viernes, 22 de octubre de 2021

ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO, PRIMERA ENTREGA

 El filósofo Tomás Moreno, prologuista de la nueva edición del libro Elogio de la decepción, nos habla del libro con la precisión y aviso que nos acostumbra. Lo publicamos para su sección de Microensayos en dos entradas y bajo el título Elogio de la decepción de Francisco Acuyo.




ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO,

 PRIMERA ENTREGA

 

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno


Los que conocemos a Francisco Acuyo, sabemos de sus intereses por todos los aspectos imaginables del mundo de la cultura, de las artes, de las ciencias y de las humanidades.  Evidentemente, no existen para él las dos culturas separadas o divorciadas que denunciara en su día C. P. Snow, en su famoso libro Las dos culturas (1959)[1]. Sus intereses e inquietudes culturales van desde la astronomía o la electrónica al budismo zen; desde la métrica poética y la preceptiva literaria hasta el teatro; desde las más novedosas teorías matemáticas hasta la mística castellana.

Es de destacar, también, su encomiable curiosidad por el cine de vanguardia o por la física cuántica; por el arte de todos los tiempos, así como por los más complejos y profundos ensayos filosóficos. Cultiva, con excelencia, además de la poesía, la semiótica y el diseño artístico (prueba de ello es el exquisito gusto con el que maqueta e ilustra todas las entradas de su bello blog). Sin olvidar su afición -confesa- a la música extremada de las celestes esferas del maestro Francisco de Salinas (que tan bellamente evocara fray Luis de León) y a la soledad sonora sanjuanista, embriagado por la mística contemplación de la naturaleza.

            No voy a seguir con su semblanza, pues nos impediría ocuparnos del asunto para el que he sido convocado, que no es otro que la presentación del libro, Elogio de la decepción: que es lo que ahora nos interesa. Pero, antes de meternos a fondo en el contenido del mismo, quiero detenerme, aunque sea muy someramente, en subrayar y enfatizar la profunda significación cultural de este acto al que estamos asistiendo -y más en unos tiempos como los que ahora vivimos de penuria y pesimismo, en los que, además, por si fuera poco, la incuria, el utilitarismo materialista más soez y el filisteísmo más vulgar campan por sus respetos por doquier.  Sabemos, por experiencia, que la incomprensión, el olvido, la soledad o el simple desprecio es la única respuesta que van a obtener todos aquellos que se dedican por libre a estas actividades tan inútiles del espíritu o del intelecto.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno

        El libro de Francisco Acuyo que presentamos incluye en su título el término o palabra “elogio”. Es efectivamente un “elogio”. Lo cual exige, desde el punto de vista de la preceptiva literaria, explicar en qué consiste el “Elogio” como género de pensamiento o como composición literaria. El término “elogio” procede del latín “elogium”, que a su vez deriva del vocablo griego “ellogión” (del sustantivo “logos”, en el sentido de “palabra”). Se aplicó en sus orígenes en la antigua Roma a las inscripciones que se hacían sobre tumbas, exvotos y estatuas, alabando la personalidad y/o las hazañas del muerto o del representado en ellas. Hoy se entiende por “Elogio” en sentido literario como una composición en la que se alaban (“laudatio”) las cualidades positivas de las personas por sus méritos, conducta, dotes físicos (fuerza), estéticos (belleza) o morales (valor, arrojo, sentido de la justicia), y por extensión pueden aplicarse a la alabanza de animales, objetos/cosas, entidades ideales o estados de ánimo (tristeza, alegría o pasión). Se distinguen varias formas o tipos de elogio literario, empleadas por los clásicos griegos y latinos (Anacreonte, Píndaro, Horacio, Ovidio):1) el elogio fúnebre dedicado a un personaje familiar, cercano (padres, hermanos, amigos/as, amado/amada, maestros o precptores etc.); 2) el elogio religioso dedicado a honrarlos dioses (Afrodita, Apolo, Hermes); 3) el elogio público o heroico: dedicado a los héroes políticos y guerreros, reyes, nobleza, caudillos, mecenas etc.

En la literatura del Renacimiento es de destacar el famoso Elogio de la locura (Encomium moriae, encomio de la necedad o de la estupidez) del humanista cristiano Erasmo de Rotterdam, que es una sátira contra las costumbres y prácticas eclesiásticas. En nuestro tiempo son muy conocidos y valorados dos libros que incluyen la palabra “elogio” en su título: un poemario, “Elogio de la sombra”, de Jorge Luis Borges, y  El Elogio de la sombra”, del escritor taoísta japonés Juni´chiro Tanazaki, un mini-tratado de estética taoísta. Uno de los más conocidos de nuestro tiempo es el “Elogio de la imperfección” de Rita Lévy Montalcini, científica neurofisióloga italiana, premio Nobel de medicina en 1986, una emocionante autobiografía.

