aplicable ni aun a los miembros de su familia, tal como aparece en el profeta Ezequiel (Ez 14,17-21). Por su parte, el profeta Habacuc anuncia la misericordia de Yahvé, que llega acompañado de la peste y de la fiebre, como potencias personificadas, aunque al final se anuncia la compasión de Dios, que es fuerza para su pueblo (Hab 3,5).

    Asimismo, la Escritura señala que el texto más conocido y más impresionante es el que relata el censo ordenado por el rey David y sus terribles y funestas consecuencias. A primera lectura, nos da a entender que es el mismo Yahvé el autor de la iniciativa. Ahora bien, ¿cómo puede Dios incitar a una acción que suscitaba en Israel un temor religioso, tal como como aparece en libro  “Éxodo” (Ex 30,11) y también de los temores de los mismos consejeros de David (2Sam 24,3-4)?.

Difícil problema teológico y hermenéutico, ya que Dios jamás quiere el mal; sólo lo permite, aunque los seres humanos no lleguemos a comprender. Ante esta cuestión, comenta J. F. Andrés en “Evangelio y Vida”, pág. 9 (nº 369) que “de hecho, una vez realizado el censo, David sintió remordimiento y se  dirige al Señor con esta confesión: “He pecado gravemente por lo que he hecho. Ahora, Señor, perdona la falta de tu siervo, que ha obrado tan neciamente” (2Sam 24,10).

Las plagas y epidemias en egipto, Alfredo Arrebola

   Y en el mismo libro histórico de Samuel podemos comprobar que al día siguiente el profeta Gad transmitió al rey David un oráculo de Yahvé que le propone siete siete años de hambre en el país, tres meses de huida ante sus enemigos o tres días de peste en el país. Bien conocida es la respuesta del rey profeta: “¡Me encuentro en un gran apuro! Sin embargo, pongámonos en manos de Dios, cuya misericordia es enorme, y no en manos de los hombres” (2Sam 24,14).

 Una vez más se atribuye a  Yahvé la decisión de enviar la peste contra Israel,  que llegó a ocasionar la muerte de  setenta mil hombres del pueblo. No obstante, el historiador nos referirá el arrepentimiento de Dios. Y así, al ángel que estaba  asolando le ordena el cese inmediato.

   David reconoció su pecado e inmediatamente pide a Yahvé  que descargue su mano contra él; en aquel mismo momento ofrece un sacrificio de expiación en la era del jebuseo Arauná, donde levanta un altar. En una palabra, “Yahvé tuvo compasión del país y cesó las plagas sobre Israel”: narración perfectamente expuesta en el libro “II de  Samuel”,conforme al texto de la BAC (1965). 

  Sin embargo, en la concepción escatológica de Jesucristo – Nuevo Testamento – observamos      que se superponen dos profecías. Una de ellas hace referencia a las múltiples tribulaciones que tendrían que soportar los seguidores de Jesús con motivo de la guerra judía con Roma y la total destrucción de Jerusalén (año 70 d. C). En tanto que la otra nos lleva a que prestemos toda nuestra atención a la caducidad de las cosas y la manifestación  final del Hijo del Hombre. Moniciones que serán plenamente cumplidas. Y asimismo puede observarse perfectamente que en todo el contexto, el discurso se sirve del lenguaje apocalíptico  empleado ya por los profetas, tal como leemos en los capítulos 24 y 27 del profeta Isaías, que, por supuesto, era bien conocido por los  oyentes y lectores de aquella época.

    Leyendo los textos evangélicos observamos que en boca de Jesús aparecen algunos de los signos que han de preceder al final profetizado: “Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los  dolores”, tal como lo narra el apóstol y evangelista san Mateo (24, 7-8).

Las plagas y epidemias en egipto, Alfredo Arrebola
   El evangelista Lucas, persona  bien preparada culturalmente, llega a ser incluso más explícito en su texto al poner estas palabras en boca del mismo Jesús: “Se alzará pueblo contra pueblo y  reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo”, leemos en el capítulo 21, versículos 10 -11, según P. Cornelio de San Felices en “EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS” (SEI, Madrid, 1948).


