lunes, 30 de noviembre de 2020

LOS CUCHILLOS, DE PASTOR AGUIAR

Para la sección de Narrativa del blog Ancile,  traigo un espléndido relato de nuestro querIdo amigo y excelente narrador Pastor Aguiar, que lleva por título: Los cuchillos.




Cuchillos, de Pastor Aguiar



LOS CUCHILLOS




No sé por qué me pasaba la vida tirando cuchillos. Los llevaba por docenas. Dos o tres

en la cintura, sin vaina, para que no se me trabara el gesto. Otros al borde de las

polainas y unos diminutos en cada bolsillo. El último, de doble filo y del tamaño de un

lápiz, disimulado en la manilla del reloj.


Desde el amanecer comenzaba a dispararle cuchillos a los plataneros del fondo, a las

paredes de tabla y los más sutiles, a los amasijos de azucenas, por donde se precipitaba

el agua de lluvia desde el techo. Después tomaba unos tragos de ron, encendía un tabaco

e iba recogiéndolos hasta sus respectivos lugares.


Eran diez años. Desde el primer día de mi retiro de las tropas especiales de Banquitermo

había realizado un número colosal de prácticas. Era tanta mi pericia a estas alturas, tan

nítida la ubicación de cada blanco en mis reflejos, que me era imposible fallar. Trataba

de tener algunos yerros, como apuntarle a alguna nubecilla algodonosa, deseoso de

sacarle un aguacero; pero el metal giraba hacia su curso de siempre, hacia el corazón de

los plátanos, hacia el susto de las azucenas, hacia las tablas que ya eran un colador.

Tenía la esperanza de que no fuera en vano, de que alguna vez, mucho más tarde, al

menos, me iba a salvar la vida mientras tuviera un cuchillo.


Entonces vi la primera Anembrosia. Logró pasar una milésima de segundo después de

que el cuchillo mayor estiró su hilo de puntería a través del muro de las once de la

mañana. Fue como una pedrada y se posó en el techo por varios segundos. Era de la

variedad de pelo rojo, de pico redondo como ostras. No lo pensé dos veces. Agarré el

puñal más liviano y como hacen los lanzadores en los juegos de baseball, traté de

atravesarla. Pero el metal desfiló por la dureza de los rayos de aquella hora y vino a

encajarse en el mismo hueco de las tablas.

Cuchillos, de Pastor Aguiar


Entonces me irrité. Ello no me sucedía desde los comandos en la selva telúrica, donde la fuerza de gravedad fluctuaba como las mareas y el arriba y el debajo de las cosas jugaban como gatos jíbaros. Un odio irracional se apoderó de mí; pero un trago extra y par de buenas chupadas al habano, me fueron relajando.


Cuando volví a mirar la Anembrosia había desaparecido. Durante el resto de la jornada

pasaron dos o tres más, pero logré dominarme, cada vez con mayores dificultades.

Esa noche apenas dormí. Soñé que las Anembrosias habían talado todas las azucenas,

derribado los plataneros, desclavado las tablas de las paredes, arrancado los postes del

patio y volcado el tanque del agua.


Me levanté antes que el sol y entre los primeros luminazos pude ver que, efectivamente,

al menos las azucenas parecían la escena de un crimen y casi todas las cepas de plátano

habían sido trucidadas de forma abominable sobre el pasto.


Lancé los primeros cuchillos, los de la cintura, sin fallar uno, contra los troncos aún de

pie, contra el amasijo de azucenas marchitas, sobre la tablazón. Hasta que a media

mañana volvieron, porque era una veintena de Anembrosias del tamaño de lobos, de

pelambre roja mayormente. Cada vez que lanzaba un dardo, ellas pasaban una milésima

de segundo antes, como adivinando el trayecto, burlándose al amparo de sus

velocidades.


No pude sostener los nervios y comencé a tirar con ambas manos, apenas con instantes

de separación y los muy cabrones se clavaban donde debían, en los únicos puntos dados

por la costumbre, hasta que no me quedó uno. Entonces ocurrió la debacle. Agarré el

machete que solo reservaba para la chapea del pasto y cuando lo hice un grito me rajó la

garganta, como cuando los peores ataques en las praderas de Esquistos. Cerré los ojos

para gozar esta furia, que era como el sabor de un vino milenario y avancé en círculo

dando molinetes, danzando como las tribus anemólides durante las fiestas para

homenajear al primer sangramiento de las vírgenes. Con la misma naturalidad con que

se respira, en el clímax del éxtasis, iba cantando todos los himnos sabidos, para

alcanzar, finalmente, la eficacia del estallido de un látigo, cuando todas sus inercias se

catapultan ondulando hacia sus extremos.


Daba golpes a troche y mocha y tajaba a las solideces, al aire enrollado en el patio, al

muro reblandecido de la luz del medio día y quién sabe a cuántas Anembrosias, porque

pude sentir sus chorros de sangre sobre mi rostro y haciendo lodos en el suelo, que se

fue encharcando también con un aguacero errante a aquella hora límpida de mi

imaginación, porque para nada abrí los ojos, hasta que el agua insoportable y los truenos

cebados de gordura, me dejaron aniquilado, solo y borracho entre el picoteo de las

Anembrosias sacándome las tripas.



Pastor Aguiar 



Cuchillos, de Pastor Aguiar




1 comentario:

  1. Muchas gracias, amigo querido, por dedicarme un espacio en esta página magnífica. Es una historia imaginada mientras la iba escribiendo, de manera que no saabía cómo iba a terminar hasta que llegó tal momento. Me disculpo por la demora en comentar, pues estos tiempos me limitan. Un abrazo

    ResponderEliminar