Si repasamos las distintas composiciones o elogios literarios podemos encontrar una diversidad variopinta y casi infinita de “motivos” o “entidades” objeto de elogio, a saber: elogio del silencio, de la nada, del humo, de la noche, de la silla, de la poesía, de la primavera; e incluso de seres vivos humildes como el Elogio del gato de la francesa Stephanie Hochet o como el Elogio del asno de Camilo José Cela, e incluso de otras entidades todavía más insignificantes como la cebolla “Oda a la cebolla” de Pablo Neruda) o el “Cántico dolorosa al cubo de la basura”, de Tomás Morales. Nótese que hemos incluido bajo la etiqueta de “elogio” otras composiciones poéticas con nombre diferente (como oda o cántico). Lo hacemos porque en ellas uno de sus elementos definitorios y más destacables es que la mayoría de las Odas y Cánticos son composiciones lírico-poéticas en las que el tono dominante en ellas es la Laudatio (alabanza, celebración, panegírico, enaltecimiento, celebración, loa o elogio) de alguien o de algo. Entre ellas podemos recordar La Oda a Walt Whitman de Federico García Lorca; la Oda a la vida retirada de fray Luis de León; o la Oda a la alegría de Friedrich Schiller. Finalmente podemos encontrar cierta afinidad con el Elogio en la Elegía, composición  que manifiesta un sentimiento de dolor,  o Lamentatio, ante una desgracia individual o colectiva; aunque también pueda incluir e incluya en casi todas “de hecho”, la Laudatio, esto es: la alabanza y encomio de las virtudes y méritos de una persona o conjunto de personas (comunidad) desaparecidas. Incluimos en este grupo Elegías tan famosas como  Las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique; el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, o la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno
Una vez aclarado este punto, pasemos al análisis de su estructura y contenido. El libro de Francisco Acuyo, cuyo título completo reza así Elogio de la decepción y otras aproximaciones al dolor y la belleza, está dividido en dos partes bien diferenciadas, a saber: ell "Elogio de la decepción", que es la Primera Parte,  y el titulado  "De las cuatro nobles verdades y la inferencia de una Quinta y Santa Verdad", que constituye la Segunda parte del libro. Cada una de las cuales se subdivide a su vez en distintos apartados, capítulos o reflexiones. Les confieso que, dada la complejidad del mismo, voy a referirme en este acto de presentación básicamente al primer ensayo, aunque, lógicamente, les informe también de la temática tratada en segundo lugar.

         
   Desde el mismo Pórtico del ensayo nos admira ya la feliz elección de su título (algo, por otra parte, a lo que el poeta nos tiene acostumbrados: recordemos sólo algunos títulos tan sugerentes como No la flor para la guerra, La Transfiguración de la lira, Cuadernos del Ángelus o Vegetal contra mosaico, por citar sólo unos pocos). Si, de entrada, nos extraña la expresión utilizada de elogio de la decepción -aparentemente contradictoria pues parece un oxímoron-, al aprehender sus reflexiones al respecto, caemos en la cuenta de su idoneidad y pertinencia: pues la decepción será entendida entonces, no a la manera estoica de una resignación desengañada ante un evento infortunado y frustrante, como el desamor o el silencio de Dios, y generadora, en consecuencia, de un sentimiento paralizante y resentido, sino como la constatación de que el amor se afirma y fortalece, aún a pesar de esa primera vivencia decepcionante, desilusionante o dolorosa.

            Es más, desde esa primigenia decepción, es como el poeta-ensayista logra saltar a un nivel ambital distinto, diferente, en el que la decepción se ha convertido en punto de partida, en umbral iniciático de un nuevo Stimmung (estado de ánimo) que nada tiene que ver ya con aquella. Nos recuerda -y permítanme este inciso o excurso- la misma situación de los entrañables protagonistas de El Principito de Antoine de Saint-Exupery[2]: el anónimo piloto de aviación y el pequeño niño que mágicamente le sale al encuentro. El piloto en un principio confiesa estar decepcionado o defraudado de las personas mayores por su falta de imaginación. Cuando se halla reparando el motor de su avión en pleno desierto, advierte la presencia de un pequeño, de noble porte, que muestra interés en que le dibuje un cordero y le hace diversas preguntas sobre temas al parecer anodinos. El piloto, acosado por la necesidad urgente de resolver el problema mecánico de su avión, responde con cierta acritud. El pequeño, disgustado, rompe a llorar, y el piloto, entonces, conmovido, adopta frente a él una actitud más acogedora.