Si algún lector tiene interés, le sugiero consulte el texto griego lucano  donde se observa la semejanza de las palabras “Loimoi kai limoi” que, en nuestra lengua vernácula, significan “pestilencias y hambres”. Semejanza que la encontramos también en algunos historiadores clásicos griegos: Hesíodo (750 – 600 a.C) y Tucídides (480-395 a.C).

      Como creyente y constante  estudioso de la Biblia, observo que todas las alusiones bíblicas a las plagas y pestes connotan un sentido profundamente religioso. Y tal es así, que nos sugieren la necesidad de reconocer la vulnerabilidad del ser humano – aunque los necios agnósticos lo nieguen -, así como el “señorío” de Dios sobre nuestra vida personal y – de manera especial – sobre el desarrollo de la historia.

    Ya  nadie ignora  que estamos viviendo un año sumamente complicado. La sabiduría popular nos dice  que “año bisiesto, año siniestro”. Pero jamás pensábamos que iba a ser tan complicado  y difícil. Vivimos, no cabe la menor duda, días convulsos y confusos. El coronavirus nos ha sorprendido, poniendo al descubierto nuestra paradógica situación: vivíamos seguros, como si el futuro fuera nuestro, y nos ha descubierto importantes carencias en nuestro sistema. Van pasando los días, ajustándonos y reajustándonos a la  pandemia que estamos viviendo, y  comprobando que  no sólo repercute en la economía, sino en la misma vida. A nivel familiar, el confinamiento nos ha obligado a reajustar la vida día tras día. El golpe, sin la menor duda, ha sido fuerte en todos  los  niveles: personal, social, económico…

   

Las plagas y epidemias en egipto, Alfredo Arrebola

  Este maldito virus ha inundado de silencio a nuestras ciudades y pueblos; ha mostrado la “vaciedad” de muchos proyectos. En una palabra, ha descubierto nuestra “desnudez” como lo cuenta la Sagrada Escritura (Gén 3,7), y ha llenado de dolor nuestras vidas: separaciones definitivas, en el anonimato y sin una despedida cálida y familiar.

     Sin embargo, también podemos  contar de este letal virus que nos ha abierto los ojos y el corazón  a la solidaridad y a la generosidad, compartiendo fraternalmente los dones recibidos. Y esto no es preciso demostrarlo, ya que lo podemos observar con nuestros propios  sentidos a través de los “Medios de Comunicación Social: Prensa, Radio y Televisión. Y sigo pensando, como simple creyente secular  católico, que Dios no ha estado ausente en esta triste circunstancia humana; “nunca lo está”, así lo afirma la Biblia (Isaías, 25,8). Aún más: No dudo de que por medio del Coronavirus, El (Dios) nos ha hablado, invitándonos a situar la vida en una dimensión más profunda, abriéndola hacia la búsqueda del Reino de Dios y su justicia; como tampoco pongo en tela de juicio  que la Covid 19 ha permitido  que fluyera al exterior todo el fondo de humanidad      que reside en el corazón humano, inspirando, escribe el teólogo franciscano-capuchino,P. Montero, iniciativas de honda fraternidad y a no desoír el clamor de nuestros hermanos. Ha cerrado las puertas de los  templos, pero ha abierto las del corazón”, (cfr. “EVANGELIO Y VIDA” (pág. 1. Sept - Oct. 2020).

   Confiados, pues, plenamente en el pensamiento teológico cristiano, no deberíamos poner nuestra confianza sólo en los  progresos técnicos o económicos. Al final, quedaríamos frustrados. No depende de ellos “nuestra” salvación. Solamente podemos confiar en Dios – aunque “nadie lo haya visto” (Juan 1,18) -, en su bondad y en su misericordia. Y por otra parte, la supuesta indiferencia de Dios ante nuestros males no sólo no nos aleja de la fe, sino  que incrementa al máximo nuestro amor   agradecido a la figura de Cristo silente en la Pasión, que da la vida por nosotros con un amor absolutamente incondicional, como nos ha dejado escrito el afamado  filósofo Alfonso López Quintás en “La mirada profunda y el silencio de  Dios” (Madrid, 2019).




                       Alfredo Arrebola

       Villanueva Mesía (Granada), Octubre de 2020.

 



Las plagas y epidemias en egipto, Alfredo Arrebola
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