            Confiado, el niño le cuenta que viene de un asteroide muy pequeño y que visitó diversos planetas en busca de amigos, a fin de mitigar la decepción que le había producido la vanidosa flor de su asteroide. Pero todos ellos -con la excepción tal vez del farolero- carecían de la creatividad necesaria para encontrar en común un nuevo ámbito de existencia más creativo y fundar así una auténtica relación de encuentro. El tema básico del ensayo primero, el que da título esta obra  de Francisco Acuyo, consiste en subrayar la importancia que encierra el encontrarnos rigurosamente con las personas que constituyen nuestras raíces, nuestro entorno vital primario, más allá de las decepciones que nos pudieran haber causado. Cuando todo parece haber fracasado, una voz interior -“el principito que llevamos dentro”- nos advierte que tenemos todavía -a pesar de la ausencia, a pesar de la incomprensión, a pesar de los malentendidos y reproches, de la frustración o de la decepción- una airosa salida: dar el salto a un nivel superior de realización personal, a un nivel de relación dialógica (Yo-Tú) y de creatividad.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno

            Con encomiable bagaje categorial y metodológico, Francisco Acuyo ha sabido considerar las emociones no como fuerzas extrañas, misteriosas, irracionales e incontrolables de la naturaleza humana, sino como respuestas inteligentes y adaptativas, que nos permiten ayudar a discriminar lo que es valioso e importante para nosotros, para decidir nuestras elecciones éticas en cada momento o circunstancia de nuestra vida. De esta manera, dos personas decepcionadas por distintos motivos, y abandonadas en el grado cero de la creatividad, en un desierto existencial hostil –en una aparente falta absoluta de nuevas posibilidades para hacer de sus vidas un juego creador- se unen en la búsqueda de una tabla de salvación que será la amistad. Y una vez que la descubren a través de su trato mutuo, pueden ya felizmente reanudar la relación perdida. Es la misma situación a la que F. Acuyo se refiere a lo largo y ancho de su ensayo.

            Debemos reparar, antes de nada, en que la decepción –eje de su discurso-- pertenece al mundo de las emociones. A lo largo de la historia de los estados de ánimo y de los sentimientos y pasiones humanas, las emociones no han tenido buena acogida. Se las entendía como energías, impulsos de orden animal, casi instintivo, algo de carácter irracional, sin conexión ninguna con nuestros pensamientos, figuraciones o valoraciones conscientes que imprimían a nuestras vidas un carácter irregular e incierto y proclive a los vaivenes más bruscos y violentos.

            Muy recientemente, sin embargo, en el ámbito de la neurofisiología, de la psicología y de la ética, ha cambiado radicalmente esa percepción de las emociones. Y ha sido, concretamente Martha C. Nussbaum, la gran filósofa estadounidense y premio Príncipe de Asturias para la Comunicación y las Ciencias Sociales (2012), quien, en su libro Paisajes del Pensamiento. La inteligencia de las emociones[3], con un admirable bagaje categorial y metodológico, ha sabido considerar las emociones no como fuerzas extrañas, misteriosas, irracionales y adaptativas que nos permiten ayudar a discriminar lo que es valioso e importante para nosotros, para decidir nuestras elecciones éticas en cada momento o circunstancia de la vida.

            Las emociones tienen, pues, un gran valor cognitivo y de discernimiento en el sistema de nuestro razonamiento ético y son indispensables para nuestro autoconocimiento. Y en consecuencia, no cabe duda de que deben ser atendidas y tenidas en cuenta a la hora de entender o de dirigir nuestra vida axiológico-moral, como guías fiables de nuestra existencia personal. Descubrir, en el aparentemente confuso material de la aflicción y del amor, de la decepción y de la ira, del odio y del temor -es decir: de las emociones y sentimientos en general- el papel cognitivo esencial que éstas nos ofrecen para nuestra vida moral y personal, ha sido el objetivo nuclear de su investigación.  


Tomás Moreno         



[1] C. P. Snow, Las dos culturas y un segundo enfoque, Alianza editorial, Madrid, 1977.  

[2] A. de Saint-Exupery, El Principito, Alianza Editorial, Madrid, 1997.

[3] Marta Nussbaum,  Paisajes del Pensamiento. La inteligencia de las emociones Paidós, Barcelona, 2008.



Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno


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